martes, 17 de marzo de 2009

demasiado jóvenes para morir

Hermanos debemos darle gracias a Dios por poder vivir un día más,
pues nadie de nosotros sabe cómo ni cuando, ni dónde nos va a tocar.
Puedes morir en un accidente o de una enfermedad,
o puede que esta noche te duermas y nunca más vuelvas a despertar
EL TRI (SAN JUANICO ’84)

La presente es un post necrofílico que hubiera preferido no redactar. Pido perdón de antemano a quienes se fueron —y espero descansen en paz— y a sus familiares y amigos. No es mi intención ofender al momento de reseñar la hora fatal de sus seres queridos. El motivo para escribir sobre muertos, sin que sea un obituario, es porque hace unos días falleció una compañera de colegio, que no fue mi amiga, pero de alguna manera me chocó su partida. Gina Solórzano era la alumna que vendía chocolates, chupetines, galletas en pleno salón, seguramente extraídos de La Estrellita —“su tienda favorita”— que pertenecía a su familia. El pasado 7 de marzo perdió su lucha contra el cáncer. Deja esposo e hija. Tenía sólo treinta y siete años. Quizá mejor fallecer a esa edad que a los veintinueve, como le tocó al primero de mi promo —curiosamente la XXIX— con quien sí compartí una buena amistad. El Cholo Santisteban siempre destacó en los números. Egresó como ingeniero civil y comenzó a ganar buena plata. Se casó al poco tiempo y tuvo una hija. Dicen que estaba de boleto cuando con otro amigo quisieron prolongar su juerga manejando hasta Máncora. Era víspera del Año Nuevo de 2002, un camión a la altura de Motupe impidió que llegaran a su destino. Fanático de Dire Straits y The Eagles, nunca me devolvió el Blackout, mi vinilo de Scorpions... Quizá en el más allá. No menos espantosa fue el deceso del Huevo Figueroa, el segundo de mi promo en marchar. Era noviembre de 2003, un lunes por la madrugada. Hospedado en el hostal Monterrey —en la avenida Los Incas—, sujetos hasta ahora no identificados irrumpieron en su habitación y arremetieron contra él a punta de cadenazos. El Huevo se logró escabullir y corrió como loco hacia la calle en busca de ayuda. A la altura de la plazuela Pinillos, sus victimarios lo alcanzaron y con las mismas cadenas le reventaron la cabeza. Sobre los móviles del asesinato existen dos versiones: a) por levantarse a la mujer de un marido celoso, b) por estar inmiscuido en negocios ilícitos. Probable es que nunca se sepa cuál fue la verdad.

En la XXVIII —mi primera promo porque me jalaron de año— también carga sus muertos. Rober Cruzalegui era un muchacho deportista y carismático, muy querido por todos. Viajó a Brasil a estudiar medicina y al poco tiempo le detectaron una rara enfermedad en el cerebro. Postrado en una silla de ruedas, murió a la víspera de 1996 con apenas veinticuatro años. Eduardo Botteri fue mi compañero en la primaria, vivía frente al parque grande de la Urb. El Recreo, en una casa que llamaba la atención por sus desniveles. A lo largo de 1983 hicimos buena amistad, junto con Roni Tejada y Pepo Vereau. Al año siguiente se fue a vivir a Lima y perdimos contacto. No sé si me perdonó que le tirara cabeza con el Atlantic, un juego de Atari. Una noche del verano de 2008, comete la imprudencia de beber más de la cuenta y manejar embalado desde Asia a Lima. Mónica Alva, quien fue su enamorada —segundo ex que se le enfría, luego de Carlos Puente— me contó que unos amigos que lo venían siguiendo intentaron socorrerlo pero ya era tarde. Murió con el rostro agestado, con el pavor de saber que no tenía escapatoria. 

Alumnos de otras promociones del colegio San José que marcharon temprano fueron Chacho Holguín, el primero de la promo XXV. Lo conocía muy bien pues era el mejor amigo de mi hermano y vivía por mi barrio. La última vez que lo vi, le comenté que mi viejo me prometió (pero jamás cumplió) comprarme una guitarra eléctrica. “Y qué, ¿te vas a dedicar a destapar botellas?”, me dijo con ese sarcasmo que lo caracterizaba, aduciendo a un spot de Pepsi de esos años. Una madrugada llegó acalorado de una fiesta y bebió grandes sorbos de gaseosa helada. Sus pulmones reventaron. Era julio de 1987 y tenía dieciocho años. Tras su deceso sucedieron dos hechos de ultratumba. Uno; al momento de comunicarle a su abuela que había fallecido, ella exclamó sorprendida: “¡Pero cómo!, si hace un rato me vino a decir: ‘abuelita ya me voy’ y me abrazó”. Dos; aparentemente, Chacho había hecho con los amigos del barrio un pacto: el primero que moría debía ser invocado a través de la ouija para que les hablase sobre cómo era el más allá. En plena sesión espiritista, la hermana de Chacho, miembro de la mesa, se puso de pie, se despojó de la ropa hasta quedar desnuda y con una voz gutural exclamó: “¡Dice mi hermano que lo dejen en paz!” Tras decir eso, se desvaneció. Si esto último les parece descabellado, lamentablemente, a estas alturas no lo puedo contrastar con mi fuente, Mauro Tejada —dizque presente en esa mesa— porque hace años que partió al encuentro de Chacho. Maurinho era de la promo XXIII y los médicos le diagnosticaron una rara enfermedad —de ahí que por su contextura lo llamaran ‘araña de casa’— y debía no hacer desarreglos. Borracho impenitente, hizo oídos de mercader a las advertencias y murió a los pocos días de recibir el año nuevo de 1998 de manera brutal. Conocido por medio Trujillo (seguro por su condición de ‘eterno estudiante’ en la UNT) ‘gozó’ de un velorio apoteósico.

Ernesto Villanueva debe ser uno de los más grandes palomillas que ha desfilado por el San José: jodido, pleitista, líder de una bandada de gaznápiros como él. Tiraba su pinta y gozaba de cierta solvencia económica (fue uno de los primeros en Trujillo en tener una Kawasaki pistera), le detectaron cáncer estomacal apenas cumplidos los dieciocho años. Hizo lucha hasta los veinte. Unos años después, lo siguió Chachi Burga tras una penosa enfermedad. Era miembro de su misma patota. Si se armase un concurso de la muerte más macabra de un ex alumno del San José, el nombre de Coli Castillo de la promo XXX podría encabezar la lista. Su padre, ingeniero de minas, tenía en su casa una caja llena con cartuchos de dinamita. Coli, quien siempre fue medio rayado, no se le ocurrió mejor idea que colocarla debajo de su cama. Un domingo, regresó a su casa en Las Delicias con sus tragos y se tiró bruscamente en su colchón. No calculó que la vibración era suficiente para originar la explosión de los cartuchos. Lo único que encontraron de Coli fue un pedazo de su mano. Terrible dolor para sus padres quienes unos años más tarde se vieron en el mismo trance cuando Pepo Castillo, su hijo mayor, de la promo XXVII, murió arrollado en el Óvalo Grau, en su intento de subirse a una combi Trujillo-Las Delicias. El cuerpo de Pepo fue arrastrado por los neumáticos casi una cuadra. Koky Almendáriz de la promo XXXIII también murió atropellado. Como estudiante de ingeniería industrial hacía sus prácticas en la planta de embutidos Razzeto de Salaverry. Sentado en el paradero para tomar la movilidad que lo llevaría a su casa, no imaginó que a un camión se le vaciarían los frenos y lo embestiría a toda velocidad. Su muerte fue instantánea. El Mellizo Bytton de la promo XXVII, primo de mi ‘hermano’ el gordo Chumpi, vivía frente a mi casa. Pleitista aficionado a las riñas callejeras —fue espectacular su pelea contra Diego Cabeza—. Un domingo, tres delincuentes le salen al encuentro a él y a su enamorada, una española que vivía a la vuelta. Lejos de amilanarse, el Mellizo les hizo frente y recibió una soberana golpiza que le reventó los intestinos —supuestamente malogrados por su afición a los licores de dudosa calidad—. Murió 24 horas después, no llegó a los veinte años. Quienes lo vimos dentro de su féretro no nos dio la sensación de tratarse de un cadáver, parecía más bien que se encontraba durmiendo una de sus tantas borracheras. 

Mi primera conciencia de que la muerte era un acontecimiento real fue con el deceso de mi abuela materna, un 25 de enero de 1980. Tenía ocho años y fue la primera vez que sentí la falta de un ser cercano. En el verano de 1983 observé mi primer cadáver, el de Leca, mi tía abuela. Ese mismo año, en octubre, la familia recibió el impacto de la muerte de Mario, mi primo aviador FAP. Tenía veintiséis años cuando en un vuelo de instrucción calculó mal la maniobra y se mató junto con el cadete que estaba bajo su responsabilidad. Su sepelio fue con honores militares, pero como me comentó su padre años después: “allí se enterraron piedras, del cuerpo de ese cojudo no quedó nada”. Como colofón, mi mamá agregó: “Así era Mario, murió tan rápido como vivió”. La siguiente prima hermana en marcharse fue Sandra en julio de 2008. Murió de cuarenta, víctima del sida. 

Es ley de vida que con el paso de los años uno vaya acumulando occisos. En los primeros ciclos de mi carrera tuve una compañera llamada Rocío Cerna; su nombre en la lista significaba para mí un preludio alfabético de que pronto me iban a llamar. Un lunes llamaron a Rocío y una compañera se levantó entre sollozos para comunicar que no vendría más a clases, en la víspera había fallecido de leucemia. Recién en ese momento me preocupé por saber quién era ella, ni siquiera en ese instante pude recordarla físicamente. Sheila y Viviana se esforzaban describiéndola como una blanquiñosa de amplias ojeras, aún hoy no puedo reconocer cómo era su rostro. Otras víctimas que conocí en la universidad fueron Efraín García, deportista, salía de un campeonato de fulbito cuando lo atropellaron a la salida de la Universidad Nacional. Lalique Arce se derrumbó de repente en pleno campus de la Upao, un aneurisma cerebral se lo llevó en menos de ocho horas. Bruno Landauro terminó sus estudios de Comunicación y consiguió trabajo como cobrador en una avícola. Una tarde cobró una fuerte suma en Laredo y de repente fue asaltado. Quiso salir al frente y por eso cayó abaleado.  

Otros conocidos que partieron jóvenes de este mundo: Loli Vassalo, tuvo un accidente en moto en la carretera a Huanchaco, salió expelido por los aires y su cabeza se incrustó entre las rejas de una fachada. También una moto mató a Kike Orti, salió disparado y se incrustó en la pista, a la altura del colegio Modelo. Miguel Rubio, joven aficionado a la carrera de autos, una madrugada salió de La Barra Drive Inn y al girar a toda velocidad por el Óvalo de la avenida La Marina se estrelló contra un volquete que iba con las luces apagadas. Murió Miguel y los tres que iban con él. Magaly Jacinto fue mi alumna en la UPN. Por motivos económicos dejó los estudios y regresó a Chiclayo, a la caleta de Santa Rosa. Años después nos enteramos que murió ahogada en el mar. Pudo ser un accidente pero también se barajó la hipótesis de que su enamorado la hubiera ahogado. Franco Salini lució pelao los últimos años de su vida por tantas quimios. Ganó el cáncer pero le hizo buena lucha. Adolfo García fue desde muy joven negociante, de rentar videos había pasado al negocio de la impresión publicitaria y le iba muy bien, manejaba una buena cartera de clientes. Dicen que fue el cúmulo de chamba lo que le produjo estrés y este desencadenó en aneurisma. Le destaparon el cerebro, se lo cosieron al abdomen para que no se pudriera mientras bajaba la inflamación, pero aguantó solamente una semana. Dicen que en sus exequias su padre pronunció la siguiente frase: “Tanto trabajar para nada”.          
 
Los hombres venimos a la vida con fecha de expiración —de la nada venimos, a la nada volvemos—, el chiste es no morir joven y postergar la salida hasta que el cuerpo aguante... Espero que ni tú ni yo seamos los próximos en la lista.

5 comentarios:

ALBERTOLV dijo...

se te olvido de un amigo Binatea murio apenas alos 10 años mas o menos aun recuerdo cuando la professora nos dio la noticia abrio la refrigeradora de golpe cuando habia jugado y no aguantaron sus pulmones fue una noticia triste para la edad que teniamos

alfieri dijo...

El hernmano intermedio entre Rober y Renzo Vinatea. Sí, fue terrible.

Pedro Chumpitazi dijo...

Hola Alfieri, tb faltaba mencionar a Pebes Ruiz Diaz , me parece que fue de la promo 28, durante más de 4 años le dio una dura pelea al cancer. Cuidate, saludos y muy interesantes y entretenidos tus blocks.

Alfieri Díaz Arias dijo...

Estimado Perico:

Sí... Una tremenda omisión. La Pebes tenía mi edad pero era de una promoción mayor que yo, ella era de la XXVII. Nunca olvidaré una borrachera que me pegué en su casa de Huanchaco en la Avenida La Rivera en el verano de 1987. Tan borracho estaba que me metieron en la piscina. Desde ahí, siempre que me cruzaba con la Pebes me decía: "hola, cabeza de pollo" o simplemente "pollo" para abreviar.

Gracias por los comentarios.

Fern Ugaz dijo...

Correccion..BRUNO LANDAURO no era cobrador de una avicola, estando en su establo por venta de leche una madr7gada los ladrones irrumpieron su tranquilidad y lo asaltaron dejandolo herido gravemente y a pocas horas murio ...todo esto ocurrio en el distrito de Moche prov. De Trujillo