domingo, 10 de julio de 2011

"juntos los tres compartiendo un instante"

Vuele bajo porque abajo / está la verdad / esto es algo que los hombres / no aprenden jamás
VUELE BAJO

Fines de septiembre de 1998. Fines de un invierno limeño particularmente frío. Madelayne Delgado, hoy Madelayne Sullivan, ciudadana de Boston según su cuenta de Facebook, y yo, Alfieri Díaz, que según mi cuenta de la misma red sigo llamándome igual, aguardábamos en la primera cuadra de la Avenida Arequipa el arribo de un congresista cuya fisonomía obesa, sonrisa fingida, ojos bolsudos y una esposa joven, antes su secretaria con figura de vedette, representaban muy bien a la corrupción de la época. En ese tiempo la hacía de creativo y Madelayne de ejecutiva de cuentas en una agencia de publicidad. La reunión era para publicar en El Comercio un suplemento de aniversario de una universidad y el congresista (el financista) quería rediseñar el contenido de la publicación, o mejor dicho buscaba que su fotografía saliera mucho más grande que la del paparulo del rector.  

Ubicados cerca de la fachada rosada de la embajada argentina, vemos ingresar en la cochera a César Hildebrandt, deduciendo por la hora que asiste a una invitación para almorzar. Le comento a mi compañera como quien mata el rato con cualquier tema, que hace un par de noches Hildebrandt le hizo una entrevista extraordinaria a Facundo Cabral, un encuentro nostálgico con atmósfera rulfiana, a Pedro Páramo cuando el cantautor rememoró su infancia en un pueblo olvidado en la Patagonia, de sus precoces encuentros con prostitutas, afirmando que su generación fue la última putañera, la última en iniciarse con una pampera (término de uso exclusivo de mi viejo). Perdón por discernir, señor Cabral, pero su generación fue la penúltima, porque la postrera fue la mía.

Intrigada Madelayne, me mira, con sus ojos medios verdosos si salía el sol y normalmente oscuros como el cielo de Lima, y me dice: “¿Y quién es Facundo Cabral?” Yo no sé cómo explicarle a una limeña-huachana-andahuasina veinteañera el significado de la Nueva Trova o canción de protesta en América Latina, cuál era la atmósfera revolucionaria de los sesenta-setentas. Quizá su referente más mediato de esos años, para ella arcaicos, son los estudiantes de sociología o antropología de alguna universidad nacional, pululando por el centro de Lima. Madelayne sigue sin comprenderme. Seguro sus oídos eran vírgenes a No soy de aquí, ni soy de allá y otras canciones similares. Imposibilitado como estaba de hacerle un retrato cabal de Facundo Cabral, aparece en la calle el mejor recurso para explayarme.       

—Él es Facundo Cabral.
—¿Quién?
—Ese que camina entre la gente, hacia nosotros, como una persona cualquiera. Vestido con casaca de cuero, lentes de intelectual y barba eterna. Hoy de plata cuando su juventud fue bastante negra.
—¡Anda, palero! ¡No te creo!
—Sí, créeme, espera. Señor, disculpe —lo abordo y el sujeto no expresa ninguna desconfianza, recibe mi mano de la manera más cálida—, ¿usted es Facundo Cabral?
—Sí.
—¿Podría firmarme un autógrafo? Aquí tengo papel.
—Por supuesto, ¿lo hago a tu nombre?
—No, dedíqueselo a mi ‘novia’ que me acompaña —quien por supuesto no es mi ‘novia’ y casi la empujo para que la identifique mejor.

El trovador igual inquirió mi nombre y lo escribió en la dedicatoria: “Para Alfieri y su simpática novia Madelayne de Facundo Cabral, juntos los tres compartiendo un instante”. Mensaje escueto pero maravilloso de un poeta de los arrabales que como él mismo ha manifestado en repetidas ocasiones: “fue mudo a los nueve años, analfabeto hasta los catorce, viudo en una tragedia a los cuarenta y el más pagano de los predicadores a los setenta”. Después, con la misma sencillez, se despidió de mí y de Madelayne e ingresó a la embajada donde seguro lo esperaba el embajador y Hildebrandt para almorzar. Un par de transeúntes, espectadores del encuentro fugaz, se me acercaron para constatar si en verdad era Cabral. “El mismo en carne y verso”.

Hasta el verano siguiente que Madelayne laboró en la agencia antes de irse a Madrid, tuvo bajo el vidrio de su escritorio la dedicatoria del cantautor. Hoy, trece años después, que será de ese papel.   

Facundo Cabral murió el 9 de julio pasado, dos días después de su última presentación en vivo. Un grupete de sicarios lo acribillaron en ciudad de Guatemala como seguro soñaron victimarlo en los tiempos de dictadores y represores de contestatarios. Aparte de la música y la poesía, siempre quedará en mí ese momento minúsculo donde constaté que todas las personas de espíritu grande, siempre son las más sencillas. No en vano, a manera de presagio, él ya se había dedicado estas palabras: “el día que yo me muera no habrá que utilizar la balanza, pa’velar a un cantor con una milonga alcanza”.

3 comentarios:

Necia dijo...

increible. bello momento, fierrito y muy triste su muerte, inmerecido su final

pero es preocupante que tengas tantas fallas en este texto, viejo, que pasa? te tienen a pan y agua en casa? no pues, no jodas, fierro

Alfieri Díaz Arias dijo...

Gracias por tus comentarios, Necia. Fue un momento minúsculo pero para mí trascendente.

Sobre los errores no hay palabras para excusarme, salvo una parte de lo que Facundo mismo canta:

SOY LO QUE SOY Y ME GUSTA
SE LO QUE PIENSAN DE MÍ
UNA EMOCIÓN, UNA DUDA
UNA LOCURA SIN FIN.

Madelayne Sullivan dijo...

Alfieri Díaz, Facundo Cabral y yo compartimos un instante Septiembre 1998. Gracias, Alfieri por tan linda memoria, finalmente aprendí quién fue Facundo Cabral Q.E.P.D.