martes, 11 de diciembre de 2012

días para no celebrar

Disculpen si soy aguafiestas o me volví un tío amargoso, renuente a participar en celebraciones, pero opino que el 80% de las fechas festivas del calendario son groseros despropósitos, siendo las peores aquellas impuestas bajo decreto ley por el Congreso, demostrándome que los parlamentarios no tienen nada mejor que hacer.

Del puñado de fechas que me gusta celebrar se cuentan, por supuesto, las cristianas, porque soy un agnóstico que respeta las tradiciones. Me agrada la Navidad —aunque Papa Noel me llega al pincho— por el lechón, el panetón, el trago y los abrazos, por los buenos deseos, los niños que abren sus regalos y el aroma en el ambiente a cohetones y rata blanca. La Semana Santa con sus días quietos, reflexivos, recorrer estaciones por los templos del centro, el viernes muerto plagado de fílmes bíblicos y quizá tomarme unos tragos en sábado de gloria. Como buen peruano las Fiestas Patrias con su mensaje presidencial, las vacaciones de invierno, los viajes dentro y fuera del país, aunque espero que algún día se prescinda de los desfiles escolares (marchando no se inculca el amor a la patria) y de la parada military, sacando a la calle el mismo armamento oxidado de siempre. Celebro el Día del Trabajo que en mi caso coincide con el día de mi colegio, el San José Obrero. El Día de San Valentín porque soy un romántico incorregible. El 8 de diciembre, feriado por la Virgen, dedicándoselo a Lennon y a los Beatles —A Day in the Life— y a la tragedia de Alianza Lima en el mar de Ventanilla. El Año Nuevo aunque cada vez con menos efusividad, molestándome las fiestas con calzoncillo Amarillo o los viajes a destinos plagados de mocosos juergueros.

No los celebro pero tampoco me generan aversión el Día de la Canción Criolla (aclimatado a coexistir con el Halloween), el Día de los Muertos, los días de Carnaval. Como trujillano no participo pero tampoco desprecio el Festival de la Primavera (pero no volvería a ver un corso así me paguen) y el Festival de la Marinera (a pesar que una familia se ha apropiado de una celebración que pertenece a todos).  Lo que sí me parece aborrecible es la Feria de Las Delicias, con sus majas, tascas y pamplonadas con sabor a simplonada. Huachafada descarada en la que se ponen al descubierto los complejos de quienes carecen de fortuna pero les sobra pantorrilla.

Las fechas que preferiría pasar de largo son el Día de la Mujer, por su carácter reivindicatorio (parecido al Día del Indio, luego rebautizado Día del Campesino) que tartan a las damas como seres minusválidos, inferiores, necesitadas de reconocimiento. ¿Por qué no mejor lo reemplazamos por el Día en contra del Machismo, combatiendo la manutención masculina y la estigmatización según el uso de la vagina? La Hora del Planeta, porque me parece insuficiente apagar la luz 60 minutos para tomar conciencia ecológica. Los días de la Madre y del Padre, no porque sea un malhijo —adoro a mis viejos por si acaso— sino porque son fechas notoriamente mercantiles, donde prevalence el “qué me vas a regalar” o “a dónde me vas a llevar” y no se reflexiona sobre la importancia o relevancia de la maternidad o paternidad. Sucede lo mismo con el Día del Niño o el Día de la Familia —que me parece cada año se celebra en fecha distinta—, excusa para que mi hijo me pudra la oreja exigiéndome regalos. Agárrense que ya se habla del Día de los Abuelos, Día del Tío, Día de la Madrastra, etc.

Las fechas despreciables, a mi parecer, son las que han aparecido en los últimos tiempos, contaminando las semanas y nuestros ratos de ocio, creadas ex profeso para que la masa consuma más. El Día del Pisco Sour en febrero y el del Pisco a secas en julio, sin percatarse los genios del marketing que al coexistir se anulan y disminuye su impacto. El de la Gastronomía Peruana, decretándose que todo peruano está obligado a cultivarla y difundirla, volviéndose en un símbolo patrio más venerado que la cornucopia o el árbol de la quina.  Y como un solo día no es suficiente, el Cebiche tiene su día exclusivo en junio y el Pollo a la Brasa (nuestra peor bomba de grasa) en julio. En sólo tres años, Pilsen Callao ha logrado imponer su borrachoso Día del Amigo, que incluye también al amigo cariñoso, al amigo con derechos, etc.

Los peruanos ya no sabemos qué carajo celebrar y lo que es peor, grandes sectores acatan los festejos lo que es una clara muestra de que nos falta personalidad, amor propio o verdaderos motivos para sentirnos contentos. Cada quien, por supuesto, es libre de celebrar o vanagloriar la fecha y el motivo que se le antoje; yo por mi parte prefiero zurrarme en tantos tributos forzados y sólo dejo espacio para cumpleaños de familiares, amigos o aniversarios particulares. Es el encanto de vivir con el calendario en blanco.

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