lunes, 15 de julio de 2013

un prisionero en trujillo

Nos gustaría que sucedan con más frecuencia conciertos como el del sábado último en la explanada del Real Plaza. Que más músicos de renombre pongan a Trujillo en su itinerario, que de nuevo seis mil asistentes escuchen, vibren y se muevan al compás del rock’n’roll, género que como definió el propio Jorge González, líder de Los Prisioneros, sobre el escenario: “es la música de la juventud, la expresión de su rebeldía”.

Érase pues hace tres décadas que un trío chileno supo trascender fronteras, a pesar de la dictadura, imponiendo en la radio canciones mordaces con alta crítica social. Eran tres amigos del instituto, Claudio Narea en la guitarra, Miguel Tapia en la batería y González en el bajo y voz, dispuestos a componer ‘pésima música que no es placer para dioses’.

Con acordes sencillos —cultores del new wave, el punk, el ska y más adelante, electrónica— pero letras contundentes, pronto se convirtieron en la banda contestataria de un Chile reprimido en uno de los referentes de América Latina, en la voz de los ’80, como titularon en su primera placa.

Los encuentros y desencuentros desencadenados entre 1990 y 2005 provocaron que la mejor banda mapocha —con la venia de los vernaculares Jaivas, Quilapayun e Inti Illimani— se resquebrajara sin asomar a la fecha reconciliaciones amicales o financieras posibles. Jorge González, muchas veces grosero y quisquilloso sobre ese tema, es quien se ha apoderado de toda la gloria, quizá con derecho propio por ser el compositor principal y líder de la agrupación.

En 2005, Los Prisioneros se presentaron por única vez en Trujillo, un concierto milagrosamente gratuito, auspiciado por una conocida marca de cerveza, que gozó de lleno total. Ocho años después, solamente volvió el cantante con un grupo de uruguayos que poco hizo extrañar a los otros miembros originales.

Después de la presentación de Amén y Libido —las bandas de rock más destacables de la escena ‘lorcha’—, a golpe de la medianoche le tocó el turno a González quien abrió su presentación con un título de la primera placa de Los Prisioneros: Nunca quedas mal con nadie, crítica velada a los cultores de la música de protesta en Chile (post Jara), castrados por el régimen de Pinochet.

Siguió Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, Muevan las industrias, Sexo —el tema más coreado por muchos que quizá no comprendían que justamente la letra critica su supuesta ‘liberalidad’—. We are Sudamerican Rockers, Quieren dinero (donde habla de intis, la moneda del primer gobierno de Alan), Pa pa pa (cantemos al amor, cantemos a la paz) y terminó la primera parte de su presentación con ¿Por qué no se van?

La segunda parte principió con el cantante, guitarra acústica en mano, cantando en solitario Amiga mía. Continúo con los temas electrónicos más populares de la banda como Estrechez de corazón, Tren al Sur y su visión feroz del machismo latino: Corazones rojos. A golpe de una y media culminó con dos de sus mejores composiciones: Paramar (tena que según Claudio Narea en su libro Mi vida como prisionero, González compuso enamorado de Cecilia, la hermana del guitarrista) y El baile de los que sobran. Una colombiana que estaba a nuestro lado y otros más exigieron con insistencia que el chileno cerrase la noche con ¿Quién mató a Marilyn?, sin saber que ese tema es de autoría de Miguel Tapia.

Con un seco “¡Muchas gracias!” un Jorge González avejentado, más delgado —el polo verde que llevaba, desnudaba su osamenta pronunciada— pero con la voz y el manejo escénico intacto, se despedía de la multitud.

De aquí a cruzar los dedos porque el concierto de Andrés Calamaro, ofrecido por los organizadores, se haga realidad.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Andres Calamaro en Trujillo ! guauu.. qué bien !