sábado, 18 de abril de 2009

el monstruo de los cerros

Nunca se supo de quien se trataba. No hubo tampoco miserable a quien culpar. Sólo especulaciones, conjeturas, chismes de tías que tuvieron mucha repercusión en la prensa audiovisual y escrita. Era el verano de 1999 y Lima estaba conmocionada por los escabrosos titulares. Un asesino en serie merodeaba por los cerros, procurándoles cruel muerte a varias jovencitas. El hecho de que los cuerpos de las víctimas fueran desfigurados al extremo de imposibilitar su identificación, empantanaba las labores de la policía.

Sin vestigios para hacer un identikit, se suponía que se trataba de un hombre agraciado y galante, entre los veinte o treintitantos, que se valía de su atractivo para abordar y seducir a sus presas. Todos los fines de semana merodeaba, como ave de rapiña, por los conciertos de música vernacular. Su objetivo siempre presentaba las mismas características: mujer joven, mestiza, podía ser una adolescente o una joven que no superase los veinte años, de metro cincuenta de estatura, con la mirada cargada de melancolía. Entre bailes y canciones le hacía beber, seco y volteado, toda la cerveza del mundo. Su palabreo inflamado avivaba el dolor de la provinciana desarraigada, almas extraviadas sin la fuerza telúrica de la cordillera, condenadas a sucumbir ante la vorágine de la metrópoli. Vaya uno a saber de qué hipnótico poder se valía. Las muchachas salían con él y con la mayor docilidad aceptaban trepar por senderos de difícil acceso, tortuosos y estrechos, donde sólo es posible subir de manera voluntaria.

Llegados a su destino, la muchacha, sin ningún tipo de forcejeo, era despojada de sus prendas —así lo demuestran las ropas halladas— quedándose en calzón y con los pechos descubiertos. Postrada de rodillas, la cabeza de la pobre era golpeada con inmensos bloques de piedra hasta dejarla totalmente destrozada. Nunca se estableció si el asesino trabajaba solo o formaba parte de una secta. Tampoco cual era el móvil de los brutales asesinatos. La hipótesis más razonable argüía que se trataba de sacrificios rituales, una costumbre perdida y pagana, oriunda de algún rincón de los Andes. La prensa llegó a contabilizar hasta ocho cadáveres en los cerros de Lurigancho y Carabayillo y bautizaron al sanguinario personaje como el ‘monstruo de los cerros’. Elementos grandilocuentes para construir un mito que aterrorizó a los limeños por varias semanas.   

Ha pasado una década y todavía me cuesta creer que el asesino de las piedras gordas no haya existido en realidad, que los peruanos fuéramos tan ingenuos y nos dejáramos engañar por las supuestas andanzas de un serial-killer de ficción. Lo más macabro del asunto es que fue el propio gobierno, en contubernio con los medios de comunicación, el inventor y difusor del cuento. Hoy en día los conocemos como ‘estrategias psicosociales’ y sabemos que Sigifredo Luza y Vladimiro Montesinos tramaron el entuerto, alumnos aventajados de Goebbels quien afirmaba: “mientras más grande la mentira, más fácil que la gente lo crea”.    

En la última etapa del Fujimorato, la podredumbre mediático llegó a este y otros extremos. Las vírgenes que lloraban dieron paso a boas de cuarenta metros en Maynas, los talk-shows de Laura Bozzo y Mónica Chang, los cómicos ambulantes, la tecnocumbia y las ‘movidas de los sábados’, los ampays de Magaly Medina. Toda una forma de ofrecer televisión ‘basura’ a cargo de broadcasters vendidos e inescrupulosos como los Winter, los Crousillat, los Vera, los Schutz. Fue también la era de la prensa ‘naranja’, la de los ayayeros del Chino —los Olaya, Wolfenson Calmet—, la que destruía, minimizaba o ridiculizaba a los opositores del régimen. El objetivo consistía en embrutecer al peruano promedio, en convertirlo en un personaje manipulable, despojado de todo sentido crítico, incapaz de comprender lo que pasaba delante de sus narices.

El ingeniero Fujimori cometió muchas faltas gravísimas —tirarse la plata de las privatizaciones—, pero nada se compara con haber elaborado toda una estrategia para envilecer a la masa, corrompiéndola moral y culturalmente de manera sistemática. Los vestigios de su perversión y degradación social todavía nos persiguen.

Sólo por ese crimen de lesa humanidad, el Chino merece podrirse en la cárcel y todos los remanentes del fujimorismo impedidos de ejercer administración pública, extirpándolos de cualquier proceso electoral. Sin embargo, no es difícil suponer que Keiko, cuyo único mérito es ser hija de su padre y quizá custodia de sus secretos bancarios, será candidata en 2011 y de ganar, seguro su primera acción será indultar a su padre, de la misma forma como el Poder Judicial de Fujimori indultó oportunamente a Alan García de los cargos que tenía con la Justicia... Esto no es una ficción fruto de la imaginación de Montesinos y Luza, es una escalofriante —y vergonzosa— realidad.

En el Perú aquello de: “los pueblos que no tienen memoria están condenados a repetir su historia”, es como nuestro padrenuestro.

4 comentarios:

Leandro Alfaro dijo...

Muy buena historia, me gustó donde pusiste el dicho de Goebbels y sobre todo lo de Keiko fácil en el 2011 lo libera a su viejo y defecan nuevamente al Perú.

alfieri dijo...

Qué raro, yo no he suprimido ningún comentario... ¿No te habrás hueveado tú, mi querido Atomizer?

B3 dijo...

Eso de que Alan, lo de Keiko es cantado, indultará al chino (como escucho repetidas veces ultimamente) teniendo como trasfondo el hecho de que el chino indultara a Alan me hace creer que todo esto es parte de un "hoy por mí, mañana por ti" muy elaborado.

¿O serán paranoias mías después de empujarme el libro de Luza?

Anónimo dijo...

Recuerdo esta historia muy bien, esta infeliz entidad no es nada comparado con los maníacos de Dnepropetrovsk, si se comparan, el peruano se ve demasiado sano.