
La afición por las canciones de amor me cogió a los catorce años, preso de una pasión platónica que arrojó todos mis prejuicios musicales por los suelos. Cuando una mujer invade un grueso porcentaje de tus pensamientos, los temas de Nino Bravo o Camilo Sesto funcionan mejor que los de Venom o Iron Maiden. Recién cuando uno se enamora, las letras de muchas canciones cobran sentido, más aún si son tristes, irresolutas, de amores potentes pero desgraciados e inconcretos.
El amor provocó que un joven grosero como yo mutara de hábitos y costumbres. Hizo que me bañara y me acostara con la luz apagada, sintonizando por la radio programas de música romántica. En 1986 las emisoras de la AM eran en Trujillo tanto o más populares que la FM. 96.1 —pionera de la FM en la urbe— tenía desde las nueve hasta las once su programa emblemático: Tu corazón siempre tiene la razón (sospecho que todavía sigue vigente) dándole cabida a muchos temas soft en inglés: Dust in the Wind de Kansas, Summer Breeze de Seals & Crofts o una de mis canciones favoritas de siempre, Reflections of my Life de Marmalade. Sin embargo, yo era más afecto a sintonizar el programa de baladas de Radio Heroica —1410 en el dial—, supongo por el horario que se prolongaba hasta la medianoche, que si bien irradiaba más canciones en castellano, también tenía sus baladas en inglés de bandera: Angie de los Stones o Samba pa'ti de Santana.
Arrullado por tantas melodías de amor —o de dolor— a veces me dormía temprano, u otras me la pasaba en vela escribiendo tontos relatos (felizmente desaparecidos) creyendo que la luna es de queso y es posible mi amor. A fines de 1986 fue la última vez que entraron a robar a mi casa, se birlaron la radio con la que escuchaba baladas y el puñado de dólares que según mis padres iban a servir para enviarme a estudiar a Francia. Me quedé en Trujillo estudiando en la Upao y la música la reemplace por un viejo equipo National que databa de la década de 1960, semejante a una maleta de color verde que mis padres tenían arrumado en el cuarto de los cachivaches (lo que nunca fue un baño privado en el dormitorio de mi hermana). Los parlantes formaban en dos la parte superior de la ‘maleta’. La parte inferior era una radio con dial yaciente que sólo sintonizaba AM y al costado un tornamesa con la aguja del brazo vencida, pero que tenía la particularidad de tocar discos de 33, 45 y 78 rpm.
Ese aparato vetusto se instaló en la parte inferior de mi mesa de noche y fue mi compañero nocturno durante dos años por lo menos, hasta que uno de mis primos me trajo un minicomponente Emerson de Estados Unidos y unas zapatillas Reebok negras que las quise como oro (esa radio luego se la quedaría una de mis enamoradas). El equipo National también tenía para sintonizar radios de Onda Corta (SW1) y Onda Larga (SW2) y algunas veces me daba por escuchar los programas en español de Radio Praga. Insomne desde muy joven, mi gran problema es que la mayoría de emisoras salían del aire a la medianoche y retornaban a las seis de la mañana. Las únicas emisoras que transmitían las 24 horas eran Radio Heroica que pasada la medianoche pasaba salsas, boleros borracheros y cumbias, ritmos a los que no soy muy afecto; Radioprogramas —730 en el dial— cuya mudanza a la FM unos siete años después heriría de muerte a la AM, que transmitía noticias y repetían Noticias en Acción, espacio donde un grupo de cómicos recreaban las noticias más curiosas, jocosas o llamativas a nivel mundial (con temas de la genial The Great Race de Blake Edwards como cortina musical); las radios cristianas que repetían las oraciones del rosario una y otra vez, una grabación fúnebre que en la oscuridad podía ponerte los pelos de punta.
El equipito National tenía, comparado a aparatos más modernos, una antena potente que permitía recepcionar con nitidez en la propia AM en el horario de Drácula —entre las once y las seis de la mañana— las señales de dos radios del Ecuador: Frecuencia Mil, “la romántica de Guayaquil” y sobre todo —en el 580 del dial— Radio Uno (también del Guayas). Ambas emisoras, para mi beneplácito, eran especializadas en música romántica por lo que mis noches solitarias fueron más agradables.

Escuchar música para ‘dormir’ fue un vicio que abandoné cuando el colegial soñador dio paso al universitario contestatario. El insomnio me ha recrudecido y ahora para conciliar el sueño, por recomendación del doctor Pérez Albela, desenchufo a excepción de la refrigeradora todos los aparatos eléctricos. El otro día, movido por la añoranza, descubrí en la web la página de la radio y me emocioné pensando que todavía subsistiera en la AM brindando la misma programación romántica, lo que me hace suponer que posiblemente las radios de amplitud modulada tienen más audiencia en el Ecuador urbano que en el Perú. Espero que tengan larga vida y pueda escuchar su señal online alguna madrugada cuando me vuelva a quedar solo.
2 comentarios:
Y ¿En qué momento volviste a Venom, Maiden y demás? Quizá este post merezca un epílogo.
Saludos.
ESTIMADO BORIS:
Las personas son lo que leen, lo que ven, lo que comen y lo que escuchan. Que a los 14 años me haya rendido ante los encantos poco 'viriles' de las baladas, no quiere decir que abandonase el rock'n'roll y el metal. Se puede decir que en mi adolescencia mis gustos se volvieron más variopintos y hubo una apertura sonora hacia nuevos géneros. En la tarde podía escuchar el LIVE AFTER DEATH de Maiden o el FLICK OF THE SWITCH de AC/DC y en la noche rendirme a la música romántica. Como reza ese tema de 1973 de los italianos de I Pooh: "Pero debes comprenderme..."
Un gusto saber de ti, después de buen tiempo.
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