miércoles, 12 de septiembre de 2012

los veinte de abimael

En una potencia mundial como los Estados Unidos un juego inquisidor como “¿Qué estabas haciendo cuando...?” —que me imagino entró en boga después que mataron a Kennedy— puede ser muy popular, ya que en veinte años pueden acontecer muchos momentos dramáticos y fundamentales que impactan a sus habitantes. En una nación como el Perú no sucede lo mismo. Hechos verdaderamente trascendentales en las últimas dos décadas los puedo contar con una mano y la captura de Abimael Guzmán fue uno de ellos. Que “¿qué estaba haciendo cuando atraparon al camarada Gonzalo?”, pues estaba desnudo, haciendo el amor con una mujer especial, mi enamorada de ese entonces a quien me imagino ahora, recordando el trance a raíz de la efeméride, sonriendo sin ruborizarse siquiera, delante de su esposo. Fue a golpe de nueve de la noche cuando la radioemisora musical que nos hacía compañía, cortó su programación habitual y propaló esa noticia esa noticia mayúscula en lo que luego se conocería, con toda justicia, como ‘la captura del siglo’.

La vesania de un movimiento como Sendero Luminoso permanece demasiado viva en el inconsciente nacional, por lo que a pesar de las dos décadas transcurridas no se puede realizar un juicio de valor o una visión no parcializada de su líder, aquel que pomposamente se autoproclamó ‘la cuarta espada del comunismo’. La noche del sábado 12 de septiembre de 1992 todos pudimos ver por televisión al hombre que por doce años había amedrentado a un país entero. De barba entrecana y gruesa contextura, víctima de dermatosis crónica y consumidor de cigarrillos Winston —marca imperialista—, las gruesas gafas cubrían buena parte de su rostro mofletudo no podían ocultar la agudeza de su mirada. Sorprendido y totalmente desarmado, el hombre más buscado y odiado del país se sometió pacíficamente a su encierro perpetuo. Tres días más tarde fue presentado en conferencia de prensa, enjaulado y con un traje a rayas que cumplió el objetivo de ridiculizarlo. El llamado Presidente Gonzalo lanzó una de sus últimas peroratas en contra del Sistema, luego entre juicios y confesiones, su lenguaje fue moderándose y se convirtió en el pobre diablo que ahora es.

Guzmán Reinoso luce en la actualidad consumido y arrugado como una pasa, sin la arrogancia que debe poseer un líder verdadero al afrontar la peor de las adversidades. Empero, para la gran mayoría de peruanos todavía representa la encarnación del mal, el más diabólico sujeto parido jamás en este país, quien más daño nos ha causado a lo largo de nuestra historia republicana... por supuesto en esto último discrepo. Genocidas en estos lares han habido por montones, sino que exterminaron a poblaciones indígenas, aborígenes, a peruanos de tercer nivel. Abimael en cambio, mató en el campo y osó hacerlo también en la ciudad, en el mismo Miraflores, el distrito residencial por antonomasia de Lima capital.

Veinte años después de la caída del III Reich en Alemania, en toda Europa se podía hablar y analizar sobre Hitler y la barbarie nazi de una manera desapasionada, objetiva, permitiendo un retrato más ‘humano’ de los genocidas, intentando comprender cuáles fueron sus móviles, cual era la coyuntura que dio génesis a tanto odio, a comprender las taras y complejos de una nación y el comportamiento de las sociedades de ese tiempo. Ese análisis sincero ha permitido que los europeos superen el pasado y afronten unidos las adversidades del futuro —como la crisis económica que hoy los aqueja—. Hacer en el Perú ese tipo de análisis es un absurdo. Nadie en nuestro medio se atrevería a divulgar un estudio serio, una historia detallada de sus acciones, una biografía de sus principales personajes, una interpretación profunda de su ideología o filosofía, una explicación racional de su destructivo accionar, de sus objetivos revolucionarios. Publicar ese tipo de información sería considerada una apología al terrorismo.

Abimael debe ser un sujeto execrable que muy bien merece podrirse en la cárcel —cuando no la pena de muerte—, pero eso no significa que nos neguemos a hablar de él, no analicemos e busquemos entender que fue Sendero Luminoso en su momento de mayor poder —no ahora cuyos remanentes, al igual que las Farc en Colombia, sólo buscan liberar un territorio al servicio del narcotráfico—. Los peruanos queremos echar al olvido este momento particularmente doloroso, sin comprender a ciencia cierta qué pasó en el país en realidad. Hace unos diez años se instaló en el gobierno de Toledo la Comisión de la Verdad que fue duramente criticada a los ojos de la opinión pública porque según sus detractores se reabrían viejas heridas y se buscaba aminorar la culpa de los sediciosos.

Con la poca información que tengo, no puedo hacerme una idea de quien fue Guzmán, aquel profesor arequipeño que inició su proselitismo en la Universidad de Huamanga, tampoco puedo entender el llamado 'Pensamiento Gonzalo', inubicable en internet, lo que no sucede por ejemplo con Mein Kampf, incitador de uno de los mayores genocidios del siglo XX. No sé hasta qué punto Abimael se mimetiza con Pol Pot, el sanguinario líder del Khmer Rouge —de modales refinados, según me comentó Manuel Jesús Orbegozo, quien tuvo la oportunidad de entrevistarlo— quien asesinó a tres millones de camboyanos en tres años (y hasta qué punto una masacre de esas proporciones era ejecutable en un país como el nuestro). Pienso que el terror que su nombre ocasiona se debe a que todavía se le ve como la representación del daño que puede asolar a tu barrio, llegas hasta tu casa e introducirse en tu propio dormitorio en una noche de apagón. Traerlo a la memoria es revivir lo más traumático de la década de 1980 en el Perú.

Pienso que los peruanos necesitamos de una terapia que nos exorcice de algunos fantasmas y eso se va a conseguir cuando asimilemos y no ignoremos el nombre de Abimael.

1 comentarios:

Lau dijo...

Alfieri ese peculiar estilo es genial. Jamás me imagine que alguien pudiera describir tan preciso y recordar con tanta nitidez ese momento: La captura del tristemente celebre "Camarada Gonzalo".