Antes de acabar el kínder, Carmencita Longa dominaba el inglés. En la primaria, sabía el latín y sus derivados como el italiano, francés, portugués, rumano, gallego y catalán. En la secundaria, estudió alemán, neerlandés, flamenco y todas las lenguas escandinavas. En la universidad, aprendió las lenguas eslavas y otras que usan el alfabeto cirílico. Antes de cumplir los veinticinco, aprendió las lenguas del Lejano Oriente, las arábigas, el quechua, el aimara y algunos dialectos amazónicos. Pasados los treinta, la reconocieron con el récord Guinness por hablar 268 idiomas con fluidez, todos aprendidos en plazos relámpago, bastándole escuchar los vocablos sólo una vez para memorizar su pronunciación y significado.
Designada por las Naciones Unidas como Embajadora de Buena Voluntad, adquirió fama y fortuna y rango de ciudadana universal, invitándola a simposios y conferencias, a fungir como mediadora en conflictos internacionales y hasta grabó un disco de canciones de los Beatles en cincuenta y seis idiomas distintos que se lanzó hacia el infinito en una sonda espacial de la Nasa. Una noche, tras acudir a un evento en Bagdad, alojada en una suite del Babylon Rotana, en medio de un sueño profundo llegaron a su encuentro diversas lenguas extintas y se cobijaron en su memoria. Así, sin proponérselo, comenzó a expresarse en el habla de los sumerios, el griego de los tiempos de Platón, el arameo de Jesucristo, el quignam de los chimús. Era como si un idioma jalase a otro en una progresión o cadena que parecía no tener fin.
Con
millones y millones de palabras formando un amasijo omnívoro de ideas y
pensamientos, más temprano que tarde aconteció lo inevitable —y hasta cierto punto comprensible—, ya que un
don puede convertirse en una monstruosidad, abominación y el peor de los
martirios. Carmencita era el Babel hecho carne y verbo y como tal perdió la
facultad de hablar en un solo idioma. Cada una de sus frases enunciadas se
componía por vocablos de lenguas distintas, volviéndose críptica e
ininteligible para todo aquel que la escuchase, incluso para ella misma,
confundida entre los significados y significantes de tantos términos
arremolinados en su mente. La políglota derramaba palabras, pero nada podía
expresar. Intentaron ayudarla, recibió asistencia clínica y psicológica, la
doparon y no había cómo contener la verborrea que por su boca se escurría
incontenible.
Aquejada por un mal con aroma de castigo divino,
Carmencita, la traductora sin fronteras, se vio obligada a aislarse del mundo y en su refugió calló las chácharas mutilándose le lengua con unas
tenazas filosas, escapó de los sonidos perforándose los tímpanos y
arranchándose los ojos no vio más palabras reflejadas en las paredes. Así, en
la mayor oscuridad y silencio más profundo, pudo hallar la paz al escuchar su
voz interior o aquello que pocos reconocen como el idioma de Dios.
2 comentarios:
como que huelo a gabo por aqui
feliz navidad, alfieri!
Huele a onírico bro, me ha gustado mucho, le ha faltado el toque eros para acentar tu firma, yo me la imaginaba una 7 lenguas. La trama es frezca y atrapa. Gracias...
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