jueves, 27 de febrero de 2014

raphael y mi gran noche


Foto: Douglas Juárez
Hablar de Raphael es hablar de la voz prodigiosa, potente, viril, que estremece y anida en el alma. Es también una imagen, un icono de la música en español, de un histrionismo inigualable sobre el escenario, de gestos y ademanes no muy viriles que digamos, ataviado de negro implacable, como ave de presa que revolotea y seduce con cada tonada.  

Raphael es el divo, el artista por antonomasia. Ídolo de mis viejos y de multitudes. En su último concierto en Trujillo mencionó que todos tenemos al menos una de sus canciones como parte de nuestras vidas. Digan lo que digan, yo tengo varias.  

El ‘Niño de Linares’ ya no lo es más. Lleva 71 años a cuestas, 54 de ellos dedicados a la música y un trasplante de hígado porque si no se nos iba más temprano de la cuenta. No es el mozalbete cuyos alaridos son capaces de competir con una trompeta y superarla con creces, sin embargo sigue siendo aquel que interpreta cada canción en carne viva, conservando buena parte de ese potente registro —que dosifica con la edad— que lo colocan entre los grandes baladistas de España: Nino Bravo, Camilo Sesto, Miguel Bosé y... el resto es silencio.

Trujillo ha sido elegido el primer destino en el Perú para su Tour ‘Mi gran Noche’, que inició en Sevilla en abril de 2013. Recordarán los memoriosos que la primera vez que Raphael visitó estos lares fue en octubre de 1981, estrella estelar del extinto Festival de la Canción de Trujillo, retornaría en mayo de 1996 y, en ambas oportunidades llenó el Coliseo Cerrado Gran Chimú de bote a bote, a pesar que ese escenario —bueno para partidos de vóley y la Marinera— nunca tuvo buena acústica para conciertos. No sucede lo mismo con las explanadas de los nuevos centros comerciales y a los equipos de última generación que permiten apreciar las voces e instrumentos con mayor nitidez.   

El concierto principió a las nueve de la noche en punto, programado para durar tres horas en la que pasaría revista a varios de sus éxitos de su dilatada carrera. Trascendió que en la madrugada partiría por tierra a Piura seis horas de carretera, su siguiente parada, así que como los grandes recitales del orbe, los tiempos debían estar cronometrados. ¿El tiempo había pasado por él? Eso era lo que estaba por verse.    

Vestido de negro como siempre, con el rostro rugoso, pero con la movilidad de brazos y piernas intactas, el cantante arrancó con La Noche de Salvatore Adamo, uno de los tantos artistas a los cuales rendiría homenaje a lo largo de la velada. Luego le llegaría el turno a Gracias a la vida de Violeta Parra, canción que confesó era una de sus favoritas y que lo ayudó a encontrarse consigo mismo cuando estuvo postrado de gravedad; a Ella ya me olvidó de Leonardo Favio; Adoro de Armando Manzanero, Nostalgias de Juan Carlos Cobián y Cuando llora mi guitarra de Augusto Polo Campos, regalándonos en esta última un sensacional mano a mano en la que le hablaba y le exigía al madero de la guitarra que diga que aún la quiere y aún espera que vuelva.    

Lejos de contar con una orquesta, el divo se presentó con cinco músicos, trajeados como mirlos al igual que él. Un pianista —me imagino la chamba de trasladar ese piano de cola hasta Piura—, un tecladista —encargado de reemplazar los instrumentos de viento y violines—, un guitarrista, un bajista y un bateristas quienes se encargaron de darle a sus temas un sonido más cercano al rocanrol que a la balada tradicional, incluso improvisaron Day Tripper de los Beatles, provocando por momentos moverse y poguear, bajo riesgo de llevarse de encuentro a varias representantes de la tercera edad, valgan verdades las más entusiastas a lo largo de la noche.     

Valga reconocer que su comienzo fue tibio. El mismo cantante parecía encorsetado con el saco y la corbata, pero tras cantar Digan lo que digan —la canción de Raphael que más le gusta a mi viejo—, se quedó con su clásica camisa negra, con la parte superior desabotonada, más acorde con la temperatura de febrero y el ídolo pareció despojarse unos treinta años de encima y cantar sus canciones como en sus mejores días, varios de ellos compuestos por Manuel Alejandro a quien considera “el más grande compositor de la lengua hispana”. Ambos volvieron a unirse en 2012 para grabar Reencuentro, disco del que cantó: Eso que llaman amor

Con varios artificios para que su timbre no amainara en ningún instante cantó Mi gran noche, Cuando tú no estás, Hablemos del amor, Estuve enamorado, Desde aquel díaDímelo Dímelo, Que sabe nadie, Chabuca limeña —con la que sabía se metería al bolsillo a las tías chauvinistas—, Yo sigo siendo aquel, Amor mío, Los amantes, No puedo arrancarte de mí, Maravilloso corazón, Provocación, Que tal te va sin míEn carne viva, amén de otros títulos de sus últimos discos.. Como era de esperarse, no cantó ni Ave María ni Balada triste de trompeta, pero sorprendió que dejara de lado Yo soy aquel, tema capital de su repertorio.

Faltando quince minutos para la medianoche, el divo culminó su presentación con Como yo te amo y se despidió con la promesa de volver pronto. Espero no se haya decepcionado de ver las zonas popular y preferencial repletas pero platinum, la más cara, sólo a media caña. Embelesado como todos los presentes por la energía y entrega desplegada, nos fuimos con la certeza de que todavía nos queda Raphael para rato.

2 comentarios:

Necia dijo...

me alegra saber que el adulto mayor raphael aún da la talla, fierro

tuve la ocasión de verlo hace años en iquitos (zona vip, papay, envidiame!) en primera fila, regalo de mi hermana zoila. en aquella ocasión cerró la función con "el tamborillero," aporreando un gigantesco tambor que paseaba por el escenario mientras cantaba. asi lo recuerdo

aquella vez un grupo le pidió varias veces -a voz en cuello- que cantara "acuarela" pero sonaba como "rafaela" y cada vez que gritaban aquellos fans, el divo los miraba con el ceño fruncido y la gente se atacaba de risa. al final, no se sabia si realmente dijeron una cosa o la otra. el caso es que no cantó esa canción (si es que eso era lo que gritaban)y deveras que me dio pena porque me gusta mucho

Alfieri Díaz Arias dijo...

Querida Necia:

Rafael Martos Sánchez es de esos artistas cuyos amaneramientos chocaban contra los parámetros machistas y trogloditas del Perú en el que crecí y sin embargo sea por su extraordinaria voz o por su imagen totalmente de negro, desde siempre ejerció una extraña fascinación en mí, inconfesa por obvios motivos cuando era adolescente (admitirlo hubiera sido una declaratoria gay), pero manifiesta en mi adultez cuando tenía los huevos bien puestos para decir: "¡Carajo, me gusta Raphael y Camilo Sesto y qué!"

Viendo en youtube su presentación en Viña del Mar (una semana antes que en Trujillo) vi que cantó BALADA TRISTE DE TROMPETA en una versión media trucha para evitar llegar a los altos (y con una trompeta grabada en playback). Igual faltaron: YO SOY AQUEL, AVE MARÍA y... CIERRO MIS OJOS.

Que tengo la imaginación en carne viva.