Mucho se ha escrito sobre la década
de 1960, la década prodigiosa, la más relevante y excitante de la pasada
centuria. De los años que la conforman, 1968 es particularmente peculiar por lo
violento y caótico, principiando por el recrudecimiento de la Guerra de
Vietnam, las revueltas de Mayo en Francia, el sangriento desplome de
la ‘Primavera de Praga’ bajo los tanques soviéticos, la no menos
sangrienta masacre estudiantil en Tlatelolco, los disturbios de Chicago, los
asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy, etc. En ese escenario
revuelto, el Perú no se quedó atrás con la llamada ‘Revolución
Peruana’ de Velasco, defenestrada por muchos y valorada por muy pocos.
Por primera vez en la historia de la
humanidad, en los años 1960 la juventud de todas partes se convirtió en
protagonista de su tiempo, creyéndose con la capacidad de poder cambiar el
mundo. En 1967, Influenciados por las ideas de Marcuse, los poetas de la
Generación Beat, psiquiatras psicodélicos como Leary y las canciones de los
Beatles —también de Dylan y los Stones—, los jóvenes adoptaron primero una
postura de resistencia pacífica, por lo que John Lennon cantaba All You
Need is Love y parecía que efectivamente el amor iba a ser el
componente de los nuevos aires que se respiraban en Occidente y que se podía
mejorar las cosas trastocando las armas por flores.
Un año después, los pacifistas se
volvieron reaccionarios. Influenciados por la inmolación del Che Guevara y
otros movimientos de guerrilla, los chicos salieron a tomar las calles y se toparon
con una clase dirigente recelosa de ceder un ápice de su posición vertical y
arbitraria, respondiéndoles con represión policial, militar y asesinatos en
masa a través de grupos paramilitares. Ante la lluvia de balas y catanas, los
revoltosos buscaron el apoyo de sus profetas musicales. Algunos entraron en
onda. Mick Jagger les obsequió Street
Fighting Man, Lennon, por su parte, parecía darles la espalda al considerar
que la violencia no era la solución. Justo en Revolution les dice: “Cuando hablas de destrucción sabes que no
puedes contar conmigo”. En el llamado White
Album, publicado a fines de ese año, el beatle iría más lejos en lo que la
mayoría de las personas encontraron incomprensible, en Revolution 9 —tema experimental en el que no participaron los otros
beatles— a través de grabaciones pasadas al revés, ruidos, aullidos y crepitar
de fuego, vaticinó que la violencia sólo podía generar el caos, de allí que un psicópata
como Manson interpretara que era la puesta en escena del noveno capítulo del
Apocalipsis (en realidad le había puesto ‘nueve’ porque había nacido ese día y
era su número de la suerte). Lennon seguiría siendo consecuente con el amor y
realizaría su propia protesta serena encamándose en un hotel de Monreal y cantando:
Give Peace a Chance.
Han transcurrido cinco décadas desde
1968 y salvo que el poder global lo continúa detentando los mismos de siempre,
podemos afirmar que el mundo se ha transformado pero no necesariamente para
mejor. La caída —o fracaso— del comunismo, socialismo y demás hierbas coloradas,
ha traído como consecuencia una juventud menos idealista y aletargada, un mundo
más egoísta y menos comprometido con su entorno, una sociedad hipercomunicada e
informada solamente a cuenta gotas. Si hubiera una ‘Revolución 2018’ —algo que
urge a gritos en el Perú por toda la podredumbre y corrupción de la que somos
testigos— no me imagino todavía con que música marcharíamos. Si con Despacito de Fonsi o Felices los Cuatro de Maluma. Tal vez
con ninguna, porque la música también es sinónimo de abulia o apatía y sin
referentes musicales que puedan incentivar a los jóvenes a rebelarse, es
probable que sus marchas no conduzcan a ninguna parte.
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