
Siempre pensé que Chavín de
Huántar se hallaba en un rincón desolado, de difícil acceso, cubierto de vegetación.
Lo bueno de viajar es corregir tus equivocaciones, como la que tenía de Machu
Picchu, creyendo que se ubicaba más arriba de Cuzco y ahora sé que se encuentra mil metros
más abajo, en ceja de selva. El viaje toma tres horas desde Huaraz. Si vas en tour
programado, puede demorar unas cuatro horas porque va a parar en los principales atractivos a lo largo del trayecto.
Recuay es el punto más meridional
del Callejón de Huaylas y es el primer pueblo importante por donde serpentea el
río Santa, que nace en la laguna de Conococha, recorre Huaraz, Carhuaz, Yungay,
Caraz y de allí Huallanca, Yuracmarca, Tanguche y Santa, antes de desaguar en
el Pacífico, fungiendo de límite entre Áncash y La Libertad. Protagonista del crecimento de la frontera agrícola costera a través de los proyectos Chavimochic
y Chinecas, por viajar en agosto —temporada seca— sus aguas no parecen muy generosas, pero
me advierten que en época de lluvias aumenta hasta veinte veces su caudal.
Salvo Huaraz, todos los pueblos
del Callejón tienen sobrenombre. A Recuay se le llama ‘ladronera’ porque cuentan
que ahí le robaron sus pertenencias al sabio Antonio Raimondi. Carhuaz, ‘borrachera’
por la forma como se la pegan los devotos de la Virgen de las Mercedes. Yungay,
‘hermosura’ por el paisaje y la majestuosidad del Huascarán. Caraz, ‘dulzura’
por la amabilidad de su gente y producir el manjarblanco más sabroso del Perú.
Después de Recuay, se pasa por
Ticapampa y de allí a Catac, cuyos atractivos son el nevado Pastoruri —a
un par de horas— y la laguna Querococha a casi cuatro mil metros de altura.
Reza la leyenda que su origen se debe a la disputa de una enorme campana de oro
—quero significa ‘oro’ en quechua— entre un guerrero huaracino y otro recuaíno.
Ambos rodaron al precipicio con el preciado tesoro y de allí brotó el agua
verde oscura que caracteriza a la laguna. Se dice que a la medianoche la campana
repica fúnebre a la memoria de los dos guerreros. Habría que soportar el gélido
viento que debe correr a esa hora para comprobarlo.
El paisaje de Querococha es el
típico de la puna. El verdor le cede terreno al ichu amarillento que alimenta a
las llamas y vacas acostumbradas al frío. En los cerros que rodean la laguna,
se distingue una falla geológica que, milagrosamente, ha formado el mapa del
Perú. Al menos en los folletos se nota clarito, pero in situ, por mucho que me
esforcé, no conseguí a distinguirle la forma. Seguimos el trayecto y pasamos
por el túnel Cauish, a 4500 metros, uno de los más altos del mundo. Dicen que,
si pides un deseo y contienes la respiración a lo largo, se te cumple. Vamos a
ver si Alianza Lima sale campeón este año.
Chavín de Huántar no sólo es un
complejo preinca. Es un distrito, perteneciente a la provincia de Huari.
Vive del turismo, la artesanía y la agricultura. Su nombre original es San
Pedro de Chavín y su fundación data de 1533. Es la puerta de ingreso a lo que
se conoce como Conchucos. Conserva con orgullo su plaza de toros que, según sus
moradores, es una de las cinco principales del país. Sobre el por qué mantiene
el nombre compuesto, se debe a que, en algún momento de la Colonia, el sitio
pasó a depender de la parroquia de San Gregorio de Guántar y se quedó con el
apellido. Llama la atención que estando en 2025, las casas del pueblo y
alrededores luzcan pintarrajeadas con los nombres de tres candidatos a la
alcaldía del distrito para el 2027. No me explico por qué la premura o la
ambición cuando falta que mucha agua corra por el Huachecsa y el Mosna, ríos
que desde hace tres mil años invitan al sedentarismo en el lugar.
El complejo arqueológico se
encuentra convenientemente amurallado y protegido. Cobran entrada y ofrece
servicios higiénicos y tiendas de suvenires. No tuvimos tiempo de visitar el
moderno museo, a un par de kilómetros de distancia, edificado gracias a la
financiación del gobierno japonés y que conserva ceramios, piezas líticas y el
famoso Obelisco Tello que retornó de Lima a Chavín en 2008. El recorrido guiado
por este centro ceremonial y religioso inicia por una plaza cuadrangular
hundida, de considerables dimensiones, donde, según explicaciones, los
sacerdotes se encontraban con la población y les transmitían los designios de
los dioses, posiblemente si venían tiempos de lluvia o de sequía. El contacto
con las deidades se daba a través del consumo de cactus alucinógenos como el
San Pedro, rico en mescalina, de allí que se representaran con los ojos
desorbitados. La dilatación de las pupilas les permitía, además, observar en la
oscuridad de los pasadizos del templo.
Se desconoce el nombre del dios
principal. Se le llama el Señor de los Báculos por cómo se encuentra
representado en la Estela de Raimondi, conservado en el Museo de Pueblo Libre y que todavía no retorna a Chavín. Debe su nombre al propio don Antonio que lo
encontró haciendo funciones de mesa en la casa de unos campesinos y se salvó de
ser rapiñado por los chilenos porque se cayó por la parte liza y no llamó la
atención de los invasores. La figura representa a un hombre con cuerpo de
cernícalo y rostro y colmillos de felino. Se presume que lo heredaron de los
Sechín y luego su culto lo adoptaron los Paracas, Tiahuanacos, Waris, hasta
convertirse en el Apu Kon-Tiki Wiracocha de los Incas.
La guía asegura que la acústica de la plaza te permite hablar fuerte y tu voz se podrá oír en cualquiera de sus cuatro rincones. Esa era la forma como los sacerdotes se hacían escuchar sin necesidad de megáfono. No pudimos comprobarlo ya que nos restringieron el ingreso al interior por los trabajos de excavación que vienen realizando los estudiantes de arqueología de la Unasam en busca de no se sabe qué. De allí nos movimos a la llamada Portada de
las Falcónidas y me llamó la atención la forma cilíndrica de las dos columnas
monolíticas, con representaciones de aves labradas en bajorrelieve. Para mí
toda una revelación porque no tenía idea de que en el antiguo Perú se elaboraran
pilastras con ese tipo de diseño.
El mayor atractivo es el
interior del templo. Pasajes intricados y estrechos de piedra, convenientemente
iluminados con luz artificial que permite apreciar la monumentalidad de los
mismos, entendiendo por qué sirvieron a la dupla Fujimori-Montesinos de
inspiración para rescatar rehenes y masacrar a los guerrilleros del MRTA. En la
galería principal se encuentra el Lanzón, monolito de granito de 4.5 metros de
largo, enclavado en el templo. Se presume que se trata de otra representación
de la misma divinidad porque comparte rasgos zoomorfos similares. En vez de
lanza, yo particularmente le encuentro forma de colmillo, aunque sería más
apropiado llamarlo ‘huanca’ que es el término quechua para “piedra sagrada”, ya
que, según crónicas, los pobladores siguieron adorándola hasta bien entrado el
siglo XVII. Protegido por un vidrio grueso —prohibido tomarle fotografías porque
el flash malogra los grabados—, ha habido intentos de sacarlo del templo y
exhibirlo en otro lugar, pero los moradores aseguran que el día que eso suceda,
se acabará el mundo.
El recorrido finaliza en la
muralla donde, para mi sorpresa, sólo se conserva una cabeza clava solitaria.
Las demás se han caído o se las han robado. Menos mal que en el museo de sitio
se conservan casi un centenar de diversas cabezas clavas que, según nuestra
guía, esa expresión fiera y demoníaca, representa la transformación de los
seres humanos, previa bebida alucinógena, en un ser zoomorfo de inquietante mirada,
que fungía de celoso vigía del templo.Los Chavín gobernaron durante
ocho siglos, del 1200 a.c. al 400 a.c. Posiblemente se deba su decadencia a que
los sacerdotes del templo dejaron de tener dominio sobre los pobladores,
quienes asumieron otras creencias o se mudaron a otras regiones. Desaparecieron
luego de ejercer decidida influencia en otras civilizaciones de la sierra y de
la costa, sea en la agricultura, artesanía y también en el consumo de
sustancias psicotrópicas.





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