El 9
de octubre de 2006 falleció Coccinelle, tenía 75 años y llevaba tiempo retirada
del mundillo del espectáculo. Era, como testimonian las fotografías, una mujer bellísima. Perfecta según los
cánones de belleza de la década de 1950. De figura delgada y senos apetitosos.
Su mirada juguetona era tan sugestiva como la de Brigitte Bardot, el máximo
mito erótico exportado de las Galias en favor del calentamiento global.
Coccinelle, en sus inicios, se hacía llamar Jacqueline-Charlotte Dufresnoy. Debutó en 1953 en el célebre cabaret parisino Chez Madame Arthur, encandilando a todos los presentes con la canción que Danielle Darrieux interpretó en la película Premier Rendez-Vous (Henri Decoin, 1941). Luego se daría el lujo de compartir escenario en el Olimpia y El Casino de París con Edith Pfiaf. Grabaría, además, varios discos y participaría en filmes como Europa di Notte (Alessandro Blasetti, 1959), I don giovanni della Costa Azzurra (Vittorio Sala, 1962), Los viciosos (Enrique Carreras, 1964 y Días de viejo color (Pedro Olea, 1968). Se casó tres veces —en 1960, 1963 y 1996— y sobre ella se han escrito cuatro libros: Coccinelle es él de Mario Costa, Los Travestis de Jacques-Louis Delpal, Coccinelle por Coccinelle (su autobiografía) y Montmartre Beaux tours et belle de nuit de Jacqueline Strahm.
Si todavía no se lo figuran, Coccinelle no siempre fue mujer. Nació varón en 1931 y en 1958 se sometió a una operación de vaginoplastía en Casablanca (Marruecos). No fue el primer transexual de la historia. Ese honor le corresponde al danés Christine Jorgensen quien se le adelantó cinco años, pero sí fue el primero en hacer que su nueva condición provocara resonancia y escándalo mundial, convirtiéndose en símbolo de la entonces reprimida escena gay. Coccinelle fundó la Asociación Devenir Femme para ayudar a las personas que deseaban cambiar de sexo y participó en la formación de Caritig (Centre d’Aide, de Recherche et d’information sur la Transexualle et l’Identité de Genre).
Coccinelle abrió la brecha para que aparecieran otros transexuales conocidos. La tenista Renée Richards, quien tuvo que defender en los tribunales su derecho a participar en torneos de Grand Slam. La también francesa y cantante Amanda Lear. La española Bibi Andersen, figura ocasional de algunos filmes de Almodóvar. La científica Lynn Conway, quien perfeccionó los microprocesadores y se reveló transexual treinta años después de operada. La neozelandesa Georgina Beber, primer transexual en convertirse en parlamentario. Xing, primer transexual ‘oficial’ de la China roja, antes coronel del Ejército y hoy bailarina de danza moderna en Shangai.
Perú recuerda en la década de 1980 a dos transexuales brasileños: Gal Matarazzo, propietario del trasero más grotesco que se ha visto en un escenario lorcho —incluso en Trujillo, en los buenos años del Michel Show— y Roberta Close, el más hermoso cabr... digo travesti que se ha visto por estos lares. En nuestro medio solamente hemos tenido a Fulvia Célica, platinada con su plata, aparentando aires de vedette argentina.
Para muchos, el transexualismo es una aberración. Para otros una oportunidad de liberar a la mujer encerrada en el cuerpo de un varón. Sin hacer apologías de ningún calibre, celebró que en fragantes bellezas como la Coccinelle, la cirugía sirva para corregir los errores de la naturaleza.
Coccinelle, en sus inicios, se hacía llamar Jacqueline-Charlotte Dufresnoy. Debutó en 1953 en el célebre cabaret parisino Chez Madame Arthur, encandilando a todos los presentes con la canción que Danielle Darrieux interpretó en la película Premier Rendez-Vous (Henri Decoin, 1941). Luego se daría el lujo de compartir escenario en el Olimpia y El Casino de París con Edith Pfiaf. Grabaría, además, varios discos y participaría en filmes como Europa di Notte (Alessandro Blasetti, 1959), I don giovanni della Costa Azzurra (Vittorio Sala, 1962), Los viciosos (Enrique Carreras, 1964 y Días de viejo color (Pedro Olea, 1968). Se casó tres veces —en 1960, 1963 y 1996— y sobre ella se han escrito cuatro libros: Coccinelle es él de Mario Costa, Los Travestis de Jacques-Louis Delpal, Coccinelle por Coccinelle (su autobiografía) y Montmartre Beaux tours et belle de nuit de Jacqueline Strahm.
Si todavía no se lo figuran, Coccinelle no siempre fue mujer. Nació varón en 1931 y en 1958 se sometió a una operación de vaginoplastía en Casablanca (Marruecos). No fue el primer transexual de la historia. Ese honor le corresponde al danés Christine Jorgensen quien se le adelantó cinco años, pero sí fue el primero en hacer que su nueva condición provocara resonancia y escándalo mundial, convirtiéndose en símbolo de la entonces reprimida escena gay. Coccinelle fundó la Asociación Devenir Femme para ayudar a las personas que deseaban cambiar de sexo y participó en la formación de Caritig (Centre d’Aide, de Recherche et d’information sur la Transexualle et l’Identité de Genre).
Coccinelle abrió la brecha para que aparecieran otros transexuales conocidos. La tenista Renée Richards, quien tuvo que defender en los tribunales su derecho a participar en torneos de Grand Slam. La también francesa y cantante Amanda Lear. La española Bibi Andersen, figura ocasional de algunos filmes de Almodóvar. La científica Lynn Conway, quien perfeccionó los microprocesadores y se reveló transexual treinta años después de operada. La neozelandesa Georgina Beber, primer transexual en convertirse en parlamentario. Xing, primer transexual ‘oficial’ de la China roja, antes coronel del Ejército y hoy bailarina de danza moderna en Shangai.
Perú recuerda en la década de 1980 a dos transexuales brasileños: Gal Matarazzo, propietario del trasero más grotesco que se ha visto en un escenario lorcho —incluso en Trujillo, en los buenos años del Michel Show— y Roberta Close, el más hermoso cabr... digo travesti que se ha visto por estos lares. En nuestro medio solamente hemos tenido a Fulvia Célica, platinada con su plata, aparentando aires de vedette argentina.
Para muchos, el transexualismo es una aberración. Para otros una oportunidad de liberar a la mujer encerrada en el cuerpo de un varón. Sin hacer apologías de ningún calibre, celebró que en fragantes bellezas como la Coccinelle, la cirugía sirva para corregir los errores de la naturaleza.
2 comentarios:
Bella cocinelli mucho mas q muchas q dicen serlo
Gal Matarazzo llegó al Perú en 1984, escandalizando a la entonces pacata sociedad limeña. Recuerdo que tenía un trasero demasiado grande, incluso para una mujer.
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