

La apertura también llegó al cine. En horario de
trasnoche —para mayores de 18 años con advertencia— se estrenaron películas
como La historia de O o las Emmanuelle de todos los colores y
sabores. La japonesa El Imperio de los
Sentidos de Nagisa Oshima se mantuvo en cartelera por semanas en los cines
de barrio, a pesar de las altas horas. Calígula, producida por la Penthouse, dirigida por Tinto Brass y
protagonizada por Malcom McDowell, fue más allá y se mantuvo semanas en horarios
de matinée, vermouth y noche.
Con la democracia, la violencia de Sendero Luminoso y la televisión a color,
arribó también sin ningún pudor el cine hardcore, es decir el que muestra sexo duro,
sin tapujos ni resquemores. Se estrenaron los títulos más famosos de la década de 1970: Garganta Profunda
con Linda Lovelace, Detrás de
la puerta verde con Marilyn Chambers, El Diablo y la Señorita Jones con Loretta
Spelvin. En Trujillo, el cine Chimú pasó de exhibir rancheras mexicanas y
lacrimógenas hindúes a porno del más crudo. El filme que más semanas estuvo en
cartelera con un aviso generoso en las páginas de La Industria fue Seka la erótica.

Con la sala en penumbra y una mezcla de olor a orines y humo de cigarrillo, se proyectó el primer rollo, rayado por tantas pasadas y creó que escuché aplausos entre los que colmamos una hilera completa de butacas de forro rasgado en la platea. Todos estábamos nerviosos y excitados por esta experiencia que nos acercaba a la adultez. Comenzó la función y sin muchos prolegómenos la blonda se tragaba uno-dos-tres y de repente se corta la acción. El encargado de la proyección se demora más de lo previsto y eso le cuesta una silbatina y un “¡Apura, sorreconchetumadre!” que roba las carcajadas del respetable. El ecran vuelve a iluminarse y Seka vuelve a las andadas. Manipula, saliva y se introduce chulapis de todos los calibres. Tanto me impresiona su performance que aún hoy la conservo en mi memoria y sigue siendo protagonista de varios desahogos nocturnos entre mis sábanas blancas.
Seka se convirtió en un referente obligado al desfilar por mi betamax. También Ginger Lynn, la porno-star top de la década de 1980, Desiree Cousteau, Taija Rae, Juliet Anderson, Kay —Taboo— Parker, Annette Haven, entre otras, acompañados del aventajado de John Holmes, el gordito peludote Ron Jeremy, John Leslie, etc. Aparte de cuantas vaginas anónimas que protagonizaron las series Limited Edition o Swedish Erotica que traducidas con acento cubano ya eran de por sí un cague de risa.
Cine porno en 35 mm no volvería a ver hasta años después por mi amistad con los hermanos Smith, propietarios del cine Ayacucho, el último refugio de la pornografía en celuloide de Trujillo. El porno, como género cinematográfico, ya pasó a la historia. Las nuevas producciones ya no se hacen en filme si no en video y los argumentos no tienen mayor ingenio que la exhibición prolongada de las copulaciones. A mi gusto, un buen polvo de película debe demorarse entre lamidas, penetraciones y eyaculación, no más de cinco minutos. En el Perú, no sé si en otros lares, los títulos añejos rotan todavía por las salas vetustas, negándose a apagar el proyector. Las cintas, cada vez más rayadas por tanto manoseo, giran a través de las bobinas y siguen deleitando a un número cada vez menor de espectadores solitarios, fieles al deleite de los ojos y de la carne aún en Semana Santa y otras fiestas de guardar.
0 comentarios:
Publicar un comentario