lunes, 15 de diciembre de 2008

esperé 20 años para bailar "súbete a mi moto"

Carta a mis compañeros de colegio después del reencuentro.

Queridos Amigos:

Escribo estas líneas a los pocos días del fin de semana que pasamos juntos. Por mi cabeza rondan todavía imágenes de los momentos compartidos. He leído los correos que han intercambiado en los últimos días y me complace saber que no soy el único que lleva por dentro esta satisfacción. Quique Caro mencionó en la clase del recuerdo que la felicidad no es un estado permanente, sino solamente instantes que vamos recolectando a lo largo de la vida. Tiene razón, pero existen también felicidades que se prolongan por horas como la fiesta del domingo con lo que la reunión por los veinte años llegó a su clímax.  

Previo al sábado tenía la confianza de que todo iba a salir bien. En 1998, con motivo de los diez años de egresados, un buen grupo nos reunimos en la casa de Pepo Rodríguez, nos movimos a Huanchaco y la pasamos de puta madre. En 2003 por los quince, la reunión fue en el Country, el chino Sam puso el barril de cerveza, César Vilca parecía no haber envejecido nada —mismo Dorian Gray— y todos nos cagamos de risa. En 2007, en el almuerzo en la Asociación de Caballos de Paso por los cincuenta años del Sanjo, como llaman las nuevas generaciones a nuestro plantel —en nuestra época le decíamos San José con todas sus letras, casi con respeto ceremonial— fuimos la promoción que más gente llevó y que metió más chongo... ¿Cómo carajo podíamos fallar para nuestros 20 años?  

El Mono Amorós —a quien sugiero tener un blog— ha hecho una buena crónica de los momentos vividos por lo que modestamente acotaré algunas reflexiones. Uno se olvida de le edad que tiene en este tipo de reuniones y se deja llevar por ese candor adolescente que siempre llevaremos dentro por más canas que peinemos. Nosotros al menos por un fin de semana fuimos felices comportándonos como jóvenes de dieciséis. Todos volvimos a ser colegiales y yo particularmente creí que en cualquier rato aparecería la Rata Lynch o el fantasma de Bernuy —q.e.p.d.— y me clavaría un demérito o me botaría del aula.

Lo mejor del sábado —a mi criterio— no fue el almuerzo en El Tambo de Muchik ni la continuada en el Evaristo, sino los minutos que pasamos juntos dentro del micro verde de California, símbolo de nuestra adolescencia y también de nuestra incipiente emancipación porque te permitía trasladarte a cualquier parte de Trujillo sin necesidad de tus padres. Allí nos comportamos como unos muchachos de mierda, jodiendo y metiendo bulla. Sorry por aquella parejita que agarramos de lorna y apuramos por la consumación de un remember que no se llegó a dar —¿o quizá sí?— que dado el caso (dejando cónyuges de lado) podía ser justo y necesario. Son pecadillos que seguro serán celosamente guardados por los demás miembros de la promoción.

La cereza del sábado fue cuando en el Evaristo se mostraron ciertas fotos tomadas de un celular de tres muchachas ricotonas —tan tías como las Flans o las Pandora— mostrando sus atributos en sugestivos baby-doll. No mencionaré detalles de la forma como me conmocionó observar un negrísimo calzón y aceleró mi prudente retirada porque lamentablemente estoy desposado con una mujer que no acepta que tenga ratos de felicidad fuera de su círculo de influencia (y esposas como la mía son varias porque los varones hemos cedido nuestro principio de autoridad).  

Domingo de resaca, mujer con cara larga. De ver con las bolas en la garganta el triunfo de Alianza con que se salvo de la baja. Tocaba misa e hice tiempo para llegar tarde pues no comparto esos menjunjes y no me creo que las vírgenes puedan parir dioses, pero bueno, cumplí con mi deber Marianista y me soplé el sermón del padre Voltron que no es ni será santo de mi devoción (y creo tampoco de Clímaco Basombrío). Mejor vibra me han trasmitido otros religiosos de la congregación como el padre Rafael Luyo, el hermano Juan Tong y por supuesto nuestro padrino, el hermano Douglas, un religioso de una humanidad total, de sonrisa franca y cuyos deseos sinceros de trabajar por y para el prójimo entusiasman (si todos los católicos fueran como él, Cristo se quedaría arriba arrimándose a un par de beatitas).

Después de la liturgia, volvimos a pisar la biblioteca después de no sé cuantos años. Con mucha pena Mónica me dio detalles de la muerte de Eduardo Botteri. Hubo una época en la que con el Chera, Flavio, Pepo Vereau anduvimos con él. Pero bueno, la muerte es parte de la vida, y como dice el filósofo Ágreda Callegari: “unos nacen, otros mueren”, así que los que todavía quedamos a seguir gozando hasta que el cuerpo aguante.

El fin de fiesta fue en la casa de Milly Rodríguez y como bien reseña el Mono, al ambiente no le tomó ni diez minutos en armarse. No exagero cuando digo que fue la mejor fiesta a la que he asistido en mucho tiempo y pienso que somos muchos quienes compartimos la misma impresión. La casa de la Bemba en sí es especial. Muchos ahí jugamos nuestra primera ‘botella borracha’, asistimos a nuestro primer quinceañero, en el verano del ’88 el Chavo, Pepe Alva, Rafo Risco, el chino Raúl y Rafo Raygada ofrecieron un concierto memorable, Chito y yo le prendimos fuego a un platillo volador que lanzamos desde la ventana y la coronamos cantando El extraño del pelo largo (versión Los Violadores). Esta canción la volvimos a reinterpretar (esta vez versión Enanitos Verdes) por Toño, Mónica, Cañón y quien les escribe.

Realmente qué manera de bailar, de chupar y de cagarnos de risa. La música de los ochenta suena mejor porque es nuestra como la Inca Kola. Cada canción es un recuerdo que revive cuando escuchamos. Años atrás qué me iba a imaginar bailando Súbete a mi moto —ensayando los pasos rosquetes de Menudo— o cantando Yo no te pido la luna de Daniela Romo. Esa noche Benito dio lecciones magistrales de salsa sensual, el Chavo de cómo afanar y Patata se salvó del apane porque en su condición de fiscal enfrentó al serenazgo quienes llegaron por la bulla de los vecinos —sospecho que de la gorda Milka— con la intención de aguarnos el reencuentro (no le digan que fueron las diez lucas de Toño las que arreglaron el problema).

Si quieren detalles más íntimos de la reu —otra palabreja de los chicos de hoy— averígüenlos en otra parte. Yo no soy Magaly Medina ni quiero ser partícipe de rupturas conyugales. A eso de las seis de la mañana del lunes ocho de diciembre, el Chavo y yo nos quedamos conversando en la puerta de mi casa sobre esas ganas que tuvimos TODOS absolutamente para vacilarnos, una juerga esperada por años y que explotó como orgasmo contenido.

Ahora sí, de Nuevo a enfrentar la rutina de la chamba, esposa e hijo. No es una queja hacia la vida que llevo, todos los que pasamos lo mismo saben a qué me refiero. Sin embargo por ahí siempre queda un escape, una mínima excusa, para darle rienda suelta al sanjosefino que siempre llevaremos por dentro.

¡Los quiero como mierda!

       Alfieri Díaz

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