Queridos Amigos:
Escribo
estas líneas a los pocos días del fin de semana que pasamos juntos. Por mi
cabeza rondan todavía imágenes de los momentos compartidos. He leído los
correos que han intercambiado en los últimos días y me complace saber que no
soy el único que lleva por dentro esta satisfacción. Quique Caro mencionó en la clase del recuerdo que la felicidad no
es un estado permanente, sino solamente instantes que vamos recolectando a lo
largo de la vida. Tiene razón, pero existen también felicidades que se
prolongan por horas como la fiesta del domingo con lo que la reunión por los
veinte años llegó a su clímax.
Previo
al sábado tenía la confianza de que todo iba a salir bien. En 1998, con motivo
de los diez años de egresados, un buen grupo nos reunimos en la casa de Pepo
Rodríguez, nos movimos a Huanchaco y la pasamos de puta madre. En 2003 por los
quince, la reunión fue en el Country, el chino
Sam puso el barril de cerveza, César
Vilca parecía no haber envejecido nada —mismo Dorian Gray— y todos nos
cagamos de risa. En 2007, en el almuerzo en la Asociación de Caballos de Paso
por los cincuenta años del Sanjo, como llaman las nuevas generaciones a nuestro
plantel —en nuestra época le decíamos San José con todas sus letras, casi con
respeto ceremonial— fuimos la promoción que más gente llevó y que metió más
chongo... ¿Cómo carajo podíamos fallar para nuestros 20 años?
El Mono Amorós —a quien sugiero tener
un blog— ha hecho una buena crónica de los momentos vividos por lo que
modestamente acotaré algunas reflexiones. Uno se olvida de le edad que tiene en
este tipo de reuniones y se deja llevar por ese candor adolescente que siempre
llevaremos dentro por más canas que peinemos. Nosotros al menos por un fin de
semana fuimos felices comportándonos como jóvenes de dieciséis. Todos
volvimos a ser colegiales y yo particularmente creí que en cualquier rato
aparecería la Rata Lynch o el fantasma de Bernuy —q.e.p.d.— y me clavaría un demérito o me botaría
del aula.
Lo
mejor del sábado —a mi criterio— no fue el almuerzo en El Tambo de Muchik ni la
continuada en el Evaristo, sino los minutos que pasamos juntos dentro del micro
verde de California, símbolo de nuestra adolescencia y también de nuestra
incipiente emancipación porque te permitía trasladarte a cualquier parte de
Trujillo sin necesidad de tus padres. Allí nos comportamos como unos muchachos
de mierda, jodiendo y metiendo bulla. Sorry por aquella parejita que agarramos de
lorna y apuramos por la consumación de un remember que no se llegó a dar —¿o
quizá sí?— que dado el caso (dejando cónyuges de lado) podía ser justo y
necesario. Son pecadillos que seguro serán celosamente guardados por los demás
miembros de la promoción.
La
cereza del sábado fue cuando en el Evaristo se mostraron ciertas fotos tomadas
de un celular de tres muchachas ricotonas —tan tías como las Flans o las
Pandora— mostrando sus atributos en sugestivos baby-doll. No mencionaré
detalles de la forma como me conmocionó observar un negrísimo calzón y aceleró
mi prudente retirada porque lamentablemente estoy desposado con una mujer que
no acepta que tenga ratos de felicidad fuera de su círculo de influencia (y
esposas como la mía son varias porque los varones hemos cedido nuestro
principio de autoridad).
Domingo
de resaca, mujer con cara larga. De ver con las bolas en la garganta el triunfo
de Alianza con que se salvo de la baja. Tocaba misa e hice tiempo para llegar
tarde pues no comparto esos menjunjes y no me creo que las vírgenes puedan
parir dioses, pero bueno, cumplí con mi deber Marianista y me soplé el sermón
del padre Voltron que no es ni será santo de mi devoción (y creo tampoco de
Clímaco Basombrío). Mejor vibra me han trasmitido otros religiosos de la
congregación como el padre Rafael Luyo, el hermano Juan Tong y por supuesto
nuestro padrino, el hermano Douglas, un religioso de una humanidad total, de
sonrisa franca y cuyos deseos sinceros de trabajar por y para el prójimo
entusiasman (si todos los católicos fueran como él, Cristo se quedaría arriba
arrimándose a un par de beatitas).
Después
de la liturgia, volvimos a pisar la biblioteca después de no sé cuantos años.
Con mucha pena Mónica me dio detalles de la muerte de Eduardo Botteri. Hubo una época en la que con el Chera, Flavio,
Pepo Vereau anduvimos con él. Pero bueno, la muerte es parte de la vida, y como
dice el filósofo Ágreda Callegari: “unos
nacen, otros mueren”, así que los que todavía quedamos a seguir gozando hasta
que el cuerpo aguante.
El fin
de fiesta fue en la casa de Milly
Rodríguez y como bien reseña el Mono, al ambiente no le tomó ni diez
minutos en armarse. No exagero cuando digo que fue la mejor fiesta a la que he
asistido en mucho tiempo y pienso que somos muchos quienes compartimos la misma
impresión. La casa de la Bemba en sí es especial. Muchos ahí jugamos nuestra
primera ‘botella borracha’, asistimos a nuestro primer quinceañero, en el
verano del ’88 el Chavo, Pepe Alva, Rafo Risco, el chino Raúl y Rafo Raygada
ofrecieron un concierto memorable, Chito y yo le prendimos fuego a un platillo
volador que lanzamos desde la ventana y la coronamos cantando El extraño del pelo largo (versión Los
Violadores). Esta canción la volvimos a reinterpretar (esta vez versión
Enanitos Verdes) por Toño, Mónica, Cañón y quien les escribe.
Realmente
qué manera de bailar, de chupar y de cagarnos de risa. La música de los ochenta
suena mejor porque es nuestra como la Inca Kola. Cada canción es un recuerdo
que revive cuando escuchamos. Años atrás qué me iba a imaginar bailando Súbete a mi moto —ensayando los pasos
rosquetes de Menudo— o cantando Yo no te
pido la luna de Daniela Romo. Esa noche Benito dio lecciones magistrales de
salsa sensual, el Chavo de cómo afanar y Patata se salvó del apane porque en su
condición de fiscal enfrentó al serenazgo quienes llegaron por la bulla de los
vecinos —sospecho que de la gorda Milka— con la intención de aguarnos el
reencuentro (no le digan que fueron las diez lucas de Toño las que arreglaron
el problema).
Si quieren
detalles más íntimos de la reu —otra palabreja de los chicos de hoy— averígüenlos
en otra parte. Yo no soy Magaly Medina ni quiero ser partícipe de rupturas
conyugales. A eso
de las seis de la mañana del lunes ocho de diciembre, el Chavo y yo nos quedamos
conversando en la puerta de mi casa sobre esas ganas que tuvimos TODOS
absolutamente para vacilarnos, una juerga esperada por años y que explotó como
orgasmo contenido.
Ahora sí,
de Nuevo a enfrentar la rutina de la chamba, esposa e hijo. No es una queja
hacia la vida que llevo, todos los que pasamos lo mismo saben a qué me refiero.
Sin embargo por ahí siempre queda un escape, una mínima excusa, para darle
rienda suelta al sanjosefino que siempre llevaremos por dentro.
¡Los
quiero como mierda!
Alfieri
Díaz
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