martes, 16 de diciembre de 2008

aborto consensuado

Orietta Brusa es una mujer lúcida, ilustrada y controversial, una excelente compañera de viaje. Por designios de nuestro centro de labores, fuimos compañeros de viaje Trujillo-Cajamarca-Trujillo durante dos semestres en 2008, deleitándome con muchas pláticas y debates peliagudos. He aquí una discusión un poquitín álgida sobre el aborto. Comenzó en la terminal, se puso color de hormiga en el cruce de Ciudad de Dios y no disminuyó un ápice a la altura de El Gavilán. Esta fue mi opinión —publicada en diatreinta— y sigue su replica. El debate continúa abierto y es público para quien le sobre el tiempo y meta su cuchara.


Soy papá... y no quiero abortar

El aborto es un tema espinoso en el cual, particularmente, no tengo una posición definitiva por tantos pros y contras —películas como Alfie o 4 semanas, 3 meses, 2 días te demuelen la conciencia—. Sin embargo, siempre estaré a favor del libre albedrío de los individuos, es decir con la posibilidad de que cualquier persona de edad adulta haga con su vida y con su anatomía lo que les plazca, sin injerencia del Estado y mucho menos de la religion, prmotora de muchos sentimientos culposos que han acompañado a la humanidad los últimos dos mil años.

A lo largo de la historia, las mujeres han recurrido a diversos métodos para interrumpir una preñez no deseada, desde el consumo de hierbas a la inoculación de una manguera como lo hacía la ‘bondadosa’ Vera Drake. La práctica siempre ha estado prohibida, sin embargo el número de abortos continua creciendo —en China se practican millones al año— y la ilegalidad lo único que consigue es que aumenten los riesgos de todas las féminas sometidas a un legrado.

Hace treinta años las feministas de varias naciones occidentales consiguieron que se legalizara el aborto sin ningún condicionante. Es decir, no importa si el embrión engendrado es fruto de una violación, un choque y fuga, del descuido por no tomar la píldora o porque se reventó el condón; sea cual fuera el motivo, cualquier mujer puede decidir anular la preñez sin que la ley la juzgue o sea censurada por la sociedad. En pocas palabras, estás frito embrioncito.

Las lideresas de este movimiento adujeron que la penalización del aborto era una postura machista que atentaba contra sus derechos de igualdad. La activista Florynce Kennedy lanzó la premisa: “Si los hombres salieran preñados, el aborto sería un sacramento” y de inmediato fue acogida por muchas europeas, utilizándola en pancartas que mostraban a un varón en estado de gravidez. No les importó enfrentarse contra la misma Iglesia, contra la Biblia que las había estigmatizado con aquello de: “multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16). Tuvieron que tomar como referencia a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino —pilares fundamentales de la filosofía eclesiástica— quienes sostenían que los bebés no natos carecían de alma, para refutar aquello que la vida comienza al momento de la concepción.

Aquí en el Perú se producen 352 mil abortos inducidos al año. Es decir, 40 abortos cada hora y 1000 cada día. Las mujeres que lo hacen son de toda condición económica y social. La ley peruana establece que sólo en caso de violación el aborto puede ser legal, pero cada día son más las mujeres que luchan por emanciparse de una maternidad no deseada y exigen igualdad de condiciones con sus pares europeas. De lograr su objetivo, la opinión del varón del engendrador no valdrá de nada pues solamente prevalecerá la decisión de la mujer.

Si bien es cierto que son las mujeres quienes cargan nueve meses el bulto y sufren diversos transtornos psicosomáticos, me parece que de dares la legalidad del aborto, los hombres deben tener derecho de decidir sobre el nacimiento de la criatura en cuestión —derecho denegado en diversos países del primer mundo—.  Por más que sea una la mujer quien lo lleva en el vientre, un hijo es fruto de dos personas. Si se ha de realizar un aborto que sea consentido por las dos partes y no sólo por la que supuestamente lleva las de perder.   

Si se diera en el Perú esa figura totalmente antipaternal, creo que sería equitativo también legalizar la posibilidad de que un padre que se oponga al natalicio de un niño y la madre desee tenerlo, éste quede exonerado por ley de cualquier compromiso de manutención... Sería una forma de equilibrar la balanza de derechos y deberes que los varones, alegremente, hemos ido perdiendo en la guerra de los sexos. 


Y te digo poco porque soy una dama
(réplica de Orietta Brusa a mi columna de diatreinta)

Y, por supuesto, el libre albedrío de la mujer tiene que ser ‘compartido’ con el hombre. Cuando la mujer decide lo hace sin ningún condicionante, o sea, por mero placer perverso ya que la maternidad es un don, una bendición, y sobre todo, un deber hacia la sociedad y su propio macho. La misma sociedad que nunca supuso, antes que aparecieran esas feministas brujas y taradas, que la maternidad tiene muchos límites y problemas para la mujer, psicofísicos, sociales, económicos, etc. En el imaginario colectivo (telenovelas docent) no hay nada de tan noble, heroico y romántico como una madre que muere dando a luz. Anestesia (rechazada por la iglesia en los partos) y cesárea, nos proporcionaron un poco menos de heroínas.
 

¡Qué raras esas feministas! Rechazaron de aceptar un diktat más viejo que Noé (y no es un decir) y echaron en la cara de los mach... perdón, hombres los mismos delirios que otros hombres (además santos) se inventaron alrededor de algo que no sabían ni de lejos como funcionaba, ya que San Agustín, antes de su conversión, tenía una opción sexual que no le permitía de embarazar a nadie y Santo Tomás siempre fue casto. Además, que yo sepa, ninguno de los dos estudió ginecología: todos sus intereses gravitaban alrededor del alma y, para ellos, las mujeres de alma no tenían mucho.
 

La mujer que aborta no quiere liberarse de la responsabilidad de la maternidad: quiere liberarse de un problema que, sí ha engendrado con el hombre, pero que ella sola, muchas veces, va a resolver por toda su vida o con su muerte. ¿Por qué esos brutos primitivos tuvieron que descubrir que algo tenían que ver con la reproducción? De allí nació la propiedad y se volvieron en los únicos animales que basaron su sociedad sobre la propiedad y no sobre la calidad. Los otros animales se reproducen con fines sociales, el hombre por transmitir sus propios genes (como si valiera la pena) y su propiedad. Por eso estamos como estamos.

En ningún país donde el aborto está despenalizado se pide la opinión del engendrador. Allí ya saben que unas nanosgotitas de esperma no dan derecho de meter la boca en una decisión que concierne la mujer, porque todo el proceso siguiente al ‘acto de amor’ es algo que se cumple sólo con su cuerpo, ya no objeto (¿de amor?) sino sujeto de la procreación.

Por siglos han afirmado (desde Aristóteles hasta los santos teólogos) que la mujer era sólo un contenedor ya que es el sagrado semen que sale de la parte más noble del macho, el que engendra. Ahora que son más evolucionados, nos conceden el 50%. ¡Cómo me gustaría ver un hombre con trastornos psicosomáticos! Estoy de acuerdo con la idea que el hombre rechace la paternidad que no quiere, pero que lo escriba claro y con acto notarial, antes de hacer el amor. Por siglos las mujeres, luego de promesas y poemas de amor ‘antes de’, en el momento del redde rationem escucharon la famosa frase: “¿Estás segura que es mío?” Ahora que descubrieron el ADN, los hombres, pobrecitos, se sienten defraudados de su libre albedrío que, por supuesto, no tienen que compartir con nadie.

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