Dean Reed nunca fue popular en Occidente. Su nombre no figura en la historia oficial del rocanrol y canciones como I ain't got you o Our Summer Romance han sido ignoradas por completo. Si supe de él fue porque mi padre coleccionaba El Pingüino —revista chilena de humor gráfico y chicas en prendas ligeras— en cuya edición del 19 de abril de 1961 hablaba de sus presentaciones en Radio Minería y el Teatro Caupolicán de Santiago. Pasaron muchos años y no volví a obtener más información sobre él lo que le llevó a suponer que ese muchacho de mandíbula cuadrada, sonrisa cautivante y ojos azules impresionantes, no había logrado gran cosa en la música, no había alcanzado ni siquiera la estatura de Pat Boone, Fabian, Ricky Nelson u otros figurines ‘inventados’ por la industria para pasar por rocanroleros. Gracias a un documental transmitido por People & Arts, presentado por Gustavo Cerati, me enteré que en otros países, la influencia de Dean Reed en otros países había sido más grande de lo que yo imaginaba.
Dean Reed no fue un gran cantante. A juicio del único filme que le he visto —Mi primera novia con Palito Ortega— tampoco un buen actor. Reed era norteamericano y, paradójicamente, socialista. Eso lo convirtió en estrella en la Unión Soviética y demás naciones de la Cortina de Hierro, donde cosechó más éxitos que Elvis y los propios Beatles. Nació en 1938 en un pueblito cercano a Denver. El 1960 graba su primer disco: Our Summer Romance que pasa desapercibido en su país pero no en Chile donde es número uno. Con su propio bolsillo costea los pasajes a Santiago y constata en carne propia lo que es la fama y la histeria de las chiquillas. Se establece en Argentina donde graba una serie televisiva, pero a causa de sus ideas izquierdistas afronta problemas con los sectores de ultraderecha y viaja a España donde, a pesar de sentirse incómodo con el franquismo, protagoniza un puñado de películas de discutible calidad.
En 1965 se realiza el Festival Mundial de la Paz de Helsinki y a Reed le llega su gran oportinidad. Ante la deserción de Bertrand Russell, enviando a un representante que es abucheado por la muchedumbre, el cantante socialista aprovecha el desconcierto y guitarra en mano canta We Shall Overcome de Joan Baez, cautivando al público contestatario, quienes tomados de la mano corean la tonada una y otra vez y aplauden a rabiar cuando critica abiertamente la política de los Estados Unidos, la invasión a Vietnam, aplaude los logros del comunismo en Cuba y la Unión Soviética. Nikolai Pastoukhov, presidente de la Komsomol (Organización Juvenil Soviética) queda gratamente impresionado por este americano y considera que puede triunfar en su país. Los jóvenes de la Europa del Este habían descubierto el rock hacia poco y de manera clandestina. Los temas de Chuck Berry o Roy Orbinson eran grabados y rerpoducidos en placas de radiografía que hacían las veces de discos de vinilo. Dean Reed era rojo, pero también americano y rocanrolero, la combinación perfecta para convertirse en el ídolo de masas que la chiquillada de la esfera comunista necesitaba.
Dean Reed no fue un gran cantante. A juicio del único filme que le he visto —Mi primera novia con Palito Ortega— tampoco un buen actor. Reed era norteamericano y, paradójicamente, socialista. Eso lo convirtió en estrella en la Unión Soviética y demás naciones de la Cortina de Hierro, donde cosechó más éxitos que Elvis y los propios Beatles. Nació en 1938 en un pueblito cercano a Denver. El 1960 graba su primer disco: Our Summer Romance que pasa desapercibido en su país pero no en Chile donde es número uno. Con su propio bolsillo costea los pasajes a Santiago y constata en carne propia lo que es la fama y la histeria de las chiquillas. Se establece en Argentina donde graba una serie televisiva, pero a causa de sus ideas izquierdistas afronta problemas con los sectores de ultraderecha y viaja a España donde, a pesar de sentirse incómodo con el franquismo, protagoniza un puñado de películas de discutible calidad.
En 1965 se realiza el Festival Mundial de la Paz de Helsinki y a Reed le llega su gran oportinidad. Ante la deserción de Bertrand Russell, enviando a un representante que es abucheado por la muchedumbre, el cantante socialista aprovecha el desconcierto y guitarra en mano canta We Shall Overcome de Joan Baez, cautivando al público contestatario, quienes tomados de la mano corean la tonada una y otra vez y aplauden a rabiar cuando critica abiertamente la política de los Estados Unidos, la invasión a Vietnam, aplaude los logros del comunismo en Cuba y la Unión Soviética. Nikolai Pastoukhov, presidente de la Komsomol (Organización Juvenil Soviética) queda gratamente impresionado por este americano y considera que puede triunfar en su país. Los jóvenes de la Europa del Este habían descubierto el rock hacia poco y de manera clandestina. Los temas de Chuck Berry o Roy Orbinson eran grabados y rerpoducidos en placas de radiografía que hacían las veces de discos de vinilo. Dean Reed era rojo, pero también americano y rocanrolero, la combinación perfecta para convertirse en el ídolo de masas que la chiquillada de la esfera comunista necesitaba.
El triunfo de Reed en Rusia es inmediato. Rápidamente se convierte en leyenda entre una muchachada propensa a recibir con los brazos abiertos a cualquier cosa que venga de Occidente, talentosa o no. El artista realiza giras por 32 países y llena estadios con más de 60 mil admiradores que corean sus canciones en inglés a viva voz. Sus discos se venden en cantidades industriales, insospechadas en los países del bloque soviético. Las mujeres que lo adoran se cuentan por millares. Dean Reed se convierte en el «Elvis Rojo» y hace de sus presentaciones manifestaciones políticas por lo que se convierte en instrumento de suma utilidad para el aparato propagandístico del comunismo soviético.
A fines de la década de 1970, el éxito muical de Reed se opaca y su carrera se concentra en el cine y la política. En Berlín Oriental, donde se establece definitivamente, actúa en una serie de televisión y en varias películas. Canta, vaquero, canta, es su primer filme como director, escritor y protagonista, donde crítica la figura legendaria del general Custer y llega al paroxismo de prenderle fuego a una bandera norteamericana. El cantor, también escrita, dirigida y protagonizada por él, es su personal tributo a uno de sus referentes más admirados, a Víctor Jara, cantautor chileno asesinado por el régimen de Pinochet en el Estadio Nacional.
La vida de Reed fue una aventura, siempre proclive a meterse en situacines peligrosas, fuera en los frentes de combate de Palestina o Turquía o encarcelándolo en Argentina por ingresar de clandestino a través de la frontera con Uruguay. Sus más allegados le advirtieron que algún día sus ideas marxistas iban a provocar que le volaran la cabeza en su país. En 1978 fue arrestado en Estados Unidos por tomar parte de una manifestación contra la instalación de una planta nuclear. El hecho fue noticia de primera plana en Alemania del Este y la Unión Soviética. Joan Baez, Pete Seeger y Dimitri Shostakovitch escribieron una carta a Jimmy Carter en su defensa. El juez le ofreció la elección de pagar una multa de 500 dólares o permanecer tres días en la cárcel. Reed realizó un discurso pacifista y volvió a ser encerrado.
En 1985, Will Roberts filma un documental sobre su vida: Dean Reed: American Rebel que es presentado en el Festival de Denver, Reed aprovecha la coyuntura y regresa a su pueblo después de veinte años. Un conocido locutor radiofónico local se le enfrenta a micrófono abierto y literalmente lo bota de la estación acusándolo de traidor a su patria. Pese al incidente, Reed es bien recibido por sus amigos y les dice que piensa retornar a su país de forma permanente. Viaja a Hollywood en busca de un manager, establece contactos para una gira por varias universidades y la grabación de un disco que quiere titular como el filme de Roberts: American Rebel. Quiere también publicar su autobiografía y, por qué no, presentar su candidatura política a cualquier cargo porque él jamás renunció a su nacionalidad o a usar pasaporte americano. Sin embargo, su anhelado regreso tendrá que esperar a que cumpla con su último gran proyecto en la Europa del Este, filmar su versión de la masacre de Wounded Knee (Dakota del Sur) en 1978, donde efectivos del FBI se enfrentaron a tiros con nativoamericanos. Financiada por las altas jerarquías soviéticas y germanorientales, la película se iba a rodar en Rumania, con gran despliegue de medios, miles de extras y cno todo lujo de detalle histórico. La noche anterior al inicio del rodaje, Dean Reed desaparece misteriosamente. Cinco días después, el 17 de junio de 1986, su cuerpo aparece flotando en el lago al costado de su casa. La investigación de la policía germano oriental concluye que se trató de un accideente pues no se descubren indicios de violencia.
A fines de la década de 1970, el éxito muical de Reed se opaca y su carrera se concentra en el cine y la política. En Berlín Oriental, donde se establece definitivamente, actúa en una serie de televisión y en varias películas. Canta, vaquero, canta, es su primer filme como director, escritor y protagonista, donde crítica la figura legendaria del general Custer y llega al paroxismo de prenderle fuego a una bandera norteamericana. El cantor, también escrita, dirigida y protagonizada por él, es su personal tributo a uno de sus referentes más admirados, a Víctor Jara, cantautor chileno asesinado por el régimen de Pinochet en el Estadio Nacional.
La vida de Reed fue una aventura, siempre proclive a meterse en situacines peligrosas, fuera en los frentes de combate de Palestina o Turquía o encarcelándolo en Argentina por ingresar de clandestino a través de la frontera con Uruguay. Sus más allegados le advirtieron que algún día sus ideas marxistas iban a provocar que le volaran la cabeza en su país. En 1978 fue arrestado en Estados Unidos por tomar parte de una manifestación contra la instalación de una planta nuclear. El hecho fue noticia de primera plana en Alemania del Este y la Unión Soviética. Joan Baez, Pete Seeger y Dimitri Shostakovitch escribieron una carta a Jimmy Carter en su defensa. El juez le ofreció la elección de pagar una multa de 500 dólares o permanecer tres días en la cárcel. Reed realizó un discurso pacifista y volvió a ser encerrado.
En 1985, Will Roberts filma un documental sobre su vida: Dean Reed: American Rebel que es presentado en el Festival de Denver, Reed aprovecha la coyuntura y regresa a su pueblo después de veinte años. Un conocido locutor radiofónico local se le enfrenta a micrófono abierto y literalmente lo bota de la estación acusándolo de traidor a su patria. Pese al incidente, Reed es bien recibido por sus amigos y les dice que piensa retornar a su país de forma permanente. Viaja a Hollywood en busca de un manager, establece contactos para una gira por varias universidades y la grabación de un disco que quiere titular como el filme de Roberts: American Rebel. Quiere también publicar su autobiografía y, por qué no, presentar su candidatura política a cualquier cargo porque él jamás renunció a su nacionalidad o a usar pasaporte americano. Sin embargo, su anhelado regreso tendrá que esperar a que cumpla con su último gran proyecto en la Europa del Este, filmar su versión de la masacre de Wounded Knee (Dakota del Sur) en 1978, donde efectivos del FBI se enfrentaron a tiros con nativoamericanos. Financiada por las altas jerarquías soviéticas y germanorientales, la película se iba a rodar en Rumania, con gran despliegue de medios, miles de extras y cno todo lujo de detalle histórico. La noche anterior al inicio del rodaje, Dean Reed desaparece misteriosamente. Cinco días después, el 17 de junio de 1986, su cuerpo aparece flotando en el lago al costado de su casa. La investigación de la policía germano oriental concluye que se trató de un accideente pues no se descubren indicios de violencia.
Como tantos otros artistas, su muerte ocasionó todo tipo de rumores, incluyendo versiones que todavía permanece vivo y no era su cadáver el encontrado en el lago. Si bien existe la posibilidad de un suicidio, sustentada fundamentalmente por una supuesta nota de diecisiete páginas escritas a mano por el propio Dean Reed, quienes han visto el documento admiten que la letra era la suya, pero es posible que lo forzaran a escribirla en contra de su voluntad. Amigos y familiares en Estados Unidos se negaron a aceptar la versión oficial del trágico desenlace. Reed murió ahogado en un lago poco profundo siendo buen atleta y consumado nadador. Pese a que era verano, llevaba encima dos casacas y la billetera que la policía germana entregó a su hija Ramona estaba seca en su interior, algo imposible si hubiera permanecido cinco días sumergida junto al cuerpo de Reed. En cuanto a un posible suicidio, ninguno de los que lo conocieron admite que fuera posible, con o sin nota. Reed estaba a punto de volver a su país tras culminar la que iba a ser su película más importante y con la que esperaba su consagración internacional. Un asesinato a manos de la CIA, el FBI, la Stasi o la KGB en tiempos de Glasnost suena poco probable, a menos que Dean estuviera al tanto de asuntos comprometedores que involucraban a dirigentes de Berlín Oriental o de Moscú.
Quizá nunca se sepa cómo murió ni tampoco quién diablos era Dean Reed en realidad. Para sus detractores queda claro que era un fraude como músico, actor y cineasta. Para otros era un traidor, aunque él en repetidas ocasiones manifestó que era un patriota y que no era la gente de América sino el sistema el que estaba ‘enfermo’. Los pocos que lo defienden consideran un impulsor de la paz y la justicia social. ¿Demagogo? Probablemente. ¿Idealista? Indudablemente. ¿Ingenuo? Notablemente... Sin embargo, qué pena que hayan habido pocos como él.
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