martes, 10 de febrero de 2009

la noche de los creativos

Relato redactado en agosto de 2002 cuando trabajé en Young & Rubicam. Chito Garrido y Renzo Saettone, excelentes creativos y mejores amigos, fueron cómplices y partícipes de los hechos verídicos insertos en el texto. Como a Chito jamás le agradó el título primigenio —Tres tristes creativos— lo cambié por el que aparece en este post, porque parafraseando al concepto despectivo de muchos publicistas sobre el mercado trujillano: “Trujillo aguanta todo”, lo cierto es que son los blogs los que aguantan cualquier huevada.    
 

La noche de los Creativos
 
Siempre tomé la mentira como una diversión, un pasatiempo, jamás como un desvarío, una patología capaz de enajenarme en un universo fantástico —paralelo e hiperbólico— donde la ficción se trastocaría con la realidad. Si no fuera por mi mitomanía jamás habría alcanzado éxito como creativo publicitario en Jong Rúbrica, ideando grandes falsedades para promocionar necesidades insignificantes, aceitando los engranajes del gran sistema de consumo. Era mentiroso y me entretenía, esa había sido la lección de Carlos Baccetti cuando me matriculé en su curso de Creatividad en la Argentina: “Divertite y no tomes las cosas en serio; de la publicidad nunca saldrá la vacuna que mejore a la humanidad”.  
Ese martes por la noche, la chata Jiménez, directora de arte de la agencia, estaba histérica. Su enamorado, el Chato Graña, redactor junior en Pausa y el malogrado de Rázuri, director creativo en Sánchez & Sánchez habían salido el viernes de juerga y a la fecha nadie sabía nada sobre su paradero. “Seguro deben estar puteando en Las Cucardas”, pensé, pero no se lo dije a la chata. Había en la vida cosas más importantes que preocuparse por Jorge Graña.
—Ya me llegó al pincho, ¡vámonos! Seguro mañana sacamos un puto concepto decente —exclamó Enzo, mi dupla creativa, mortificado como siempre que se quedaba hasta tarde—. Vamos a ver si el día en que se nos seque la creatividad. La agencia tomará en cuenta las horas extras que le regalamos.  
Había en la desazón de Enzo mucho de su viejo, uno de los mejores publicistas de su época, creador de campañas magistrales para Ajos Tito, Embutidos La Moderna y el Jarabe calmante de la Señora Winslow; sin embargo, aquejado por el síndrome de la Infertilidad —mal que de manera pasajera o permanente afecta a todos los creativos— con un agradecimiento más falso que las relaciones públicas le dieron una patada en el trasero.
Contagiado de dar tantas vueltas infructuosas para publicitar un cómic más malo que el Supercholo de El Comercio, me dejé convencer y salimos de la agencia. En casi las once y lo único que tenía en mente era tomar un buen trago para relajarme.
—Hoy es el cumpleaños de Roxana —me dijo mientras bajábamos hacia el estacionamiento y pude por fin comprender el motivo de su mal humor. Semanas atrás Enzo había roto su relación de cuatro años por lo que una fecha como esa era propicia para hacerlo presa de la nostalgia, así que me propuso ir a un local de Barranco a escuchar un poco de jazz. Como su plan me pareció medio huevón, lo convencí para dar un vueltón por Miraflores y tomar unas aguas en Porta, ‘la calle de las chelas’.  
A eso de la una, salimos de El Pollo Pier con el alcohol suficiente para acostarme y levantarme fresco a la hora de costumbre. Antes de echar a andar mi Peugeot, una luz de neón iluminó el parabrisas, era el letrero de El Gato Azul, antro con aroma putañero, ideal para satisfacer mis deseos desatados. Nada perdíamos con dar un vistazo. Era día de semana y no cobraban entrada. Crucé el umbral y me vi en medio de un mar de gente. ¿Cómo dicen que no hay plata? ¡Viva el Perú, carajo! Enzo no hizo caso de mi advertencia de no comprar cerveza en este tipo de locales donde la mezclan con agua y luego se te afloja la guacha, pidió una jarra y ese fue el gancho para que se acercara una chiquilla más fea que la última campaña de Telefónica. Mi compañero se resistió a meterle letra, a pesar de mis arengas, recordándole que Bukowski —mi gurú espiritual—, había encontrado enriquecedor revolcarse con las mujeres más abominables. “Quiero olvidar a mi flaca, pero no morir de sida”, se excusó. “¡Qué maricón! Si no te la quiere culear, igual sácala a la calle y en un rincón le metemos golpe por puta”, retruqué, no sé con qué gestos maniáticos porque la chica se marchó, llevándose a Enzo de la mano, metiéndolo en el baño de mujeres bajo la promesa de que ella lo iba a cuidar. “Ese amigo tuyo es malo y te quiere hacer daño, ¡córrete de él!” Por supuesto que la perra se equivocaba. Enzo sería chibolo pero era mi brother y jamás lo cagaría. No obstante, el verme libre de él, me moví hacia la pista de baile y me coloqué entre dos mulatas.           
—Salte de acá, nosotras somos lesbianas.
—A ver, dense un chape —las desafié incrédulo, sin imaginar que ambas se abrazarían y se besuquearían obsequiándose candorosas caricias—. Yo soy gay, podemos hacer un trío y pasarla de puta madre —agregué, acorralando a la más chata, la que más me gustaba, quien se colocó a mis espaldas y me punteó con su clítoris erecto. Mis manos sin voltear tomaron sus nalgas y las rellené con su carne palpitante, moviéndonos al ritmo de una toada.   
—Oye, meninho, te mueves muy bien, ¿cómo te llamas? —me preguntó y le dije que me llamaba Jorge y era redactor publicitario. De ahí no necesité de nada más para ver a la morena rendida en mis brazos. Sabía que tenía magia eso de venderse como marca registrada. 

 
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            Su nombre era Xiomara. Eso lo supe en la mañana porque en la noche, mientras bailábamos, no presté atención a sus palabras. Amanecí en su cama calato, sin mi calzoncillo con el logo de Universitario —del balompié peruano, la máxima expresión—. Tras cuatro jarras de cerveza adulterada, la cabeza me estallaba. Eran las nueve, a las once teníamos cita para presentar una estrategia creativa para la nueva presentación de Condones Durex.
“¡Levántate!”, me dijo lo poco que me queda de responsabilidad, pero sabía que Bukowski no lo hubiera hecho en mi lugar, menos si los dedos filosos y palma de ventosa de la morena aprisionaban su miembro, imposibilitando cualquier movimiento.  Ojalá que Enzo, a quien no volví a ver desde que lo encerraron en el baño, estuviese lúcido y se le ocurriera cualquier idea para salir del paso. “Claro, siempre y cuando no estuviera vendiendo en la agencia los brownies cagones que preparaba su mamá”. Sin más dilaciones tenía que volverla a amar y debo reconocer que me gustó, que digo me gustó, ¡me fascinó!; sus genitales húmedos y estrechos me hicieron sentir ese placer sublime que yo publicitariamente prometía a los consumidores de ron Bacaratt —sabor naranja mandarina—. Envié, desde mi celular, un mensaje de texto a Paco Torrado, director creativo de la agencia. “Probando nuevos condones Durex textura de lija. Aviso si sale idea ingeniosa”.
No sé cuantas veces manoseé, succioné, mordisqueé su anatomía. Al caer la tarde, borracho de amor, me quedé dormido, no sé por cuánto tiempo, sin tomar conciencia de que por lujurioso estaba perdiendo la última chance de salvarme... Luego, ya no habría escapatoria.          

 
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            Los gélidos azotes de la humedad contra mi cuerpo desnudo provocaron que me despabilara. Me tomó unos instantes darme cuenta que gruesas cadenas sujetaban mis brazos a la pared. ¿Cómo había pasado? ¿En dónde diablos estaba? Cómo precisarlo. Ni en mi peor pesadilla habría imaginado un lugar más tétrico y lúgubre, iluminado apenas con dos cirios en un candelabro. Los inmensos bloques de piedra semejaban la sala de torturas de la Inquisición o la misma caldera del Diablo.
            Yacían colgados como yo, para sorpresa mía y con sus miserias al descubierto, Jorge Rázuri de Sánchez & Sánchez y Jorge Graña de Pausa, los publicistas juergueros que todos daban como no habidos. Me hubiera gustado decirle a Graña que sus spots de Cerveza Puneña —envasada por la Sociedad Cervecera del Titicaca— eran una buena mierda, “¡métete las chapitas por el orto a ver si craneas mejor!”, pero era imposible. Los tres nos encontrábamos amordazados.   
            Cuando parecía que mi carne se iba a entumecer por la humedad, apareció Xiomara, con una túnica violeta y dos mujeres más ataviadas como ella. Una era la otra mulata con la que estuvo en la discoteca y que luego se descubrió como su hermana. La otra, mucho mayor y de piel más morena, era su mamá, vieja polilla que todavía conservaba su culito, tanto que en la misma noche pudo seducir a los pendejazos de Rázuri y Graña, tras pasarse de vueltas en un antro de La Marina. Cuántas veces les había advertido que hacía daño fumar de la mala.
            —Por fin completamos la trilogía con el tercer Jorge publicista. Al filo de la medianoche cortaremos sus cabezas y libaremos de su sangre, llenas de ideas frescas, cumpliendo así con el conjuro del chamán.  
            Temblorosos como nos hallábamos si me dejaban mi calzoncillo de la U seguro enfrentaba la tortura con mayor valor, poco a poco comprendimos las diabólicas intenciones de la doña. Hace unos meses, Jorgito, su único hijo varón, negro muy habilidoso en la redacción de copys, entró a laburar en una agencia pequeña —de esas que aparecen con entusiasmo y desaparecen por la Sunat—, donde le encargaron realizar una campaña para unos libros de superación personal, escritos por un sacerdote pederasta. El pobre presentó muchas ideas, pero el cliente —de esos que no saben que es lo que quieren—, las rechazó una por una. “Vuelve mañana con otras nueve propuestas”. De tanto pensar, el grone terminó quemando checo y lo botaron de la agencia como un perro, quedando traumatizado y enclaustrado en su habitación, siguiendo por la radio los partidos de Segunda División —“¡Echa Muni, todavía!”— y aplaudiendo comerciales tan malos como los que hacía el chato Graña. La señora, muy preocupada, acude al consultorio de Aivan Quesquén, famoso chamán de Huacho, ubicado cerca de la plaza Manco Cápac. Tras pasarle el cuy y echarse un polvillo, le proporciona una botella de yonque, cinco plumas de gallinazo y quince vellos públicos de ayacuchana recién desflorada. “Todo esto, mamacita, los mezclas con la sangre que irriga los cerebros de tres publicistas que tengan el mismo nombre que tu niño. Dáselo de beber durante cuatro noches seguidas y te aseguro que recupera su lucidez creativa”.
            La tía inició el ritual profiriendo palabras ininteligibles. Un vaho caliente que avivó las flamas de los cirios anunciaron la presencia de espíritus maléficos, obedientes a las invocaciones. Las hijas desgarraron sus investiduras y se revolcaron en el piso en catarsis. Sudorosos como presas en el brasero, la señora extrajo un cuchillo filoso de carnicero, haló nuestras cabezas de los cabellos y sin inmutarse por nuestros ojos horrorizados —sobre todo los del chato, incapaz de morir con dignidad— nos degolló uno por uno, recolectando nuestra sangre en unas bandejas de metal. “Mamita, córtales también el pitito para comerlo como pescuecito de pollo”, propuso la menor, mientras la pócima le era llevada a Jorgito, quien la bebió ávido de una recuperación... que nunca llegó. El conjuro no surtió efecto y al negro no lo contrataron ni como frilo en Producciones Merlín      
            Qué lástima. Seguro nuestras tres creatividades fusionadas en un solo cerebro le habrían dado al Perú muchos leones de oro en Cannes. Y todo por culpa de mi maldita mitomanía que me hizo decirle a la negra que me llamaba Jorge y no Germán como consta en mi partida de nacimiento. ¿O acaso tú que me lees, eres de los que sueltas a las putas tu nombre verdadero cuando recién las conoces?

2 comentarios:

jhon dijo...

Ese es el Alfieri que conozco.
Muy bueno el cuento, pero me gusta más tu estilo serio que el chonguero... Insisto, a quien le robaste el cuento sobre Borges. Me lo cagas al tío.

el apache dijo...

te quiero alfieri!!!!! todo lo que escribis tiene un nivel superior!!! sea chongero o serio.