martes, 7 de abril de 2009

el cómic y yo (a manera de introducción)

Los especialistas o etiquetadores de las cosas todavía no se ponen de acuerdo si el cómic es el octavo arte o el noveno, después de los programas televisivos. Cierto es que comenzó como un divertimiento en el lejano 1896 cuando apareció la primera tira de Yellow Kid en uno de los periódicos amarillos de Hearst y con los años se volverían en negocio multimillonario a través de las revistas hasta que una nueva generación netamente audiovisual y digital le dio la espalda.

La cultura pop le debe mucho al cómic. Andy Warhol, Roy Lichtenstein y otros le han rendido tributo, al igual que el videoclip Take on Me de A-ha donde una adolescente se introduce en una revista (elegido por MTV como el mejor de la historia). Estoy convencido que si de mocoso no hubiera devorado tantos cómics, mi imaginación no sería la misma. Y pensar que en la década de 1950 —década proclive a tantas cacerías de brujas—, los pedagogos americanos realizaron una campaña para reprimir su circulación y lectura, convencidos de que atrofiaba la mente de los escolares.

Seguro porque mis compañeros de generación no fueron muy consumidores de cómics pocos saben que se trata de una de mis grandes pasiones. El cómic fue mi pasión primigenia, anterior al fútbol, el cine, la música o la literatura. Gracias a mi padre, he vivido rodeado de cómics desde que tengo uso de razón. Su afición a coleccionarlos se remonta a sus años estudiantiles. Los cómics eran una publicación cara, casi un lujo para su presupuesto universitario. Los que no compraba se los ‘pedía prestado’ a su cándida enamorada, diez años menor que él, mi mamá, quien a su vez los recibía obsequiados por mi tío Rafael. Posteriormente, él mismo procedía a empastarlos con una técnica artesanal que consiste en: A) cortar el cartón que servirá de portada a cada tomo, con el lomo exacto para encajar una docena de ejemplares de 32 páginas como norma, B) perforar el cartón y las revistas a la misma altura con un punzón, C) coserlos con soga de rafia y D) esmaltar la tapa con un color (verde para Disney, naranja para El Pingüino, amarillo para Lorenzo y Pepita, marrón para La Pequeña Lulú, etc.). Para celo y reclamo eterno de mis hermanos, yo me he quedado con toda la colección que sobrepasa los ochenta volúmenes (80 x 12 = 960 ejemplares aproximadamente). Llegado el momento y si mi prole —o la de ellos— considero que no es merecedora de tan frágil manjar, procederé a donarla a una biblioteca que me garantice los sepa cuidar. 

En mi época y en la época de mis padres, a los cómics no se les llamaba ‘cómics’, se les llamaba ‘chistes’, incluso si la temática era de acción, tipo Superman, Fantomas o Tarzán. En algunos casos se les llamaba ‘historietas’ que era una forma de bajarlas de nivel en comparación con las historias convencionales (como las operetas ante las óperas o la pianola frente al piano). En España, creo, siempre las denominaron ‘tebeos’ y en Venezuela ‘comiquitas’ (coincidiremos que ambos términos son horribles). 

De mis amigos de toda la vida, sólo leían cómics el Gordo Chumpi (excelente caricaturista, amante de las historias bélicas), el chato Edmundo (fanático de Astérix), Roberto Vigil (panzón de mierda, perdiste mi Faraón Psicodélico). En los años que llevo como docente de Comunicaciones, apostaría a ganador que el 95% jamás ha cogido ni de casualidad este tipo de publicaciones, por ende, ¿con quién voy a conversar sobre Perdidos en los Andes (la gran aventura del Pato Donald en el Perú), las carátulas de Pepo en El Pingüino, del ménage à trois de Archi Gómez con Betty Rosas y Verónica del Valle, de la necesidad compulsiva del Coronel Cholalisa y la Duquesa Sonrisa de sacarse mutuamente la vuelta, de las aventuras de Pepe Sánchez —¡fanático de Chacarita!— en El Tony, de la frialdad de Boogie el aceitoso a la hora de encajar una bala o los distintos amores de Peter Parker: Liz Allen, Betty Brandt, Gwendolyn Stacy o Mary Jane Watson.  

Mi filiación y añoranza por el tema es tan amplio que en un solo momento me gustaría escribir sobre tantos cómics esenciales en mi formación o hablar de mi efímera etapa como guionista de chistes en Calichines (revista escrita por mí y dibujada por Pío, quien anda haciendo animaciones en 2-D en la Argentina y financiada por Víctor Picasso y la Asociación Deportiva El Semillero), pero eso me tomaría mucho espacio y no quiero hacer muy denso este post.

Que estas líneas sirvan entonces a manera de introducción de futuras entregas que publicaré esporádicamente sobre la historia y evolución del cómic (La Gata Loca y demás personajes absorbidos por la King Features Syndicate), Disney (especialmente las aventuras de patos), cine de animación y cómics de los grandes estudios (Warner Bros., Universal, M-G-M, Hanna-Barbera), el cómic de acción (DC vs. Marvel), el cómic europeo (Corto Maltés, Mortadelo y Filemón, Tin Tin, los Pitufos), el cómic en América Latina (Aniceto, Kalimán, Tamakún), el cómic peruano (Loquibambia, Manyute, Sampietri, Supercholo). No menciono los mangas y hentais japoneses porque no he leído ninguno. He visto más bien los animes (Sombrita, Fantasmagórico, Candy Candy, Meteoro, Aramis Lupin) y esa es otra vieja deuda que debo saldar con mi infancia.    

No sé hasta que punto las nuevas generaciones —que no leen— estén interesadas en el tema. Veo difícil (pero no imposible) engancharlos con una forma de distracción ‘anacrónica’ y según ellos superada por la animación televisiva (que por años fueron complemento, nunca suplemento). Espero que no sean pocos quienes me acompañen —y opinen— en esta aventura propia de Ludwig Von Drake, aunque no sea sobre papel sino a través de Internet.   

5 comentarios:

Richard Licetti dijo...

Sentida evocación, maestro. En lo personal, vaya mi gratitud eterna a Mickey y su patota; a Lucas, Bugs, Porky, Silvestre y toda la pandilla Warner; a Mafalda, Condorito, Tom y Jerry y tantos otros buenos compinches que me hicieron llevaderos los días de cama en Barranco a causa del asma.

Atilio Morillo dijo...

Yo tambien lei muchos comics en mi infancia y adolescencia. Por ejemplo de "Perdidos en los Andes" con el Pato Donald me quedo una frase que utilizo siempre a manera de chiste cuando voy a los Andes, y es esta: "Andes lo que andes nunca andes por los Andes". A una amiga en Bqto que llamaba a la secretaria (un poco celosa) "la culisa", yo le dije que su esposo era el Coronel Cholalisa y su secretaria la Duquesa Sonrisa, y a ella le causo mucha gracia. Saludos desde Maracaibo: atiliomor@yahoo.com

Atilio Morillo dijo...

Yo era tambien apasionado de las historietas de "Santo, el Enmascarado de Plata", pero, ya que no soy un especialista, me gustaria saber si tambien se clasifica esta historieta como comics, o puesto que se publicaban en otro formato, algo asi como novelas fotografiadas, caerian en otro tipo de clase.

Alfieri Díaz Arias dijo...

Estimado Atilio:

Es un gusto encontrar por esta vía aficionados en América Latina a las historietas (o comiquitas como le dicen en tu país, Venezuela). Sin ser tampoco 'especialista' en este tema (sólo un humilde aficionado al igual que tú) procederé a responder algunas d tus inquietudes:

EL SANTO, EL ENMASCARADO DE PLATA es el nombre de pelea de Rodolfo Guzmán Huerta, famoso peleador de lucha libre mexicano, héroe de culto en el cine -junto con BLUE DEMON- y cuyas hazañas fueron llevadas a la FOTONOVELA, género revisteril definitivamente hermanado con el CÓMIC ya que hacen uso del mismo formato: cuadros y viñetas para los textos, pero reemplazan la ilustración por la fotografía.

EL SANTO Y JOSÉ GUADALUPE CRUZ
La historieta SANTO, EL ENMASCARADO DE PLATA apareció por primera vez el 3 de septiembre de 1952, editado por José G. Cruz y se editó por más de veinte años.

José G. Cruz era un escritor y dibujante que tenía su propio sello editorial. Fue el primero en introducir la técnica del fotomontaje en la historieta mexicana. Con esta fórmula de combinar dibujos con fotografías, el Santo podía trasladarse a cualquier paraje del mundo (y del universo) y enfrentarlo a todo tipo de enemigos.

La amistad y sociedad entre el Santo de carne y hueso y José G. Cruz se rompió cuando el Santo tuvo su propio programa de televisión: VIERNES DEL SANTO, producido por Televisa y esta empresa le propuso lanzar al mercado una historieta a color con caricaturas que no tuvieran nada que ver con la historieta de José Cruz. Este hecho provocó que los dos amigos se distanciaran y si bien la historieta propuesta por Televisa jamás se llegó a publicar, Cruz decidió suplantar al Santo con el fisicoculturista Héctpr Pliego, colocándole una 'S' en la frente de la máscara y vistiendo botas, calzoncillo y portando como Tarzán, un cuchillo en el cinturón.

En otro comentario hablamos sobre 'Perdidos en Los Andes'.

Un abrazo desde Trujillo-Perú

Alfieri Díaz Arias dijo...

Estimado Atilio:

'Perdidos en los Andes' es para mí una de las mejores aventuras del Pato Donald y sus sobrinos. Su autor es Carl Banks y la publicó por primera vez en abril de 1949.

La versión que conservo en mi colección es la aparecida en el Nº 24 de la revista TÍO RICO, publicada por la editorial chilena Zig-Zag en 1966 y hoy en la madrugada tuve el placer de releerla y no encontré por ninguna parte la frase que mencionas:

"Andes lo que andes nunca andes por los Andes".

Quiero saber si hablamos de la misma historia: de la misión de Donald y sus sobrinos de internarse en los Andes peruanos en busca de las gallinas de los huevos cuadrados y si es la misma, ¿qué edición y de qué editorial es la que conservas tú?

Sobre EL CORONEL CHOLALISA Y LA DUQUESA SONRISA, la autoría es de CHIC YOUNG -creador de Lorenzo y Pepita- publicándola por primera vez en 1934, una pareja calentona que sin utilizar palabras (los cuadros eran mudos) iban siempre a la búsqueda de aventuras amorosas.

Un abrazo.