Un 26 de abril por la mañana me enteré de la existencia de la influenza porcina. La plaga se encontraba en su cuarto día de efervescencia mediática y como muchos me dejé arrastrar por el miedo, algo que no me pasaba desde la mediatización del Sida tras la muerte de Rock Hudson, allá por 1985. No sentí temor ni con el ébola, la gripe aviar, las vacas locas u otras pestes similares. La ausencia de pánico se debió, quizá, a que en ese entonces todavía no era papá y ahora me preocupa lo que le pueda pasar a mi cachorro.
El pavor llegó a su clímax el martes 28 cuando las autoridades manifestaron que habían detectado —y aislado de inmediato— a una ciudadana argentina que presentaba los síntomas de la enfermedad en suelo peruano. El miércoles 29, las autoridades portuarias de Salaverry impidieron el arribo de un barco procedente de México que permaneció anclado ¡a sólo tres millas del litoral trujillano! Ya daba para pensar en coger a mi esposa e hijo y encerrarnos en la casa de mi suegra; en mi departamento no, porque se encuentra cerquísima del hospital Albretch y los virus se propagan en el aire.
Necesité recorrer, el jueves 30, las calles de Trujillo y leer las primeras planas en los quioscos para recuperar la ecuanimidad. Los periódicos amarillistas —Ajá, Ojo, El Popular— publicaban que estábamos condenados. Confirmaban que la argentina de marras tenía el virus del Apocalipsis, que se habían registrado brotes similares en Tacna, Ayacucho e Iquitos y que no contábamos con los medicamentos y medidas sanitarias para enfrentar el mal. La prensa ‘confiable’, sin embargo, se mostró cautelosa al tocar la noticia —salvo La República que se había contagiado de sensacionalismo—, no desmentían, pero tampoco confirmaban, por lo que en vez de atizar mi temor, ocasionaron que por primera vez sobre el papel que jugaba el periodismo y los comunicadores en general, en este tipo de crisis. ¿De qué se trata en realidad esta famosa pandemia? ¿Cuáles son sus alcances verdaderos? ¿Cuánto había para preocuparse y cuánto había de patraña que, como siempre, es fruto del desconocimiento y la mala información?
Creo, en primer lugar, que pecamos al dejarnos llevar por los ‘grados’ estipulados por la OMS. Primero se habló de un grado cinco, luego de un alarmante grado seis... y ninguna persona medianamente informada sabía cuál era la magnitud que abarcaba las dichosas medidas.
Creo, en primer lugar, que pecamos al dejarnos llevar por los ‘grados’ estipulados por la OMS. Primero se habló de un grado cinco, luego de un alarmante grado seis... y ninguna persona medianamente informada sabía cuál era la magnitud que abarcaba las dichosas medidas.
En segundo lugar, opino que la OMS la cagó —olímpicamente— al utilizar la palabra ‘pandemia’. A la fecha se menciona que han fallecido 12 personas, al parecer, por los síntomas del AH1N1 y que son 787 las posibles personas infectadas en 16 países. Es decir, han pasado dos semanas desde que los pobres chanchos cargaron con la responsabilidad de propagar una enfermedad que no les correspondía y llegamos con las justas a 800 casos bajo esta infección, número pobrísimo comparados a las siete mil millones de personas que habitan sobre la Tierra, e incluso a las 25 millones que pueblan el Distrito Federal, sitio designado como epicentro de la plaga (más gente murió una tarde de octubre en Tlatelolco, por orden virulenta de un tal Díaz Ordaz).
En tercer lugar, habría que denunciar una vez más ese maldita tendencia de los periodistas por difundir información parcial o, mejor dicho, ‘medias verdades’. Es cierto que todavía no se encuentra una vacuna para prevenir el AH1N1 pero, ¿acaso no es cierto que podemos encontrar en cualquier farmacia medicamentos communes que lo pueden combatir? Es cierto que te puede matar en 48 horas pero, ¿no es cierto que detectada la enfermedad a tiempo es 99% curable? Un niño mexicano de cinco años fue llamado ‘el caso cero de la enfermedad’ y hoy, después del tratamiento pertinente, está completamente sano. Cierto es que en su momento mató a 12 personas pero, ¿acaso no murieron por ignorancia del paciente y de los propios medicos al pensar que se enfrentaban a una gripe común?
En cuarto lugar, en el verano de 1991 el Perú se vio afectado por el cólera. Se habló de pandemia, de peste bíblica. A nivel mundial se esparció la recomendación de no visitar el Perú donde si no te mataba el vibrio cholerae, te mataban los terrucos. Los equipos paraguayos incluso, vinieron con su propio cocinero e ingredientes, para disputar sus partidos por la Copa Libertadores. Hubo varios millares de casos en una población de 24 millones, pero menos de tres mil partieron a la otra, la mayoría personas analfabetas, ignorantes y de baja condición social. El cólera daba por tomar agua sin hervir, por bañarse en el mar o por comer pescados y mariscos (ese año se popularizó el cebiche de pollo). De mis conocidos, sólo a un amigo limeño le dio el cólera por bañarse en una piscina infectada, pero tratado y rehidratado a tiempo, logró sobrevivir (aunque nunca más regresó a Trujillo).
No descarto la posibilidad de que el AH1N1 llegue al Perú y cobre muchas víctimas por el pánico y la automedicación. Por eso insisto en la responsabilidad moral del comunicador y de la mesura con la que se deben difundir este tipo de noticias, pensar en informar antes que dar rienda suelta al titular catastrófico sólo porque vende más. La humanidad entera debe aprender que más que la plaga, es la ignorancia la que mata.
1 comentarios:
Totalemente de acuerdo y en este caso -hablando de la ignorancia -me atrevo a afirmar que se trata de una pandemia. Respecto a la gripe, hace tres días un profesor me dijo que no hay mal que por bien no venga. Sospecho que muchas compañías farmaceúticas y caritativas donaciones revivirán la convulcionada crisis centro y norteamericana.
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