miércoles, 3 de junio de 2009

duelo con el tiempo

Me alegra que películas como Duel in the Sun de King Vidor generen foros y debates sobre sus defectos y virtudes. Según sus detractores —menores de treinta años en su mayoría— la maravillosa fotografía del filme, que aprovecha al máximo los alcances del Technicolor, se desperdicia por culpa de un guión endeble, escrito por Ben Hetch, Oliver Garrett y David O. Zelznick, más acorde al folletín o la radionovela cubana. Críticas similares realizaron cuando visionaron Shane semanas atrás (ver el revólver de un desconocido en este blog). Como amante del cine clásico, aguardé que finalizaran las diatribas de aquellos ‘iconoclastas’ que buscan desmitificar las obras maestras de antaño, para dar mi opinión.

Antes de hablar de la película, habría que mencionar a su productor. Zelznick era un judio regordete con pinta de nerd. Se convirtio en un rebelde, en un outsider del cine, apenas salió de la M-G-M y formó su propia productora: Zelznick Studios, cuyo logotipo era una majestuosa y soleada mansion del sur. El primer éxito fue Gone with the Wind, donde intervinó directamente en todos los detalles, contrató a una veintena de escritores, entre ellos a Francis S. Fitzgerald, y a tres realizadores: George Cukor, Sam Wood y Victor Fleming. Al año siguiente ‘exportó’ desde Inglaterra a Alfred Hitchcock para llevar a la pantalla Rebecca, novela de Daphne du Maurier. A pesar de la tension sufrida en el rodaje por los egos enfrentados entre productor y realizador (Hitch odiaba cualquier injerencia), la cinta es otra obra maestra y le valió su segundo Óscar consecutivo a mejor película. Duel in the Sun es el ultimo filme controlado por Zelznick de forma dictatorial. Es un western, pero también un melodrama, género dilecto de este gordito tirano de plató (Michael Lerner tomó mucho de él para su caracterización en Barton Fink). El leit-motiv del largometraje es el lucimiento de Jennifer Jones, en ese entonces su amante, una actriz exuberante y sensual, pero de histrionismo limitado (parecido al caso de Howard Hughes y Jane Russell en The Outlaw). Por ello, otros críticos han dicho: “Hay películas que se hacen por encargo, Duel in the Sun se hizo por amor”.

Para analizar la supuesta flojedad de la trama, hagamos una clase elemental de guionización y determinemos el perfil de los personajes. Jennifer Jones es Perla Chávez, una mestiza que por influencia paterna intenta comportarse como una chica ‘decente’, pero por sus venas corre también la sangre india de su madre, salvaje y calenturienta, por lo que sabe que es lo correcto enamorarse del educado Joseph Cotten, aunque se sienta más atraída hacia un calavera como Gregory Peck. Lionel Barrymore es el senador McCanles. Retrógrado y racista, es el patriarca que se identifica con la crapulencia de Peck, su hijo menor, y desprecia el refinamiento de Cotten, su hijo mayor. Es, en pocas palabras, el enfrentamiento de los pioneros arcaicos que no aceptan que la ley del más fuerte languidece y los modernistas que traen el progreso. La contienda llega a su clímax cuando ambos bandos se enfrentan en la instalación de las vías ferroviarias. Ya Zelznick había producido seis años atrás un conflicto similar en The Westerner, título dirigido por William Wyler, ambientado también en Texas, enfrentando a los viejos ganaderos contra los colonos agricultores. Lillian Gish (musa de los filmes silentes de Griffith) es el personaje-equilibrio. Esposa del senador y señora de la casa, protege a Perla como su propia hija porque le recuerda a Scott Chávez, su padre, aquel viejo amor que fue, interpretado por Herbert Marshall. El papel del progenitor de Perla es pequeño, pero relevante. Casado con una mujer de costumbres ligeras, en un medio hostil que confunde sus ideales marchitos con debilidad, asesina a su esposa y al amante de ésta por lo que es sentenciado a la horca. Acepta la muerte con dignidad pues piensa que es la única forma de salvar a su hija del mismo destino que su progenitora. 

Si bien el drama se sostiene en una actriz limitada como la Jones, su interpretación es bastante decorosa y la fotografía que, aparte de remitirte irremediablemente a Gone with the Wind con  esos atardeceres de intenso escarlata, realzan en ella una lascivia y una voluptuosidad poco menos que transgresora para la época. Vidor, o más bien Zelznick, consiguen que en gran metraje del filme fluya una tensión sexual que cautiva. Tomemos como ejemplo a Jones bañándose desnuda en la poza o la escena en que el sacerdote, autodenominado el ‘matapecados del lugar’ intenta purificarla estando la muchacha apenas cubierta con una frazada mexicana. La Jones no creó una escuela pero sirvió de inspiración para otras actrices. Rosita Quintana, en manos de Luis Buñuel, calcaría su feroz sensualidad en Susana, haciendo de la chiquilla que se escapa del reformatorio y se refugia en una hacienda.

Gregory Peck (Lewton McCanles), es el otro pilar actoral en el que se sostiene la cinta. No sólo eclipsa a Joseph Cotten (Jesse McCanles) del corazón de Perla, sino que el arrebato de su personaje acapara todo el protagonismo. ‘Lew’ es cínico y engreído. Se enamora de la mestiza, pero no lo suficiente como para enfrentarse a su padre que, al fin y al cabo, es la única persona que respeta. Cantante —guitarra en mano— de serenatas nocturnas y eximio domador de caballos, asesina a sangre fría a Sam Pierce (Charles Bickford), su capataz al ver que tiene intenciones de quitarle a su chica, la cual le pertenece como si fuera su ganado. Lew, por Perla, se convierte en proscrito y luego se convertirá en terorrista al descarrilar un tren cargado de explosivos. Para él ya no habrá marcha atrás. Vanidoso y egoísta, tomará y dejará, una vez más a la mestiza, pero será la última. Luego de dispararle a su propio hermano, el filme ingresa en su memorable tramo final. Pasarían doce años para que Peck se ponga en el papel de Cotten en The Big Country de William Wyler, dejando el papel de ‘Lew’ a Charlton Heston.   

Otro de los criticones consideró que el título del largometraje es un fraude ya que nunca se desarrolla el mentado ‘duelo al sol’. Lástima que el pobre no haya vislumbrado uno de los duelos más sutiles y originales de la historia del western. A pesar de lo almibarado, un excelente colofón. Después de atender a Jesse por el disparo a mansalva, Perla recibe la noticia de que Lew planea escapar a México y la cita para una ‘despedida’. Ella decide acudir. Bajo un sol inclemente (notable escena de Jones bebiendo agua de un charco al mismo tiempo que su caballo), Perla llega a la roca ‘con cabeza de indio’ y apenas Lew se asoma, ella le dispara. Creyéndolo muerto, Perla se acerca y ahora es Lew quien descarga y ambos quedan heridos de muerte. Sus últimas energías las utilizan para arrastrarse y morir con un beso en brazos del uno al otro... Fin del amour fou. Cumple a la perfección aquello de: “amarte hasta matarte”.

Por todo lo expuesto, rechazo categóricamente que sea un guión endeble. Quizá hayan algunos diálogos ‘ñoños’, propios de Corín Tellado (ver anexo de este post) pero estoy seguro que en su conjunto, los 135 minutos de Duel in the Sun le han ganado el duelo al paso del tiempo.


ANEXO (Tras la muerte de la señora McCanles, Jesse lleva a Perla a vivir a su casa en Austin (Texas). Entre ambos se desarrolla el siguiente diálogo que, como bien sostienen los críticos, es bastante ridículo).  
—Le dije a Helen {su prometida}que hace tiempo quería sacarte de aquí.  
—¿Se lo has dicho a ella?
—Sí, y quiere ser tu amiga.
—¡Oh Jesse! Después de la muerte de tu madre yo no quería seguir viviendo.  
—Lo sé, Perla, lo comprendo. Te gustará Helen, y ella también te apreciará. Ya lo verás.
—¿Es una señora, verdad? Igual que tu madre.
—Es una señora como lo serás tú.                                    
—¡No!, yo nunca podré serlo.
—Sí que podras; nos haremos cuenta de que todo ha sido una pesadilla, que es lo que en realidad ha sido, una pesadilla.
—¡Oh Jesse! ¡Si yo pudiera ser cómo antes era...!
—Perla, Perla, ¿recuerdas cuándo deseabas aprender y que te enseñara yo? Pues ya sé la escuela que te hace falta.
—¿La escuela?
—¿Qué te pasa? ¿Es que ya no quieres aprender?
—¡Oh Jesse! ¡Haré todo lo que quieras! Yo... haré la comida, lavaré vuestra ropa...
—¡No hagas nada de eso! Aprenderás a bailar, a estar en sociedad y tendrás vestidos bonitos.

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