El departamento donde Alfi vive tiene un largo pasadizo. Su dormitorio queda al final, al costado del baño que todos compartimos. Yace colgado frente a su puerta un retrato de regulares dimensiones. Desde que balbuceó sus primeras palabras hasta hoy que es un infante de tres años, lo cargo entre mis brazos y le señalo a quienes aparecen en la foto. “John”, le digo y él repite. “Ringo”, “Paul”, “George”. Los nombres parece memorizarlos, pero pasado el rato ya no los recuerda, salvo uno, a Paul, a quien me lo señala en primera. No me explicó por qué ese zurdo armado con su bajo Höfner le es indeleble. Como beatlemaníaco quiero pensar que a su corta edad ya eligió a su beatle favorito, así como John es el mío, George lo es de Michelle Pfeiffer en I Am Sam y Ringo de Marge Simpson.
Ayer por la noche llegué a casa con el dvd de Yellow Submarine. A sabiendas de que si le decía a su mamá que interrumpa su telenovela me iba a costar una carajeada, animé a mi hijo a ver la película en el televisor de la sala. “Alfi, los Beatles”. “¿Lo bitlé?”, me preguntó con ese tono agudo, característico en él, arrastrando la última vocal. “Sí, hijo, los músicos del cuadro, vamos a verlos en ¡dibujos animados!” Palabras mágicas para Alfi. Gracias a la animación, un padre compartiría con su hijo una de sus caras aficiones (“enséñale lo tuyo, comparte tus momentos...”).
Hasta los dos años y medio, Alfieri no se soplaba una película entera, así sea de dibujos. En menos de diez minutos, su atención estaba en otro lado (mejor dicho en otro ‘daño’). La primera película que vio completa fue Madagascar, aunque su madre me porfía que fue la version Disney de Pinocchio. Hace un par de semanas llevé a mi hijo al cine por primera vez a ver en pantalla grande Transformers 2 Revenge of the Fallen y no despegó la mirada ni un instante, a pesar de que la ‘pela’ dura dos horas y media. Esa noche pensé que no dormiría bien luego de visionar tanta violencia —y el rabo de la Megan Fox—, pero me equivoqué. Al día siguiente acudió al jardín seguro de que formaba parte de los desepticon. Bueno, ver una película de Michael Bay es una cosa, ¿pero resistirá ver un filme de dibujos psicodélicos? Pulsé play.
Los primeros minutos tratan sobre el arribo de los Meanies Blues —especie de villanos que por su antifaz me recuerdan a los chicos malos de Disney pero con gorro del club de Mickey Mouse— a Pepperland. Los lidera el Guante Volador que se impulsa como misil y paraliza a los pepperlandianos poniéndolos de color azul. “¿Y Paul?”, pregunta Alfi por primera vez. “Espera, ya sale. Mira cómo el viejo Young Fred evita que le caigan los rayos azules”. “¿Y Paul?” “Espera, hijo, mira cómo se sube a la pirámide y se monta en el submarino color limon”. “¿Y Paul?” “Ya viene. Ahora canta conmigo: We all live in a yellow submarine...” Y mi engendro mueve la testa al son de la melodía. Quizá sea cierto que se pueda utilizar como canción de cuna. La dichosa nave arriba a Liverpool. “¿Y Paul?” “Ya sale, ese es Ringo”. “¿Y Paul?” “No, ese es John”. “¡Y Paul!” No, ese es George”. El condenado Paul es el último en salir y creo que su retrato animado no lo déjà muy satisfecho. Pienso que va a desertar, pero no, se mantiene firme. Ve cómo los Beatles trepan al submarino y se impresiona con lo trepidante del viaje a ritmo del intermedio de A day in the Life.
Considero particularmente que la travesía por el ‘mar verde’ es la mejor parte de la película y pienso que Alfi también. Todo el periplo se lo sopló en mutis total, roto solamente cuando los Beatles encuentran a Jeremy y suena: He’s a real nowhere man, sitting in his nowhere land. Making all his nowhere plans for nobody... “¿Qué pasará por su cabeza?”, me pregunté. Por qué se pegaba de esa forma ante tantas figuras coloridas que navegan en un absurdo aparente. Acaso no será que su mente impoluta con la lógica de la adultez se encuentra mejor preparada que la mía para captar las imágenes recibidas. Podría ser. Yo me entusiasmo porque de la cola del submarino sale una banderola de los Rolling Stones, él ante un cubo que emite colores estridentes de manera intermitente, similares a los de esos dibujos japoneses que provocan convulsiones. Creo que siento envidia. ¡Qué puede estar entendiendo él que yo no! Sí, de acuerdo contigo, la escena del laberinto de agujeros es genial. A mí también me gustaría tener como Ringo un agujero en mi bolsillo. “Pero hijo, porsiaca, esa idea original es de la Warner”, asegura el aguafiestas de su padre.
Con la llegada del submarino a Pepperland, la atención de Alfi decae, pero todavía se mantiene fiel a los Beatles. Por ratos se alucina el Guante Volador y golpea como él lo hace los cojines del mueble. Por momentos se acerca a la tele para calificar de ‘malos’ a los meanies blues. En esta parte de la película, lo más disfrutable son las canciones: Lucy in the Sky with Diamonds, Sgt. Pepper's Lonely heart's Club Band, All you need is Love, Hey Bulldog, It's all too much y finaliza con All Together Now. Cuando acabó, Alfieri me pidió ponerla de nuevo, pero ya era tarde y su madre lo mandó —o nos mandó— a la cama.
Gracias, hijo, por compartir conmigo esta experiencia. No sé si en el futuro te gustarán los Beatles. Sólo espero que de más adulto si vuelves a ver Yellow Submarine, no necesites estar fumado para volverla a disfrutar.
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