El 15, 16 y 17 de
agosto pasado se cumplieron cuarenta años de Woodstock y tuve el placer de ser
abordado por un grupete de noveles universitarios, estudiantes de algún curso
de Humanidades, quienes me miraron de pies a cabeza y juraron que yo era parte de
esa generación —disculpen, muchachos, no soy tan tío— por lo que me solicitaron
mi opinión sobre tan reputado Festival. Vertí mis opiniones sin ser un
especialista en el tema, pero con la añoranza de haber querido ser partícipe de
aquel momento único e irrepetible en el devenir del rock’n’roll.
Profesor, ¿qué significado tiene Woodstock para usted?
La primera vez que
escuché ese ‘término’ fue a los seis años cuando supe que ese era el nombre
original del pajarito compañero de Snoopy y no ‘Emilio’ como lo traducían en
español. Del Festival de Woodstock me enteré unos años más tarde, gracias a un
documental presentado por Jeff Bridges y titulado Heroes of Rock & Roll, curiosamente transmitido indistintamente
por América y también por Panamericana. Lo vi tantas veces que aún recuerdo la
voz en off cuando hablaba del tema: “en el verano de 1969, una granja de Nueva
York fue escenario del máximo festival” y se veían imágenes indistintas del
conglomerado de espectadores allí reunidos, mientras sonaba el famoso rag de
Country Joe McDonald: Feel Like I’m
Fixing to Die, como si hubiera sido el himno del evento. El mito se me hizo
más grande cuando Panamericana publicitó el primer Rock en Río —enero de 1985—
con imágenes de Woodstock con With a
Little Help From my Friends de Joe Cocker de fondo. Ese mismo año, el 31 de
diciembre, vi la película por primera vez, en Unitel Canal 27 UHF —que creo le
pertenecía a Remigio Morales Bermúdez, en ese entonces Ministro de Agricultura
de Alan García— y fue para mí una revelación. Las escenas de la gente en el
barro, los desnudos sin ningún tipo de inhibiciones, los niños correteando, la
música, la solicitud por compartir comida, el solo de Michael Schrieve en Soul Sacrifice, el solo de Jimi Hendrix
con el himno norteamericano, preludio de Purple Haze, dirigiéndose a un
escenario casi vacío (transmitiéndote soledad)... Esas imágenes fueron la
constatación de una sospecha que llevaba cocinando por largos años, la década
de 1960 fue una época realmente alucinante y sentí —y hasta ahora siento—
envidia por no haber estado allí.
¿Por qué considera que la década de 1960 fue tan
especial?
Por la efervescencia
de la juventud. Nunca antes, en ninguna etapa de la historia de la Humanidad,
los jóvenes habían sido claramente protagonistas de su tiempo. La generación de
esos años —los ‘baby boomers’— intentaron cambiar el mundo, y si bien no lo
consiguieron, ocasionaron un impacto colectivo contra el establishment que sus efectos todavía repercuten hasta hoy. Fue la
década de Mayo del ’68, la Primavera de Praga, la masacre de Tlatelolco y el
Cordobazo. De Marcuse, el Che Guevara, Jean-Luc Godard, los Beatles y los
Rolling Stones. Nunca antes la música había adquirido tanta influencia
política. Los músicos fueron los gurús de su tiempo y sus mensajes fueron los
cimientos de las protestas juveniles.
Entonces, la música, en pocas palabras, tuvo en la
juventud un efecto manipulador.
Sí, al igual que la
gran mayoría de expresiones humanas. No en vano Platón nos definió como Zoo Politikon. El hippismo, acaso el
movimiento contracultural más importante de esos años, tuvo un cariz político.
Surgió en 1965 en la mítica esquina de Haight con Ashbury de San Francisco,
amamantado por la poesía beatnik, el libro On
the Road de Kerouac y la música Folk de Bob Dylan y Joan Baez. Los hippies
quisieron un mundo sin guerra, igualdad sexual, un retorno a la Naturaleza en
contra del sistema consumista y contaminador de sus padres. El hippismo fue una
búsqueda hacia la toma de conciencia, de qué carajo significa ser habitante de
este universo. Probablemente nunca encontraron las respuestas, pero el sólo
hecho de cuestionar los hizo sentirse ‘vivos’.
¿Qué es la contracultura?
Son movimientos que
van contra la cultura establecida, son antisistémicos y buscan una revolución
del pensamiento. El hippismo fue tan contracultural como lo fue el
existencialismo, un rechazo a la postura retrógrada de sus progenitores, la
búsqueda de una alternativa distinta al ‘sueño americano’. Woodstock representa
el punto más elevado de esta utopía. Quinientas mil personas se juntaron en paz
y convivieron en completa armonía. La famosa película es el testimonio de que
al menos por tres días de música, paz y amor, la quimera se podía alcanzar...
Lamentablemente para los hippies, la burbuja terminó estallándoles en la cara.
¿Qué fue lo que sucedió?
La utopía simplemente
fracasó. El hippismo fue un movimiento relevante, pero inconstante. El
anarquismo de su seno provocó que terminará destruyéndose así mismo. Woodstock
fue su punto más alto y puso la barrera muy por encima de lo imaginado. Cuando
se arriba tan alto y tan rápido a la cúspide, lo que sigue a continuación es el
descenso y la decadencia. El siguiente Festival, el de Altamont en la isla de
Wight, trajo muertos. Hubo también asesinados en diversos enfrentamientos
contra las autoridades, como pasó en la Universidad de Kent. La protesta dejó
de ser pasiva y se volvió violenta. Para la década de 1970, la utopía estaba
disuelta. La guerra de Vietnam llegaba a su fin y el mundo estaba sumergido en
una crisis energética. Además, fuera que los Beatles se habían separado, ídolos
como Janis Joplin, Jim Morrison y Jimi Hendrix, habían muerto. Las drogas que
parecían sustancias inofensivas y propias para expandir la mente, mostraron su
lado duro como son la adicción y la destrucción del individuo. La revolución
sexual —el amor libre—, el otro pilar del hippismo, culminó con la aparición
del sida.
¿Por qué nunca más volvió a repetirse un fenómenos como
Woodstock?
Después de Woodstock
hubieron muchos festivales. En 1971 por ejemplo, George Harrison organizó el
famoso concierto por Bangla Desh. En 1985 mi generación fue testigo de dos
festivales importantes: Rock en Río en enero y el Live Aid en julio, realizado
en simultáneo en Londres y en Filadelfia. En 1994 tuvimos la reedición de
Woodstock —la versión de 1999 fue un desastre— y los Lollapalooza itinerantes.
Sin embargo, ninguno alcanzó el halo místico de Woodstock simplemente porque
fue el primero verdaderamente multitudinario. Su predecesor, el Monterey Pop,
pudo ser más relevante porque dio a conocer a las futuras estrellas del
rock’n’roll —y fue la primera en quedar registrada en una película—, pero no
convocó a tantos espectadores. Otro motivo fue la calidad de las bandas: The
Who, Creedence Clearwater Revival, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Joe Cocker,
Santana, Joan Baez, Mountain, Jefferson Airplane, Crosby, Stills & Nash, The
Band, Grateful Dead, Sly & The Family Stone, Canned Heat, Ravi Shankar y
otros más que se hallaban atravesando su momento de gloria. Sin embargo, pienso
que el motivo fundamental es la ‘calidad’ de la audiencia ya que el Festival
fue la expresión de una generación que buscaba cambiar las cosas. Ningún otro
concierto posterior ha servido como ejemplo de rebeldía, de protesta en contra
del sistema.
Que es un documento
fílmico valioso. Sin restarle méritos al realizador Mike Wadleigh, creo que
quien se lleva realmente las palmas es Martin Scorsese, el montajista, quien
influenciado por lo que hizo Richard Flesicher en The Boston Strangler, incluye en el mismo encuadre hasta tres tomas
diferentes de los músicos y el público. Un buen recurso narrativo, muy poco
utilizado posteriormente. Me parece que Bill Norton lo usa en More American Graffiti y paro de contar.
La última vez que vi Woodstock completo fue en 2004, cuando transmitieron por
cable la versión extendida con las participaciones de Janis Joplin y Jefferson
Airplane, dejadas de lado porque no contaban con los derechos de esos artistas
y ahora se extendía a cuatro horas de duración. La versión ‘corta’, la
original, la he visto repetidas veces, y siempre me provocó reminiscencias de
aquellos años, una ilusión imposible de convertirme en hippie en los años
globalizados.
4 comentarios:
seguramente pareces así de viejo, por eso te confundieron, no es culpa de ellos sino tuya. tienes que darte una manito de gato
por otro lado, no especificas para o por qué fue la entrevista, cuál es la finalidad, ¿realizaron algún evento para recordar a los hippies y por eso es que se dio la entrevista? ¿en dónde se supone que los estudiantes iban o van a publicarla? ni siquiera se sabe el nombre de los supuestos estudiantes, ni para qué institución, revista, periódico, evento o tarea han realizado esta dizque entrevista
se me huele que eres como ciertos personajes que se hacen entrevistar por cualquier amigo o amiga y luego ellos mismos van buscando la forma de colgarla por donde pueden. patéticos estos figuretis
Casi todas las semanas, los profesores de la Universidad (me imagino de cualquier Universidad, son abordados por alumnos pidiéndoles su opinión sobre tal o cual tema). Esta misma noche, un grupo de alumnas me abordó para que opine sobre ética y publicidad y si existe algún código sobre el tema.
Yo no soy experto en música, sólo aficionado al rock y a la historia y con gusto emito una opinión sobre cualquier asunto que me interese. Muchas veces me abordan para hablar de cine porque soy un cinéfago compulsivo y me encanta explayarme. ¿Es figuretismo? Quizá. Pero más que nada ganas de conversar y compartir puntos de vista.
y me imagino que a esas alumnas también les vas a pedir que te saquen copia de la entrevista y la vas a colgar por aquí dentro de poco, ya, pero que firmen, ¿OK? para que sepan en LA UNIVERSIDAD quiénes son los que esperan una notita por pasarle el felpudo al profe longaniza
Tanto Woodstock, como mayo del 68 o la creación de la Unidad Popular, son momentos históricos que los estudié y acepté con mucha emoción, cariño y nostalgia agena. De pronto, se presentaron en mi vida, sin previo aviso, ni compromiso de por medio.
En mi caso, las fuertes revoluciones están lejos de mis manos y disponibles sólo como archivos histórico, pues por cuestiones generacionales, llegué bastante tarde a la fiesta.
Actualmente, luchar contra las fuertes represiones es muchas veces, luchar contra los mismos veinteañeros y no con ellos. Es un reto tedioso, pero emocionante y divertido.
Se dice que los jóevenes de ahora no somos como los de antes, algunos afirman que somos peores. Probablemente no sea tan equívoca esta condena. Sin embargo, incluso para los peores, existe la oportunidad de levantarse, empezar de nuevo y una vez que se ha tocado el fondo, comenzar a subir.
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