Me
gustan los directores consecuentes y hasta cierto punto ‘monotemáticos’. Me
gusta Leone y sus western amorales, Cronenberg y sus metamorfosis
autodestructivas, Allen y sus pajas existencialistas. Sam Mendes es un
realizador británico que desde que ha recalado en el cine norteamericano, sus
películas giran sobre un mismo eje temático: ofrecer un retrato crítico de toda
una filosofía de vida, el llamado American Way of Life, que hoy con la
globalización, se acelera como un cáncer su expansión por el orbe.
En
American Beauty vemos el amargo
desencanto de una familia disfuncional de clase media, a través de los ojos del
padre —Kevin Spacey— en sus últimas horas de vida (recurso narrativo que
recuerda a William Holden en Sunset
Boulevard). Road to Perdition
retrocede a los años de la Gran Depresión y vemos que el correcto padre —Tom Hanks—
mantiene el status quo de su familia ganándose la vida como sicario de un gángster
—Paul Newman—. Jarhead es el filme
que más se aleja de esta temática, pero no deja de traslucirse una crítica
encendida, como los pozos de petróleo que arden en la noche, a la intervención
estadounidense en la guerra de Iraq.
Revolutionary Road es una película que
hiere profundamente. Independientemente a que seas norteamericano o no, provoca
que cualquier espectador casado y con hijos, se cuestione si es feliz con lo
que hace o con lo que tiene. Guarda bastantes similitudes con American Beauty, pero en otro estilo, American... es un comedia negra, Revolutionary... es un melodrama, pero
ambas consiguen morder directo a la yugular de la sociedad americana.
American Beauty es una mirada crítica
a la América de nuestros tiempos. Road to
Perdition a la de la década de 1930. Revolutionary
Road se enfoca en la típica familia americana de la década de 1950 y llega
a la conclusión de que el cacareado ‘sueño americano’ jamás ha existido; se
trata de una farsa que ha condenado a millones de ciudadanos a la infelicidad
con tal de mantenerse en el engranaje de una sociedad que en apariencia es
pulcra y boyante.
La
experiencia de Mendes como director de Teatro permite que los actores bajo su
mando ofrezcan lo menor de sí. Kate Winslet nunca me había convencido como
actriz hasta que la vi metida en el papel de April, ofreciendo una
caracterización superior a la que hizo en The
Reader, por la que le dieron el Óscar. Verla de nuevo unida a DiCaprio —buen
actor, aunque pocos lo quieran reconocer— podría hacer pensar a cualquier
desubicado que pueden ofrecernos otro melodrama a lo Titanic, pero se equivocan, esta historia no tiene nada de cuento ‘rosa’,
quizá la intención de Mendes fue reunir a los mismos personajes de la película
edulcorada más famosa de los últimos años, en la otra cara de la moneda, en
cuento totalmente lúgubre. Estamos pues ante la descomposición de un matrimonio
y de lo que es peor, de una ilusión y de un proyecto de vida.
Winslet,
al igual que Spacey en American...,
desprecia la vida ‘perfecta’ que lleva, DiCaprio, al igual que Bening, parece
resignado. Ella desea un cambio, una revolución. Quiere sentirse viva, llenar
el vacío existencial que la consume. Busca que su marido vuelva a ser aquel
joven transgresor del cual se enamoró, aquel que no quería terminar como su
padre, un simple vendedor, y sin embargo, al matrimoniarse y reproducirse, no
le quedó más remedio que adaptarse y claudicar a sus sueños al ser derrotado
por la ‘responsabilidad’.
DiCaprio
odia lo que hace, pero considera que es lo correcto, Winslet no lo soporta más.
El vector que desencadena la tragedia es la visita de un matemático desquiciado
—magnífico Michael Shannon— considerado como ‘anormal’ porque es el único que
no tiene pelos en la lengua y les enrostra cuán infelices son (o somos) en
realidad, rematando con una frase demoledora: “Me alegro de no ser yo ese niño”
(por el bebé en gestación en el vientre de April). Otro personaje importante es
el de Kathy Bates —también ‘extraída’ de Titanic—,
la vecina que dice admirarlos como matrimonio, pero una vez destruidos los
crítica; ejemplo claro de uno de los principales pecados de los gringos: la
hipocresía.
Revolutionary Road se solaza
demostrándonos que el ‘American Dream’ es en realidad una pesadilla. La
felicidad no es tener una familia ‘perfecta’, una casa preciosa en los
suburbios y un trabajo de oficina (de vendedor). Mendes destruye nuestra
clásica visión de Norteamérica al mostrar que el estilo de vida americano es
justamente eso: un patrón de comportamiento, una sujeción que castra tus sueños
o tus deseos de vivir como realmente quisieras, una conversión a ‘muerto-viviente’
y una condena perpetua que arrastra a los hijos a convertirse en lo mismo. “Sé
que su padre debe sentirse orgulloso de usted”, le dice el jefe al empleado
DiCaprio.
Revolutionary Road ha sido el filme menos
taquillero de Mendes en los Estados Unidos, sería redundante explicar los
motivos, pero quizá sea su película mejor lograda. Supongo que a nadie le gusta
mirarse en espejos que reflejen nuestra anodina y miserable existencia.
1 comentarios:
no creo que su falta de éxito en la taquilla se deba a lo que tú consideras: "a nadie le gusta mirarse en espejos donde se refleje nuestra anodina y miserable existencia"
al momento de lanzar tu veredicto, no estás analizando el momento actual de la vida norteamericana. se está viviendo un drama social/económico/financiero que es duro de enfrentar y viene mendes con su pela a decirles que encima de todo, ni lo que antes vivían era felicidad, pues que se vaya al carajo
que vengan las comedias, los humoristas, la gente positiva a decirles pues sí, cometieron errores, pero acá no se acaba la vida, seguimos y anda, vamos a reírnos de nuestras caras y de nuestras várices, de nuestras huevadas y a levantar la frente se ha dicho
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