domingo, 13 de diciembre de 2009

niños de ayer

Hubo una época —ni hace mucho ni hace poco— en que vivir en Trujillo era una aventura. Para ‘emanciparte’ sólo necesitabas de una bicicleta y formar parte de una colla de cleteros con quienes mismos Hell’s Angels tomabas las calles por asalto.

Para unos párvulos de diez, la calle podía convertirse en un montón de posibilidades, en una carretera interminable que se proyectaba más allá de donde acababan las casas y el asfalto, por caminos afirmados —o por afirmar— podías ir a campo traviesa libre de preocupaciones. Nosotros, los que crecimos en California, teníamos tres itinerarios acostumbrados: A) La Encalada: casa-hacienda que aún conservaba sus arcos en la fachada y sus bucólicas palmeras; B) La ciudad-universitaria, que todavía no había sido cercada como propiedad privada y ofrecía buenos montículos para practicar bicicross; C) Más allá de El Golf, casi llegando a la vía de evitamiento, hacia dos lomas conocidas como «Las Tetas del Diablo», de pendientes tan empinadas que más de un avezado se fue de muelas en su intento de descender por sus laderas. Travesías más osadas —y mejor planificadas— eran partir destino a Huanchaco o a las huacas del Sol y de la Luna. Para ello se revisaban las llantas, se untaba la cadena con lubricante de automóvil —jamás con aceite de cocina—, llenabas la cantimplora con agua y cargabas con naranjas ácidas para ir chupando por el camino. Nunca tuvimos temor de que nos cuadren o que pudiéramos caer en las garras de «Los Buitres del Amor» (1). Eran otros tiempos y también otras bicicletas, todas de manufactura nacional, predominando las que tenían timón con V de vaca y freno contrapdedal. Las marcas podían ser Monark, Mister o Goliat. El modelo más ‘pituco’ eran las llamadas BMX —colores negro y amarillo— y las más misias aquellos armatostes destartalados, de aro grande, típica de jardinero. En mi infancia, Trujillo todavía era un pueblo y sus incipientes urbanizaciones ofrecían la emoción de contar con muchos pampones (2), ideales para improvisar circuitos cleteros demarcados con restos de adobes o ladrillos y el morrito de tierra para saltar. Ahora ya no quedan pampones y los que permanecen han sido amurallados. Las urbanizaciones se están poblando de feos edificios de cuatro o cinco pisos —no más porque están obligados a invertir en ascensor— y los parques han sido enrejados (3), por lo que cada vez queda menos espacio para que los niños correteen y se revuelquen; en pocas palabras, que disfruten de su infancia.

Mi generación era poco de quedarse en casa. Si permanecíamos era para ver Wild Bill Hickock o Rescate 8 en B/N. Televisor a color sólo tenían los militares y los narcos. La invasión y adquisición de estos aparatos se haría masiva a raíz del Mundial de España 82. No teníamos setenta canales de cable, a las justas tres en señal abierta —si es que el canal del Estado no salía del aire— y nos bastaba. Si queríamos algo más espectacular, íbamos al cine en mancha. Primero a matinée y luego, cuando cumplías catorce, a vermouth. Las películas a las que no te dejaban entrar por ser menor de edad, las veías en betamax (4). Ni siquiera con las consolas Atari nuestros padres nos pudieron mantener en casa (5). Más bacán era jugar —y perder plata— en los pinballs del centro, en los que manadas de alumnos con traje escolar (6) pasaban toda la mañana luego de evadirse de clases. Ya con más edad refugiarían su vagancia en el taco o en el futbolín.

Éramos callejeros y pat’e perros. La única obligación era llegar apenas ocultado el Sol (para no perdernos la telenovela brasileña). Eran días en que el agua se tomaba directo de san caño o de la manguera del jardín y no pasaba nada. Nadie en su sano juicio habría desperdiciado un sol comprando una botellita de agua. Para la sed nada mejor que una buena gaseosa al polo que circulaba sin asco de hocico en hocico. A pesar de las advertencias de los mayores sobre no meternos al mar o a la piscina con la panza llena o que a la salida del colegio no recibiéramos dulces de ningún extraño porque les metían droga (7), todo eran palabras muertas a nuestros oídos. Consumíamos cantidades industriales de Tor-Tees, Sublimes, Doña Pepas, marcianos de chicha o tamarindo con agua de acequia, o nos atragantábamos con las papitas rellenas o el cebiche del Tori (8), y que yo sepa nadie sufrió de obesidad o tifoidea. Ninguno de nosotros usaba casco, rodilleras o coderas para montar skate o patines y las costras —como tatuajes gloriosos— duraban semanas. Había quienes fabricaban su propio carrito de madera con rodajes de acero que, por carecer de frenos, terminaba su marcha empotrado en un poste imprudente. Nos cortábamos, nos quebrábamos los huesos, pero nunca hubo demandas o querellas judiciales. A la vecina escandalosa, sólo le quedaba como recurso para preservar la integridad de sus ventanas, gritar: “a joder a otra parte, ¡muchachos de mierda!” Pero no había otra parte; la pichanga-pichanga se jugaba en el asfalto, con arcos formados con piedras o ladrillos. Los menos hábiles —los ‘malos’— o eran ‘mantequilla’ o se rifaban al primer gol para que estorbaran como laucheros. Los partidos se interrumpían cada vez que pasaba un carro, lo cual ocurría muy de rato en rato. Normalmente era el distribuidor de Solgas que decía: “El gas, el gaaasss...” y la muchachada le respondía: “al que se lo meten por atrás”.

En los estudios, si te jalaban de año, lo repetías y punto. Ahora a los ñaños se les manda al psicólogo para corregir la dislexia o la dificultad de aprendizaje, cuando el mejor ‘psicólogo’ de antaño era nuestro propio viejo que aplicaba —gratis— su método que consistía en una buena latiguera para corregir el problema... Que yo sepa, nadie quedaba traumatizado. Cuando los padres castigaban por algo, nadie los demandaba por violencia familiar, sólo ajustabas el poto y aguantabas calladito porque sabías que lo merecías.

A la hora de ‘hacernos hombrecitos’, más o menos entre tercero y quinto de media, todos bien bañados y oloreados íbamos al paradero del «Happy Donkey» (9) y tomábamos los colectivos a El Milagro. Unos, para darse valor, iban tomando licor. Otros, una vez dentro, había que empujarlos al cuarto y por lorna le chantaban aquel chiste en que la fulana le pregunta: “¿Ya terminaste?” y el otro responde: “No, todavía estoy en cuarto”. Creo que yo debo haber pertenecido a la última generación burdelera. Trujillo estaba lejos de Estados Unidos y el sida era un problema de gringos. Hoy, estos antros no son tan populares entre los mancebos... Muchos nerds van a tener que esperar toda una vida para debutar.

Estoy resignado a que en el futuro yo también sufriré de paranoia paternal y no dejaré que mis hijos vayan siquiera al chino de la esquina. Ya se fueron los tiempos en que un menor de edad podía caminar de noche sin riesgo de que lo cuadren o se cruce un pervertido en la ruta. Sin embargo, si bien ahora contamos con mucha tecnología para mantenerlos ‘atados’ a la casa, pienso que sería mejor darles un poquito de posibilidad antes que seguridad. La calle es una escuela y te da lecciones de vida que no aprendes en casa o en el colegio. Soltarlos y no sobreprotegerlos garantiza que cuando nuestros hijos sean mayores, serán menos huevones y sabrán valerse por sí mismos.

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1. Leer Trujillanismos publicado en este blog.
2. Denominación para los lotes vacíos en las urbanizaciones, siempre llenos de desmonte, antes de convertirse en vivienda.
3. La pésima iniciativa de enrejar las áreas verdes de Trujillo principió en la década de 1990, dizque para dale seguridad a la zona, cuando la verdad es que se hacen para que las autoridades ediles 'muerdan' los presupuestos de estas obras que a todas luces afean la urbe.
4. Leer Cuando veíamos porno en 35 mm, publicado en este blog.
5. También había por esos días otra marca de videojuegos llamada Odissey, cuya consola no era compatible con los cassettes de Atari (ni de Activition, Imagic, Coleco y otras marcas que se dedicaban solamente a elaborar juegos). Su escasa popularidad (y su precio más alto) provocó que pronto desapareciera del mercado.
6. Pimballs como «El Pato Lucas» tenían un letrero que decía: “Prohibido el ingreso con uniforme escolar”. Otro pinball decía: “Prohibido el ingreso a menores de 12 años”, pero al poco tiempo los vagos convirtieron con pintura el 2 en un 0.
7. Nunca me quedó clara la existencia de estos suejtos temibles, tan perversos en el imaginario como el lobo feroz. Tampoco escuché el testimonio de alguien que los haya probado.
8. El Tori es un personaje emblemático de California. Hace más de cuarenta años, sale de su morada en la avenida Huamán (Vista Alegre) montado en su carretilla provista de papitas rellenas, rosquitas, cebiche y chicha morada para apostarse a la salida de los colegios Claretiano y San José. Hoy ya no hace ese recorrido y se coloca al mediodía en la calle Algarrobos, a un costado del parque grande de California.
9. Restaurante recreativo durante el día y pollería para cabros (según las malas lenguas) por la noche. Ubicado en la esquina de las avenidas España y Mansiche, su diseño era como una casita de cuento de hadas. En el techo se podía ver las esculturas en yeso de un burro saltarín y una botella de Coca-Cola.

8 comentarios:

STASH dijo...

" La burra " era la movilidad para ir a "El Milagro",bueno...me han contado.

alfieri dijo...

No recuerdo el apelativo. Solamente fui un par de veces en colectivo (en la primera o segunda cuadra de Mansiche, ahora se colocan para ir a La Cumbre o al Bahía Rosa en la Avenida del 5 Estrellas, al frente donde un tiempo funcionó la Reniec). Las demás veces siempre fue en carro de un amigo. Si aún hoy El Milagro y La Cumbre se ve lejos, hace 25 años se veía más lejos, oscuro y descampado. El mismo viaje ya era toda una aventura adolescente.

necia dijo...

feliz navidad, viejo gruñón

necia dijo...

ufff ya cambia ese post, viejo gruñón, mira que ya está llegando el año nuevo, felicidades

Alfieri Díaz Arias dijo...

Gracias por tus saludos navideños y nuevoañeros. No cambié el post porque estuve de vacaciones en todo el sentido de la palabra, desconectado de Internet (menos de Facebook por las fotos de reencuentros de promo). Te deseo lo mejor y gracias totales por hacer más hígado que Aquiles en este blog.

Besos.

necia dijo...

anda besa a tu abuela

alfieri dijo...

Imposible. La materna murió en 1980 y la paterna en 1995.

necia dijo...

entonces besa a tu mujer, no jodas