domingo, 12 de septiembre de 2010

la crítica cinematográfica

Los seres humanos somos críticos y bajo esa condición nos creemos facultados para evaluar o dictaminar sobre temas diversos, sean extensos o limitados nuestros conocimientos de los mismos.

La crítica cinematográfica debe ser una de las más universales y democráticas. Todo aquel que haya visionado una película habrá vociferado alguna sentencia fulminante que básicamente se circunscribe a dos palabras: ‘es buena’ o ‘es mala’. La gran mayoría de espectadores, sin embargo, está incapacitado de enunciar un juicio de valor, solamente se deja de llevar por su gusto que muchas veces es irracional. Buena ‘pela’ para la masa es aquella que la hace pasar un buen rato y no resulta soporífera o ininteligible. El ojo común está educado por el patrón del blockbuster hollywoodense, cine que aplica una fórmula efectiva de escapismo y entretenimiento, la cual no necesariamente es negativa, siempre y cuando sea fresca, original y no plagiaria y repetitiva.

Cualquiera puede formular una opinión sobre determinada película, pero pocos cuentan con la capacidad de elaborar una crítica. Para evaluar un filme, el primer requisito es ser un cinéfilo, es decir haber visto y saber mucho de cine, conocer de argumentación, semiótica y estética audiovisual. Ahora, no sólo basta poseer conocimientos de cine, hay que saber plasmarlos también. La crítica cinematográfica consiste en el análisis de un filme. En algunas universidades se enseñan cursos de apreciación del séptimo arte pero en ninguna parte te recibes de crítico cinemero. Simplemente no se estudia para eso. Muchos periodistas se especializan en la materia por simple afición y sin haber cogido una puta cámara en su vida.

El crítico cinematográfico puede parecer un sujeto bilioso y despreciable. Un injurioso que destila veneno motivado por vectores envidiosos. Una víctima de las críticas aseveró alguna vez que: “todo crítico es un artista frustrado”. Sea cierto o no —mezquino o no—, el crítico de cine es un mal necesario siempre y cuando sus juicios de valor sean elaborados con responsabilidad y relativa imparcialidad, ya que pocas cosas tan subjetivas como una crítica que siempre parte desde un punto de vista. El análisis acertado sive para guiar y educar, sobrevive en el tiempo y se convierte en fuente de consulta para generaciones venideras.

La crítica cinematográfica no nació con el cine. Se fue desarrollando a medida que el séptimo arte adquiría renombrancia artística. En 1927 se estableció el primer trofeo para galardonar producciones —con el tiempo se le llamó Óscar— y si bien muchas de sus elecciones han resultado discutibles, hasta la fecha sigue siendo uno de los paradigmas para la evaluación de películas de ‘calidad’. En los años postreros aparecieron los festivales —siendo los de Cannes, Venecia y Berlín los más afamados— en los que por su universalidad sus premios son más valorados por los especialistas.

En la época dorada del cine americano —y emulando lo que ya se venía haciendo con las obras montadas en Broadway— aparecieron las plumas afiladas y demoledoras de diversos críticos. Destacaban las de Hedda Hopper y Louella Parsons quienes curiosamente se detestaban entre sí porque se disputaban el título de ‘la reina de Hollywood’ (el telefilme Malice in Wonderland con Elizabeth Taylor y Jane Alexander está inspirado en ellas). Ambas, sin embargo, sabían poco de cine y sí mucho de farándula a lo Magalay Medina por lo que en sus columnas había mucho de chismorreo malicioso y juicios pacatos antes que análisis propiamente cinematográfico. La Hopper por ejemplo, probó suerte como actriz en varias cintas pero nunca obtuvo un papel destacado, de ahí que comentara con mala leche.

En los años de posguerra, el análisis se vuelve más académico. Bajo la influencia de André Bazin —quizá el más importante teórico de cine—, un grupo de jóvenes redactores de la revista Cahiers du Cinemá dejaron de hacer el papel de criticones y se animaron a ponerse detrás de las cámaras: Jacques Rivette, François Truffaut, Jean-Luc Godard y Claude Chabrol (quien acaba de fallecer, horas antes de escribir estas líneas). Otro ejemplo de crítico luego realizador en el cine americano es Peter Bogdanovich, quien debutó con la notable The Last Movie.

En el Perú, la crítica ha sido ejercida por distintos medios de prensa escrita y más tarde de radio y televisión. La primera gran revista de cine fue Hablemos de Cine en el seno de la Universidad de Lima que congregó entre otros a Isaac León, Juan Bullita y a José Carlos Huayhuaca, este último se animó a realizar un puñado de películas y una que otra producción televisiva. En años postreros circularon otras revistas como La Gran Ilusión, Butaca Sanmaequina y más recientemente Godard!, dirigida por una generación de jóvenes cinemeros enfrentados con los viejos que muchas veces creen que la crítica es de su patrimonio exclusivo en este país. La televisión ha dado cabida a programas como El placer de los ojos, conducido por Ricardo Bedoya —quizá nuestro crítico más entendido— y Cinescape de Bruno Pinasco, aunque este último tenga mucho más de show-business y muy poco criterio.

En muchos países, la suerte taquillera de una largometraje depende de una crítica. Para fortuna de muchas pésimas películas, en el Perú los espectadores hacen caso omiso de las opiniones de los concienzudos y no tienen escrúpulos de convertir bodrios en sucesos de taquilla. Curiosamente las películas galardonadas en festivales y que gozan de buenas críticas no soportan ni una semana en cartelera. Crítica y público no siempre van de la mano porque como dice el viejo adagio: “El punto de vista es como el culo, todos tenemos uno”.

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