martes, 2 de noviembre de 2010

mi voto irresponsable

Los partidos políticos en el Perú son una suerte de movimientos que aglutinan personas en torno a un caudillo, llámese Pardo, Piérola, Odría, etc. Con la desaparición física del adalid, la popularidad del partido decrece y luego desaparece. El Apra ha sido la única excepción. Alan supo tomar la posta de Haya. El Partido Popular Cristiano y Acción Popular también sobreviven, pero su protagonismo se debilita con cada revés electoral. Todos los partidos nacen con una postura ideológica que con el tiempo se mezcla o adultera hasta volverse irreconocible. En el Apra del pensamiento de Haya no queda prácticamente nada. Los ideales de pan con libertad no combinan con las leyes del libre mercado.

En el mundo liberal las posturas extremas no tienen cabida. Ni el ultrafascismo ni el comunismo radical. Nación que ahora no se trepa al tren de la globalización, corre el riesgo de ser arrollada económicamente por el sistema. China con Den Xiaoping dejó de ser comunista para convertirse en un gigante voraz con ganas de engullirse todo el capital del orbe. El maoísmo es utilizado como garantía de mano de obra barata para las grandes transnacionales. Lo mismo sucede en Vietnam e Indonesia. El romance de Cuba con el socialismo está próximo a colapsar y quizá la dinastía feroz de Kim Il Sung en Corea del Norte. Posturas como el nacionalismo de Chávez no pueden ser tomadas en serio, sobre todo cuando existen en Venezuela muchas fábricas extranjeras y el 47% de su producción petrolífera es adquirida por Estados Unidos, dizque su principal enemigo.

A excepción de la Revolución Peruana de Velasco, la izquierda en el Perú, pasando por Mariátegui, Haya y Ravines, ha sido un eructo de escasa trascendencia. Un foco de violencia en los casos más extremos, cuando no se convertían en una asociación de extorsionadores oportunistas. Electoralmente nunca obtuvieron nada importante, salvo la alcaldía de Lima con Barrantes, quien estaba lejos de tener talla de líder nacional.

Si bien simpatizo con la utopía socialista, nunca he votado por algún candidato de izquierda. Ninguna de sus figuras contemporáneas, salvo Javier Diez Canseco, ha podido convencerme. La mayor de las veces he sufragado y apoyado a candidatos de derecha. Mi voto en las municipales y presidenciales es por la persona, nunca por sus promesas o planes de gobierno que dudo pueda cumplir. El primer requisito que exijo de un candidato es honradez y (mediana) transparencia. Segundo, capacidad y liderazgo. Tercero, respeto y voluntad para dialogar. Cuarto, siquiera una mínima iniciativa por mejorar la situación del terruño que lo eligió.

Siempre he votado a perdedor. Nunca el candidato de mis simpatías ha conseguido vencer. Me es difícil entrar en sintonía con el clamor popular. 

Si hubiera tenido la oportunidad de votar en 1980 y 1985, lo habría hecho por Bedoya, el político peruano que me ha generado más empatía. De haber salido presidente es probable que los economistas no llamarían a los ochenta como la ‘década perdida’. En 1990 habría votado por Vargas Llosa si es que el aprismo no me lo impedía. Muchos de mi generación, con dieciocho años cumplidos, no se nos permitió sufragar —votos que se especulaban habrían sido mayoritariamente vargasllosianos— y recién, pasada la contienda, pudimos sacar libreta electoral.

En 1995 voté para presidente por primera vez (mi primer sufragio fue para elegir a los miembros de la Constituyente de 1992). Debí apoyar a Pérez de Cuellar, peruano ilustre que era la alternativa contra la reelección de Fujimori, pero me incliné por Belmont quien en ese entonces me caía bien (poco que ver con el viejo reblandecido de hoy, atrincherado en su canal). En 2000 voté por Toledo en primera y segunda vuelta, haciendo caso omiso a su pedido de votar viciado. En 2001 voté por Lourdes y viciado en la segunda. Ganó Toledo al final y realizó el mejor gobierno desde que retornó la democracia en 1980.

En 2006 volví a votar por Lourdes y Alan le robó en mesa su mejor oportunidad de convertirse en presidente. La segunda vuelta se convirtió entonces en una elección del mal menor, una contienda apocalíptica para algunos, entre ellos Vargas Llosa que hablaba de que uno era el sida y el otro el cáncer terminal. Siguiendo a mis principios voté por Ollanta a pesar de su facha de cachaco bruto, decisión que por supuesto me costó la rechifla del 90% de mis familiares y amigos. En los dos meses que mediaron entre la primera y segunda vuelta me tildaron de ‘irresponsable’, también de ‘ignorante’, de pone en riesgo el futuro de mi hijo quien había nacido hacia pocas semanas. Humala, en mi entorno social, representaba el retorno a las cavernas, la marioneta de Chávez, el cuco de la inversión extranjera —la ‘panacea’ para nuestro país—, el expropiador de empresas y viviendas, el demonio que en menos de un año mandaría al carajo la economía de la nación. Para ellos, el voto ‘pensante’ era por Alan, no entendían mi postura que votar por él era avalar la corrupción de su primer mandato, premiar en exceso la inmoralidad y la mayor muestra de incapacidad registrada en nuestra historia republicana. Era beatificar a una sarta de saqueadores, encabezados justamente por este ‘pillo de siete suelas’ como bien lo definió Chávez; un voto, pues, ética y moralmente inaceptable.

Como señalé líneas arriba, el primer requisito para votar por un candidato es que tenga las manos limpias y según mi percepción, Ollanta es un ‘Lifebuoy’ al lado de Alan. Votar por él significaba un voto de rechazo contra el alanismo, aparte de evaluar el tan cacareado efecto apocalíptico sostenido por sus detractores. En primer lugar nunca se escuchó de su propia boca alguna amenaza para expropiar o atentar contra la inversión privada; habló de impuestos y protección para los empleados (esa clase amedrentada con el desempleo para volverla productiva). Segundo, creo en la fortaleza de la democracia; si Ollanta hubiera intentado ejecutar medidas radicales y ultranacionalistas habría tenido que cerrar el Parlamento porque no tenía mayoría, manipular el Poder Judicial, amordazar a la prensa, contar con el apoyo total de las Fuerzas Armadas (donde los Humala tienen detractores) y también con el apoyo de Estados Unidos que tiene muchos intereses geopolíticos en nuestra nación... improbable conjunción. Si el golpe de Estado de Fujimori tuvo éxito fue porque las Fuerzas Armadas, Estados Unidos, un grueso sector de jueces, la prensa y la mayoría de la opinión pública, lo apoyaron. Alan intentó estatizar la banca contando con mayoría parlamentaria y un escenario mundial todavía bipolarizado y sin embargo no pudo. Ollanta es un tipo con la suficiente inteligencia para saber que el radicalismo sería el suicidio para su régimen, por lo que presumo que en su mandato habría ejecutado algunas reformas sociales (que son necesarias) y quizá algunos despilfarros populacheros, pero nada apocalíptico. Quizá su gobierno habría sido mejor que el de Alan, cuyas arcas están plétoras de tanto entreguismo y sin embargo es incapaz, por ejemplo, de levantar la zona de Ica de los escombros tras el terremoto de 2007 (el sismo en Rancagua y Concepción fue mucho peor y los chilenos ya se están levantando).

Dándole una oteada al panorama electoral de 2011, no votaría por Keiko porque sería avalar la mafia de su viejo. Tampoco por Castañeda a quien veo como un tipo turbio. Mi apoyo a Ollanta fue coyuntural, pero igual lo veo como un cachaco al cual no apoyaría. Menos por el Padre Arana, a pesar de las simpatías que me genera la Teología de la Liberación. La Aráoz me agrada, pero el Apra no, su candidatura sólo es para que esos buenos para nada sumen escaños en el parlamento. Quizá votaría por Toledo o porque soy ‘irresponsable’ me incline por Guerra García, voceado candidato de Fuerza Social (siendo consecuente con el socialista aletargado que llevo dentro).  Chile tuvo una Bachelet, Brasil a Lula y ahora a Dilma Roussef, Argentina al binomio Kirshnner y no hubo alarmismos apocalípticos en ninguno de esas naciones. Tampoco que yo sepa en la Bolivia de Evo, el Ecuador de Correa —quien salió adelante tras una huelga policial— y de la propia Venezuela de Chávez. Me pregunto por qué el Socialismo del siglo XXI en el Perú debería ser diferente al de sus países vecinos.

0 comentarios: