lunes, 7 de noviembre de 2011

litoral trujillano: hora cero

La conexión de Trujillo con el mar se pierde en el tiempo. Los Moche y los Chimú fueron civilizaciones hijas del mar, del viento y del desierto. Quienes habitaron en estas tierras se desarrollaron con el piélago como aliado, sabían muy bien que formaban una unidad con la naturaleza y no podían imponer su voluntad sobre ella.

La soberbia sobrevino con la fundación hispana de Truxillo en el siglo XVI. La ciudad creció no en el desierto como Chan Chan o entre los centros ceremoniales del Sol y de la Luna, sino en los terrenos más fértiles del valle Santa Catalina y esa depredación de terrenos de cultivo se prolonga hasta hoy en respuesta a la angurria de la expansión urbana. El trujillano de la Colonia y principios de la República vivió de espaldas al mar. Su temor a los piratas, hizo que se encerraran con murallas alrededor. El mar para ellos, más que una fuente de sustento, cumplió una función mercantilista, de llegada y embarque de mercadería y de pasajeros hacia la capital del virreinato o hacia la metrópoli, es decir España, con la cual se sentían plenamente identificados.

En el siglo XIX, los gobernantes de Lima decidieron que Huanchaco, el puerto natural de Trujillo por centurias, no reunía las condiciones adecuadas y se propusieron construir al sur de la urbe un nuevo puerto que permitiera la llegada de naves de mayor envergadura. Es así como nace el puerto de Salaverry, haciéndose necesario el levantamiento de un molón, sin ningún estudio técnico ni conocimiento de las corrientes marinas que a lo largo de los años han ido pasándole factura al litoral, al punto que Trujillo hoy corre serio riesgo de quedarse sin playas.

La primera víctima de esta erosión originada por la mano del hombre fue la lonja de arena entre Salaverry y Las Delicias conocida con el bíblico nombre de Mar de Galilea, playa a la que mi madre le agradaba ir y en su combi Volkswagen —símbolo de la generación hippie, pero la que teníamos en casa era color verde esmeralda— cargaba con nosotros y todos los amigos del barrio. Hoy sólo nos queda el recuerdo.

Mutilaciones más recientes han sufrido Las Delicias, el balneario de la alcurnia, acaso castigada por aferrarse a costumbres vergonzosas como la aberrante Feria de San José y también Buenos Aires, el balneario de Trujillo entre principios y mediados del siglo XX. Justamente en la playa de Víctor Larco, gruesos rocones han sido colocados en lo que fuera el malecón, impidiendo a duras penas que los embates de las olas arrasen con los chifas y otros establecimientos comerciales.

La furia de la naturaleza sigue avanzando incontenible y ahora amenaza con devorarse a Huanchaco. Sectores como La Poza y El Elio han cedido bastante arena. De La Curva apenas si queda una franja pequeña. La erosión marina se sigue extendiendo hacia el norte, hacia El Boquerón, El Silencio —poniendo en riesgo nuestra última reserva natural de totorales— y amenaza con llegar hasta Santiago de Cao.  

Hablamos de decenas de kilómetros de playa, lo cual le afectará decididamente en la economía regional. De no hacer nada, podríamos perder nuestros principales baluartes turísticos, pesqueros y gastronómicos.

Este panorama apocalíptico podríamos revertirlo si conseguimos que el gobierno central acceda a destinar una partida para adquirir de manera permanente unas dragas que permitan remover bancos de arena y así controlar los efectos de las corrientes marinas. Es una medida política más que presupuestaria y para ello los trujillanos en conjunto debemos alzar nuestra voz de protesta y exigir que se salve de inmediato una de nuestras principales riquezas naturales. Colectivos como ‘Queremos PlaYA!’ son buenas iniciativas que deben contar con mayor respaldo de la colectividad. La situación es más grave de lo que parece y no nos podemos quedar en el marasmo del cual estamos tan acostumbrados. Perder las playas sería más que perder un lugar para vacacionar. Sería perder nuestra propia razón de ser.

 Elaboración de piezas: Idea y Copy Creativo: Alfieri Díaz
Diseño y Arte: Óscar Gonzales

3 comentarios:

Necia dijo...

"... en respuesta a la ambrosia de terrenos..." en que sentido usas la palabra ambrosia, fierro? en ica bebi un vino llamado asi, sumamente dulce, no me agrado. visite un restaurante hindu con ese nombre varias veces y seguire yendo otras tantas porque es realmente bueno, pero la pronuncian con la fuerza de voz en la "o" y para ellos significa el alimento de los dioses, igual que para la mayoria. no entiendo lo que intentas decir con esa palabra, no crees que quedaria mejor con "angurria"?

tonces tu te designas como el copion del diseño? ya man. de todas maneras, si te lanzas de candidato, tienes mi voto. no quiero que trujillo se borre del mapa con mi fierrito dentro... al menos, no antes que vaya por ahi a joder un poco a la gentita. adefender trujillo se ha dicho!

Alfieri Díaz Arias dijo...

Querida Necia:

Que gusto saber de ti después de tantas semanas. Sigo siendo un asiduo visitante de tu blog (aunque no soy amigo ni enemigo de la tauromaquia).

Tienes razón al respecto de AMBROSÍA, no hay excusas para mi lapsus brutus. Humildemente acepto tu palabra ANGURRIA (colocada en cursiva). Este escribidor igonrante agradece tus correcciones.

Necia dijo...

a pesar de haberme pasado años acudiendo a las corridas, no puedo decir que fuera amiga (en el sentido de "a favor") de esta aficion. simplemente no pensaba, no tenia la menor idea de todo el sufrimiento, la tortura a que era sometido el toro para complacer a un publico que no merece ningun tipo de respeto

como mencione en mi post, era "arreada" simplemente. me dejaba llevar por la corriente y el ambiente que rodea las corridas es impactante y me agradaba, para que negarlo. lamento mucho haber tenido que presenciar una faena fallida, para darme cuenta en toda su dimension que lo que estabamos haciendo era una salvajada

mi padre fallecio sin llegar a aceptar, ni por asomo, que las corridas eran algo malo. para el, era algo maravilloso. nunca pude convencerlo de lo contrario