miércoles, 2 de julio de 2014

48 horas en rio

A la salida del Maracaná, junto con
Kike Pérez y Gustavo Orellana.
Saben, quienes me conocen, que poseo la extraña facultad de memorizar nombres, fechas, resultados y todo tipo de información que me es relevante. Por eso algunos me han llamado ‘enciclopedia humana’ —chapa que me queda ancha— o ‘Funes el memorioso’ como me chantó mi querido Richard Licetti, en alusión a un cuento de Borges.

La prueba: Nunca he querido participar en ningún concurso tipo Quién quiere ser millonario. Pienso que por mucho que sepa, la mala suerte no hará que pase de la ronda preliminar. Si me animé a participar en El peruano que más sabe de fútbol organizado por Hyundai era porque se trataba de un juego de preguntas por internet que, en cierto sentido, era un entretenimiento privado que podía resolver a cualquier hora, en la comodidad de mi casa y en pelotas, sin ningún tipo de presión pública, solamente yo y un cuestionario de 275 preguntas que variaba, retándome a superar mi marca una y otra vez.

Primer lugar: Una mañana, mientras tomaba examen parcial de Fundamentos, me puse a jugar como quien no quiere la cosa y respondí 263 preguntas en 40 minutos, una velocidad mayor que la de mis alumnos ante 20 preguntas sobre publicidad y marketing. No me imaginé que establecería un registro imbatible y que quedaría en el primer lugar a lo largo de dos semanas hasta que se cerró el concurso por internet y me calificó automáticamente para estar entre los diez finalistas que en vivo concursarían por un pasaje a Río de Janeiro en pleno mundial.

Competir o no competir: Cuando la gente de Gildemeister distribuidor de Hyundai en el Perú me informó que debía viajar a Lima el 1 de junio para participar en la gran final, yo mismo me convertí en mi peor enemigo y posiblemente no hubiera viajado si no fuera porque Claudia, mi mujer, me dio una buena carajeada y me soltó una frase infalible que tocó fibra en mi orgullo paternal: “¡Qué ejemplo le darías a tus hijos si te das por vencido sin siquiera haber participado!” Así que sin muchos ánimos creyendo en maleficios o concursos amañados me embarqué y llegué puntual, a las tres de la tarde, al local de Ramón Ferreyros concesionario de Gildemeister en la Javier Prado con Arequipa. Éramos, efectivamente, diez participantes y yo el único de provincias. Era también, junto con un tío un poco mayor que yo, los más viejos, el resto eran mocosos entre los veinte y treinta años que habían llegado con el librito de Daniel Peredo sobre los datos caletas de los mundiales como ayuda-memoria.

La Final: En la primera ronda me tocó enfrentar a mi contemporáneo. Fue un rival reñidísimo. Apenas lo superé por dos respuestas. De ahí me encerraron en un ambiente para que no viera la performance de los otros competidores. Cuando me tocó volver, el guardián del local me dijo con una sonrisa: “Nadie ha hecho tu marcador, te apuesto que vas a ganar”. Sus palabras me llenaron de confianza. En la ronda final me concentré en el tablero y me dediqué a responder como una máquina todas las preguntas. Tuvieron que indicarme que parase la mano porque hace rato que mi contrincante había quedado eliminado. Con hidalguía, el mocoso que me tocó enfrentar típico nerd con pinta de ratón de biblioteca me dijo: “nos habían dicho que venía un tío de Trujillo que sabía cómo mierda”; si pues un ‘tío’ que había iniciado muy joven su romance con la historia del fútbol, sin imaginar que treinta años después tamaña dedicación me daría una de las mayores satisfacciones de mi vida.

La espera: No creo ser el peruano ni el trujillano que sepa más de fútbol, pero así me promocionó Hyundai a través del Facebook y al día siguiente todas mis amistades sabían que me iba a Brasil. Todos parecían estar festivos, menos yo que me mantenía escéptico porque los organizadores todavía no me comunicaban en qué consistía el bendito premio en realidad. Recién el jueves 19, recibí un correo de parte de ellos donde detallaban día por día y hora por hora en qué consistía el fabuloso viaje que me esperaba. Después de 18 días de más angustias que alegrías, pude por fin sonreír y sentirme ganador. Estaría en Brasil, en una Copa del Mundo, en un viaje a todo dar. El domingo 22 en la noche me embarqué a Lima y al día siguiente, a las siete de la noche, llegue al Jorge Chávez donde me fueron presentados mis once compañeros de ruta: Claudio Ortiz, gerente de Hyundai; Gonzalo Bedoya, concesionario de Gildemeister en Arequipa; Pablo Alvarado, quien se convertiría en mi compañero de juerga; José Miguel Saavedra; Gustavo Orellana; Roberto Dongo; César Ruiz (todos empleados de Gildemeister); y los periodistas Kike Pérez (hijo de Kike Pérez); Jorge Solari de Fútbol en América; Jorge Chávez, camarógrafo de América TV y Mariana Pinillos la única fémina de la Revista Cosas. Sobre el viaje pasaré a describirlo hora por hora, como si se tratase de un cuaderno de bitácora.  

Lunes 23

Llamada al abordaje.
21:50 hrs. (Hora Peruana) Me embarco en el vuelo 921 de Avianca rumbo a Río. Para un aeroclaustrofóbico como yo, la travesía transcurre con normalidad, soportando las incomodidades de la Clase Económica (el asiento se recuesta diez grados apenas). Como me es imposible pestañear, pego mi vista en la noche. Las luces de pueblos y ciudades se multiplican conforme superamos la cordillera de los Andes y nos adentramos en cielo brasileño. “¿Qué carajo están haciendo con la Amazonia?”, me pregunto, constatando que las luces se esparcen como un cáncer en lo oscuro que imagino es el verde de la jungla. 

Martes 24

04:40 hrs. (Hora Brasileña) Arribamos sin contratiempos en el Galeão, el aeropuerto internacional de Río para vuelos domésticos hacen uso del aeropuerto Santos Dumont. El empleado de Avianca nos apura en un portuñol ininteligible a pasar por la aduana, avisándonos que un vuelo de Alitalia acaban de arribar  trescientos tiffosi, prestos a alentar a su selección que horas más tarde jugaría su pase a Octavos frente a Uruguay en el Arena das Dunas de Natal. Todos lucen cansados y con cara de pocos amigos tras doce horas de vuelo. Cómo se les vería después cuando quedaron eliminados. Me llama la atención ver a las damas de la tripulación del Alitalia, todas de edad avanzada y ataviadas con un mantón verde. Más que aeromozas, yo las llamaría ‘aeroviejas’. Antes de embarcarme, cambié 200 reales a buen precio en el Jorge Chávez. Gustavo Orellana me dice que es insuficiente y me anima a cambiar en el aeropuerto de Río cien dólares. Por ellos me dan 175 reales. Le miento la madre a quien me aconsejó por el pésimo negocio que había hecho.

05:30 hrs. Salimos del aeropuerto que honestamente me resulta poco acogedor y descuidado. Llama la atención tratándose de Río, uno de los principales focos turísticos a nivel mundial. El Jorge Chávez se lo lleva de encuentro. Sentado al lado de Gonzalo Bedoya, un tío con pinta de ser characato de alcurnia, le pregunto si es pariente de Andrés Bedoya Ugarteche y efectivamente, me dice que era su primo y me confirma lo poco que sabía de él, que era un tipo ermitaño y quisquilloso, peleado con todo el mundo, racista hasta el tuétano, pero con una lucidez privilegiada para escribir sobre la realidad peruana con un sarcasmo virulento. Su columna La Ortiga fue por años lo más destacado del diario Correo. Lástima que ninguno de nuestros compañeros de viaje tuviera idea de quien diablos estábamos hablando.    

06:15 hrs. Tras superar un tráfico inusual para Lima, mas no para Rio, llegamos al Windsor Atlántica, hotel de cinco estrellas, treinta y nueve pisos y piscina en la azotea. Me han registrado como ‘Alfieri Arias’ y designado la habitación 2403. Como hace hambre y la cena del avión no ha sido suficiente, acudimos en tropel al comedor, ubicado en el cuarto piso. Comencé el buffet con todas las frutas. El kiwi y la sandía son similares a la peruana, el mango muy ácido para mi gusto, la papaya y, sobre todo, la piña, extraordinarias, sabrosísimas. Los jugos de mango, piña y naranja probé los tres bajos en azúcar. La variedad de panes todos horneados a un punto dulcete. Degusté los quesos y jamones y también el tocino o bacón como le dicen en Brasil y en España muy tostado, seco, pero agradable. Con cuantas ganas de comer me vería la recepcionista del comedor que sin que yo se lo consultara me dijo en castellano: “si se quedó con hambre, la cocina está abierta hasta las tres de la tarde”. Me hubiera gustado probar los ojos verdes y felinos de la muchacha, pero no sé si estaban incluidos en la carta. 

10:00 hrs. Claudio Ortiz me anuncia por teléfono que el tour comienza a las once. He dormido apenas un par de horas. Para qué más. Duchado y oloreado bajo a la recepción y el propio Claudio me informa que la movilidad va a llegar por nosotros a las 11:30. Sin ganas de hacer tiempo entre cuatro paredes doy una vuelta por las inmediaciones. Constato que el hotel Windsor se encuentra en Leme, playa contigua a Copacabana, cruzando la Avenida Princesa Isabel. ¿Qué quién era esta señora? Nada menos que la hija del emperador Pedro II de Brasil y en uno de sus regentados tuvo la feliz idea de abolir la esclavitud. ¿Qué cómo averigüé todo eso? Esa información aparece en portugués legible debajo de la denominación de cada calle que lleva el nombre de alguna personalidad relevante. Una iniciativa digna de imitar aquí en el Perú donde transitamos calles sin saber a quiénes deben sus nombres. Me adentro unas cuadras en Nossa Senhora de Copacabana, calle paralela a la Avenida Atlántica que es la que da a la playa, plagada de establecimientos comerciales y comienzo a constatar que siendo Brasil una potencia en el campo de la Publicidad, no veo ni un aviso que me llame la atención por su creatividad. A las justas una campaña de Visa en paraderos mostrando a los personajes de Shrek o de Madagascar con pintas brasileñas o de una cuarentena de personajes de Los Simpsons reunidos frente a la tele bajo el copy: “Brasil, el lugar donde todo el mundo quiere estar”. Simpático pero nada del otro mundo. Quizá los cariocas han emulado a Sao Paulo, metrópoli que ha prohibido la publicidad exterior en sus fachadas y avenidas.  

11:30 hrs. Parte la camioneta rumbo al Cristo de Corcovado. José Miguel me comenta la cantidad de vehículos con lunas polarizadas que circulan por las calles. Pasamos por el Palacio de Laranjeiras, residencia del gobernador del estado de Río, al costado se encuentra la sede del club Fluminense, equipo carioca con el que más simpatizo. Más adelante pasaríamos por la sede del Botafogo. En el trayecto, yendo de subida, me sorprendo de cómo los cariocas han combinado su arquitectura con el verde que prima en el ambiente y con el agua que se introduce formando lagunas en el paisaje. “Rio de Janeiro ha sido un pantano”, nos explica Elder, el guía del tour, de allí que hayan aprendido a convivir con la naturaleza.   

12:00 hrs. Arribamos a la estación ferroviaria Cosme Velho que nos llevaría a la cima del Corcovado, ubicada a 710 metros de altura. La afluencia de turistas es tal que aguardamos una hora para tomar el tren que más parece un tranvía compuesto apenas de dos vagones para llevar a una centena de personas como máximo. Recorrer todo el trayecto de unos cuatro kilómetros de subida le toma al vehículo una veintena de minutos. “¿Llegaremos a tiempo para almorzar y ver el Italia-Uruguay?”, pregunta Gustavo Orellana y Elder mueve negativamente la cabeza. Ojalá el sacrificio valga la pena.

La estúpida pose de todo
turista en el Corcovado.
13:30 hrs. Llegamos al Corcovado. Para subir hasta el monumento tomamos un elevador y de ahí a unos escalones de piedra que te ponen cara a cara con la estatua de treinta metros del Cristo con los brazos abiertos. Transitar por el lugar es casi imposible debido a la cantidad de turistas, todos tomándose la foto con la típica pose de la efigie (como buen enajenado soy uno de ellos). Si deseas una toma con la estatua por completo, debes tirarte al suelo, pero ante tal marea de gente, eso resulta imposible. Miro al Cristo recuerdo haberme tomado una foto con una réplica de dimensiones más modestas en Sacsahuamán y reflexiono si merece haber sido calificada como una Maravilla Moderna al lado de la Muralla China o Machu Picchu. Más maravillosa que la estatua es la vista panorámica de Río, sobre todo de la zona de Lagoa que debe su nombre a la laguna Rodrigo Freitas y que es una de las zonas más hermosas y exclusivas de la urbe.

14:00 hrs. Media hora es más que suficiente para dedicarla al Corcovado. Rumbo al tren de regreso nos topamos con un grupo de hinchas franceses que llaman la atención por cuatro motivos: todos son de raza negra, cantan La Marsellesa como si fueran franceses de varias generaciones, lucen banderas del Olympique de Marsella y tienen una actitud beligerante contra quienes lucen la camiseta amarilla de Ecuador (a quienes enfrentarían mañana en el Maracaná). “Una muestra de que la Francia está en decadencia”, comenta por ahí un racista asolapado, dándole la razón al ultranacionalismo de Le Pen.

15:30 hrs. Bajar del Corcovado nos toma otra hora más de espera y de ahí la movilidad nos traslada al corazón de Ipanema para almorzar en La Carretao, una churrasquería ubicada frente a la Plaza Osorio. En el camino, los que tenemos corazón sudaca nos alegramos de que Uruguay haya eliminado a Italia con testazo de Godin. Tras servirme todo tipo de ensaladas —e ignorando los bocadillos japoneses por los que tantos esnobs se despezuñan y que abundaban en todos los restaurantes que visitamos— comenzó el desfile de carnes al estilo rodizio, roja y jugosa en su interior como a mí me agrada y no seca y muy cocida como es del gusto peruano. Tamaña ingesta de carne es asentada con vino argentino. Embriagados con tanta proteína, dejamos de hincharnos como boas al momento que la televisión anunciaba el inicio del partido Colombia-Japón. 

17:00 hrs. A la salida de la churrasquería, notamos que el cielo que nos cobija ha perdido su esplendor. Está oscureciendo.  “No es eso —argumenta Orellana—, son por los árboles y por los edificios”.  “No —refuta César Ruiz—, nos parece por las lunas polarizadas”. Lo cierto es que veinte minutos después cuando circulábamos por la playa de Leblón, donde habitan las estrellas de la televisión brasileña —la zona más cara de América Latina, según Elder, donde el metro cuadrado supera los diez mil dólares—, la noche había caído sobre Río de Janeiro, lo que no debería habernos llamado la atención si pensamos que es invierno y estamos en un lugar más austral que Lima, más o menos en paralelo con el norte de Chile. 


17:45 hrs. Elder nos propone recorrer Barra de Tijuca, la playa más extensa de la ciudad, pero todos nos oponemos y la movilidad da vuelta hacia Ipanema donde el zócalo del malecón también es blanco y negro como el de Copacabana, pero forma cuadrados en vez de olas sinuosas. La avenida procura evitar la fortaleza militar que divide Ipanema de Copacabana y ahora nos encontramos recorriendo el malecón más famoso de Brasil. “Elder, para la movilidad que yo me bajo, quiero caminar”, les digo al guía a todos, aburrido de estar en un vehículo, observando todo y no conociendo nada, no disfrutando verdaderamente de la ciudad. No imaginé que mi iniciativa cogería quórum entre todos, sobre todo en Bedoya, el de más edad, ansioso también por estirar las piernas. 


18:00 hrs. Una playa serena, de olas pequeñas, incapaces de reventar con bravura. Arena blanca que no se adhiere al cuerpo, de textura impalpable. Río es un balneario maravilloso y de todas las playas de Río, Copacabana es la reina y princesa, el epicentro de toda la ciudad. Con forma de media luna, potentes reflectores iluminan la arena y eso permite que la presencia de gente se prolongue hasta altas horas. La primera y única garota en hilo dental que vi en este viaje —el gorrión que hace el verano, apareció a esa hora, mostrando generosa sus glúteos impresionantes a una jauría de peruanos aguantados y mañosos que no dejábamos de babear. Su despreocupada desnudez no le molestaba a su pareja y tampoco a los dos niños que la acompañaban. Poco faltó para pedirle autógrafo. 


18:15 hrs. Los cariocas, varones y féminas, son exhibicionistas por naturaleza. Copacabana cuenta con fierros para hacer gimnasia al aire libre. Varios jóvenes con zunga (‘narizona’) y el dorso desnudo lucen gustosos sus trabajadas musculaturas y, de cuando en cuando, observan a los transeúntes para ver si con sus acrobacias captan la atención. “Estos son los don nadie que luego van al Perú y triunfan en Esto es Guerra o Combate”, apunta Orellana con toda razón. Más tonificante resulta observar a los peloteros que juegan fútbol net en las canchas de voley, algunos con un malabarismo alucinante, demostrando en la arena que los brasileños han nacido con la contextura idónea para dominar el balón.  

Con Pablo Alvarado frente
al Copacabana Palace.
18:30 hrs. Los quioscos y pequeños establecimientos están repletos de camisetas amarillas, no las ‘canarinhas’, si no las de los colombianos quienes celebran eufóricos la goleada de su selección 4-1 a Japón, gracias a James Rodríguez, la revelación del torneo y Farid Mondragón, el arquero que en ese partido, a sus 43 años, se convierte en el jugador más longevo en disputar una Copa del Mundo. Pienso que para Rusia 2018 ya no habrá ningún futbolista de mi edad. Todos serán más chibolos, incluso los árbitros. Ya estoy viejo, pero no tanto como el Copacabana Palace, el hotel más majestuoso de Río, edificado entre 1919 y 1923 a imitación de sus similares en la Costa Azul. Su imponente arquitectura me permite evocar a las personalidades que seguro se hospedaron allí. Un brasileño que amablemente se ofreció a tomarnos la foto frente a la fachada, comenta que había visto asomarse a Barack y Michelle Obama por una de sus ventanas y que cuando los Rolling Stones ofrecieron un concierto gratuito en la playa, los organizadores colocaron una manga como en los aeropuertos que iba desde la puerta del hotel al escenario para que sus ‘satánicas majestades’ evitaran a los fanáticos. 

18:45 hrs. La Copa del Mundo es un negocio exageradamente rentable. Más que para el país organizador —no sé cómo hará Brasil para recuperar el dineral invertido—, sino más bien para la FIFA, entidad que nunca pierde y cada vez se vuelve más poderosa, casi como las Naciones Unidas o la Iglesia Católica. Al costado del Fan Fest en Copacabana, se levanta la tienda oficial de souvenirs del mundial. Lo más barato son los llaveros que no bajan de diez reales. Una gorra puede costar cuarenta reales y un polo unos noventa. En el centro del lugar se levanta una ‘torre’ de unos cinco metros compuesta por innumerables muñecos de la mascota oficial. El precio de cada uno es de setenta reales. Habría que estar culeco pagar tanto por Fuleco.

Con Edmundo, Vanessa y Paulinha 
en un bar en Leblón.
20:00 hrs. El timbre del teléfono me despabila. Edmundo Hoyle me llama desde la recepción. He dormido apenas media hora. Edmundo es uno de mis mejores amigos. También de los más antiguos. Nos conocemos desde el kindergarten. En 2005 ganó la beca para una maestría en Río. Hoy es doctor en Física y sigue radicando aquí, trabajando en prototipos robóticos para Petrobras. El Chato está casado con Vanessa Martin, trujillana y sanjosefina como nosotros, y tienen una hija, Ana Paula que nació en Brasil y lo poco que mastica del castellano es porque le gustan las canciones de los Enanitos Verdes. Salimos del hotel y nos dirigimos a un bar de Leblón, una playa mucho más serena que Copacabana, donde de cuando en cuando aparece alguna persona trotando y hasta el aire se siente más helado. Nos quedamos hasta cerca de la medianoche, gracias a que mañana será uno de los tantos feriados declarados en la urbe cada vez que se disputa un partido mundialista en el Maracaná o cuando juega el scratch. Para el carioca, acostumbrado a pasar más tiempo en la playa que trabajando, esta Copa del Mundo es una bendición. Sus principales contribuciones al PBI nacional es gracias al turismo, aunque el Chato me discute que se lo deben al petróleo y me menciona las plataformas que extraen crudo frente al litoral sin que —aparentemente— contaminen el mar. Tampoco contradigo al Chato cuando le digo al probar por primera vez la caipirinha que me recuerda al pisco sour. Prefiero cambiar a cerveza y me recomienda tomar una Bohemia, que por sabor y textura me parece similar a la Cusqueña.

23:50 hrs. Edmundo y Vanessa me llevan al hotel en su Renault. Mi amigo no ha bebido ni una gota de alcohol porque le teme a la policía quienes son capaces hasta de gomearte si te sorprenden manejando bebido. Cargan con su criança y por eso nos despedimos temprano, pidiéndoles que me dejen en una feria de productos brazucas para comprar recuerdos a la familia. Tengo 375 reales y los debo reventar como sea en un viaje donde todo está cubierto. Entre chucherías y ropa que seguro en Perú me habrían costado cuatro veces menos, me tiro 200 reales. Me encuentro con un tío uruguayo que vende placas de tránsito conmemorando a los héroes del Maracanazo. Me atrevo a corregirle que el apellido Ghiggia lleva una h después de la primera g y al inquirir por mi nacionalidad, me mete un floro sin que se lo solicite sobre quien para él ha sido el mejor futbolista peruano de todos los tiempos: Juan Joya, ‘negro el 11’, dupla fenomenal del ecuatoriano Spencer y de paso menciona a Gonçalves, Matosas, Cubilla y demás jugadores del Peñarol de los años 1960. Otro comprador, intrigado por escuchar que hablamos de futbolistas peruanos, se acerca y me doy con la sorpresa de que se trata de Pablo Alvarado, también cargado de reales y con ganas de comprarle regalos hasta a sus vecinos. Saludándonos con la misma efusividad de “¡Chicho! ¡Cucho!” (recordado spot de Pilsen Callao) inquiero por los demás compañeros de viaje y me dice que prefirieron quedarse tomando unas cervezas en el bar del hotel.


Miércoles 25


0:15 hrs. Rumbo al Windsor Atlántica con bolsas repletas de ropa y chucherías, propongo seguir los consejos de Edmundo de caminar por la vereda de al frente y no por el malecón, donde pasada la medianoche se vuelve terreno de nadie y emergen los ‘muertos vivientes’ prestos a despojarte hasta de tu inocencia. “Aquí es normal que en las mejores zonas tipo Leblón los indigentes duerman a la intemperie, cubiertos con cartones. Ahorita no los ves porque seguro el Ejército ha cargado con ellos, llevándolos lejos, a la selva, para que retornen cuando el Mundial haya acabado”. Le pregunto al Chato si es cierto que las favelas son tierra de nadie y si existen escuadrones como se ve en el filme Tropa de Élite. Él me dice que sí. La violencia forma parte de Río y si en este momento se respira tranquilidad es porque se ha establecido una especie de tregua entre las bandas y las autoridades, complementado con que se ven policías pongan como soundtrack la canción de Titãs por todas partes. Tras escuchar mis argumentos, Pablo me dice que no sea maricón y que vayamos por el malecón. Estamos en una Copa del Mundo. ¡Qué carajo nos puede pasar!


0:30 hrs. Copacabana luce a esas horas plagada de hinchas colombianos y ecuatorianos. Argentinos y franceses en menor cantidad. Los locales ofrecen caipirinha a cinco reales en el bar que me llevó el Chato me costó catorce y como ya tengo compañía para tomar, pedimos un par de esos cócteles hechos con cachaza aguardiente hecho con caña de azúcar fermentada, hielo, un cerro de azúcar y limón. “Me recuerda al pisco sour, pero sin huevo y canela”, me dice Pablo, concordando con mi apreciación. Trago en mano nos ubicamos en medio de esa mancha de camisetas amarillas, intentando meterle letra a cualquier grupo de chicas, como las que hemos visto por televisión, que haya llegado a Río a divertirse. Sin embargo, la presencia femenina en Copacabana se centra en una por cada diez borrachos y todas sin excepción vienen en compañía de alguien, así que acercarse a ellas es imposible. Toma tu trago nomás y disfruta de la euforia ajena. Como buenos peruanos nos colamos a una fiesta que hace 32 años no aparecemos en lista.

Celebrando con los colombianos su
espectacular pase a Octavos de Final.
2:00 hrs. Con tres caipirinhas encima y hastiados de su sabor y la amenaza de una resaca de temer por el azúcar pedimos cerveza, a cinco reales la lata. La Brahma es una buena mierda tanto en Perú como en Brasil. Nos agrada más la Boa Antarctica y nos tomamos un par de latas. Como no avistamos servicios higiénicos cerca gran omisión de las autoridades no poner baños portátiles con tanta gente tomando en la playa vamos a la orilla de la playa a mear. Cuando me preguntan si me zambullí en las aguas del Atlántico a todos les confieso que no, pero les digo que oriné en su arenas prístinas, lo que casi resulta lo mismo. Pablo se va al hotel, dice estar cansado y yo me aventuro a quedarme con los colochos a terminar mi ‘última’ cerveza.

3:00 hrs. Empachado de tanta felicidad ajena y presionado por la visita programada en la mañana al Pão de Açúcar y pasear en su teleférico, mismo James Bond en Moonraker, enrumbo al hotel. A falta de dos cuadras, escucho la música que proviene de una plazoleta repleta de hinchas de diversos países y mujeres de todas las edades, colores y sabores, rentando su compañía al mejor postor. Como me veo medio lorna con las bolsas llenas de souvenirs —un grillete que quita facultad de acción—, decido dejarlas en el hotel y retornar al toque. Paso por la puerta de un bar y me topo con dos muchachas que allí laboran, vestidas con el polo de Brasil, en su hora de salida. Al acercarme, ellas se apuran en señalar la plazoleta. “Nosotras no somos, las meninhas están allá”. Les digo que no busco ‘meninhas’, si no un par de ‘amiguinhas’ para pasar un ratinho. Una atraca. “Estoy comprometida y todito está cerradu, todito cerradú”, se niega la más bonita, con una gracia muy carioca, haciendo el ademán de ponerle candado a las partes erógenas de su cuerpo. Un par de besos en las mejillas y sigo mi camino.  

3:30 hrs. De regreso al carnaval, me topo con un trío de garotas fumando hierba y yo, sin ser marihuanero, me animo a compartir su porrito en pleno Copacabana, mientras me hacen una buena oferta: 400 reales por las tres hasta las ocho de la mañana. Digo “¡ya!”, pero condiciono que la orgía sea en el Windsor y ellas se encrespan como si se tratasen de súcubos invitadas a comulgar en la Iglesia. Por ser putas y vestirse como reputas les está vetado el ingreso. A la vuelta hay un telo de 150 reales, retrucan y yo, como macho casado —y domesticado me rehúso, comprometido en mantenerme fiel hasta la última excusa posible. Ya que no se puede en mi hotel, les propongo que sea en la playa, donde la orilla es ancha y no ajena. Ellas son quienes se niegan ahora. Serán putas pero tienen su orgullo. La conversación se repite pero con otras damiselas en lo que resta de la noche. Siempre la misma propuesta, el mismo manoseo, la misma negativa. Saco en claro que el polvo —tarifa mundialista— se tasa entre los 100 y 200 reales, algunas atracan ‘completo’, otras, como María Bethania (una mulata espectacular, de cabellos cobrizos y erizados cual medusa y que no sé por qué es la que más recuerdo ahora), me dice que no porque por atrás duele, que para eso melhor está su boca. Al costado de donde suena la música, se agrupan las meninhas que tienen pinta de quinceañeras, vigiladas por sus cafichos. Gracias a su lozanía cobran la tarifa más alta. Pienso que deben tener edad legal porque circulan policías en la plazoleta —suena Titãs otra vez y Brasil ha hecho una cruzada para combatir la prostitución infantil. La más aventada resulta ser una mulata que de frente me coge de los huevos y me ofrece por 100 reales tirar conmigo y con otro pata a la vez. Cruce de espadas dentro de voce. Le digo vamos p'al Windsor y ella responde “¡vamos!” Su ímpetu es tal que me rasguña el brazo y eso me hace flaquear, pensando en la putrefacción vaginal que la hace apurarse y cobrar bajo precio. Se sabe que en Río el siddartha está a flor de playa —de ahí que sea política gubernamental regalar condones— así que no quiero llevar un huésped indeseado a casa y me niego. Compro una cerveza más.

6:00 hrs. Comienza a amanecer sobre Copacabana y por el mar aparece el sol esplendoroso, muy amarillo, que quema desde que se fija en el cielo. Como si fueran vampiresas, todas las meninhas se evaporan y me quedo rodeado de un grupo de chilenos tan borrachos como yo, discutiendo de fútbol. Veo por el malecón que asoman las primeras personas que corren o hacen calistenia, señal para emprender la retirada. 

El Fan Fest, repleto de gauchos, desde
la ventana del Windsor Atlántica.
12:45 hrs. Un rugido estrepitoso se cuela por mi ventana, una y otra vez interrumpiendo mi sueño. Me asomo y observo desde el piso 24 el Fan Fest abarrotado de unos cinco mil hinchas argentinos que con cánticos ensordecedores se preparan para ver el Argentina-Nigeria en Porto Alegre. Mareado más que golpeado por las caipirinhas, me baño y les doy el encuentro a mis compañeros en el comedor. Me entero que la visita al Pão de Açúcar se había cancelado. Nadie atracó perder la mañana haciendo colas más largas que las del Corcovado para pasearse en el teleférico. Plato en mano, me sirvo ensaladas y guiso de osobuco de ternera. Para cortar la resaca, decido probar la Guaraná Antarctica, la gaseosa emblema de Brasil, casi como nuestra Inca Kola, que le hace la guerra —pero no la supera— a la Coca-Cola. Me pareció menos dulce, más ligera y con un colorante más tenue que la Guaraná Backus. aminoró mi malestar. 
14:30 hrs. Partimos rumbo al Maracaná. La noticia del día es el mordisco de Suárez a Chiellini y su segura suspensión por el resto del torneo. La FIFA es mafiosa y ha encontrado la excusa precisa para sacar a Uruguay de la Copa y evitar que Brasil se enfrente contra su peor fantasma en Cuartos de Final. Llegamos a las inmediaciones del estadio. Las calles se encuentran cerradas seis cuadras a la redonda. Tenemos que caminar. Subimos por una rampa en medio de una marea de hinchas ecuatorianos y franceses y Jorge Solari realiza en ese momento la  ‘Previa’ en la que salimos todos y que esa misma noche se vería en Perú a través de América Noticias. Más adelante nos aguardan cinco controles policiales, los que puedes superar sólo si muestras tu entrada. A eso le llaman máxima seguridad.

La cara compañía de una
Blue Label en la sala VIP.
15:45 hrs. Pasamos el último control e ingresamos al estadio. Como venimos de parte de Hyundai, sponsor principal de Brasil 2014 el ‘viaje glorioso’ según la campaña publicitaria de la marca coreana las anfitrionas nos colocan una cinta roja en la muñeca y nos hacen pasar a una de las salas VIP del estadio, ubicada al interior de la tribuna que en los recintos peruanos sería la de Oriente, que cobija a unas doscientas personas, entre ellas a Christian Karembeu, campeón en Francia '98. En una mesa reservada para nosotros, podemos disfrutar de una infinidad de comidas —para qué almorzamos— y bebidas. Como estoy lleno pico algunos jamones ahumados, un cóctel de pescado que quiere asemejarse al cebiche pero le falta sabor, algo de sushi a pesar de que considero la gastronomía japonesa una estafa y los chocolates con una variedad de rellenos. A pesar de mi mala noche, no puedo dejar de probar el ron Zacapa XO, el champagne Bollinger y el Johnnie Walker Blue Label. Tan chusco no debo ser porque con tanto trago fino no me enronché.
16:40 hrs. Salimos de la sala VIP directo a la tribuna. Echan en un vaso de plástico el whisky que llevo en la mano. Por seguridad no se puede ingresar con nada de vidrio. Salen los equipos, se cantan los himnos y comienza a rodar el balón. Alfieri Díaz puede oficialmente contarles a sus nietos que estuvo en un Mundial, sentado nada menos que en el mítico Maracaná, junto con otros 70 mil espectadores en los que predominan las camisetas amarillas, sean de ecuatorianos, brasileños y colombianos quienes alientan a sus vecinos. Los franceses están en desventaja pero hacen sentir su presencia entonando La Marsellesa, casi tan emotivo como cuando la cantan los refugiados en Casablanca. Marco de gente esplendoroso que no merece presenciar un partido enredado y poco vistoso donde se espera algo más, no de Ecuador, pero sí de Benzema, Pogba y compañía. Unos hinchas del Flamengo ponen la cuota de aliento a nuestro costado, vitoreando a Frickson Erazo, defensa de ese equipo carioca. “¡Dénsela a Erazo! ¡Él arma el jogo”, gritan con un entusiasmo contagioso. No sé los porcentajes de hinchas de los principales equipos de Río, pero por lo que vi en mis 48 horas en ese urbe, de cada veinte que lucen camisetas de sus clubes: diez son del Flamengo, seis del Fluminense, tres del Vasco da Gama y uno de Botafogo.

Con Juan Carlos Bracamonte.
Dos trujillanos en el Maracaná.
19:00 hrs. Finaliza el partido con el marcador en blanco, reflejo de noventa minutos trabados y aburridos. Francia primera en el grupo y Ecuador eliminado. No les perdono que me hayan negado al menos un gol en el Maracaná y ver a las tribunas estallar. Es lo único que mella una experiencia que roza la perfección. Camino al salón VIP por más whisky, una peruana me distingue entre los miles de espectadores y me pasa la voz. Es Carolina Schmiel, esposa de Juan Carlos Bracamonte y yo me acerco emocionado. Para aclarar quines son, Juan Carlos para mí es la persona más suertuda que conozco. Una mañana, en pleno mundial de Francia '98, la mamá de mi amigo le encargó cambiar un billete en monedas. Se le ocurrió comprar una Coca-Cola personal a la vuelta de su casa y se sacó la chapita premiada con la promoción  ‘El Mundial de por Vida’ para él y un acompañante. Es decir, la pareja Bracamonte-Schmiel asiste a todos los mundiales, durante dos semanas, todo pagado hasta que Juan Carlos se muera o quede discapacitado, es decir que tiene para disfrutar de lo que hoy disfruto por única vez, por cuarenta años por lo menos (si es que la Coca-Cola no lo manda a matar). 

19:45 hrs. Nos tomamos el último trago, ya no en el salón VIP sino en la propia tribuna, observando cómo desarman el arco —que volverán a instalar para el Colombia-Uruguay del sábado— y el mantenimiento que le hacen al gramado. Un encargado de seguridad se nos acerca, celoso de que yo o los demás no hiciéramos desmanes en un recinto que vacío parece indefenso. Accede a hablarnos del Maracaná de antaño, cuando existía la Geral, zona debajo de las graderías donde treinta mil espectadores se apiñaban para ver los partidos a pie. “La Geral tenía su encanto”, nos dice confesándonos que cuando era más chibolo y no contaba con los medios, acudía siempre a esa zona. He ahí la explicación de por qué este coloso pudo albergar alguna vez a 200 mil espectadores. Ahora lo han reducido a 80 mil, llamando la atención de que en la parte inferior se hayan colocado butacas blancas y amarillas, pero en la parte superior predominen las butacas celestes, no azul o verde como correspondería a los colores de la bandera, sino un color que recuerda a Argentina y a Uruguay. Pienso que quien remodeló el estadio proviene del Río de la Plata.

Con Pablo en el Fogo de Chao y la
bahía de Botafogo en la oscuridad.
20:15 hrs. Salimos del Maracaná —o del estadio Mário Filho, nombre en tributo a un jornalista deportivo que pocos conocen—, provistos de un maravilloso souvenir: una réplica en metal del la copa diseñada por Silvio Gazzaniga. Llegamos y no encontramos nuestra movilidad. Parece que el chofer se la ‘pegó’ aprovechando el feriado futbolero. Un taxi nos cobra 26 reales para llevarnos al Fogo de Chao en Botafogo donde nos pegamos otra gran tracalada de todo tipo de carnes. El tema de sobremesa es el fútbol en el que participan —sin que les hayamos pedido su opinión— los propios mozos que nos atienden. Ninguno de ellos ve a Brasil como campeón, en realidad ningún brasileño a los que le preguntamos le daba posibilidades a su selección. El brazuco es fanático pero sabe de fútbol y es consciente de que la ‘canarinha’ llega fallada. 


23:00 hrs. Falta poco para partir al aeropuerto. Para  ‘amaestrar’ el novillo que me brinca en la panza —cómo comen carne los brasileños— decido dar mi último paseo por Copacabana. No parto todavía y ya siento nostalgia. En los mismos bares al paso donde estuve con colombianos la noche anterior, proliferan los argentinos bullangueros, altaneros y hasta cierto punto belicosos, sintiéndose prácticamente campeones. Asoman también algunos ecuatorianos libando taciturnos su eliminación. Como el quilombo albiceleste no es de mi agrado, retorno al hotel volviendo a pasar por la plazoleta del movimiento con intenciones de despedirme como caballero de María Bethania, mas para decepción mía ya no proliferan las alegres polillas de la noche sino travestis de todo tipo, tamaño y grosor, cuyo bulto delator me hace pensar que la tienen más grande que yo. Parece que los martes son de putas y los miércoles de cabros. Como ninguno me recuerda a Roberta Close —altamente comestible— y son tan grotescos como Gal Matarazzo, digo muito obrigado y paso. Ahora sí mi visión del paisaje nocturno carioca está completo.


Jueves 26

3:00 hrs. Después de bañado —para que no se pegue la mariconada— y el respectivo check-out en el vestíbulo del hotel, partimos al aeropuerto. Tras los papeleos necesarios, pasamos a sala de espera. Como me sobran cien reales, voy al duty free, pero al igual que el del Jorge Chávez hay pocos productos que por precio me llamen la atención. Los licores, por ejemplo, se venden más caro que en cualquier supermercado peruano. Sin embargo la inmensa mancha de camisetas amarillas  —muchas con un “All You Need is Ecuador” que me recuerda a Lennon— retornando a casa eliminada, repleta sus canastas con varios tipos de whiskies y rones. “Aquí nos sale barato”, me confía uno de ellos, agregando que emborracharse en su país es un lujo, por los impuestos que Rafael Correa le ha clavado al licor. Después de coger un par de perfumes  —para hombre y mujer— oficiales de la Copa del Mundo, hago cola junto con Gustavo Orellana quien carga con una promoción limitada de Budweiser, también por el Mundial. Con tanto ecuatoriano por delante y sólo dos cajeras atendiendo  —otro motivo más para rajar de ese aeropuerto—, la cola se hace interminable y se acerca el tiempo de embarcar. “¡Ya llegó el vuelo de Avianca!”, es la primera alerta a cargo de Pablo. “¡Ya desembarcaron los pasajeros!”, viene ahora Gonzalo Bedoya. “¡Apúrense, carajo!”, nos grita Kike Pérez. Cuál sería nuestra cara, que varios ecuatorianos nos ceden su lugar y podemos cancelar con las justas. Llegamos al avión corriendo, al poquito tiempo de que las puertas se cerraran.

En el aeropuerto de Río. Aparece en la  
pantalla la hora de arribo a Lima.
5:50 hrs. Despega el avión y por la ventanilla, antes de que el sol que nace por el Atlántico golpee con fuerza, se puede observar el majestuoso puente que une a Río con Niteroi y  extendiéndose a lo largo de la bahía de Guanabara y las plataformas de la Petrobras en el zócalo marítimo, antes de que la nave dé media vuelta y enrumbe hacia la selva. Una última mirada aérea de Río pone punto final a una de las 48 horas más excitantes y maravilhosas de mi vida. Una experiencia de la que felizmente todavía no me puedo reponer.

9 comentarios:

Necia dijo...

fierro adefesio, ¿cómo han pasado toooodas esas cosas sin que ni siquiera le cuentes eso a tu necia??? asi que eres más sabelón que el horroroso del felipe mantequilla?? noooo!!!

todo lo que pasa y una no se entera por no tener feiz pes!

¿hasta cuándo te dejan por ahi? ¿vas a llegar hasta la final? ojalá que si! disfruta, camina y baja la panza!

que envidia!!! despues haces un reporte pormenorizado de todos los partidos que puedas ver en vivo y en directo!

que bueno que hayas ganado tu viaje! bien ahi!

Unknown dijo...

Querida Necia:

Si lees bien el título del post, fueron apenas 48 horas, suficientes para comprobar que el paraíso (de todo aficionado al fútbol) existe. Ya estoy en Trujillo observando Octavos, Cuartos, Semifinal y final desde la TV. Espero hayas dejado tu animadversión al balompié de lado.

Besos.

Necia dijo...

¿cuál animadversión, papay? yo amo el fútbol, nomás que me joden los fans que se pelean, que matan, que se pintan como guerreros cuando se trata de disfrutar y estos cunches se van nomás a armar batallas campales

tambien me gusta joder a mis amigos futboleros, como tú y el heduardo, que ya viste, me hicieron postear a todo dar toda mis ganas de andar con la jodienda

ahi en el cafe del cuy pase el link de tu post y todos están/estamos contentos por ti. entra al cafe y cuentanos un poco. el link te va a llevar al cafe, pero te vas a ir abaaaajo porque creo que empezamos a alegrarnos por ti desde el comentario 100 (y estamos en 109 comentarios)

http://elcuy.wordpress.com/cafe/

en el post no dices cuántos dias duraria tu viaje, asi es que pense que llegabas hasta el final, pucha, hubiera sido genial! para la próxima!

en el cafe tbn estuvimos/estamos hablando de fútbol, apostando (ya no quiero apostar, no apuestan pero ni un cafe esos codos) y diciendonos burros los unos a los otros pero ahi no son tan directos como mi higadinho, que lo extraño horrores por eso

en fin, algo es aldo dijo el galgo, mi hermano! al menos fuiste uno de los pocos peruanos en llegar al mundial!

Necia dijo...

recien me doy cuenta que estas posteando de a pocos, reactualizando por horas, chevere!

tú sigue, yo te leo! y eso de las cariocas acompañadas, te creo nomás para no hacerte quedar mal con tu esposa jajajaja

eso de que el ejercito se llevó a los menesterosos, es cierto. hicieron una "limpieza" antes del mundial para que no asusten a los visitantes pero en cuanto pase el mundial, regresan. asi como aqui, que en cuanto pase el mundial nos vamos a enterar que medio perú ya está vendido a quien sabe quienes

eso es lo que me disgusta del fútbol, que pone a la gente de espaldas a la realidad. en juin...

y para calentar el ambiente: le voy a alemania, ¿que apuestas?

Alfieri Díaz Arias dijo...

Querida Necia:

La gente no necesita del fútbol para vivir de espaldas a la realidad. Bastan las noticias faranduleras como el supuesto asesinato de Edita Guerrero a manos de su cónyuge para que la sociedad permanezca embobada.

Como te respondí hace cuatro años en el Mundial de Sudáfrica, los amantes del fútbol tenemos derecho a desligarnos de la realidad a lo largo de un mes y te aseguro que cuando acabe la fiesta la jodienda va a seguir igual, así que no me he perdido gran cosa.

No he profundizado mucho pero sé que los dos temas relevantes han sido las leyes en pro del aborto terapéutico y la del control de las universidades y con ambas estoy de acuerdo. Que aprovechen los gays para insistir en la aprobación de la unión civil ahora que los machistas cuaternarios piensan más en las correrías de un balón.

Ahora, sigo sorprendido por tu repentino interés en el fútbol, insospechado en la Necia de hace cuatro años. Sobre tu apuesta, yo también le iba a Alemania así que no había caso. Igual sigo anonadado por el 7-1. Si los peruanos todavía recordamos el 6-0 de Argentina '78, me imagino que esta goleada será una afrenta eterna para los brasileños.

Si quieres apostar, yo contra viento y marea le apuesto a Argentina cuando el 90% de mis conocidos le van a Holanda. ¿Quieres apostar?

Necia dijo...

pucha, fierrito, te demorastessss en constestar. me ibas a ganar, en penales, pero me ganabas porque si apostaba, le iba a holanda. no me gustan esos equipos que nomás centran su juego en una o dos personas, en este caso, con messi

ya no pudimos apostar por el partido de hoy, pero podemos para la final: creo que alemania será un justo campeón y si, apuesto, ¿cuánto quieres perder, papay?

Necia dijo...

pucha, que suertudo tu amigo! una posibilidad en millones y él se la sacó comprando una coca cola! qué chévere!

Rocio dijo...

Como soy de viajar mucho me gusta tener la posibilidad de encontrar en internet la chance de compartir viajes de otras personas y de esta manera que me den ideas hacia donde poder salir en el futuro. Tengo muchas ganas de poder obtener pasajes a rio de janeiro y de esta manera tener la chance de descansar en esas playas

Necia dijo...

jajaja pues no te confíes de esos "bultos" fierro, que cuando desfilan en san francisco compiten en tamaños pero ya todos sabemos que usan unos calzoncillos con silicona adherida para engañar al desprevenido y cuando pasan asi, gallardos, luciendo sus prominencias, aplaudimos al más arriesgado en lucir las siliconas más ostentosas

así que así fue tu viaje. te vuelvo a felicitar, hombre! me alegro en el alma que hayas podido asistir a un mundial y ver en vivo y en directo un partido para recordar por siempre

enhorabuena! y que ganes más premios como éese!