miércoles, 2 de octubre de 2019

golpe vespertino

Tras enterarse de las decisiones del día 30, Keiko Fujimori debió lamentarse desde su celda del día aciago en que ordenó a sus perros de presa vacar a Pedro Pablo Kuczynski. Si hubiera superado el golpe de haber perdido las elecciones por tan escaso margen, haciéndole a su viejito contendor una oposición responsable y no rabiosa, ganándose la antipatía popular hacia ella y hacia su partido, ella no llevaría un año —injustamente— en cana y lo peor que pasará mucho tiempo más porque su Cancerbero es el monstruo que ella misma creó y que ha vuelto a demostrar que el Estado de Derecho en el Perú es puro cuento.
Si Keiko no hubiera vacado a PPK, ella estaría libre, su viejo también y un sujeto oscuro como Martín Vizcarra seguiría ocupando un puestito en la Embajada de Canadá. No habría permitido que el poder de sus principales enemigos —los rojetes— haya crecido en forma geométrica y pongan el país en el partidor a convertirse en una futura Venezuela.

Decir que una mujer que no ha ejercido gobierno no merece siquiera una semana de prisión no me hace fujimorista. Aprobar con nota sobresaliente al primer gobierno de Fujimori tampoco. El segundo gobierno del Chino fue un desastre y pienso que su hija mayor carece de méritos para tomar las riendas de esta nación. Tampoco he dejado de sentir simpatía por el socialismo. Siento más bien aversión contra todas las cabezas visibles de la izquierda peruana, personajes torvos y destructivos, enfebrecidos por el odio y que parecen ejecutar una malévola estrategia para desbarrancar al Perú hacia la anarquía y la pobreza. Lo que ya no hago es respaldar la interrupción de los procesos democráticos, como lo hice un 5 de abril de hace 27 años, en ese tiempo era universitario y en el aula la gran mayoría aplaudimos el autogolpe. Hoy que soy catedrático y constato que la gran mayoría de mis alumnos aplaude el cierre del Congreso, quiero pensar que la mayoría de esa gran mayoría cambiará de opinión cuando lleguen a la edad de la sensatez o quizá muchísimo antes cuando el sátrapa que se queda en Palacio agudice aún más la crisis que él no tiene capacidad de afrontar.

Por más que muchos constitucionalistas y periodistas a sueldo intenten justificar, lo que hizo Vizcarra es un Golpe de Estado. Si realmente le interesara el país, el pasado lunes 30, a las 5:45 pm, en vez de disolver el Congreso el presidente debió anteponer sus intereses y renunciar a su cargo, porque si no se ha percatado él es parte del problema por su política de confrontación y de haberle echado el pato de todo lo malo que sucede al Congreso, como si ellos fueran los culpables de la recesión económica, la inseguridad ciudadana, la falta de salud y educación, la no reconstrucción del norte del país, la paralización de los proyectos mineros y todo aquello que su incapacidad de gestión ha sabido solucionar.

No tengo idea de cuándo durará esta idea golpista, pero no creo que sea mucho ni tenga para el Perú un final feliz. En vez de apaciguar las aguas, el flamante dictador seguirá alimentando esta cacería de brujas contra todos los que se atrevan a enfrentarse y el país continuará sin brújula que lo lleve a buen puerto. A diferencia de otros líderes de facto, Vizcarra carece de respaldo partidario, empresarial e internacional. Los únicos que lo apoyan son los militares que ya no son el cuco de antes, el pueblo que tiene una postura volátil y los rojetes que lo apuntalarán mientras sea útil a sus intereses, cuando sea un estorbo ellos mismos se encargarán de bajarlo y dejarlo peor que palo de gallinero.

Martín Vizcarra, como otros aventureros, acabará en prisión, como seguro acabará también la mayoría de la clase dirigente ya que quien no haya recibido plata de Odebrecht que tire la primera piedra. Quiero pensar que después de él y de esta calaña de congresistas que acaban de defenestrar —reitero que mal— emerja, de una vez por todas, una nueva clase que quiera un poquito más a este país y que el electorado deje de ser un poquito menos tarado. Lo veo un poquito difícil.  

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