La palabra cuarentena se deriva de cuarenta. Es decir de cuarenta días de
encierro forzado en caso de una enfermedad. Si esta semana el presidente Martín
Vizcarra no nos sorprende con una nueva prórroga, en el Perú se han decretado
cuatro semanas de cuarentena, es decir veintiocho días de confinamiento, tiempo
insuficiente para contener una pandemia como la que viene azotando a todo el
país. Para que una medida extrema de este tipo surta efecto, se necesitan de
dos meses como mínimo. Plazo imposible en países de precaria economía como los
de América Latina. La gente —incluidos
los 400 mil venezolanos— que viven del día a día no soportarían tanto.
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“Tarde o temprano todos nos vamos a contagiar”. No son mis palabras, si no
de Víctor Zamora, el actual Ministro de Salud (nunca explicaron la renuncia de
la anterior ministra, Elizabeth Hinostroza, quien se marchó en silencio al
quinto día de la cuarentena). Me temo que al final los hechos le van a dar la
razón. Esta epidemia es incontrolable. Ante la recesión económica, el desempleo
y el desenfreno social, el Gobierno se verá obligado a levantar la medida y
todos los peruanos tendremos que aprender a convivir con el covid-19. Tendremos
que movilizarnos a pie o en bicicleta, debido que los transportes públicos son
focos infecciosos. Usar guantes y mascarillas. Guardar prudente distancia de un
metro como mínimo. Cubrirse la cara al momento de toser y estornudar. No nos
queda otra. O nos mata el coronavirus o nos mata el encierro improductivo.
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A mis cuarenta y ocho años, esta es la segunda epidemia que me toca
sobrellevar en el Perú. La primera fue en el verano de 1991 con el brote del
cólera, traído por un barco mercante proveniente de la China (¿por qué todas
las plagas provienen de allá?). Todos nos vimos prohibidos de tomar agua del
caño, bañarnos en el mar, charcos y piscinas o comer pescado, de allí que se
puso de moda el cebiche de pollo. Si bien a la fecha de hoy brotamos el
centenar de muertos, pienso que al final esa cifra se multiplicará por treinta
mil.
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No soy Nostradamus y menos Agatha Lys, pero me imagino que en mayo o junio
veremos en el Perú hospitales abarrotados de enfermos, cadáveres en los
pasadizos y cuerpos regados por las calles como en Ecuador. Médicos que deben
decidir a quien dejan vivir a quien no. Ya tomé la decisión de que si me toca
perecer por la infección, será en la cama de mi aposento y no en la camilla de
un nosocomio. De allí que me arrojen a la vía público y que mis restos sean
recogidos por un recolector, directo al incinerador. En medio de tantos
cuerpos, no creo que mis familiares puedan reclamar mis cenizas. Mi único romántico
deseo es que haya una fuerte brisa y mis cenizas se esparzan libres como el
viento.
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Según los ambientalistas, el ecosistema global
del planeta se ha mejorado ostensiblemente, gracias a la disminución de gases
tóxicos emitidos por fábricas y la quema de combustible. Pienso que esta
pandemia es el precio que viene pagando la humanidad por haber manejado el
mundo de manera irresponsable en los últimos doscientos años, desde la
revolución industrial. Tuvo razón Thomas Malthus al sostener que este mundo
está sobrepoblado. Si el covid-19 se lleva a un 5% de la población mundial
sería un mal necesario. Perderíamos 350 millones de siete mil millones y
tendríamos un planeta más respirable para el ambiente y para todas las especies
que cohabitan con nosotros. De allí lo ideal sería que la tasa demográfica se
mantenga en un bajo nivel.
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Como en el medioevo en que la peste negra
arrasó con la cuarta parte de la población de Europa, incluidos muchos reyes y
condes, el covid-19 ha golpeado también a varios famosos como Paulo Dybala,
Blaise Matuidi, Tom Hanks, Jackson Browne, Boris Johnson y miembros de la realeza como el
príncipe Charles del Reino Unido, quien no se puede quejar, tanto quiso una
corona que ya la lleva dentro de él.
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Vivir entre cuatro paredes es estresante. Los
seres humanos no nacimos para estar las veinticuatro horas juntos. Exigimos
nuestro espacio. Coadyuva al estrés prender la televisión o ver en los
dispositivos digitales noticias reales o fakes
sobre la pandemia. El bombardeo de noticias apocalípticas nos tienen a todos
con los nervios de punta por lo que yo sugeriría a los medios de comunicación
de aparte de propalar las cifras de contagiados y víctimas, añadan cuántos
pacientes día a día se van recuperando, recordándonos que esta plaga no es
necesariamente mortal y que bien que mal si nos pesca el bicho, la gran mayoría
se puede recuperar.
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