domingo, 5 de abril de 2020

coronavirus (primera entrega)


La palabra cuarentena se deriva de cuarenta. Es decir de cuarenta días de encierro forzado en caso de una enfermedad. Si esta semana el presidente Martín Vizcarra no nos sorprende con una nueva prórroga, en el Perú se han decretado cuatro semanas de cuarentena, es decir veintiocho días de confinamiento, tiempo insuficiente para contener una pandemia como la que viene azotando a todo el país. Para que una medida extrema de este tipo surta efecto, se necesitan de dos meses como mínimo. Plazo imposible en países de precaria economía como los de América Latina. La gente incluidos los 400 mil venezolanos que viven del día a día no soportarían tanto.
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“Tarde o temprano todos nos vamos a contagiar”. No son mis palabras, si no de Víctor Zamora, el actual Ministro de Salud (nunca explicaron la renuncia de la anterior ministra, Elizabeth Hinostroza, quien se marchó en silencio al quinto día de la cuarentena). Me temo que al final los hechos le van a dar la razón. Esta epidemia es incontrolable. Ante la recesión económica, el desempleo y el desenfreno social, el Gobierno se verá obligado a levantar la medida y todos los peruanos tendremos que aprender a convivir con el covid-19. Tendremos que movilizarnos a pie o en bicicleta, debido que los transportes públicos son focos infecciosos. Usar guantes y mascarillas. Guardar prudente distancia de un metro como mínimo. Cubrirse la cara al momento de toser y estornudar. No nos queda otra. O nos mata el coronavirus o nos mata el encierro improductivo.  

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 A mis cuarenta y ocho años, esta es la segunda epidemia que me toca sobrellevar en el Perú. La primera fue en el verano de 1991 con el brote del cólera, traído por un barco mercante proveniente de la China (¿por qué todas las plagas provienen de allá?). Todos nos vimos prohibidos de tomar agua del caño, bañarnos en el mar, charcos y piscinas o comer pescado, de allí que se puso de moda el cebiche de pollo. Si bien a la fecha de hoy brotamos el centenar de muertos, pienso que al final esa cifra se multiplicará por treinta mil.  

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 No soy Nostradamus y menos Agatha Lys, pero me imagino que en mayo o junio veremos en el Perú hospitales abarrotados de enfermos, cadáveres en los pasadizos y cuerpos regados por las calles como en Ecuador. Médicos que deben decidir a quien dejan vivir a quien no. Ya tomé la decisión de que si me toca perecer por la infección, será en la cama de mi aposento y no en la camilla de un nosocomio. De allí que me arrojen a la vía público y que mis restos sean recogidos por un recolector, directo al incinerador. En medio de tantos cuerpos, no creo que mis familiares puedan reclamar mis cenizas. Mi único romántico deseo es que haya una fuerte brisa y mis cenizas se esparzan libres como el viento.

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 Según los ambientalistas, el ecosistema global del planeta se ha mejorado ostensiblemente, gracias a la disminución de gases tóxicos emitidos por fábricas y la quema de combustible. Pienso que esta pandemia es el precio que viene pagando la humanidad por haber manejado el mundo de manera irresponsable en los últimos doscientos años, desde la revolución industrial. Tuvo razón Thomas Malthus al sostener que este mundo está sobrepoblado. Si el covid-19 se lleva a un 5% de la población mundial sería un mal necesario. Perderíamos 350 millones de siete mil millones y tendríamos un planeta más respirable para el ambiente y para todas las especies que cohabitan con nosotros. De allí lo ideal sería que la tasa demográfica se mantenga en un bajo nivel.

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Como en el medioevo en que la peste negra arrasó con la cuarta parte de la población de Europa, incluidos muchos reyes y condes, el covid-19 ha golpeado también a varios famosos como Paulo Dybala, Blaise Matuidi, Tom Hanks, Jackson Browne, Boris Johnson y miembros de la realeza como el príncipe Charles del Reino Unido, quien no se puede quejar, tanto quiso una corona que ya la lleva dentro de él.  

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Vivir entre cuatro paredes es estresante. Los seres humanos no nacimos para estar las veinticuatro horas juntos. Exigimos nuestro espacio. Coadyuva al estrés prender la televisión o ver en los dispositivos digitales noticias reales o fakes sobre la pandemia. El bombardeo de noticias apocalípticas nos tienen a todos con los nervios de punta por lo que yo sugeriría a los medios de comunicación de aparte de propalar las cifras de contagiados y víctimas, añadan cuántos pacientes día a día se van recuperando, recordándonos que esta plaga no es necesariamente mortal y que bien que mal si nos pesca el bicho, la gran mayoría se puede recuperar.

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