domingo, 12 de abril de 2020

coronavirus (segunda entrega)


La letalidad del covid-19 oscila entre un 3 y 5% de los infectados. Entre las víctimas se cuentan niños y jóvenes aparentemente sanos, aunque sus números representan una franca minoría en comparación a los fallecidos de la tercera edad o en quienes sufren de cáncer, diabetes, hipertensión u obesidad. Un público selectivo que curiosamente representa una carga económica para el Estado. Para quienes gustan de los complots y planes ocultos, esgrimen la hipótesis de que podría tratarse de un virus programado en laboratorio para deshacerse de una población que significa una carga para el erario público. Suena terrible y descabellado, propio de una pésima película de Serie B, pero más descabellado me parece que la plaga se haya desatado porque alguien se le ocurrió prepararse una sopita de murciélago.  

 

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Si bien es cierto que las mascarillas no te protegen del virus, su uso en espacios públicos podría aminorar los contagios porque disminuiría el radio de afectación de quienes tosen o estornudan (siempre y cuando no se lo retiren de la cara). El invasor no supervive en el ambiente. Se propaga a través de la saliva que alcanza, si no se le coloca esta prenda como obstáculo, hasta el medio metro de distancia. Tarde o temprano levantarán la medida y el coronavirus estará allí, acechándonos en cada esquina, por lo que nuestras costumbres sociales se trastocarán por completo. El escenario en las próximas semanas será ver a los transeúntes portando mascarillas de todo precio y calidad. Pronto saldrán al mercado las de marca, de múltiples y coloridos diseños, sean las Nike o las Tommy Hilfiger que darán más estatus a quienes las porten. Yo por mi parte evitaré tomar transportes públicos y lugares que concentren multitudes. Chao fiestas, cines, discotecas y restaurantes sólo para delivery. Va a ser sobrecogedor ver los partidos de fútbol en estadios vacíos.      

 

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El 11 de septiembre de 2001 el mundo salió del siglo XX e ingresó al siglo XXI con el desplome del World Trade Center. Creí que el advenimiento de una nueva Era se había dado con los atentados de París de la noche del 13 de noviembre de 2015, pero la disminución del accionar del Estado Islámico, aunado al asesinato de su líder Abu Bakr al-Baghdadi me hace ver que me equivoqué. La nueva Era comenzó en diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan y hoy tiene a la mitad de la población mundial en cuarentena. Me imagino que cuando superemos esta crisis sanitaria —o aprendamos a convivir con ella— viviremos en un mundo distinto, mejor o peor dependerá de nosotros mismos.  

 

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Espero que el covid-19 nos deje lecciones para el futuro, ante un mundo globalizado proclive a pandemias más feroces, con virus más agresivos y contagiosos que pueden arrebatarte la vida en pocas horas. Al próximo brote que se dé en la China o en la Cochinchina, los gobiernos deben cerrar las fronteras y los espacios aéreos de inmediato para frenar la propagación. Si somos precavidos y tomamos las medidas pertinentes a tiempo podemos evitar sufrir de algo más que el pánico masivo del que ahora sufrimos.

 

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Algunas naciones enfrentan su lucha contra el coronavirus como una guerra y toda guerra conlleva al desarrollo de la tecnología. Las actividades laborales, comerciales y estudiantiles en el espacio virtual ha avanzado a pasos agigantados y no habrá marcha atrás. Muchas empresas tendrán a sus empleados trabajando desde casa, todos los pagos y transacciones, muchas tiendas y restaurantes funcionarán online, al igual que varias clases escolares y universitarias. La semana pasada me tocó dictar dos cursos, normalmente presenciales, en el aula virtual y todo se desarrolló con normalidad. Es cuestión de que docentes y estudiantes nos vayamos adaptando. Todos, por lo pronto, estamos con la tranquilidad que no somos propensos a contagiarnos en un aula cerrada. Supe solamente de un colega que tuvo problemas para dictar su clase a distancia. Su computadora se había infectado con un virus.  

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Es plausible la medida del Gobierno de contar con la televisión y la radio para difundir las clases y llegar a las viviendas de los escolares que carecen de computadoras e internet. Me recuerda a la «Ofensiva Cultural» impuesta durante el primer mandato de Alan García —recuerdo el “Entreteniendo con Cultura”, rimbombante eslogan de Panamericana TV—, ojalá nomás que no sirva como pago para diversos medios mermeleros. Pienso que esta debe ser un compromiso gratuito de todos los canales y radioemisoras para evitar que se pierda el año escolar.  

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