La letalidad del covid-19 oscila entre un 3 y
5% de los infectados. Entre las víctimas se cuentan niños y jóvenes
aparentemente sanos, aunque sus números representan una franca minoría en
comparación a los fallecidos de la tercera edad o en quienes sufren de cáncer,
diabetes, hipertensión u obesidad. Un público selectivo que curiosamente
representa una carga económica para el Estado. Para quienes gustan de los complots
y planes ocultos, esgrimen la hipótesis de que podría tratarse de un virus
programado en laboratorio para deshacerse de una población que significa una
carga para el erario público. Suena terrible y descabellado, propio de una
pésima película de Serie B, pero más descabellado me parece que la plaga se
haya desatado porque alguien se le ocurrió prepararse una sopita de murciélago.
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Si bien es cierto que las mascarillas no te
protegen del virus, su uso en espacios públicos podría aminorar los contagios
porque disminuiría el radio de afectación de quienes tosen o estornudan
(siempre y cuando no se lo retiren de la cara). El invasor no supervive en el
ambiente. Se propaga a través de la saliva que alcanza, si no se le coloca esta
prenda como obstáculo, hasta el medio metro de distancia. Tarde o temprano
levantarán la medida y el coronavirus estará allí, acechándonos en cada
esquina, por lo que nuestras costumbres sociales se trastocarán por completo.
El escenario en las próximas semanas será ver a los transeúntes portando
mascarillas de todo precio y calidad. Pronto saldrán al mercado las de marca, de
múltiples y coloridos diseños, sean las Nike o las Tommy Hilfiger que darán más
estatus a quienes las porten. Yo por mi parte evitaré tomar transportes
públicos y lugares que concentren multitudes. Chao fiestas, cines, discotecas y
restaurantes sólo para delivery. Va a ser sobrecogedor ver los partidos de
fútbol en estadios vacíos.
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El 11 de septiembre de 2001 el mundo salió del
siglo XX e ingresó al siglo XXI con el desplome del World Trade Center. Creí
que el advenimiento de una nueva Era se había dado con los atentados de París
de la noche del 13 de noviembre de 2015, pero la disminución del accionar del
Estado Islámico, aunado al asesinato de su líder Abu Bakr al-Baghdadi me hace
ver que me equivoqué. La nueva Era comenzó en diciembre de 2019 en la ciudad de
Wuhan y hoy tiene a la mitad de la población mundial en cuarentena. Me imagino que
cuando superemos esta crisis sanitaria —o aprendamos a convivir con ella— viviremos
en un mundo distinto, mejor o peor dependerá de nosotros mismos.
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Espero que el covid-19 nos deje lecciones para
el futuro, ante un mundo globalizado proclive a pandemias más feroces, con
virus más agresivos y contagiosos que pueden arrebatarte la vida en pocas
horas. Al próximo brote que se dé en la China o en la Cochinchina, los
gobiernos deben cerrar las fronteras y los espacios aéreos de inmediato para
frenar la propagación. Si somos precavidos y tomamos las medidas pertinentes a
tiempo podemos evitar sufrir de algo más que el pánico masivo del que ahora
sufrimos.
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Algunas naciones enfrentan su lucha contra el
coronavirus como una guerra y toda guerra conlleva al desarrollo de la
tecnología. Las actividades laborales, comerciales y estudiantiles en el
espacio virtual ha avanzado a pasos agigantados y no habrá marcha atrás. Muchas
empresas tendrán a sus empleados trabajando desde casa, todos los pagos y
transacciones, muchas tiendas y restaurantes funcionarán online, al igual que
varias clases escolares y universitarias. La semana pasada me tocó dictar dos
cursos, normalmente presenciales, en el aula virtual y todo se desarrolló con
normalidad. Es cuestión de que docentes y estudiantes nos vayamos adaptando.
Todos, por lo pronto, estamos con la tranquilidad que no somos propensos a
contagiarnos en un aula cerrada. Supe solamente de un colega que tuvo problemas
para dictar su clase a distancia. Su computadora se había infectado con un
virus.
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Es plausible la medida del Gobierno de contar
con la televisión y la radio para difundir las clases y llegar a las viviendas
de los escolares que carecen de computadoras e internet. Me recuerda a la «Ofensiva Cultural» impuesta durante el primer mandato de Alan García —recuerdo
el “Entreteniendo con Cultura”, rimbombante eslogan de Panamericana TV—, ojalá
nomás que no sirva como pago para diversos medios mermeleros. Pienso que esta
debe ser un compromiso gratuito de todos los canales y radioemisoras para
evitar que se pierda el año escolar.
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