El escenario político del Perú es similar al de hace veinte años. En noviembre de 2000, Alberto
Fujimori renunció por Fax a la presidencia —dimisión que no fue aceptada por el
Congreso e igual lo vacaron—, pasábamos por una fuerte recesión económica —ahora
agudizada por la pandemia—, en el fútbol jugábamos fecha de Eliminatorias —Paraguay
nos goleó 5-1— y Alianza Lima daba pena, Estados Unidos no definía quien había
ganado las elecciones —y le robaron la presidencia a Al Gore— y fungía de
presidente del Congreso Valentín Paniagua, militante de Acción Popular, el
mismo partido del actual presidente del Congreso y de la República, Manuel
Merino. Hace dos décadas, el Congreso de Paniagua tuvo el criterio suficiente
para superar la inestabilidad y afrontamos el proceso de transición de la
manera menos traumática posible. Como peruano, espero que la historia vuelva a
repetirse, todo transcurra en orden de cara al proceso electoral del
Bicentenario, vivamos unos meses de ‘Primavera Democrática’ y que a las
personas que les toque tomar las riendas del país palíen —sería iluso pedir que
solucionen— las urgencias sanitarias, económicas y de inseguridad que se han
agudizado en los últimos meses.
El 9 de noviembre pasado el Congreso
vacó a Martín Vizcarra por absoluta mayoría. No hubo golpe de Estado. Se
valieron de una facultad constitucional de mandar a su casa —o a la cana— al
mandatario que muestra pruebas claras de Incapacidad Moral. Podemos discutir
que hubo ciertamente un abuso de poder, pero que el ex presidente merecía ser
vacado por corrupto, felón, mentiroso, incapaz, arbitrario, déspota, anticonstitucional
y demás adjetivos que le calzan como anillo al dedo, queda fuera de discusión. Ahora
que ha vuelto a ser un ciudadano común y corriente ya debería pesar sobre él
una prisión domiciliaria y por las evidencias que se tienen imagino que irá a
la cárcel más rápido que Kuczynski y otros investigados por corrupción. Vizcarra
quedará ante el Juicio de la Historia como un exabrupto, una desgracia, un paso
en falso un autogol. Coimero como Gobernador de Moquegua y coimero como
Ministro de Transportes. Defenestrado al Canadá como Embajador (mucho premio).
Complotista en la vacancia de PPK junto con el fujimorismo (que lo pagaron
caro) y César Villanueva que ahora está en prisión. Golpista cuando cerró un
Congreso que una hora atrás le había dado la confianza (y que la gran mayoría
aplaudió —y todavía aplauden— como focas). Persecutor implacable de sus
enemigos políticos. Corruptor de los principales medios de comunicación.
Descarado favoritismo para darles puestos y licitaciones a sus aliados, socios
y amigos. Pésimo gestor para afrontar la recesión económica y la pandemia del
Covid-19, siendo uno de los peores países en el manejo de la pandemia. Con un
sujeto como este, caminábamos directo al precipicio. Quizá no haya sido la
mejor forma de expectorarlo, pero había que ponerle freno a tanta incapacidad e
inmoralidad. Queda esperar que la cura no sea más mala que la enfermedad. Como
alguien dijo por allí, en el Perú siempre aparece alguien dispuesto a hacer las
cosas peor de las que están.
Hoy es otro día y los colectivos
civiles en vez de protestar por lo que es irreversible —no hay marcha
atrás— lo que nos queda en estos meses es estar vigilantes a que en abril de
2021 se realicen las elecciones y que en el Congreso no se tumben los alcances
de la Sunedu en materia educativa para favorecer intereses personales. Apoyar
la vacancia no significa darle carta abierta a Manuel Merino, quien no parece
tener la entereza de Paniagua ni a este Congreso —producto de Vizcarra— que
acoge a peores parlamentarios de los que teníamos veinte años atrás, así que
mantengámonos expectantes.
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