lunes, 16 de noviembre de 2020

cómo bajarse a un presidente en cinco días

La estrategia para obligar la renuncia de Merino ha sido simple. A través de redes sociales y medios de comunicación se azuzó a la insurgencia popular. Líderes de opinión a sueldo se encargaron de envenenar el ambiente hablando de la perpetración de un Golpe de Estado, cuando la vacancia había sido perfectamente constitucional. Es una prerrogativa del Congreso, según el Artículo 113 de la Carta Magna. Como vivimos tiempos de pandemia, se necesitó del aval de un famoso médico mediático que muy ligero de hueso diagnosticó que no existen riesgos de covid-19 si la gente se aglutina en la calle. No hay contagio que valga si está en juego la democracia. 

La gran mayoría de manifestantes eran —y son— pacíficos. Estudiantes. Idealistas que luchan por un país libre de corrupción. Como es necesaria la violencia, se infiltraron entre ellos grupos de buscapleitos, prestos a provocar a las fuerzas del orden. Los enfrentamientos del jueves arrojaron heridos. Ningún muerto. El viernes Perú jugó contra Chile así que se aplazó la manifestación para el sábado donde entre perdigones y bombas lacrimógenas por un lado, y piedras y artefactos pirotécnicos por el otro, terminaron con dos estudiantes muertos. Ahora sí los conspiradores contra el novísimo régimen tenían a las víctimas que necesitaban esgrimir. Los medios en una inusual transmisión ininterrumpida exigieron la renuncia del cargo del presidente constitucional, lo que finalmente aconteció horas después, el domingo al mediodía.  

Merino se fue y ni su familia lo lamenta. En los cinco días de su gobierno sólo se le vio cuando juramentó y cuando renunció. Nunca dio la cara y se escondió bajo la cama cuando ardió la calle. El cargo y la comparación con Paniagua le quedaron grande. El protagonismo de su brevísimo régimen se lo llevó entero Antero Flores-Araoz, el primer ministro que cometió el grosero error de declarar, ni bien juramentó, que a las universidades bamba había que darles una segunda oportunidad, entre ellos a la Telesup, cliente de su Estudio de Abogados. La Historia será piadosa con este presidente pusilánime. En unas semanas nadie se acordará de él.

Tras la renuncia dominical, parecía que el Perú contaría con su primera presidenta en la figura de Rocío Silva-Satisteban, pero no. El terror por ser roja, presunta terruca y enemiga del modelo económico, provocó que la torta se le quemara en la puerta del Congreso. Al día siguiente, el lunes, se eligió a Francisco Sagasti, representante del Partido Morado, como presidente del Congreso y presidente del Perú. El recibimiento de la noticia en la calle igual ha sido tibio. Por la noche igual han salido a marchar millares de personas, aunque no queda claro si quieren dinamitar el Parlamento o esperan que el Tribunal Constitucional reponga a Vizcarra en el puesto. 

Por pergaminos y trayectoria profesional parece que Sagasti es el personaje idóneo para llevar a buen puerto este proceso de transición con miras a las elecciones de abril y al cambio de mando en el bicentenario. Parece un hombre honesto, intelectual y consciente de lo efímero del puesto que ocupa. Ojalá que encuentre a las personas capaces para ocupar las carteras más importantes como son Economía, Salud y del Interior. Debe caminar con cuidado y negociar con todas las fuerzas políticas porque su gobierno se cimenta sobre hielo delgado y los azuzadores —en complicidad con los medios de comunicación— aprovecharán cualquier desliz para incendiar las calles de nuevo. 

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