sábado, 16 de julio de 2022

a ricardo gareca (carta de despedida)

Señor Ricardo Gareca. Gracias por los siete años al frente de la selección. Sería mezquino negarle sus triunfos. Dos veces semifinalista en Copas América (2015 – 2021). Una vez finalista (2019), después de 44 años. Una clasificación a la Copa del Mundo (2018) tras 36 años de amarguras, por los tres puntos que el TAS le quitó a Bolivia, a causa de un reclamo de Chile que al final quedó afuera. Por los triunfos insospechados de visita en Asunción, Quito, Barranquilla. Gracias por devolverle la dignidad al fútbol peruano y la felicidad de un pueblo históricamente perdedor, hambriento de reconocimiento internacional. Lo que hizo por la blanquirroja nadie lo logró anteriormente y su nombre será recordado por siempre en la afición. Aguardo por eso que no me tilde de malagradecido —como somos los peruanos por antonomasia— si le confieso que soy de los pocos que estoy de acuerdo con que usted no siga al frente de la selección peruana. Considero que su ciclo culminó el doloroso 13 de junio y pienso que, si le renovaban el contrato, usted no habría durado en el cargo. Carecemos de jugadores de nivel competitivo en todos los puestos y se nos vienen tiempos oscuros que mancillarían el grato recuerdo que la mayoría queremos conservar de usted.


Quisiera recordarle también que, a pesar de los triunfos, arrastra un par de fracasos. El partido debut de Perú en el Mundial frente a Dinamarca no sólo perdimos por el penal que Cueva lanzó a la tribuna. Perdimos porque usted y su comando técnico jugaron todo el segundo tiempo con diez hombres. No entiendo cómo no pudo percatarse de que Tapia terminó la primera mitad con una conmoción cerebral —él mismo declaró que después del golpe no recuerda nada del partido— y justamente el gol danés llegó por su costado. Debió ingresar Aquino y eso usted lo sabe y, sin embargo, nadie se lo sacó en cara ni en ese momento y hasta ahora. A pesar de su falencia que nos impidió superar la fase de grupos, Perú dejó una grata impresión en Rusia. Nos nombraron la mejor hinchada del mundo y gozamos con un triunfo mundialista frente Australia luego de cuarenta años. Qué lejos estuvimos de imaginar que ese mismo país, con jugadores de menor jerarquía que los que enfrentamos en 2018, iba a cobrarse la revancha cuatro años después.  


Estoy seguro, señor Gareca, que la eliminación frente Australia será el mayor fiasco en su trayectoria como entrenador y de paso el trance más triste y traumático en el devenir de nuestro alicaído balompié. Es cierto que hubo factores extrapeloteros como el triunfalismo desmesurado que los peruanos padecemos o la presencia de más de trescientas personas con pasajes y estadía pagadas por la Federación que de alguna manera contaminaron la concentración del plantel. Tampoco entenderé por qué se quedaron tanto tiempo en Barcelona cuando se debió viajar con antelación para aclimatarse a la cancha de Doha. No lo culpo porque a pesar de todo eso, los once futbolistas que usted alineó estaban obligados, por amor propio, a jugar ese partido decisivo con otra actitud. Usted no es el culpable de que jugadores como Cueva o Carrillo se ahuevaran o mariconearan en el momento de la verdad, que se les encogieran los testículos y cayéramos en ese maldito fatalismo peruano del casi, como nos sucedió en el vóley en la final de Seúl 1988. 


Si puedo culparlo, porque nadie se lo quiere decir, de que usted también se ahuevara y se mostrase tan irresoluto como su equipo que sólo disparó dos veces al arco rival en noventa minutos: un cabezazo desviado de Lapadula y un tiro de Flores sin consecuencias a las manos del arquero. No entiendo cómo se le ocurrió alinear a dos ‘pechofríos’ como Peña y ‘Canchita’ juntos. Por qué mantuvo a ‘Canchita’ durante todo el partido. Por qué sacó de la lista final a Costa que venía demostrando un buen nivel en el Colo-Colo. Aparte que por su origen charrúa quizá le habría inyectado más garra a un equipo medroso, que no se atrevía a verticalizar su juego. Que no se atrevía a armar jugadas. Ante tantos nervios e imprecisiones, pudo haber cambiado a Tapia por Aquino y a Trauco por López. Claro, qué fácil es ser estratega tras la derrota, pero a la luz de los resultados ahora pienso que debió convocarse a Ruidíaz si íbamos a llegar a los penales e incluso a Guerrero, quien a pesar de llevar meses sin jugar, su liderazgo es incuestionable y estoy seguro que dentro del campo habría guapeado a un equipo muerto de miedo y hasta cojo en el suplementario le podría meter gol a una defensa australiana que físicamente se caía a pedazos… porque digamos la verdad, a pesar de la tan cacareada superioridad del biotipo del rival, el nivel amateur de su fútbol les hizo fundir motores en el primer tiempo, aguantar en el segundo y en el suplementario, cuando el ‘Orejas’ estrelló un cabezazo al palo que hubiera cambiado la historia, estaban con la lengua afuera. Lejos de lo que se creía, Perú en físico terminó mejor y si Cueva se acalambró a falta de poco fue de puro maricón porque se venían los penales. 


Reitero, usted no tiene la culpa de la cobardía del pelotero peruano, pero sí de contagiarse de su irresolución y de no saber cómo replantear. Usted que nos convenció de que la ‘argolla’ no era mala y que por el contrario era positiva si se mantenía unido a un grupo comprometido con un objetivo, al final se terminó diluyendo cuando trascendió que algunos se agarraron a golpes en el hotel. La infausta tarde del 13 de junio es tan punzante que todavía no lo superamos, es más lacerante que cuando lo vi a usted como jugador empujar a Chirinos y anotar el gol del empate en el Monumental que nos privó de estar presentes en México 1986. No le perdono que durante ciento veinte minutos más una ronda de penales estuviera con mi pequeño hijo de diez años pegados frente a un televisor y percatarse que nació en un país de peloteros temerosos, porque reitero, se puede perder, pero no de forma tan miserable y este momento tan desgraciado siempre estará ligado a su recuerdo.


Por eso, don Ricardo, es bueno que haya rechazado la exigua oferta que seguro los monigotes de Lozano le hicieron llegar. Si pudiera tener el poder y los recursos económicos, pondría al señor Oblitas como presidente de la Federación Peruana de Fútbol y a usted le invitaría a formar parte de su proceso. No como entrenador, si no como administrador y reformador del fútbol peruano que usted conoce como pocos, buscando cambiar y erradicar tanta podredumbre desde la raíz. Lamentablemente vivimos en un país corrupto y nuestro fútbol es su reflejo. Un lugar donde personas decentes y lúcidas como usted no tienen cabida.


Así que, reiterándole mi agradecimiento por los momentos gozosos, me despido de usted, deseándole los mejores éxitos. Los peruanos somos ingratos, pero también olvidadizos y ante el juicio de la historia pesará lo positivo antes que lo negativo de lo que Ricardo Gareca nos dejó. 

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