Apreciado
lector, lo que vais a leer a continuación son las exactas enseñanzas de Malba
Tahan, conocido en la ficción como Julio César de Mello e Souza, compiladas en
un libro titulado El hombre que calculaba, publicado en el lejano Brasil de
1938. Natural de Bagdad —aunque algunos biógrafos citan un lugar llamado Pueblo
Olvidado— fue voluntad de Alá que el autor, quien se ganaba la vida como
profesor de matemáticas, tuviera éxitos y sinsabores por igual. Sus historias,
inspiradas en sus correrías por Persia, buscaron que las ciencias numéricas
fueran comprensibles y amenas para la mayoría, consiguiendo por añadidura que
se le abrieran las puertas de la fama y la fortuna. Los amigos de farra y el
juego de azar hicieron que su caudal se escurriera como la arena del desierto y
pasó sus últimos días en la indigencia. Hombre reputado en el manejo de
números, cálculo y probabilidad, nunca pudo ganar un solo premio de lotería, un
solo juego en los casinos, maldecido quizá por la presunción que lo hacía
apostar grandes cantidades a diario. La lógica matemática plasmada en sus obras
jamás funcionó en la vida real.
El hombre que calculaba principia como Las mil y una noches. Camino a Bagdad un hombre se cruza con otro
que repite una y otra vez: un millón cuatrocientos veinte mil setecientos
cuarenta y cinco. El viajero inquiere a qué se debe repetir tamaño guarismo y
el otro, quien manifiesta llamarse Beremiz Samir, responde que esa es la
adición de todas las cosas que había hallado en su camino desde que se dedicó
al pastoreo de ovejas. El viajero ve la oportunidad de hacer fortuna y le
ofrece a Beremiz seguir por la misma ruta, ofreciéndole el oficio de
‘calculador’.
Las
numerosas peripecias que afrontarán en la travesía, siempre serán solucionadas
con astucia matemática. Tres hombres discuten la repartición de la herencia
dejada por su padre, treinta y cinco camellos en total. Beremiz calcula una
adecuada distribución y obtiene un camello como pago por sus servicios. Salem
Nasair, hombre acaudalado de Bagdad es asaltado y todos sus esclavos son
asesinados. Beremiz da de comer al infortunado y cuando arriban a Bagdad,
Nasair irdena que le retribuyan por haberlo socorrido. Beremiz detecta un error
en la repartición de las monedas de oro y rectifica la operación, ganándose la
estima de los presentes. De esa misma fórmula se vale para resolver las
tribulaciones de un joyero que debía recibir cierta comisión por ventas.
Beremiz se vuelve a encontrar con Nasair y ambos comentan con sus amigos las
diversas figuras geométricas que se pueden encontrar en las cosas. Otro día
interviene en la salvación de un hospedaje, resolviendo una operación
aparentemente ilógica al momento de ejecutar la repartición de bienes.
Las
hazañas de Beremiz enseñan que todo tiene solución matemática, siempre y cuando
se preste atención a las cosas que nos rodean. En las lecciones que imparte a
Telasir, le explica que los números son la base de todas las ciencias. En otra
clase le habla de los números quinarios —los que van de cinco en cinco— y los
números romanos. Al salir del palacio de Lezid, Beremiz examina los lados y las
formas de una cuerda con la que juegan unos niños, examina las paredes del
palacio y los versos que se encuentran esculpidos en él y deduce que toda
persona tiene la habilidad de calcular, sin importar el oficio al que se
dedique. Beremiz asocia el significado de la amistad con el concepto de los
números amigos, aquellos que están ligados por un vínculo, su divisibilidad por
ejemplo, y el mensaje que da es: “el encanto de la vida depende únicamente de
las buenas amistades que cultivemos”. En un sarao en ese mismo palacio, Beremiz
observa a dos bailarinas gemelas a quienes les cuenta los paletones de sus
faldas. Uno de los convidados, con evidente intención de dejar mal al
calculador, le dice que lo suyo es un absurdo y una pérdida de tiempo, mas
Beremiz responde: “el objetivo de las matemáticas es resolver problemas,
calcular áreas, medir volúmenes y otras finalidades elevadas”.
Beremiz
descubre el misterio de El Cuadro Mágico al buscar nuevas soluciones y no
conformándose con la solución popular. Le comenta a sus amistades la historia
del ajedrez, tratándose acerca de un rey a quien le matan un hijo en la guerra
y queda desconsolado. Un súbdito humilde le regala un juego con el que puede
desquitarse y consolarse a la vez. Encantado por el obsequio, el rey le ruega
que lo solicite lo que quiera que él está dispuesto a entregárselo. El súbdito
le pide un grano de trigo por el primer escaque de ajedrez, dos por el segundo,
cuatro por el tercero y así doblando sucesivamente hasta el último escaque. Un
consejero del rey le advierte que lo que el súbdito le pide es una montaña de
trigo más alta que el Himalaya, por lo que el soberano le dice que pida algo
más sencillo, entonces el súbdito le responde:“infeliz sea aquel que toma sobre
sus hombros el compromiso de una deuda cuya magnitud no puede valorar con la
tabla de cálculo de su propia inteligencia”.
En
un café, Beremiz es puesto a prueba con un problema matemático que parece
imposible resolver. Resuelve el problema pero comenta con humildad: “Una
persona es loca cuando se considera sabia, es como la hormiga que toma un
granito de una montaña de azúcar y luego se ufana en el hormiguero de que lo
que tiene es ‘toda’ la montaña de azúcar”. Unos egipcios reconocen a Beremiz e
intentan hacerle quedar mal preguntándole acerca de los alcances de la
matemática hindú. Beremiz repsonde que los aportes hindúes pueden encontrarse
en una obra llamada Suba-sutra y
explica que en un triángulo rectángulo podemos hallar dos catetos y una
hipotenusa y sobre estos encontramos un cuadrado exacto que al operar su área
dan la medida de la figura. Tras el incendio de la prisión de Korassan, las
autoridades deciden disminuir la sentencia de los prisioneros afectados a la
mitad de los años que vivirían. Sin embargo, esa tarea iba a ser muy difícil
pues nadie podía saber cuánto iba a vivir cada uno de los reclusos. Beremiz
resuelve el problema por intermedio de una ecuación.
El
príncipe Clusir visita Bagdad con la finalidad de conocer a Beremiz y comprobar
su agudeza. El príncipe le da el caso de las perlas que un señor hereda a sus
hijas y le pide que resuelva el misterio de cómo repartió las perlas. Otro
hombre, llamado Tara-Tir, busca tenderle una celada a Beremiz. El calculador no
se percata del ardid y del peligro que corre hasta que alguien se lo hace ver y
teme por el daño que le pueden hacer. Beremiz es citado a palacio para platicar
con unos sabios, pero sus temores le dan inseguridad. Uno de los sabios los
prueba no con una pregunta de matemáticas sino de cultura general, el aludido
responde con corrección. Otro sabio pregunta quién fue el geómetra que se
suicidó al mirar el cielo y Beremiz cuenta la historia de Eratóstenes. Luego el
interpelado narra la fábula del Chacal y del Tigre que querían repartirse tres
bocados de comida y la de la princesa Dahizé quien debía seleccionar al más
inteligente de sus tres pretendientes a través de diversas pruebas de lógica.
Uno de los sabios le pide que solucione el problema de las ocho perlas, de las
cuales una es más pesada que las demás, Beremiz halla la respuesta correcta y
los sabios le ofrecen oro y plata como recompensa a su raciocinio, sin embargo
él les cambia la propuesta y les pide la mano de Telassim, hija del jeque
Lezid, de quien estaba enamorado. Impedidos de darle a Telassim, le ofrecen dos
esclavas que eran poco honradas y mentirosas. Para probarlo, Beremiz le pregunta
a una el color de sus ojos y le miente, lo mismo sucede cuando hace la misma
pregunta a la otra, por lo cual el calculador tiene que usar su lógica para
adivinar el color de ojos de las esclavas.
La
parte final de la obra cuenta sobre la muerte del jeque Lezid en un combate
contra los mongoles. Bagdad es destruida y reducida a ruinas. Beremiz se casa
con Telassim y se entera que profesa la religión cristiana. Beremiz decide
dejar de creer en Mahoma y sigue a Jesucristo.
El hombre que calculaba es prodigioso tributo a los maestros
arábigos y su aporte inestimable en el desarrollo de las matemáticas;
introdujeron el cero, idearon el álgebra, los algoritmos —en honor a Al-Waritmi—, las reglas para efectuar operaciones que eran totalmente desconocidas por los griegos. Los problemas resueltos por Beremiz son de una finura intelectual deslumbrante que inoculan en el lector la quimérica ilusión de que se puede comprender el infinito y encontrar en él al propio Malba Tahan, quien me dira que utilicé 1493 palabras —7161 caracteres— para escribir este post.
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