miércoles, 6 de agosto de 2025

huaraz en tres días

Siempre quise conocer Huaraz. Allá por 1982, mi papá cargó con toda la familia en la Datsun y tras llegar a Pativilca, tomó el desvío y trepamos por la carretera de acceso a la sierra hasta que la camioneta no pudo más. Dimos media vuelta y pasamos Fiestas Patrias en Barranca, quedándome de la subida el paisaje de cerros poblados de árboles. Tuvieron que transcurrir más de cuatro décadas para cumplir con mi deseo, aunque me hubiera gustado que fuera mucho antes, en una fecha más cercana al sismo del 31 de mayo que marca un dramático antes y después en el devenir del Callejón de Huaylas.

Si vuelvo a viajar a Huaraz, me gustaría hacerlo en vehículo particular por la ruta del Cañón del Pato, donde, me cuentan, se viaja al filo del abismo, pasando por diversos túneles y las cordilleras Negra y Blanca se aproximan a tal punto que dan la impresión de poderlas tocar con los brazos. El viaje en bus desde Trujillo toma unas ocho horas. Llegas a Casma —ya no a Pativilca— y te desvías hacía la sierra por una carretera en buen estado, imagino que gracias a la minería. Antes de subir, se pasa por algunos poblados del distrito de Yaután, que parecen, por sus viviendas, de reciente data, imagino atraídos por la actividad frutícola de los alrededores.

Me albergué con mi familia en el hotel Valery, en la avenida Luzuriaga, a tres cuadras de la Plaza de Armas. A propósito de este gallo del que desconocía su existencia y su busto está en plena plaza. Se trató del primer peruano en obtener el grado de Gran Mariscal. Participó en la independencia de Argentina, Chile y Perú. Tras la caída del Protectorado de San Martín, cayó en desgracia a los ojos de Bolívar y partió a tierras gauchas donde se pegó un tiro para escapar de la miseria. Una provincia ancashina lleva su nombre y quizá valdría la pena expatriar sus restos e inhumarlos en su tierra natal con los honores que merece. La avenida que lleva su nombre es la más comercial de Huaraz. En el lado izquierdo, subiendo hacia la plaza, la acera está cubierta por un cielorraso y las losetas lucen un diseño similar al malecón de Copacabana en Río. La pista lleva meses en zanjas por obras municipales que no tienen cuando acabar, dando una pésima imagen al turismo que llega en Fiestas Patrias.

En el centro y alrededores, es común encontrar visitantes estadounidenses, alemanes, franceses, italianos, argentinos, chinos y japoneses. Curiosamente, brillan por su ausencia en los tours más solicitados hacia Chavín de Huántar o la laguna de Llanganuco, hechos para turistas nacionales que quieren esforzarse poco y buscan que los transporten hasta las puertas del atractivo turístico. Los atractivos, en cambio, gustan del trekking, del climbing, y no se hacen problemas por recorrer a pie enormes distancias por senderos inhóspitos para llegar a cumbres y lagunas que nosotros, los comodones de los peruanos, no estamos dispuestos a recorrer. Incluso puedes verlos con carpas, dispuestos a acampar en la montaña. No me encontré con venezolanos, como en otros lugares del país, salvo la guapa veneca pelo-pintado que nos atendió en Clandestina, uno de los bares que elabora su propia cerveza, ubicado en el parque Ginebra, epicentro de la vida nocturna huaracina.

El parque Ginebra —imagino debe su nombre a las analogías que hacen del Callejón con Suiza— es un boulevard poblado de pizzerías y restobares con mesas afuera de los locales, dándole un aroma cosmopolita al ambiente. Muchos ofrecen cervezas artesanales, elaboradas en la misma región, de diversos sabores como fresa, eucalipto, kion o miel de abeja. El restobar de Sierra Andina, cerveza con varias presentaciones como la ‘Pachacútec’ con diez grados de alcohol, se encuentra en el parque del periodista, donde aparece el busto de Pedro Morales Carreño, reconocido escritor huaracino.

Si bien la oferta gastronómica es diversa, sorprende la cantidad de chifas que prolifera en la urbe. En cuanto a comida típica de la región, nos recomendaron los restaurantes del jirón Olaya, arriba, a unas diez cuadras de la plaza, calle que se enorgullece de conservar la fisonomía original de la ciudad, siendo de las pocas que no sufrió daños considerables a causa del terremoto. Almorzamos en el Hierba Buena que ofrece pachamanca —los domingos—, chicharrón, costillar y otros platos a base de chancho, picante de cuy, trucha frita, patasca y llunca de gallina, que es como un caldo de gallina, pero que lleva trigo en vez de arroz o fideos, todo acompañado de una jarra de chicha de jora.

Llama la atención que siendo una ciudad grande y de agitada vida comercial —los comercios de las avenidas principales permanecen abiertos hasta pasadas las diez de la noche— no haya presencia de autoservicios como Plaza Vea o Mass. Su lugar lo ocupa Trujillo Market con varias sedes. Otra cadena con locales en todo el Callejón es Farmarecuay, pero sí le tiene que hacer frente a las farmacias de Intercorp. Locales donde los huaracinos hacen cola es la Panadería Romerito y las raspadillas El Gordito, que funciona desde 1938, en una carretilla detrás de la catedral. Ofrece de tres tipos: con leche condensada, frutas cítricas y chocolate con café. Delicias que vale la pena disfrutar. El comercio ambulante en el centro se encuentra extendido. Algunas vendedoras son quechua-hablantes, ataviadas con sombreros y prendas coloridas. Se ofrece ropa de invierno, huevitos de codorniz y emolientes que carecen de sábila y, como no son espesos, parecen un jugo caliente. Tuve también la oportunidad de escuchar dos emisoras locales. Huascarán Rock & Pop en la 104.5 FM, cuya señal se pudo captar con nitidez en la van que nos trasladó a Carhuaz. Clásica Radio en la 92.5 FM que sonaba desde la Feria Artesanal al costado de la Catedral, a tanto volumen que llegaba a buena parte de la plaza, contagiando con las baladas en español de Camilo Sesto o Leo Dan.       

La plaza principal de Huaraz es similar a otras de la sierra. Goza del privilegio de que a lo lejos se aprecia el Huascarán, aunque otros entusiastas afirman que se pueden ver el Huandoy y el Alpamayo. Por más que me esforcé, no alcancé a distinguirlos. Predominan los espacios verdes, pero carece de árboles frondosos que guarezcan a las bancas del sol inclemente. De los edificios que la rodean, destaca la imponente catedral —todavía en construcción— de imponente estilo neorrománico, diseño europeo enclavado en los Andes. Ornamentada en los costados con testas de animales como el cóndor o el puma en vez de gárgolas, falta el revestimiento que le pondrán a sus paredes desnudas para ver cómo queda el acabado final. Otras infraestructuras destacables son la Casa de la Cultura, con su domo plateado en la parte superior, la Corte Superior de Justicia de Áncash, la municipalidad y las sedes del BCP y del BBVA.

Una visita de tres días es insuficiente para juzgar la fisonomía de toda una ciudad, pero Huaraz deja la sensación de carecer de una tradición monumental. Es comprensible. El terremoto de 1970 barrió con gran parte de sus viviendas y demolió su historia. Incluso la huaca Pumacayán, una colina enclavada en la ciudad y que parece se trató, antes del arribo de los españoles, de un templo o una fortaleza, ahora es un amontonamiento de piedras y tierra que cuenta como mayor atractivo con la capilla de la Cruz de Pumacayán en la cima, elemento protagónico en el proceso de extirpación de herejías durante la Colonia.

Dicen que posterior al sismo, la mayoría de la población original emigró a otras latitudes y ahora son otras las familias. Los huaracinos de hoy son hijos de los emigrantes incentivados por el régimen de Velasco para repoblar el lugar. Si uno escucha hablar a los pueblerinos, les llamará la atención su acento cantarín, propio de la selva alta o de la costa norte y no con la lengua pegada al paladar como es típico de otros sectores de la sierra. Considero, particularmente, que Huaraz carece de armonía arquitectónica y eso le resta belleza al guardar escasa relación con la imponencia del paisaje que la rodea. Mejor hubiera sido que en el proceso de reconstrucción apostaran por el adobe y la piedra en vez del ladrillo, peor aún si la mayoría de casas las dejan inacabadas o sin tarrajear. Mejorar las fachadas es una tarea que deben emprender el municipio y todos los vecinos en su conjunto para que el título de ‘la Suiza peruana’ no les quede demasiado grande.

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