Los
seres humanos somos críticos y bajo esa condición nos creemos facultados para
evaluar o dictaminar sobre temas diversos, sean extensos o limitados nuestros
conocimientos de los mismos.
La
crítica cinematográfica debe ser una de las más universales y democráticas.
Todo aquel que haya visionado una película habrá vociferado alguna sentencia
fulminante que básicamente se circunscribe a dos palabras: ‘es buena’ o ‘es mala’.
La gran mayoría de espectadores, sin embargo, está incapacitado de enunciar un
juicio de valor, solamente se deja de llevar por su gusto que muchas veces es irracional.
Buena ‘pela’ para la masa es aquella que la hace pasar un buen rato y no
resulta soporífera o ininteligible. El ojo común está educado por el patrón del
blockbuster hollywoodense, cine que aplica una fórmula efectiva de escapismo y
entretenimiento, la cual no necesariamente es negativa, siempre y cuando sea
fresca, original y no plagiaria y repetitiva.
Cualquiera
puede formular una opinión sobre determinada película, pero pocos cuentan con
la capacidad de elaborar una crítica. Para evaluar un filme, el primer
requisito es ser un cinéfilo, es decir haber visto y saber mucho de cine,
conocer de argumentación, semiótica y estética audiovisual. Ahora, no sólo
basta poseer conocimientos de cine, hay que saber plasmarlos también. La
crítica cinematográfica consiste en el análisis de un filme. En algunas universidades
se enseñan cursos de apreciación del séptimo arte pero en ninguna parte te
recibes de crítico cinemero. Simplemente no se estudia para eso. Muchos
periodistas se especializan en la materia por simple afición y sin haber cogido
una puta cámara en su vida.
El
crítico cinematográfico puede parecer un sujeto bilioso y despreciable. Un
injurioso que destila veneno motivado por vectores envidiosos. Una víctima de
las críticas aseveró alguna vez que: “todo crítico es un artista frustrado”.
Sea cierto o no —mezquino o no—, el crítico de cine es un mal necesario
siempre y cuando sus juicios de valor sean elaborados con responsabilidad y
relativa imparcialidad, ya que pocas cosas tan subjetivas como una crítica que
siempre parte desde un punto de vista. El análisis acertado sive para guiar y
educar, sobrevive en el tiempo y se convierte en fuente de consulta para
generaciones venideras.
La crítica cinematográfica no nació con el cine. Se fue
desarrollando a medida que el séptimo arte adquiría renombrancia artística. En
1927 se estableció el primer trofeo para galardonar producciones —con el tiempo
se le llamó Óscar— y si bien muchas de sus elecciones han resultado
discutibles, hasta la fecha sigue siendo uno de los paradigmas para la
evaluación de películas de ‘calidad’. En los años postreros aparecieron los
festivales —siendo los de Cannes, Venecia y Berlín los más afamados— en los que
por su universalidad sus premios son más valorados por los especialistas.
En la época dorada del cine americano —y emulando lo que
ya se venía haciendo con las obras montadas en Broadway— aparecieron las plumas
afiladas y demoledoras de diversos críticos. Destacaban las de Hedda Hopper y
Louella Parsons quienes curiosamente se detestaban entre sí porque se
disputaban el título de ‘la reina de Hollywood’ (el telefilme Malice in Wonderland con Elizabeth
Taylor y Jane Alexander está inspirado en ellas). Ambas, sin embargo, sabían
poco de cine y sí mucho de farándula a lo Magalay Medina por lo que en sus
columnas había mucho de chismorreo malicioso y juicios pacatos antes que
análisis propiamente cinematográfico. La Hopper por ejemplo, probó suerte como
actriz en varias cintas pero nunca obtuvo un papel destacado, de ahí que
comentara con mala leche.
En los años de posguerra, el análisis se vuelve más
académico. Bajo la influencia de André Bazin —quizá el más importante teórico
de cine—, un grupo de jóvenes redactores de la revista Cahiers du Cinemá dejaron de hacer el papel de criticones y se
animaron a ponerse detrás de las cámaras: Jacques Rivette, François Truffaut,
Jean-Luc Godard y Claude Chabrol (quien acaba de fallecer, horas antes de
escribir estas líneas). Otro ejemplo de crítico luego realizador en el cine
americano es Peter Bogdanovich, quien debutó con la notable The Last Movie.
En el Perú, la crítica ha sido ejercida por distintos
medios de prensa escrita y más tarde de radio y televisión. La primera gran
revista de cine fue Hablemos de Cine
en el seno de la Universidad de Lima que congregó entre otros a Isaac León,
Juan Bullita y a José Carlos Huayhuaca, este último se animó a realizar un
puñado de películas y una que otra producción televisiva. En años postreros
circularon otras revistas como La Gran
Ilusión, Butaca Sanmaequina y más
recientemente Godard!, dirigida por una generación de jóvenes cinemeros
enfrentados con los viejos que muchas veces creen que la crítica es de su
patrimonio exclusivo en este país. La televisión ha dado cabida a programas
como El placer de los ojos, conducido
por Ricardo Bedoya —quizá nuestro crítico más entendido— y Cinescape de Bruno Pinasco, aunque este último tenga mucho más de
show-business y muy poco criterio.
En muchos países, la suerte taquillera de una
largometraje depende de una crítica. Para fortuna de muchas pésimas películas,
en el Perú los espectadores hacen caso omiso de las opiniones de los
concienzudos y no tienen escrúpulos de convertir bodrios en sucesos de
taquilla. Curiosamente las películas galardonadas en festivales y que gozan de
buenas críticas no soportan ni una semana en cartelera. Crítica y público no
siempre van de la mano porque como dice el viejo adagio: “El punto de vista es
como el culo, todos tenemos uno”.
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