Si alguna vez existió en el Perú algo parecido al
periodismo objetivo (premisa que dudo) hoy se encuentra en franca extinción. Si
algo caracteriza a los periodistas nacionales es su prosa subjetiva y, en
muchos casos, mermelera. La subjetividad ocasiona precisamente que el concepto
‘libertad de expresión’ en nuestro medio se tergiverse y se entienda como:
“defensa de los intereses de los medios de comunicación y de sus auspiciadores
o grupos de poder a los que representa”. Periodista que no desee claudicar a
sus principios éticos y morales, simplemente será expectorado bajo la excusa de
no compartir la línea editorial y política de la empresa.
No existe periodista que no haya caído en la subjetividad. Ni siquiera las ‘vacas sagradas’ o aquellos que se ufanan de su credibilidad. El periodista que aprende y se fija como norte alcanzar la objetividad así no la alcance jamás, se convierte en un ‘cazador de la veracidad’, que si bien no es lo mismo que ser objetivo, es algo que se asemeja bastante.
Para muchos periodistas contemporáneos, la
objetividad es una falacia, un albur como lo fue en su momento la búsqueda de
la panacea o la piedra filosofal. Los defensores de esta corriente
‘contraobjetivista’ arguyen que a diferencia de las ciencias exactas como las
matemáticas, la física o la química, cuyos postulados son universales en todo
el orbe, el periodismo —que
poco tiene de ciencia— es un oficio susceptible a diversas interpretaciones.
Los periodistas son seres humanos y como tales pueden tener un punto de vista
diferente, una manera distinta de encarar la noticia, ya que la formación
periodística siempre quedará en fuera de juego ante los valores, la psiquis, la
cultura, los prejuicios y sentimientos de cada persona. El periodismo,
entonces, es para los ‘contraobjetivistas’ una actividad subjetiva y por ende
cuestionan o no toman en serio lo que sostienen los teóricos y académicos, Como
profesa el personaje de Gianfranco Brero en Tinta
Roja, retrato del periodista impúdico que nunca falta, “en la praxis el
periodismo es otra cosa, por eso a los nuevos periodistas hay que borrarles
todas las cojudeces que aprendieron en la universidad”.
Personalmente
como comunicador social y aficionado al periodismo —profesión que ejercí con
entusiasmo en mis primeros años de egresado— pienso que en la vertiente
‘contraobjetivista’ hay ciertamente una lectura cínica, una postura conformista
cuando no acomodaticia e irresponsable. Una actitud de lavarse las manos antes
que de ejercer un sincero mea culpa.
Puede
que la búsqueda de la objetividad en el periodismo resulte una tarea utópica e
infructuosa, pero curiosamente es una labor que te enriquece como profesional y
que distingue a quien la practica en comparación con quienes se dejaron tentar
por las trampas y salidas fáciles del subjetivismo. El periodismo no es ‘exacto’
y es muy probable que nunca llegue a serlo. Al igual que el derecho penal, es
una profesión ejercida por seres racionales que deben dejar de lado sus
subjetividades para emitir un fallo objetivo e imparcial, ya que si no se
conducen de esa forma estarían cometiendo una injusticia.
Desde
el punto de vista ético, la objetividad de un periodista está relacionada con
planteamientos morales y epistémicos, asociada a la imparcialidad o
impersonalidad. Antes de informar, las ideas, creencias o preferencias deben
quedar atrás y llegar a lo que Thomas Nagell definía como “el punto de vista de
ninguna parte” (the view from nowhere). El periodista tiene licencia para ser
abiertamente subjetivo cuando opina, editorializa o emite juicios de valor.
No existe periodista que no haya caído en la subjetividad. Ni siquiera las ‘vacas sagradas’ o aquellos que se ufanan de su credibilidad. El periodista que aprende y se fija como norte alcanzar la objetividad así no la alcance jamás, se convierte en un ‘cazador de la veracidad’, que si bien no es lo mismo que ser objetivo, es algo que se asemeja bastante.
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