Tuve un amigo llamado Jorge Vera Paz, un tipo muy cercano a mí entre 1983 y 1988, los años que abarcaron nuestra adolescencia y los más entrañables de mi vida. Su lamentable deceso en un baño público del
Jockey Plaza se convirtió en noticia de periódicos y programas televisivos y
también en comentario obligado de todo aquel que lo conoció y trató en Lima y
Trujillo.
El viernes pasado, La Industria le publicó una semblanza a
página entera tomando los testimonios de Mónica Alva y Jorge Amorós a nombre de
toda la promoción. Según el Mono, el apelativo Yoyo con el que lo conocimos
nació muy temprano, en el salón de clases, cada vez que una profesora lanzaba
una pregunta y él, como buen chanconcito, levantaba la mano y decía: “yo-yo,
maestra”, por lo que le chantaron el mote. Una historia muy buena —propia de la
imaginación del ‘Monarca’— pero dudo que se ajuste a la verdad. El ‘Yoyo’ —sospecho
que se trata de una derivación de Jorge— lo escuché de boca de sus propios
familiares cuando frecuentaba su casa en los albores de la secundaria y de allí
se volvió de dominio público de la promo. La única vez que alguien le preguntó
por qué lo llamaban así, él respondió entre risas: “Yo-yo soy porque algunas
veces estoy arriba y otras abajo”.
Mónica menciona en la
citada semblanza la transparencia de su alma. “Era un amigo que reía con los
labios y también con los ojos”. Es una buena figura. Yoyo, literalmente
hablando, era un muñeco, acaso un poco mofletudo, una versión lorcha de Ken o
más preciso de novio de torta nupcial. Era colorado con el cabello muy negro
como contraste. Uno de los pocos discos de vinilo que él atesoraba era el de la
película Blue Hawaii y en las fotos
de la funda parecía que Elvis había hecho todo para salir igualito a Yoyo. Ana
Mauricci, quien es de poco escribir, ha confesado que él fue su amor platónico —y
de muchas de la promo— en la Primaria, no sólo por su físico, sino porque era
educado y modosito en contraste con los ‘salvajes’ que éramos la mayoría de
nosotros. Años después, siendo universitario, Yoyo sufriría un accidente
automovilístico dejándole una cicatriz en el párpado izquierdo que en nada
desfiguraría su rostro. Era también —como todos nosotros— bastante tímido y reservado con las mujeres. En quinto de media confesó al grupo que le gustaba Pilar Yrigoyen, una chiquilla de segundo, a la que jamás le dirigió la palabra, pero esa ilusión platónica hizo que nosotros la llamáramos ‘la Yoya’.
Yoyo se volvió mi pata
a partir de sexto de primaria cuando nos designaron carpetas contiguas en el
lonsa. Deduzco que en esa época y con los candores de la pubertad, un poco que
se había cansado del corsé de ‘niño bueno’ y estaba dispuesto a volverse en un ‘chucha’
como los demás del grupo que aún hoy, con muy pocos cambios y superando
barreras geográficas, nos seguimos frecuentando. Nuestra amistad terminó
afirmándose en el siguiente verano cuando nuestros padres, sin ponerse de
acuerdo, nos matricularon —para no andar de vagos— en clases de afianzamiento
de lengua y matemáticas, en una de las tantas academias improvisadas en una
vieja casona del centro, con piso de madera añeja hediendo a moho y querosene y
que en sus paredes se leían frases extraídas del Libro Rojo de Mao Tse Tung referentes a la educación. Ambos
asistíamos con zapatillas similares, unas de marca Wrangler azules con el logo
amarillo, las de él estaban ‘pititas’, las mías chacreadas por haberlas
heredado de mi hermano mayor. Juntos en un aula donde interactuaban alumnos de
todo colegio y nivel social, Yoyo, como era característico en él, se burlaba a
mandíbula batiente de las bestias que nunca faltan, quienes escribían ‘cia’ en
vez de ‘silla’ o ‘posito’ en vez de ‘positivo’. Es de esa etapa que con Yoyo
viví (vivimos) anécdotas inolvidables.
Cada vez que mis amigos llegaban en mancha a mi casa, teníamos la
costumbre de disputar unos partidazos hasta que nos agarraba la noche. En una
oportunidad, Yoyo llegó montado en su bicicleta, una de carreras nuevecita y
muy costosa. Era verano, época de matrículas en el Jardín de mi viejita, y como
la puerta quedaba abierta, en un descuido le roban su bicla y Yoyo se
desespera. Enterada de los hechos, mi madre sale e intenta consolarlo, pero
Yoyo ofuscado y sin ánimos de aceptar palabras justificables, lanza una de sus
frases más memorables: “Disculpe, señora, pero con todo el respeto que me
merece, si no llego a casa con la bicicleta, mi papá me va a sacar la mierda”.
El día que cumplí
quince años, un buen grupo de amigos decidimos celebrarlo en ‘La Cumbre’. Llegamos
en uno de esos ‘lanchones’ que todavía tienen su paradero en la Avenida
Mansiche. Yoyo y Luisi fueron los primeros en apearse y correr hacia la puerta
del burdel. En eso llega la policía para ejecutar una batida. Nosotros, mocosos
impresionables, nos montamos en los colectivos que, cargados de parroquianos,
huyen en estampida. Al pasar revista —estaban Roni, Chito, Nando, Tico y otros
que comprensiblemente no recuerdo—, nos percatamos que faltan justamente los
dos que tomaron la delantera. Felizmente, Luisi se subió a otro colectivo, pero
Yoyo no tuvo la misma suerte y, como luego nos contó, tuvo que esconderse en el
bar ubicado entre los dos burdeles —el ‘viejo’ y el ‘nuevo’— entre cajas de
cerveza apiladas y pestilencia a vómito. En eso se aparece un tombo —sargento o
teniente— que lo conoce, y al verlo le dice: “¡Oye, mierda!, ¿qué haces acá?” y
lo manda a su casa en patrullero, sin que le pase nada ya que en ese tiempo su
tío Demetrio tenía un puesto importante en la Policía (al punto que una
movilidad especial enrejada lo recogía del colegio).
Las fiestas el Año
Nuevo de 1987 significaron para mí y varios amigos la primera vez que
pasaríamos esa fecha sin la tutela paternal; “con permiso para llegar a casa el
próximo año”, se jactaba Roni. Provistos de una botella de ron adquirida en el
Kalorías —cuando quedaba al costado de América TV,
antes de mudarse a América Sur—, llegamos a La Cueva, discoteca con fama de
puterío ubicada en El Retablo, al otro lado de la avenida España. En la
indecisión de si nos aventamos o no, Yoyo nos toma la delantera y le dice: “¿cuánto
cuesta la entrada?” a la boletera. La doña lo mira de pies a cabeza y le
responde: “¡Anda lávate la cara mocoso de mierda!”
En nuestro viaje de
Promoción nos hospedamos en el prestigioso Hotel Bolívar, en la plaza San
Martín y habían planes para armar bacanales en los dormitorios. Un ‘comité’ que
ya se las olía —integrado por el Hermano Douglas, el Padre Eduardo y madres de
familia— pasa revista a todos los cuartos dispuestos a sancionar al ‘angelito’
que no estuviera en su sitio. Revisan el cuarto de Chito y Luisi y encuentran a
Yoyo bien echado en la tina del baño. A la pregunta: “¿Qué haces aquí’”, el sorprendido
responde con toda frescura: “¿Qué? ¿Esta no es mi cama?” Según tengo entendido,
por los destrozos y disturbios —entre ellos la destrucción de mi cama, lo que
me obligó a compartir colchón con Patata— nuestra promo fue la última del ‘Sanjo’
que se hospedó en el Bolívar.
En el campamento de
Salamanca, era la última noche y ya no había trago. Se designa una comitiva de
quince puntas para ir a comprar al pueblo de Magdalena. Era de noche, estaba
oscuro y el sendero de barro ligoso y acequias era bastante traicionero. En el
camino de ida tengo la mala fortuna de caerme no una sino dos veces en una
acequia. Llegamos al pueblo, compramos varias botellas de ‘calientito’ (alcohol
puro hervido) y regresamos. A medio camino, Yoyo dice: “Alfieri, aquí fue donde
te caiiiis…” ¡Splash!, no pudo terminar la frase. Cayó en la acequia de bruces.
Tocaba clase de
biología con un profesor que con justicia se había ganado el apodo de ‘zorrillo’
por el mal aliento de su boca. Como tenía costumbre de dictar clases paseándose
por las carpetas, Roni y Yoyo hacen una competencia de quien le lanza más
insultos asolapados por su hedor peculiar cada vez que pasara por sus asientos.
Se asoma el profesor y comienzan. Roni le dice a Yoyo: “tufoto”. El otro
responde: “tufólder”. A la siguiente: “tuforro”, “tufoco” y así continúan en la
misma jarana hasta que las ideas parecen terminarse y repetir las ya
mencionadas descalificaban al jugador, así como era turno de Yoyo, él sale del
apuro diciendo: “tufoidea”.
Esas y otras
ocurrencias —como cuando fuimos al cine a ver Los siete pecados capitales y muchos más del infame Leonidas
Zegarra y como era para mayores de dieciocho (y nosotros teníamos trece), Yoyo
convenció al boletero con un argumento patriotero: “Ya pe’, mister, déjenos
apreciar y apoyar el talento del cine peruano”— pintan al Yoyo que quise y del
cual conservaré el mejor recuerdo, el palomilla, ocurrente, bullanguero (había
aprendido a emitir un efecto sonoro peculiar, cerraba las palmas de sus manos
contra su boca y lanzaba un estruendoso rebuzno de burro), cómplice para
cualquier mataperrada, como cuando se ‘robaba’ el Volkswagen color melón de su
casa y cargaba con quince puntas o más.
A mediados de quinto
año, Yoyo se fue alejando de nosotros, incluso lo ‘obligamos’ a celebrar su
cumpleaños en octubre cayendo en su casa de sorpresa, armando una jarana y
borrachera inolvidable. La presión de su padre porque ‘sea alguien en la vida’
hizo que se enfrascara en los estudios, comportamiento que se volvió más
compulsivo en la universidad e incluso cuando se volvió profesional. Salidos
del colegio, Yoyo ya no nos frecuentó como antes. Si venía a Trujillo de
vacaciones, se encerraba en su casa y seguía estudiando. Hizo dos maestrías,
una en España, trabajó para el Grupo Fierro, específicamente para Ron Cartavio
y luego dio el gran salto cuando formó parte del Grupo Aje y se convirtió en
brand manager de todas sus cervezas. Gracias a ello, nuestra reunión de promo
por los veinte años estuvo ‘regada’ de Franca. En el verano de 2011 había
lanzado Tres Cruces —cerveza premium para
competir con Cusqueña— y, en septiembre de ese mismo año la cerveza Alianza
Lima, club del que era (somos) hinchas, con un excelente eslogan: “Sentimiento
Nacional”. Sentí orgullo por él cuando lo vi dar el play de honor en el partido
de Alianza contra el Inti Gas que sirvió de presentación para su ‘creación’. Si
bien en los últimos tiempos habíamos perdido contacto, sabía que estaba casado
y tenía una hija. Sabía también que con mi hermano y otros coterráneos en Lima
habían formado una asociación llamada “Trujillanos en Acción’ con la finalidad
de hacer labor social.
No me imagino qué
proyectos pasarían por su cabeza la tarde del lunes 6 de febrero cuando le dio
encuentro a lo Inevitable. Estaba en un almuerzo de negocios en el Jockey
Plaza, cuando de repente se puso de pie y a paso raudo se dirigió al baño.
Minutos después lo hallaron derrumbado en las baldosas, dicen algunos que por
paro cardiaco, otros porque se atragantó con la comida. Lo cierto es que esa
noche me impresionó mucho ver en el noticiero su cuerpo sin vida envuelto en
una bolsa de plástico, arrojado en la tolva de una pickup para aplicarle la
autopsia de ley. Para quien siempre ambicionó ser más, la muerte fue un precio
muy duro a pagar.
12 comentarios:
Alucinante!!!! Me ha encantado este texto, Alfieri. Recordaba clarísimo lo de aquella caída cuando volvían con el macerado de papaya al campamento en Salamanca, pero no sabía que Yoyo también hubiera caído. El "calientito" que mencionas yo no lo probé. Desde aquí, un hasta siempre más a nuestro querido Yoyo.
Alfieri,esta es la mejor resena que lei de un amigo.Esta forma muy alegres de recordarlo,no sabes como me reia leyendo e imaginandolos a todos ustedes en cada una de las hazanas.
Yo tampoco no lo veo hace mucho tiempo,pero lo recuerdo con muchisimo carinos,me cuesta tanto pensar que no esta mas con nosotros; ahora sone con el,no me acuerdo exactamente el sueno pero era el Yoyo de la epoca del colegio.
Alfieri esa imagen de Yoyo en la camioneta fue demasiado triste,no podria volver a ver ese video.
Te mando un beso amigo.
Muy bueno Alfieri, realmente bueno y sentido.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo,
Roser
Gracias Alfieri por compartir estas anécdotas tan bien redactadas, hasta parece que uno las vive cuando las lee ...así que te vas perfilando como uno de los redactores del blog de la promo.
Un beso,
Sandra
Alfieri, me gusta como escribes y tu artículo describe a un Yoyo humano y correcto con las mujeres, pero uno más entre los hombres...
Y de hecho que Yoyo era así... humano como todos y en todo el sentido de la palabra..(sobre el apodo de Yoyo, yo también creía que le venía de casa xq su mamá le decía así... pero no estoy segura).
En fin, gracias por compartir con nosotros lo que escribiste.
Cariños
Silvia
Me gustó mucho tu nota querido Alfieri,siempre disfruto mucho con tu blog....
solo discrepo de algunas cosillas que con todo mi cariño de hermana te paso a mencionar:
1)"... la collera de mataperros que aún hoy, con muy pocos cambios..."
*Con muy pocos cambios???? no pues!!! bastantes diría yo, hay menos pelito, un poco más de güata, algunos pequeños surcos por no decir arrugiñas...de que hubo cambios, los hubo, hasta en la forma de ser, son más maduros, más responsables, muchos ya son papás los que les da ese halo de "señores" que a partir de los 40 uno lleva como letrero...lo que si no cambia es la amistad de esa collera de mataperros...
2) Creo que Yoyo nunca se separó...más bien fue perfil bajo...conmigo (y se que con otros de la prom. )nunca dejó de comunicarse para saber quién necesitaba algo de la promoción y creeme que a más de uno ayudaba de forma anónima y silenciosa...como bien dices tú, la presión por ser más profesional lo llevo a dedicarse más que uno a estudiar y perfeccionarse...es más, y quizás él no quería quedar mal por no poder salir a mataperrear....Chavo me dijo algo que se me ha quedado grabado en la memoria y el corazón...tan cerca estuvo Yoyo siempre, que quiso practicamente antes de morir, que cañón preguntará por él y devolvérnoslo...(con la ayuda de Chío tb que le buscó la boca a Yoyo felicitándolo "a priori"...)
3) Me hubiera gustado que tomé el periodista Martín Huancas más anécdotas de Yoyo, lamentablemente no pudo comunicarse con todos y me consta que le pidió a varios de la prom, que le contasen algo de nuestro amigo...que pena hubiera sido bastante curioso conocer las anécdotas guardadas de este Jorge Vera que muchos no conocían -por verlo tan serio muchas veces- "quemasangre", "gracioso", metecandela" y "bullanguero". Solo pudo poner lo del mono, lo mío y lo del Francisco Francis cañón.
4) Yoyo murió de un infarto fulminante, producto de tanto stress probablemente como me comentó Linda, su esposa...ya había bajado de peso y estaba haciendo ejercicios y comiendo bien....no fue un atragantamiento (dicen que esa es la sensación que se tiene previa a un infarto...)
5) Es cierto Yoyo siempre aspiró a más, pero estoy segura que él le ganó a la muerte, no ella a él...porque EL cumplió lo que tenía que hacer en la tierra antes que muchos y y Dios decidió llevárselo...
y... de acuerdo con Sandrita: si tú no escribes en nuestro blog o en nuestra fan page del fcbk que se creará...nos estaremos perdiendo a un gran hombre de letras, muy pocos escriben como tú, transportando al lugar de los hechos...tal cual....te quiero Alf!!!
Gracias, amigas, por sus comentarios. Voy a creerme eso de que hago reseñas "más o menos" pasables. Sobre el blog de la promo, me comprometo a colaborar, espero que también lo hagan el Mono, Chío, Mónica, la China, etc. Talento para pa prosa sobra en la promo XXVIII.
Besos.
PD: En comentarios aparte responderé los comentarios de Chío y de la Mona.
CHÍO:
1) El macerado de papaya al que haces alusión fue preparado por Luisi en la casa del Gordo Chumpi ese verano. Salieron seis botellas, dos las bebimos (más que resaca, nos produjo dolor de guacha), dos eran imbebibles (pues se habían endurecido tanto que era imposible que bajara por el pico de la botella) y las otras dos el Gordo las llevó al campamento. El tema fue que acabado el ron, los macerados desfilaron. Bueno era Luisi para hacer tragos sin registro sanitario (pregúntenle por el cañazo en galonera).
2) El "calientito" que adquirimos en la noche siguiente en Magdalena me salvó de una segura pulmonía, pues estaba completamente empapado tras dos caídas en la acequia. Esa noche Yoyo (tras su chapuzón) y yo nos acostamos temprano.
3) Cuando arribamos a Magdalena a golpe de ocho de la noche, nos llamó la curiosidad ver sus calles vacías, iluminadas apenas por una luz fantasmal. Llegamos a una pulpería y la señora que nos atendió, nos dijo: "tengan cuidado porque a esta hora aparece el 'ahogado' ahí por la pampa que ustedes atravesaron". Otra señora, más detallosa, nos contó que hace años un borracho murió ahogado al caerse en una acequia y cada noche su alma salía en busca de incautos a quienes propinarles el mismo destino. Llámenle sugestión o no, el asunto es que de regreso, a medio camino, entre las cañas escuchamos unas risitas diabólicas como si se tratase de duendes. Todas las linternas iluminaron el lugar, pero no, no había nada, era poco razonable que hubiera algo en la negritud de la noche. Chito atinó a aventarles la madre a esos espíritus nocturnos y apuramos el paso hasta que llegamos al campamento (previa caída de Yoyo a la acequia).
Besos
Alfieri, a pesar que no estudié en la promo 88 del San José, sí pasé buen tiempo -de los más divertidos que recuerde- con muchos de ustedes (hasta quizás más que con los de mi promoción del Claretiano). Una de las personas con quien entablé una buena amistad fue con Yoyo, pues era vecino de Tico Pereda y además primo de mi compañero de salón Toto Traverso; y tienes razón, Yoyo fue una persona muy dedicada al estudio, pero que no por ello resignó su faceta chonguera y de salir con los amigos (como olvidar el cumpleaños de Raffo Raygada, después del cual terminamos casi varados en Huanchaco, 15 personas en el jeep de León, con subida al campanario incluída).
Tras acabar el colegio, nos seguimos viendo los primeros años universitarios, normalmente en la casa de San Miguel donde vivía Tico (1989-1990, aproximadamente). Recuerdo mucho que fuimos al quinceañero de una prima de Tico, y cuando el papá de la quinceañera salía bien enternado a dar la bienvenida, Yoyo le ensució el saco... pero igual nos divertimos esa noche.
La última vez que lo vi fue hace unos 10 años, cuando nos encontramos en un bus entre Trujillo y Lima. Conversamos poco, y quedamos en comunicarnos, pero como a veces nos pasa, no pudo darse. De todos modos, como dices, siempre me queda el recuerdo de ese chico sonriente, burlón y más adelante ejecutivo capaz (y cuyo nombre resalta en esa increíble foto de hace ya 24 años, con tu techo de fondo).
MONA:
1) Cuando hablaba de "cambios" me refería en realidad a personas, no a cambios hormonales, responsabilidades o de la vejez. Hasta ahora hay un buen grupo de la promo que nos frecuentamos.
2) No dudo que Yoyo tenía una comunicación fluida con varios de la promo, pero también es cierto que de otros -como yo- se fue distanciando. Esto por supuesto no lo pongo como crítica porque entiendo que es 'ley de vida' que conforme pasen los años por las obligaciones, los compromisos, las distancias, etc., vayas perdiendo contacto con unas personas y conociendo a otras. Yo mismo me sorprendo cuando paso revista de todas las personas a las que quise y compartí momentos importantes de mi vida y por esos derroteros del destino ya no los veo o frecuento más.
3) Concuerdo totalmente contigo de que Yoyo sumó a sus cuarenta años logros que muchas personas no pueden alcanzar a lo largo de una vida. Su profesionalismo y dedicación al trabajo están fuera de toda discusión. Lástima que el estrés le haya pasado esa factura teniedno aún tanto que dar.
Besos.
Estimado José Manuel:
Si bien te conozco desde los tiempos que eras vecino de Luisi en Daniel Hoyle, conservo dos buenos recuerdos de esa época contigo: A) Una borrachera de Semana Santa en la casa de Tico y B) el mencionado cumpleaños de la Zamba en su residencia en Buenos Aires y la posterior aventura en el campanario en el jeep de León (previa rotura de cardán que lo amarramos con pasadores). Más bien mi memoria es ingrata y no recordaba que Yoyo (entre tantos) también estuvo en la jarana. Si no me falla la memoria tú tienes fotos de esa noche... cuélgalas en tu facebook (y luego sin ningún pago de copyright yo las pirateo para el mío).
UN ABRAZO.
Alfieri, me parecía raro que no tuviera esas fotos colgadas, así que me puse a hurgar en la compu y sí... las había escaneado hace unos meses. Ya las subí a mi Facebook, así que eres libre de usarlas como mejor creas (claro que siempre puedes comprar dos Halls para mezclarlos con cañazo, como cuando nos agarró el paquetazo de Hurtado Miller en "Las Moscas").
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