Segunda parte de las batallas y conatos que
tiñeron de sangre el suelo de La Libertad. Han pasado 80 años desde la última
asonada y el trujillano de hoy, pasivo y aletargado ante cualquier
circunstancia adversa a sus intereses, no parece reflejarse con el trujillano
de antaño.
La batalla de Huamachuco
Se podría creer que la batalla final entre
peruanos y chilenos fue por expulsar al invasor del territorio patrio, nadie en
los colegios menciona que el verdadero motivo fue proteger el gobierno de
Miguel Iglesias en Cajamarca, favorable a los intereses chilenos, del intento
de derrocamiento por parte de Cáceres. Una perla más que demuestra que en la
Guerra del Pacífico los enemigos de los peruanos no eran los mapochos, sino los
propios peruanos.
El coronel Miguel Iglesias emite el 31 de
agosto de 1882, tras la batalla de San Pablo, un manifiesto desde la hacienda
de Motán, llamando a firmar la paz entre Perú y Chile, aceptando la cesión de
la provincia de Tarapacá. Andrés Avelino Cáceres se opuso a firmar la paz bajo
esas condiciones.
En enero de 1883, Iglesias se
autoproclama ‘Presidente Regenerador de la República’ y sus enviados a cargo de
Juan de Lavalle inician la negociación de paz con los chilenos en Chorrilos. El
9 de febrero, Patricio Lynch, jefe de las huestes invasoras, recibe del
presidente Santa María la orden de reforzar el mando de Iglesias, convencido de
que con él se firmaría la paz según sus intereses. El 3 de mayo, se acuerda la
basa del Tratado de Ancón entre Lynch e Iglesias, quien rubrica un convenio
inicial desde Cajamarca.
Cáceres, quien había liberado a la sierra
central de presencia chilena, estableciendo su cuartel general en Tarma, ordena
al coronel Isaac Recavarren —llegado desde Arequipa
por encargo de Lizardo Montero— a reorganizar las
tropas para marchar al norte con el fin de deponer el gobierno de Iglesias.
Lynch envía a León García, a través de Canta, y
a Del Canto, a través de Lurín, para atacar a Cáceres. Acompañaban a las tropas
de García dos coroneles peruanos afines a Iglesias, Manuel Vento y Luis Millón
Duarte. A su vez, a través del prestamista Mariano Castro Saldívar, el jefe
invasor adquiere armamento para las hordas leales a Iglesias, lideradas por
Vidal García en Trujillo y Genaro Carrasco en Piura. Cuando León García arriba
a Tarma el 21 de mayo —y el 26 Del Canto— no encuentra a
Cáceres, quien cinco días atrás había marchado hacia Huaraz para reunirse con
Recavarren. Lynch decide entonces enviar al coronel Alejandro Gorostiaga desde
Trujillo a Huamachuco para cortar el avance de los rebeldes hacia Cajamarca.
Quedaba en Trujillo Herminio González con 600 hombres.
El 5 de junio, el gobierno de Lizardo Montero y
el Congreso de Arequipa nombran a Cáceres Segundo Vicepresidente de la
República. En esas circunstancias, Gorostiaga deja Huamachuco y marcha hacia
Huaraz con mil hombres y cuatro cañones.
El 20 de junio, las fuerzas de Cáceres se
reúnen con las de Recavarren en Yungay. Cáceres decide evitar a Gorostiaga
cruzando la cordillera por la laguna de Llanganuco y llega a Pomabamba el 26 de
junio. Para despistar al chileno Arriagada, a cargo de las tropas conjuntas de
León García y Del Canto, quien venía tras sus pasos, propaló el falso rumor de
que se dirigiría al sur, provocando que el enemigo en su cacería inútil
perdiese 571 de sus 2.870 soldados por enfrentamientos con montoneros,
enfermedades y deserciones. Gorostiaga llega a Sihuas el 25 de junio, pero al
ver los caminos y puentes inhabilitados, retorna a Huamachuco a la espera de
González, quien parte de Trujillo, dejando la plaza desprotegida, oportunidad
que aprovecha el coronel José Mercedes Puga —leal a Cáceres—con
sus huestes organizadas en Cajamarca para tomar la ciudad.
El 7 de julio, Cáceres llega a Tres Río y
mediante consejo de Guerra propone dar batalla. Contaba con 1.380 hombres del
ejército del centro y no más de 500 del destacamento del norte. La infantería
estaba armada con fusiles Peabody Martini, Remington, Gras repotenciado a bala
Comblain (capturado a los chilenos en escaramuzas anteriores) y viejos Minié,
pero carecían de bayonetas. La caballería con carabinas Peabody Martini,
Spencer y Minié, pero sólo la escolta tenía sables. Los artilleros con
carabinas Winchester modelo 1866, ocho cañones de bronces y cuatro de acero, de
diversos sistemas y calibres.
El enemigo en cambio contaba con 1.736 hombres,
incluyendo jefes, oficiales y el efectivo del parque. La infantería estaba
armada con fusiles Gras repotenciado a bala Comblain y bayonetas. La caballería
y artilleros con carabinas Winchester 1873, sables ingleses y siete cañones de
montaña Krupp de calibre 75 mm.
El 8 de julio, Cáceres decide no tomar el
camino de Santiago de Chuco para llegar al poblado sino el camino de
Escalerillas, por la cordillera de Huaylillas, ocupando las alturas de Cuyulga
al sureste de Huamachuco. Ordenó al coronel Francisco de Paula Secada atacar la
plaza desde el cerro Santa Bárbara, al coronel Pedro Silva por la derecha del
poblado y a Recavarren por la izquierda. Encontrándose en desventaja, las
fuerzas de Gorostiaga se retiran de Huamachuco y se trasladan al norte, a las
alturas del cerro Sazón, donde los muros pre-incaicos les sirven como defensa.
El 9 de julio, algunas tropas de Cáceres que
ocupaban Huamachuco, se acercan al cerro Sazón e intercambian disparos de fusil
con las fuerzas chilenas.
El 10 de julio, Gorostiaga desplaza dos
regimientos en dirección al cerro Cuyulga, antes que las fuerzas del coronel
Puga, apostadas en Trujillo, se reúnan con las de Cáceres. Protegidos por la
neblina, desciende del cerro Sazón las compañías del ‘Zapadores’ con dirección
al Santa Bárbara. Cáceres envía compañías del ‘Cazadores de Concepción y
Marcavalle’, al mando del coronel Juan Gastó, a cargar contra ellos, logrando
que los chilenos se replieguen de nuevo en el cerro Sazón. Gorostiaga también
mueve sus piezas y envía a las compañías del ‘Concepción’ y del ‘Talca’ a
enfrentarse a la división de Germán Astete. El combate se entabla en el cerro
Conochugo hacia donde Gorostiaga envía refuerzos para proteger a la caballería
y artillería. Mientras tanto, el regimiento ‘Talca’ se bate contra las
compañías de Manuel Cáceres.
Al mediodía, las fuerzas peruanas escalan el
cerro Sazón y ocupan su base y las laderas. El combate se libra en la pendiente
del cerro. Cáceres ordena a la artillería a apuntar hacia la cima pero, para su
mala suerte, las tropas se quedan sin municiones y tienen que enfrentarse,
cuesta arriba, solo con las culatas de sus fusiles. Viendo la oportunidad,
Gorostiaga envía a la carga el escuadrón ‘Cazadores a Caballo’. La infantería
peruana se ve doblegada y retrocede a punta de bayonetas. Ante el cambio de
situación, Cáceres ordena a la artillería retornar a su posición original para
cubrir la retirada, pero ya era tarde, la caballería chilena se hace dueña del
campo.
Cáceres, seguido de su escolta, logra reagrupar
al batallón ‘Tarma’ y los arenga para realizar una última resistencia. Atacados
por la infantería y caballería chilena, el batallón fue hecho mierda y sucumbió
la mayor parte de la escolta general. El teniente Abelardo Gamarra, testimonia
así el final de la batalla: Sangriento
fue el combate del Tarma, que hecho pedazos en una lucha desigual, vio al
caudillo sereno y valeroso que le conducía hasta aquella tumba de gloria,
abrirse paso revólver en mano en medio de la caballería enemiga, acompañado de
su secretario Florentino Portugal, después de haber visto caer a su ordenanza
Oppenheimer. La infantería chilena, con el apoyo de dos piezas de
artillería, ocupa el cerro Cuyulga.
Consumada la derrota, los chilenos persiguieron
a los dispersos. La caballería intentó infructuosamente capturar a Cáceres. Los
coroneles Recavarren y Leoncio Prado, quienes se hallaban heridos, fueron
retirados del campo por sus soldados, sin embargo, Prado fue capturado poco
después y fusilado postrado en una cama.
Las fuerzas de Cáceres sufrieron 800 bajas (50%
de sus efectivos). El parte de Gorostiaga indica que encontró 500 muertos en el
campo de batalla y 300 en las alturas. Según el historiador chileno Encina, el
propio Gorostiaga admitiría haber ejecutado posteriormente a la batalla, a 200
desertores del ejército chileno, enrolados en el otro bando. La suma de 800
subiría a 900 por los prisioneros y heridos ejecutados, aduciendo que formaban
parte de un ejército irregular o montonera por lo que no merecían ser
considerados como ‘prisioneros de guerra’. Las bajas, según Gorostiaga, de su
tropa fue de 150 hombres (el 10% de su tropa).
Después de la batalla, Cáceres se retira a
Ayacucho donde organiza un Nuevo ejército con Justo Pastor Dávila. El 20 de
octubre de 1883 se firma el Tratado de Ancón, quedando pendiente la
promulgación por el congreso peruano. El 25 de octubre, una revuelta depone el
gobierno de Montero en Arequipa, quien se exilia en La Paz, y las tropas
chilenas ocupan la ciudad. En las siguientes semanas, el ejército de Cáceres —con
mil reclutas y dos cañones salvados del desastre de Huamachuco—se
enfrentaría en distintas escaramuzas con las fuerzas de Iglesias que contaban
con el apoyo de Chile, pero no pueden impedir que el 8 de marzo de 1884, el
gobierno de Miguel Iglesias promulgue el Tratado de Ancón.
La Revolución de 1932
Sin ánimo de desmerecer, u ofender, a los
apristas, que todavía quedan muchos en Trujillo, es oportuno aclarar que el
término ‘revolución’ le queda grande. La acción fue una asonada, una revuelta,
pero no una revolución que implica un cambio de impacto muy profundo en la
sociedad, cuyos efectos se prolongan en el tiempo. La revolución del ’32 no
cambió nada en Trujillo y menos en el Perú.
En la década de 1920, Trujillo y los valles
azucareros colindantes vivieron la gestación y crecimiento de una organización
sindical que agrupaba a los campesinos de las haciendas y a la intelectualidad
urbana. Zonas como Casa Grande, Cartavio y Laredo se convirtieron en bastiones
del APRA, partido de marcada orientación socialista.
Tras el derrocamiento del gobierno de Augusto
B. Leguía en 1930, al año siguiente se convocaron elecciones generales,
resultando vencedor el candidato de la Unión Revolucionaria, el en ese entonces
presidente de facto, Luis Sánchez Cerro sobre el candidato del recién fundado
Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, de fuerte arrastre
político en Trujillo y todo el norte del Perú.
Aduciendo fraude, los apristas hicieron extensivas
sus protestas, generando un estado de ingobernabilidad. El 8 de enero de 1932,
Sánchez Cerro perpetró un autogolpe y publicó una ley inconstitucional en la
que quedaban proscritas todas las libertades políticas y permitía la detención
de cualquier ciudadano sin mandato judicial. Los principales miembros del
partido aprista fueron perseguidos y el 6 de julio, Haya fue apresado en Lima.
Entonces, las demandas por el fin del gobierno sanchezcerrista y la liberación
del líder aprista se volvieron incontenibles en la región.
En la madrugada del 7 de julio, un grupo de
insurgentes, compuesto fundamentalmente por obreros y campesinos se dispusieron
a tomar por asalto el cuartel de artillería Ricardo O’Donovan, ubicado a la
entrada de la ciudad, en lo que hoy son las instalaciones de la O.R. en la
avenida España. Manuel —el 'Búfalo'— Barreto, líder de la revuelta, fue quien
derribó las puertas y por eso, fue el primero en caer de un balazo en la
garganta y otro en los testículos. El cuartel fue saqueado por los revoltosos,
distribuyéndose los seis cañones móviles, fusiles y ametralladoras. Durante la
mañana, Trujillo fue tomado y se nombró como prefecto —máxima
autoridad civil— a Agustín Haya de la Torre, hermano de Víctor
Raúl. Los distritos aledaños también se sumaron a la revuelta.
El gobierno de Sánchez Cerro ordenó el 8 de
julio un ataque aéreo para aplacar la rebelión, siendo el primer ataque a
población civil protagonizada por una flota de aviones en el Perú. Mientras
tanto, se movilizaron tropas desde Lambayeque y el regimiento de infantería N°
7 se disponía a desembarcar en el puerto de Salaverry.
El 9 de julio, diez oficiales del ejército y
quince policías capturados durante la insurrección fueron asesinados, entre
ellos estaban dos oficiales de apellidos Ortega y Villanueva, culpables de
asesinar algunos militantes apristas en Paiján y el mismo Trujillo en diciembre
de 1931. Ese mismo día, las tropas del regimiento N° 7 fueron rechazadas por
los insurgentes en la zona denominada La Floresta.
Hasta el lunes 11 de julio, las barricadas del
pueblo armado logró contener la embestida de las fuerzas gubernamentales,
provocando numerosas bajas en ambos bandos. En aquella madrugada, tras un
intenso bombardeo aéreo y terrestre, un gran despliegue de tropas ocuparon la
ciudad. La lucha se libró calle por calle. En la Portada de Mansiche, un grupo
de francotiradores, dirigidos por Carlos Cabada, contuvo el avance del
ejército, ayudando a fortalecer las defensas dentro de la urbe. En la plazuela
El Recreo, una dama de nombre María Luisa Obregón, llamada ‘La
Laredina’, condujo la resistencia disparando ella misma una ametralladora. Los
soldados eran recibidos con disparos y con cualquier objeto contundente
arrojado por los rebeldes desde los techos con cánticos y lemas alusivos al
aprismo. Fue el profesor Alfredo Tello Salavarria quien se mantuvo frente a las
últimas trincheras, en el barrio de Chicago.
El 18 de julio, el jefe de operaciones, coronel Luis Bravo, informó tener el control territorial, luego de cometer numerosas represalias contra la población civil en Chepén, Casa Grande, Ascope, Cartavio y Mansiche.
Esta insurrección y su terrible represión,
marcaron por mucho tiempo la identidad política de Trujillo, bastión del
aprismo, y del norte del Perú. Significó también una animadversión entre el
APRA y las Fuerzas Armadas que recién se pudo conciliar en el primer gobierno
de Alan García.
En la mañana del 30 de abril de 1933, Sánchez
Cerro abandonaba el hipódromo de Santa Beatriz (hoy Campo de Marte) tras pasar
revista a las tropas que iban a combatir en el conflicto armado contra
Colombia. En eso, un individuo se subió al estribo del carro y le encajó varios
disparos por la espalda. Herido de gravedad, fue llevado de emergencia al
Hospital Italiano (ubicado en la avenida Abancay) donde fallecería luego de
tres horas de agonía. Su asesino se llamaba Abelardo Mendoza Leyva, natural de
Cerro de Pasco, que sobrevivía en Lima realizando cachuelos y que... estaba
afiliado al partido aprista.
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