Los trujillanos hemos escuchado desde mocosos muchos relatos de guerra acontecidos en tierras
lejanas, como el Peleponeso o la Indochina, sin saber siquiera, y menos comprender, que en esta tierra que nos vio nacer, ha sido
desde tiempos remotos escenario de cruentas batallas. No nos imaginamos que por
las calles donde circulamos o en los terrenos donde edificamos nuestras moradas
están teñidas con la sangre de cientos de combatientes. Lo que sigue a
continuación es un breve recuento de dos batallas ocurridas en este valle y
otras dos en el ande liberteño, cada una con hechos y detalles que muchos
trujillanos ignoran o que la Historia Oficial no le interesa difundir.
La conquista de Chan
Chan
Chan Chan tenía una extension
de 20 km². Los historiadores calculan que tuvo una población estable entre los
60 mil y 100 mil habitantes, superior en tamaño y densidad que el Cuzco e,
incluso, que varios burgos europeos de su tiempo. Fue la ciudad de adobe más
grande de la América precolombina. Se componía de diez conjuntos urbanos,
ciudadelas amuralladas dentro de la gran ciudad. Se supone que cada mandatario
edificó su propia ciudadela en la cual vivió y luego se hizo enterrar,
convirtiéndose en un enorme mausoleo. Las ciudadelas son todas rectangulares.
El ingreso a cada una se hacía por una puerta pequeña, seguro para un mejor
control. Cobijaban en su interior plazas, jardines, palacios para el Cia-quic
(mandatario) y su familia, salas administrativas, depósitos, sitios de
recreación, pozos de agua, lugares de culto y cementerios.
El trazo perfecto de tipo
octagonal, hace pensar que hubo influencia Wari en su edificación. Dentro de murallas de nueve metros de alto, los habitantes de Chan Chan disponían de agua a domicilio —llevada por canales abiertos subterráneos—, piscinas, huertos para la
manutención de la población, castillos, pirámides truncas y plataformas, casas
con techos a dos aguas.
Sobre la conquista, invasión y
posterior destrucción de Chan Chan existen varias versiones. Se presume que
aconteció alrededor de 1470 durante el reinado del Inca Pachacútec. A su
hijo Túpac Yupanqui le encomendó la conquista del norte y con ello el
avasallamiento del Imperio de los Chimús. La versión más extendida es que los
Incas rodearon la ciudad, cortaron los suministros de agua y luego de algunas
semanas la población sedienta y al borde de la inanición se rindió.
Según el Padre Antonio de la
Calancha en su Crónica moralizada de la
Orden de San Agustín, el Cia-quic fue llevado como prisionero a Cajamarca,
donde se encontraba Túpac Yupanqui, y éste se mostró generoso con él,
llamandolo Chimo-Cápac y retornándolo a su pueblo para que siguiera gobernando
como tributario suyo. Sin embargo, muchos caciques de los valles del sur del
Chimú y del norte de Chicama, no estuvieron de acuerdo con obedecer al
mandatario vencido y menos someterse al gobierno del Cuzco. Tuvo entonces Túpac
Yupanqui que intervenir y desarraigar tribus enteras, trasladándolas como
mitimaes a la sierra y aún a las selvas del Marañón. Esa es la explicación por
la cual los españoles encontrarían lenguas yungas en esos lugares.
Son varios los cronistas e historiadores
contemporáneos que aseguran que estado Túpac Yupanqui embargado en la conquista
de Quito, y ante el rumor de su desaparición durante un viaje marino —supuestamente a la Polinesia— hubo una sublevación general en toda la costa
norte. Cobo, el cronista español, manifiesta que Túpac Yupanqui tras la
conquista de Ecuador y fundar la ciudad de Quito, retornó al Cuzco por la
sierra y bajó a los llanos que dan frente al mar, para pacificar las naciones
de indios que habían en el medio.
Alden Mason en Las Antiguas Culturas del Perú refiere
que hubo un desconocimiento de la autoridad imperial en la costa norte, lo que
obligó a Túpac Yupanqui a ejecutar una segunda conquista a través de una guerra
punitiva. Luis Valcárcel sostiene que en el valle del Chimo hubo recia lucha
que al principio pareció ser esquiva a las armas imperiales pero que al final
terminaron por imponerse. Riva Agüero que tras la derrota de los Chimús, Chan
Chan fue saqueada y destruida, para años más tarde volver a ser en parte
reconstruida.
Parece indudable que Chan Chan, ‘la ciudad de grandes paredes de adobe’ como la llamaron los Incas,
era después del Cuzco la más importante del Imperio. Es probable que el celo
por su magnificencia llevara a los conquistadores a destruirla.
Marcerlo Corne, obispo de
Trujillo, afirmó en 1610 que la conquista del Chimor por los Incas se realizó
durante el gobierno de Minchan-Çaman en la época que su Imperio alcanzó su
mayor apogeo, extendiéndose desde Tumbes hasta Carabayllo en Lima, cubriendo
más de 200 leguas. Según el obispo, la expedición punitiva de Túpac Yupanqui mató a
gran número de indios, y los subyugó quitándoles el oro, la plata y otros
objetos. En especial hizo mayor estrago
en este valle del Chimor por la resistencia que hizo. Minchan-Çaman fue
hecho prisionero y trasladado a Cuzco donde se casó con una hija del Inca, habiendo muerto en la ciudad imperial.
Túpac Yupanqui dejó como rey Chimú a Chumún Caur, hijo de Minchan-Çaman, quien
se había refugiado en el valle de Huara con su madre Chanquir-Guanguan. El
Nuevo monarca y sus descendientes cumplieron con enviar cada año al Cusco,
plata, ropa, hijas de los caciques y otros tributos hasta la llegada de los
españoles. En Lambayeque, el cacique más importante era Oxa y también fue
sometido por Túpac Yupanqui, al igual que otros menores en Motupe, Jayanca y
Cinto.
Según Zárate, uno de los hijos
de Chumun-Caur, Guaman-Chumo se rebeló contra Huayna Cápac y Chan Chan fue
sometida por tercera vez, quemando la ciudad y haciendo ejecutar a los
rebeldes. Los Chimús quedaron desde entonces prohibidos de usar armas y miles
fueron desterrados a Collique, Maranga, Cañete, Ica, Cajamarca, Cuzco y las
selvas del Marañón.
Chan Chan quedó casi
desierto.
El 29 de diciembre de 1820, el
Marqués de Torre Tagle declaró independiente a la Intendencia de Trujillo,
y con ello la emancipación de todo el norte de lo que fuera el virreinato
del Perú, que se extendía desde Huarmey hasta Tumbes. Dentro de ese
vasto territorio, a la vera del sendero que comunica Trujillo y Huamachuco, se erige
la villa de Otuzco, fundada por un grupo de frailes agustinos, en 1545. Vecino
de esta tierra en los tiempos libertarios era el español Ramón Noriega,
propietario del enorme latifundio que constituía las haciendas de Chota y
Motil, quien por su origen y posición no veía con buenos ojos la causa
empancipadora.
Caballero notable y muy
respetado por los lugareños, valiose de sus influencias para seducir al
burgomaestre Pesantes y otros vecinos infundiendo falsas ideas en contra de los
patriotas a quienes los acusó de asaltadores y antirreligiosos y que al arribar
a Otuzco saquearían y profanarían el templo de la Virgen de la Puerta. Ganados
pues hacia la causa realista, se popularizaría entre los otuzcanos el estribillo: ¡Viva el rey y su corona!
¡Muera la patria ladrona!
En pocas semanas, las comarcas
aledañas se unen a la causa otuzcana por lo que Torre Tagle envía un emisario
hasta Huaura a entrevistarse con el General José de San Martín. El Libertador,
sin mayor atraso, decide que dos divisiones de su Ejército se dirijan a
Trujillo.
600 hombres del batallón
‘Vencedores de Chacabuco y Maipú’, al mando del entonces coronel Andrés de
Santa Cruz, enrumban hacia Otuzco por el camino de Sinsicap, para hacer frente a
los rebeldes que entre otuzcanos, usquilanos, santiaguinos, cajamarquinos,
sumaron dos mil combatientes.
Posesionados los defensores de
la causa realista en la piedra de Urmo, la batalla se desencadenó el 8 de junio y se prolongó durante siete
horas, terminando con la victoria de los patriotas. Santa Cruz ingresó a la
plaza de Otuzco por la calle que hoy lleva el nombre La Libertad, tomando
como prisioneros al alcalde, al notario y a otros más.
Noriega y otros dos españoles,
Urbapileta y Gavirondo, escaparon y se salvaron de ser juzgados. No corrieron la misma suerte los demás prisioneros quienes en un juicio sumario fueron sentenciados a muerte y fusilados el 10 de junio. Sin embargo, los actos de violencia se
siguieron sucendiendo en Otuzco. Se dice que un capitán patriota, de apellido
Silvestre, ordenó que su artillería disparase contra el templo de la Virgen de
la Puerta, asesinando a varios simpatizantes realistas, entre ellos a gran
número de mujeres y niños, que buscaron refugio en ese lugar. De ahí que la
palabra ‘Silvestre’ fuera durante mucho tiempo sinónimo de crueldad en la
localidad y no se permitía que los niños que llevaran ese nombre o apellido
fueran bautizados.
El 22 de junio de 1821, en
plaza pública, el Cabildo Independiente de Otuzco, presidido por el Presbítero
Dr. Juan Sumelcio Corcuera, firmó el acta donde juraba fidelidad a la
Independencia del Perú.Cuando Bolívar arribó a Otuzco y se hospedó en una casa ubicada
en el barrio La Ermita —que todavía sigue en pie—, la aversion hacia la causa emancipadora se había
aminorado. El 15 de abril de 1824, el libertador mantuvo en Otuzco correspondencia con el General Sucre
y el Coronel Heres, ambos
en Huaraz. Luego se trasladó a Huamachuco donde prosiguió su campaña por
consolidar la Independencia del Perú.
2 comentarios:
Me gustó mucho el trabajo del Sr. Arias, es una pena que nuestra hitoria no sea apreciada en una época de tanta comunicación, nos llenan de tanta mediocridad los medios de comunicacion..
habiendo mucho por conocer de nuestro historia. Felicito al autor de parte de un sinicapino. Atte. Alvaro Mendoza V.
Por alguna duda remarco que mi comentario anterior es para el autor de: "Las batallas de la libertad".
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