domingo, 23 de diciembre de 2012

y el fin del mundo... ¿para cuándo?

El mundo se va acabar,
el mundo se va a acabar,
Si un día me has de querer,
te debes apresurar. 
MOLOTOV

A mis 41 años recién cumplidos ya sobreviví a dos fines del mundo. El primero allá por el 1 de enero del año 2000 cuando con el cambio del milenio vivimos el pánico tecnológico del Y2K, rumoreándose que varios softwares anacrónicos, incapacitados para leer el cambio de centuria porque habían sido programados para contabilizar dos dígitos en vez de cuatro, ocasionarían un caos económico y la activación de armas de destrucción masiva (ver episodio de Los Simpsons donde Homero desencadena la hecatombe). Por fortuna, empresas e instituciones gastaron una millonada para solucionar el problema y sólo se produjeron unos incidentes aislados —nada graves— en Japón, Estados Unidos y algunos puntos de Europa.

El segundo no ha tenido nada de tecnológico, pero se promocionó con bastante antelación, teniendo como protagonista a una de las civilizaciones antiguas más avanzadas en temas astronómicos: los Mayas. El hecho de encontrar un calendario lítico que registraba el 21 de diciembre de 2012 como fecha final, ha sido interpretada por los apocalípticos como la prueba de que el armagedón se encontraba a punto de suceder, prueba de ello eran los continuos movimientos telúricos en distintos puntos del mapamundi. Algunos estudiosos señalaron que en esa fecha nuestro sistema solar se desplazaría hacia el centro de la Vía Láctea, produciendo cambios electromagnéticos —mucho más intensos que las tormentas solares que hicieron colapsar las telecomunicaciones del hemisferio norte en febrero de este año— que afectaría de manera radical la vida en el planeta pero no al punto de extinguirnos, sino que principiamos una nueva Era.

Fin del mundo o no, como cayó viernes y estamos en temporada de festejos, por si las moscas organicé una parrillada —en casa ajena— con algunas amistades y nuestros hijos para que tan magno evento, del cual no tendremos escapatoria, nos agarre juntos y ebrios, pero no, pasada la medianoche en vano aguardé que el cielo se tiñera de azufre y viera en el firmamento cabalgar a los cuatro jinetes del Apocalipsis. La única revelación que recibí en esa fecha fue que mi querido vástago tenía problemas para leer de corrido y como papá lector tendría que ponerme las pilas para afianzarlo en las vacaciones de verano.

Esta fijación de la humanidad por la destrucción del fin del mundo, por supuesto no es nada nueva. Es un pavor generalizado que llevamos, presumo, en nuestros genes luego que Tata Lindo destruyera a la primera humanidad con el Diluvio Universal. La redacción del libro de las Revelaciones —colofón del Nuevo Testamento—, atribuida al apóstol Juan, es el culpable de que en Occidente vivamos pendientes de tan magno advenimiento. Se le aguardó con la caída del Imperio Romano, la invasión musulmana a Europa, la llegada del año mil. Con las profecías de San Malaquías que enumera la lista de 111 papas para que el mundo se acabe —y Benedicto XVI es el papa 111 del obispo irlandés—. Con la aparición del cometa Halley y otros astros en el firmamento. Movimientos protestantes como los Adventistas del Séptimo Día y los Testigos de Jehova —surgidos en la crédula Norteamérica— viven pregonando la inminente parusía del Señor y llegan todavía a establecer una fecha de caducidad, pero cuando sienten su cercanía, la prorrogan según su conveniencia.

Mientras el sol no se convierta en un gigante rojo —lo que sucederá en millones de años— o no nos impacte desde el espacio un objeto de regulares dimensiones, o la humanidad no se autodestruya por sí misma, el planeta Tierra seguirá en pie. Lamentablemente también seguirán quienes pregonarán por adelantado su final. Supongo que en el fondo los seres humanos no queremos, por supuesto, que todo se destruya, pero sí vivimos anhelantes de un cambio, de algo que sacuda nuestras miserables existencias. Si usted es de los que le gusta vivir pensando en la cercanía del holocausto, la nueva fecha para tan magno acontecimiento será el 21 de marzo de 2014 cuando el asteroide 2003 QQ47, cuyo tamaño es diez veces más pequeño que aquel que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años, impacte con nuestro planeta. Así que ya saben, a cachar a cachar que el mundo se va a acabar.   

2 comentarios:

Necia dijo...

blasfemo infame!! solamente piensas en eso!!! y con eso de que te pasas el dia andando como el judio errante, al llegar a tu casa debes apestar a zorrillo y tu esposa lo mas probable es que te mande a dormir con el perro!!

en todo caso, feliz navidad (porque un saludo navideño no se le mezquina ni a los perros, menos a un apestoso como tu, aunque andes creyendo huevadas de fin del mundo)

Alfieri Díaz Arias dijo...

Feliz año nuevo para ti. Espero que en este 2013 vengas recargada de necedades.

Besos.