Disculpen si soy
aguafiestas o me volví un tío amargoso, renuente a participar en celebraciones,
pero opino que el 80% de las fechas festivas del calendario son groseros
despropósitos, siendo las peores aquellas impuestas bajo decreto ley por el
Congreso, demostrándome que los parlamentarios no tienen nada mejor que hacer.
Del puñado de fechas que
me gusta celebrar se cuentan, por supuesto, las cristianas, porque soy un
agnóstico que respeta las tradiciones. Me agrada la Navidad —aunque Papa Noel me
llega al pincho— por el lechón, el panetón, el trago y los abrazos, por los
buenos deseos, los niños que abren sus regalos y el aroma en el ambiente a
cohetones y rata blanca. La Semana Santa con sus días quietos, reflexivos,
recorrer estaciones por los templos del centro, el viernes muerto plagado de
fílmes bíblicos y quizá tomarme unos tragos en sábado de gloria. Como buen
peruano las Fiestas
Patrias con su mensaje presidencial, las vacaciones de invierno, los
viajes dentro y fuera del país, aunque espero que algún día se prescinda de los
desfiles escolares (marchando no se inculca el amor a la patria) y de la parada
military, sacando a la calle el mismo armamento oxidado de siempre. Celebro el Día del Trabajo
que en mi caso coincide con el día de mi colegio, el San José Obrero. El Día de San
Valentín porque soy un romántico incorregible. El 8 de diciembre,
feriado por la Virgen, dedicándoselo a Lennon y a los Beatles —A Day in the Life— y a la tragedia de
Alianza Lima en el mar de Ventanilla. El Año Nuevo aunque cada vez con menos
efusividad, molestándome las fiestas con calzoncillo Amarillo o los viajes a
destinos plagados de mocosos juergueros.
No los celebro pero
tampoco me generan aversión el Día de la Canción Criolla (aclimatado a
coexistir con el Halloween), el Día de los Muertos, los días de Carnaval.
Como trujillano no participo pero tampoco desprecio el Festival de la Primavera (pero
no volvería a ver un corso así me paguen) y el Festival de la Marinera (a pesar
que una familia se ha apropiado de una celebración que pertenece a todos). Lo
que sí me parece aborrecible es la Feria de Las Delicias, con sus majas, tascas y
pamplonadas con sabor a simplonada. Huachafada descarada en la que se ponen al
descubierto los complejos de quienes carecen de fortuna pero les sobra
pantorrilla.
Las fechas que preferiría
pasar de largo son el Día de la Mujer, por su carácter
reivindicatorio (parecido al Día del Indio, luego rebautizado Día del
Campesino) que tartan a las damas como seres minusválidos, inferiores,
necesitadas de reconocimiento. ¿Por qué no mejor lo reemplazamos por el Día en contra del Machismo, combatiendo
la manutención masculina y la estigmatización según el uso de la vagina? La Hora del
Planeta, porque me parece insuficiente apagar la luz 60 minutos para
tomar conciencia ecológica. Los días de la Madre y del Padre, no porque sea un
malhijo —adoro a mis viejos por si acaso— sino porque son fechas notoriamente
mercantiles, donde prevalence el “qué me vas a regalar” o “a dónde me vas a
llevar” y no se reflexiona sobre la importancia o relevancia de la maternidad o
paternidad. Sucede lo mismo con el Día del Niño o el Día de la Familia —que me parece
cada año se celebra en fecha distinta—, excusa para que mi hijo me pudra la
oreja exigiéndome regalos. Agárrense que ya se habla del Día de los Abuelos,
Día del Tío, Día de la Madrastra, etc.
Las fechas despreciables,
a mi parecer, son las que han aparecido en los últimos tiempos, contaminando
las semanas y nuestros ratos de ocio, creadas ex profeso para que la masa
consuma más. El Día
del Pisco Sour en febrero y el del Pisco a secas en julio, sin
percatarse los genios del marketing que al coexistir se anulan y disminuye su
impacto. El de
la Gastronomía Peruana, decretándose que todo peruano está obligado
a cultivarla y difundirla, volviéndose en un símbolo patrio más venerado que la
cornucopia o el árbol de la quina. Y como un solo día no es suficiente,
el Cebiche
tiene su día exclusivo en junio y el Pollo a la Brasa (nuestra peor bomba de grasa)
en julio. En sólo tres años, Pilsen Callao ha logrado imponer su borrachoso Día del Amigo,
que incluye también al amigo cariñoso, al amigo con derechos, etc.
Los peruanos ya no
sabemos qué carajo celebrar y lo que es peor, grandes sectores acatan los
festejos lo que es una clara muestra de que nos falta personalidad, amor propio
o verdaderos motivos para sentirnos contentos. Cada quien, por supuesto, es
libre de celebrar o vanagloriar la fecha y el motivo que se le antoje; yo por
mi parte prefiero zurrarme en tantos tributos forzados y sólo dejo espacio para
cumpleaños de familiares, amigos o aniversarios particulares. Es el encanto de
vivir con el calendario en blanco.
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