Mientras en Londres —el epicentro— los referentes del punk aniquilan el movimiento, con la misma virulencia con la que irrumpió, al decantarse por otras vertientes, en Buenos Aires, un rapaz que se hace llamar Hari-B anuncia en la revista Pelo que anda a la busca de otros aficionados a ese género para formar una banda. Contesta un tal Sergio Gramátika y forman Los Testículos, nombre que el recién llegado cambiaría a Los Violadores. Sus ruidosas presentaciones no pasan desapercibidas en los antros underground y pronto se les unos otros dos gamberros, salidos entre sus propios seguidores, Stuka y Pil-Trafa.
Conforme el régimen militar de Videla, Viola y Galtieri se deteriora, la juventud encuentra más espacios para expresar su disconformidad y comienzan a cuestionar todo, incluso el rock —que en Argentina es un asunto serio— al cual acusan de burgués y acomodaticio, de haberse domesticado y, por ende, de estar alejado y no sintonizado con un generación hambrienta de rebeldía, dispuesta a volver a la esencia original del rocanrol. Es así como la música se bifurca y a la ‘pasividad’ de Seru Girán, Spinetta Jade o Pastoral, aparecerá como contraposición el hardrock-blues de Riff y esa ‘basura’ llamada punk a cargo de Hari-B y compañía.
A diferencia del punk británico, nacido del aburrimiento, el desaliento y la caducidad de un sistema, el punk argentino era una postura rebelde en contra del militarismo. En 1981-1982, los ‘Viola’ son como un dolor de huevos que poco a poco se torna más intenso. Su nombre es proscrito en los afiches. Se les llama Los ‘Voladores’ para pasar piola. Las tocadas son feroces y terminan con arrestos y encierros en cana del público y los miembros de la banda. La policía y cualquier uniformado es el enemigo natural a quien hay que escupir (y luego correr si no querés que te caguen a palazos). El odio es contra los milicos, contra los gringos, contra los pasivos, contra los supervivientes de los setentas (retratados en Hippie Grosso). Pappo —ese Lemmy Kilmister gaucho—, líder de Riff, desprecia a estos insurgentes advenedizos. No sucede con el baterista de su banda, Michel Peyronel, quien se convierte en su manager.
El primer disco de Los Violadores sale a la venta un año después de grabado, en los meses previos a que se vayan los milicos. Represión se convierte en su primer éxito y el disco en obra de culto, quizá el único originalmente punk del rock argentino, siendo notoria la influencia de Hari-B. No obstante, en el interno de la banda están por suceder cambios dramáticos. Stuka, que principió como bajista, es impuesto como primera guitarra por sus compañeros, desbancándose a Hari-B, quien luego, con el ingreso del ‘Polaco’ Zelazek —y como hablar de un quinteto en punk es una aberración— da un paso al costado y desaparece de la escena, a pesar de que fue el primer líder y fundador.
El estilo de Stuka, influenciado por The Cure, se hace más predominante. En 1985 lanzan Y ahora qué pasa, ¿eh? y con la canción 1-2 Ultraviolento consiguen la consagración masiva. El disco es editado por Iempsa en el Perú en el verano de 1987, en pleno boom del rock en español, y se convierte en un suceso, incluso para varios aficionados al metal (enemigos encarnizados de los punkekes) que conectan de inmediato con un mensaje más agresivo y contestatario que el propuesto por el Devuélveme a mi chica de Hombres G o Te hacen falta vitaminas de Soda Stereo.
Y ahora que pasa ¿eh? es un buen trabajo —a mi gusto, la única canción que desentona es justamente 1-2... (inspirada en A Clockwork Orange) que no va con la propuesta ideológica del resto—, al cual le sigue 1-2 Ultravioladores que presenta tres temas nuevos, una versión remix de 1-2..., canciones de su primer disco y tres ‘demos’ de sus tocadas en vivo (lo que me recuerda al Lies de Guns n’ Roses).
El cuarto disco, el Fuera de Sektor, es el más new wave, cortesía de Stuka. Con esta placa se internacionalizan. Tocan en Chile donde sus canciones son aclamadas por un público reprimido. Los gorilas de Pinochet primero los boicotean, luego los cancelan y decomisan sus pasaportes, por lo que se escabullen por la frontera para no acabar encanados o fondeados. En Perú su popularidad los sorprende. El concierto en la plaza de Acho es uno de los más masivos en su trayectoria. En Trujillo se presentan en el Gran Chimú —un 20 de junio de 1987— donde quien escribe estas líneas, su euforia es aplacada a punta de palazos por la policía, justo en el tema Represión. El reconocimiento de Los ‘Viola’ por el Perú se acrecienta y así como Soda Stereo compuso Cuando pase el temblor tras visitar Machu Picchu, Pil-Trafa compone Mercado Indio, homónimo de su quinto disco.
Después de Mercado Indio no se editan más discos de Los Violadores en nuestro medio. 1988 marca el final de la boga del rock hispano y muchas bandas desaparecen o aminoran su difusión. Las fricciones dentro de la banda se acrecientan. Después de grabar Y que Dios nos perdone, Gramátika se va y es reemplazado por Sergio Vall. La relación entre Stuka y Pil se torna cada vez más agria. Se aborrecen, se insultan, se agarran a trompadas. La animadversión trasciende y llega a la prensa, se traslada encima del escenario, lo que repercute en el sonido del grupo. Se comportan como Noel y Liam Gallagher, o más apropiado como Joey y Johnny Ramone, aunque aquí no haya el amor de una mujer de por medio. Pil, como Joey, es un intelectual, comprometido con una causa, Stuka, como Johnny, con la música y el negocio.
Tras editar Otro Festival de la exageración, un disco en vivo y otro recopilatorio, la banda concreta su ‘primera’ separación oficial en 1992. En 1999 Stuka y Pil, el agua y el aceite forman Stuk@pil, lo que daría origen a una posterior reagrupación, con el ‘Niño’ en vez de Zelazek. La presencia del guitarrista se mantiene hasta 2004 y su puesto es cubierto por el Tucán. Esta nueva formación edita en 2006 Bajo un sol feliz y con esa placa tocan en el Perú y se presentan en Trujillo en La Barra. Una gran muchachada acude a ver a 6 Voltios, el grupo telonero. Finalizada su presentación, todos se disipan y quedamos para los ‘Viola’ una centena de punta, ninguno menor de treinta. “Saludo a los pocos que tienen el buen gusto de disfrutar de la música de Los Violadores”, expresa el cantante, con una boina a lo Che Guevara, antes de iniciar con Espera y verás. Esa noche Pil-Trafa cantó para mí y para poquísimos más. Bajó del escenario, se dejó abrazar, jalarle de los pelos, compartir su sudor y poguear como en sus tiempos en el Hardrock de la calle Belgrano, antro que no tiene nada que ver con el Hardrock Café, parecido al mítico CBGB de Nueva York (un amigo se quedó con la uña del ‘Niño’ tras compartir unos tiros en el baño del local).
Los Violadores ya no violan más. Pil-Trafa anunció su disolución (¿definitiva?) en 2009. Sin embargo, como buen rocanrolero, él todavía no piensa en el retiro y pasea su figura esmirriada y con cada vez menos pelo por distintos boliches de Buenos Aires y del interior. Nada ni nadie lo puede doblegar. Para sus seguidores —no somos muchos, tampoco pocos— quedará el legado de una banda valiente y trasgresora que no sólo nos hizo cantar... también pensar.
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