Los
partidos políticos en el Perú son una suerte de movimientos que aglutinan
personas en torno a un caudillo, llámese Pardo, Piérola, Odría, etc. Con la
desaparición física del adalid, la popularidad del partido decrece y luego
desaparece. El Apra ha sido la única excepción. Alan supo tomar la posta de
Haya. El Partido Popular Cristiano y Acción Popular también sobreviven, pero su
protagonismo se debilita con cada revés electoral. Todos los partidos nacen con
una postura ideológica que con el tiempo se mezcla o adultera hasta volverse
irreconocible. En el Apra del pensamiento de Haya no queda prácticamente nada.
Los ideales de pan con libertad no combinan con las leyes del libre mercado.
En el
mundo liberal las posturas extremas no tienen cabida. Ni el ultrafascismo ni el
comunismo radical. Nación que ahora no se trepa al tren de la globalización,
corre el riesgo de ser arrollada económicamente por el sistema. China con Den
Xiaoping dejó de ser comunista para convertirse en un gigante voraz con ganas
de engullirse todo el capital del orbe. El maoísmo es utilizado como garantía
de mano de obra barata para las grandes transnacionales. Lo mismo sucede en
Vietnam e Indonesia. El romance de Cuba con el socialismo está próximo a
colapsar y quizá la dinastía feroz de Kim Il Sung en Corea del Norte. Posturas
como el nacionalismo de Chávez no pueden ser tomadas en serio, sobre todo
cuando existen en Venezuela muchas fábricas extranjeras y el 47% de su
producción petrolífera es adquirida por Estados Unidos, dizque su principal
enemigo.
A
excepción de la Revolución Peruana de Velasco, la izquierda en el Perú, pasando
por Mariátegui, Haya y Ravines, ha sido un eructo de escasa trascendencia. Un
foco de violencia en los casos más extremos, cuando no se convertían en una asociación
de extorsionadores oportunistas. Electoralmente nunca obtuvieron nada
importante, salvo la alcaldía de Lima con Barrantes, quien estaba lejos de
tener talla de líder nacional.
Si bien
simpatizo con la utopía socialista, nunca he votado por algún candidato de
izquierda. Ninguna de sus figuras contemporáneas, salvo Javier Diez Canseco, ha
podido convencerme. La mayor de las veces he sufragado y apoyado a candidatos
de derecha. Mi voto en las municipales y presidenciales es por la persona,
nunca por sus promesas o planes de gobierno que dudo pueda cumplir. El primer
requisito que exijo de un candidato es honradez y (mediana) transparencia.
Segundo, capacidad y liderazgo. Tercero, respeto y voluntad para dialogar.
Cuarto, siquiera una mínima iniciativa por mejorar la situación del terruño que
lo eligió.
Siempre
he votado a perdedor. Nunca el candidato de mis simpatías ha conseguido vencer.
Me es difícil entrar en sintonía con el clamor popular.
Si
hubiera tenido la oportunidad de votar en 1980 y 1985, lo habría hecho por
Bedoya, el político peruano que me ha generado más empatía. De haber salido
presidente es probable que los economistas no llamarían a los ochenta como la
‘década perdida’. En 1990 habría votado por Vargas Llosa si es que el aprismo
no me lo impedía. Muchos de mi generación, con dieciocho años cumplidos, no se
nos permitió sufragar —votos que se especulaban habrían sido mayoritariamente
vargasllosianos— y recién, pasada la contienda, pudimos sacar libreta
electoral.
En 1995
voté para presidente por primera vez (mi primer sufragio fue para elegir a los
miembros de la Constituyente de 1992). Debí apoyar a Pérez de Cuellar, peruano
ilustre que era la alternativa contra la reelección de Fujimori, pero me
incliné por Belmont quien en ese entonces me caía bien (poco que ver con el
viejo reblandecido de hoy, atrincherado en su canal). En 2000 voté por Toledo
en primera y segunda vuelta, haciendo caso omiso a su pedido de votar viciado.
En 2001 voté por Lourdes y viciado en la segunda. Ganó Toledo al final y
realizó el mejor gobierno desde que retornó la democracia en 1980.
En 2006
volví a votar por Lourdes y Alan le robó en mesa su mejor oportunidad de
convertirse en presidente. La segunda vuelta se convirtió entonces en una
elección del mal menor, una contienda apocalíptica para algunos, entre ellos
Vargas Llosa que hablaba de que uno era el sida y el otro el cáncer terminal.
Siguiendo a mis principios voté por Ollanta a pesar de su facha de cachaco
bruto, decisión que por supuesto me costó la rechifla del 90% de mis familiares
y amigos. En los dos meses que mediaron entre la primera y segunda vuelta me
tildaron de ‘irresponsable’, también de ‘ignorante’, de pone en riesgo el
futuro de mi hijo quien había nacido hacia pocas semanas. Humala, en mi entorno
social, representaba el retorno a las cavernas, la marioneta de Chávez, el cuco
de la inversión extranjera —la ‘panacea’ para nuestro país—, el expropiador de
empresas y viviendas, el demonio que en menos de un año mandaría al carajo la
economía de la nación. Para ellos, el voto ‘pensante’ era por Alan, no
entendían mi postura que votar por él era avalar la corrupción de su primer
mandato, premiar en exceso la inmoralidad y la mayor muestra de incapacidad
registrada en nuestra historia republicana. Era beatificar a una sarta de
saqueadores, encabezados justamente por este ‘pillo de siete suelas’ como bien
lo definió Chávez; un voto, pues, ética y moralmente inaceptable.
Como
señalé líneas arriba, el primer requisito para votar por un candidato es que
tenga las manos limpias y según mi percepción, Ollanta es un ‘Lifebuoy’ al lado
de Alan. Votar por él significaba un voto de rechazo contra el alanismo, aparte
de evaluar el tan cacareado efecto apocalíptico sostenido por sus detractores.
En primer lugar nunca se escuchó de su propia boca alguna amenaza para
expropiar o atentar contra la inversión privada; habló de impuestos y
protección para los empleados (esa clase amedrentada con el desempleo para
volverla productiva). Segundo, creo en la fortaleza de la democracia; si
Ollanta hubiera intentado ejecutar medidas radicales y ultranacionalistas
habría tenido que cerrar el Parlamento porque no tenía mayoría, manipular el
Poder Judicial, amordazar a la prensa, contar con el apoyo total de las Fuerzas
Armadas (donde los Humala tienen detractores) y también con el apoyo de Estados
Unidos que tiene muchos intereses geopolíticos en nuestra nación... improbable
conjunción. Si el golpe de Estado de Fujimori tuvo éxito fue porque las Fuerzas
Armadas, Estados Unidos, un grueso sector de jueces, la prensa y la mayoría de
la opinión pública, lo apoyaron. Alan intentó estatizar la banca contando con
mayoría parlamentaria y un escenario mundial todavía bipolarizado y sin embargo
no pudo. Ollanta es un tipo con la suficiente inteligencia para saber que el
radicalismo sería el suicidio para su régimen, por lo que presumo que en su
mandato habría ejecutado algunas reformas sociales (que son necesarias) y quizá
algunos despilfarros populacheros, pero nada apocalíptico. Quizá su gobierno
habría sido mejor que el de Alan, cuyas arcas están plétoras de tanto
entreguismo y sin embargo es incapaz, por ejemplo, de levantar la zona de Ica
de los escombros tras el terremoto de 2007 (el sismo en Rancagua y Concepción
fue mucho peor y los chilenos ya se están levantando).
Dándole
una oteada al panorama electoral de 2011, no votaría por Keiko porque sería
avalar la mafia de su viejo. Tampoco por Castañeda a quien veo como un tipo
turbio. Mi apoyo a Ollanta fue coyuntural, pero igual lo veo como un cachaco al
cual no apoyaría. Menos por el Padre Arana, a pesar de las simpatías que me
genera la Teología de la Liberación. La Aráoz me agrada, pero el Apra no, su
candidatura sólo es para que esos buenos para nada sumen escaños en el
parlamento. Quizá votaría por Toledo o porque soy ‘irresponsable’ me incline
por Guerra García, voceado candidato de Fuerza Social (siendo consecuente con
el socialista aletargado que llevo dentro). Chile tuvo una Bachelet, Brasil a Lula y ahora a Dilma
Roussef, Argentina al binomio Kirshnner y no hubo alarmismos apocalípticos en
ninguno de esas naciones. Tampoco que yo sepa en la Bolivia de Evo, el Ecuador de
Correa —quien salió adelante tras una huelga policial— y de la propia Venezuela
de Chávez. Me pregunto por qué el Socialismo del siglo XXI en el Perú debería
ser diferente al de sus países vecinos.
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