Regalos.
Juguetes. Adornos. Panetón. Pavo (o lechón). Champaña (o espumante
aguardientoso). Vino. Whisky. Navidad es sinónimo de shopping. La felicidad o
el grado de éxito de las fiestas se mide por la jugosidad de los aguinaldos. Si
la billetera llega ajustada a fin de año, la Nochebuena puede ser tan lúgubre
como el Viernes Santo.
Desde
que tengo uso de razón, la Publicidad es el heraldo oficial de la Navidad,
funge de moderna estrella de Belén a partir de mediados de noviembre. La fiesta
de la unión familiar se torna especial gracias a que los anuncios con mensajes
de paz y prosperidad nos van sensibilizando, al igual que las luces
multicolores colgadas en las fachadas.
Con
melancolía que hiede a mercadería, el recuerdo de añejos spots me sigue conmoviendo.
Los de panetón Motta, D’Onofrio o el de ese otro que te regalaba Todinito. El
jingle de América TV afirmando ser “una luz que llega y llega bien” o ese otro
de Inca Kola diciéndole a los padres que pasen más tiempo con sus hijos
(“enséñale lo tuyo, comparte sus momentos”). Tiempos en que los juguetes eran
“buenos con B de Basa”, de manufactura peruviana, en las Navidades en las que
estaban prohibidas las importaciones y el libre mercado era una ficción.
La
publicidad es la culpable de que los peruanos hayamos renunciado a nuestras
costumbres navideñas y adoptado las norteamericanas como propias. El
Nacimiento, los tamalitos, el Niño Manolito, la Misa de Gallo, los espantosos
villancicos de Los Toribianitos, han sido reemplazados por el arbolito, muérdago,
puré de manzana, nieve artificial y chocolate caliente en pleno verano (incluso
el tradicional chocolate cusqueño es suplantado por otras marcas). El barbudo
barrigón —diseñado por Coca-Cola para aumentar sus ventas— ha usurpado a los
Reyes Magos su sitial en la entrega de regalos y ahora amenaza con serrucharle
el protagonismo al propio dueño del santo, es decir al Niño Jesús, de la misma
forma como éste se apropió en el siglo III del 25 de diciembre, fecha que le
pertenecía a la fiesta del Solis Invictis de los romanos paganos.
La
Navidad es una efeméride con fines de lucro que por milagro inesperado conserva
todavía un aroma puro e incorrupto que nos hace sentir bien y nos invita a
estar unidos con nuestros seres queridos. Sentirse solo es más patético que
estar solo. Doblemente patético es sentirse solo en Navidad. El olor a pólvora
en diciembre es más entrañable que el incienso del Cristo Morado en octubre y
la Plaza de Armas de Trujillo luce más hermosa con las luces en sus armatostes
artificiales, no importa si publicitan entidades financieras de crédito dudoso
o universidades de medio pelo.
Confieso
que soy un agnóstico que disfruta de la Nochebuena. El 24 de diciembre es un
día que me siento estúpidamente dichoso por lo que es inevitable que el propio
25 —el verdadero día de la fiesta— me sacuda una profunda depresión. Mejor
sería quedarme dormido en el amanecer del 25 y levantarme de frente el 26. No
creo en el Niño Jesús pero sí en la necesidad de una fecha que nos permita
cultivar —al menos por unas horas— el sentimiento de hermandad que gran parte
del año está adormecido. No importa que sea tan efímero y plástico como los
adornos pascueros, el cumpleaños de Cristo puede pasar a segundo plano en
Navidad, pero nunca los motivos para juntarnos con quienes tantos amamos.
Idea de la tarjeta de Navidad: Alfieri Díaz
Diseño de la tarjeta: Paiper Pairazamán
2 comentarios:
Así es.Se escucha que Navidad es para los niños.Por eso quizás en esta época somos efímeramente felices.El día que dejemos de tener algo de niños muere este breve época de felicidad.
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