El
marketing del miedo existe y se aplica con calculado entusiasmo desde que los
medios de comunicación se volvieron masivos, o tal vez antes, desde que
emperadores, papas, sacerdotes, pregoneros, etc., utilizaron el terror para
encandilar a las masas con fines bélicos o políticos.
En los
diccionarios de marketing & publicidad no contamos con una definición de
‘marketing de miedo’; es más, los marketeros o expertos en campañas no admiten
su uso debido a que es una práctica carente de ética y que según mi punto de
vista debería estar penada con privación de libertad por todo el daño colectivo
que genera. Si tuviera que esbozar algunas definiciones académicas sobre el
tema, redactaría: 1. Estrategia para
elevar el nivel de ventas de un producto, de una postura ideológica en
detrimento de la competencia. 2.
Promoción de una acción beligerante, propalando el temor a un público masivo y
heterogéneo.
La
práctica del marketing del miedo no es ilegal y no dudo que en un futuro
mediato será materia de estudio en la malla curricular de varias universidades.
Las
marcas que hacen más uso de este tipo de marketing son las industrias
farmacéuticas, quienes por elevar sus ventas no solamente crean el fármaco sino
que a veces viene con el virus de laboratorio incluido. La gripe AH1N1 es un
buen ejemplo. A pesar de que se habló de multas y sanciones, el asunto ya quedó
en el olvido.
Luchín
Cárdenas, reconocido publicista peruano, me contó alguna vez que la estrategia
aplicada por la transnacional Carnation para incentivar el consumo de leche
evaporada en vez de la leche en porongo como se estilaba en la Lima de hace
setenta años, fue difundir el rumor que las vacas de los principales establos
padecían de tuberculosis (cuenta que cuando los gringos se enteraron de lo que
habían hecho sus ejecutivos peruanos, en un arranque de escrúpulos decidieron
marcharse del país y vendieron sus activos a una familia arequipeña que luego
crearía la marca Gloria).
Sea
cual fuera el objetivo —bien o mal intencionado—, el uso del marketing
del miedo siempre resulta nefasto para la sociedad. Históricamente ha servido
para promover la intolerancia a través de la persecución religiosa, las
cruzadas, el antisemitismo nazi (quienes culparon a los judíos de todas las
desgracias del pueblo alemán), etc. En los Estados Unidos —tierra de la
libertad— sirvió para promover la Guerra Fría y hoy el terror al
fundamentalismo musulmán.
Si bien es cierto que en el Perú republicano siempre se
ha practicado la guerra sucia o contracampaña para desacreditar a los rivales,
la aparición oficial del marketing del miedo aconteció una noche de mayo de
1990 cuando el Apra —en el eclipse del horroroso primer gobierno de García—
financió un spot escalofriante con imágenes pirateadas del filme The Wall de Alan Parker satanizando la
política del shock (de Milton Friedman y compañía) propuesta por el candidato
Vargas Llosa. El resultado, Fujimori gana las elecciones y mes y medio después
aplica el Fujishock que juró no aplicar, quedándose de paso diez años en el
poder donde se doblegó al terorrismo y se ordenó la economía del país al precio
de envilecer las instituciones y corrompernos como sociedad.
Con la caída del muro de Berlín y la globalización, la
derecha ‘maléfica’ pasó a convertirse en la ‘buena’ y la izquierda en la mala,
la retrógrada, la mezquina del meollo. Veintiún años después de regímenes
neoliberales, ser socialista o impulsor de la justicia social es un bicho mal
visto, un paria, un agresor y enemigo del progreso, una alimaña a la cual
perseguir y exterminar porque representa una amenaza contra la estabilidad del
ahora tan amado modelo económico que ha convertido al Perú en el país de las
maravillas.
Como si se tratase de un dogma sacro o del santo grial,
el crecimiento macroeconómico —que beneficia a pocos y le da la espalda a
muchos— es defendido a capa y espada por los medios quienes han renunciado a la
objetividad con tal de defender los intereses que representan. En su momento
satanizaron a la Villarán con marchas sutepistas y quema de llantas, incluso la
tildaron de terruca con tal de que no saliera elegida alcaldesa. Ahora le llega
el turno a Ollanta a quien se le ataca por todos los flancos y de manera
constante. Siguiendo las máximas nazis de: “Miente, miente que algo queda” o
“Mientras más grande la mentira, más gente la creerá”, es seguro que la masa
neutral, aquella que todavía no decide su voto, se decante al final por el
llamado ‘mal menor’ sin importarles que sea una representante del gobierno más
corrupto y rapiñoso de la historia. Está comprobado que las sociedades son
temerosas de los cambios y optan por migajas —y sacrifican sus libertades individuales— con tal de mantener el status quo.
Con medios tan intolerantes y poco democráticos,
practicantes del terrorismo mediático, en el Perú si alguien como Hitler o Idi
Amin se presenta a la reelección, segurito que gana.
2 comentarios:
decidete, pes papay. como es la cosa? la masa opta por un mal menor porque le ponen una campaña de miedo o se decide por un nazi que tbn puede ser obra de una campaña de miedo?
Ajá...
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