Murió
Osama Bin Laden y todavía es muy temprano para vislumbrar si con su asesinato se pone fin a una Era del
Terror que se inició con la destrucción del World Trade Center, convirtiéndolo
en el enemigo público número uno en todo el orbe.
Las
informaciones preliminares no arrojan mayores luces. Se sabe que un comando
norteamericano arribó a Islamabad y tomó por asalto la mansión donde se
guarecía el líder de Al-Qaeda. No se
sabe si puso resistencia, si estaba indefenso o si tenía empuñado un fusil
o un lanzagranadas. Tampoco ha trascendido cuantas balas le encajaron. El
terrorista más buscado ha caído acribillado para beneplácito de un pueblo sediento de venganza, que cree haber
puesto punto final a su peor pesadilla.
Todo
en un fin de semana que pareció una regresión
mediática hacia el Medioevo. Boda Real en Inglaterra el viernes, ejecución ‘pública’
—balas en vez de hoguera— el sábado y beatificación papal el
domingo, lo que llevó a un desatinado Alan García decir que el ajusticiamiento
de Obama fue “un milagro de Juan Pablo II”. Guarda que sea presagio de tiempos
oscurantistas.
Lo
que me parece inexplicable es por qué el presidente Obama —espectador
de lujo de la Operación, cómodamente sentado en la Casa Blanca, junto con una
exultante Hillary Clinton y otros miembros de su régimen— no dio la orden para capturarlo vivo. Tenían la posibilidad de
hacerlo y simplemente no quisieron. Las declaraciones oficiales de Obama dejan
bien claro que él mismo dictaminó que se le diera muerte. El Nobel de la Paz hizo de un acto de justicia un acto de revancha.
Una sentencia extrajudicial que me recuerda al abatimiento de Pablo Escobar y
también al comando del MRTA que se rindieron y Fujimori cobardemente ordenó que
se les pasara por las armas.
El Departamento de Estado norteamericano
argumentará que muerto el perro se acabó la rabia y no se corrían riesgos de
comandos suicidas poniendo bombas o tomando rehenes para liberar a Bin Laden,
es decir, muerto es más inofensivo que
vivo. Pienso, sin embargo, que apresándolo los Servicios de Inteligencia
habrían tenido mayores posibilidades de desarticular la red Al-Qaeda de la
misma forma como se desarticuló a Sendero Luminoso con la captura de Abimael
Guzmán.
La
eliminación de Osama despierta suspicacias. Deja la
sensación de que no convenía que tuviese un proceso, una tribuna donde se
pudiera explayar y señalar posibles cómplices, quizá a árabes potentados,
magnates petroleros y quizá a varias personalidades americanas amparadas por el
inefable Bush Jr. y que mantienen todavía el poder por las andas.
Por transparencia y para aclarar cuentas
con la Historia, hubiera sido idóneo que Osama enfrentase un juicio al estilo Nuremberg. Darle la oportunidad
de ‘cantar’ para que no queden agujeros, vacíos y especulaciones que se
silencian con su ajusticiamiento. Un proceso que seguro lo hubiera sentenciado
a muerte y ningún organismo pro Derechos Humanos lo hubiera criticado. Hablamos,
por supuesto, de un proceso bien llevado y no de una pantomima como lo de Saddam Hussein que dejó la impresión de
que había que deshacerse rápido de él porque resultaba incómodo.
Bin Laden es un asesino merecedor de su
destino. Hitler también lo era, pero se dio el gusto de suicidarse y ordenar
que sus restos fueran incinerados. Si hubiese tenido dignidad, el árabe de la
barba amplia debió percatarse de que su suerte estaba echada y hacer lo mismo,
antes que brindarle una victoria con su cadáver al enemigo. Suicidarse y no
dejar huellas de su cuerpo hubiera hecho que crezca la leyenda —y el fantasma—
del hombre que nunca pudo ser capturado por la mayor potencia económica y
tecnológica del mundo.
Mientras tanto las tropas americanas
seguirán ocupando sin mayores excusas
Iraq y Afganistán. Seguirán bombardeando Libia sin ninguna justificación ya
que la juventud árabe ha demostrado con la ‘Revolución de los Claveles’ que no
necesitan de elementos foráneos para arreglar sus enfrentamientos internos.
Con este homicidio, Obama subirá su
popularidad en las encuestas con miras a su futura reelección en 2012. Sin
embargo, si no ha actuado para apañar oscuras maniobras, queda claro que le
falta visión y coraje para solucionar el problema de su país con el Islam.
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