I. Alfi en el Umbral
de la Segunda Edad
Esta
debe ser la tercera o cuarta vez que escribo sobre Alfi, mi primogénito, en
este blog. Hoy cumple seis años o el inicio de una segunda edad difícil o de
cambios. Su edad primera comprende el paso de bebé a infante, la etapa en que
balbuceaba algunas ideas con claridad, se independizó del pañal —pasados
los dos años— y era
capaz de entretenerse con cierta autonomía. Su segunda edad comprendería la
transición de infante a niño propiamente dicho, dejar de ser estudiante de
kindergarten y pasar a la escuela primaria.
Cumplir seis años también le resultan complicados por
otro detalle, hace trece días —el pasado 10 de marzo—
nació Claudio, su hermana, una experiencia dura para quien por largo tiempo fue
el único príncipe de la casa, ahora obligado sí o sí a compartir su feudo con
un ‘invasor’. El acaparador absoluto de la atención de sus padres —sobre todo de
su madre— ahora debe resignarse a una disminución considerable de atención, ya
que un recién nacido exige la dedicación de su progenitora casi a tiempo
exclusivo.
Una
etapa difícil para Alfi de la cual, espero, saldrá más maduro y fortalecido como
individuo. Seguro le tomarán varias semanas lidiar con los celos comprensibles
que todavía le atormentan, además si consideramos que la estupidez la lleva en
la sangre; su tío Gonzalo —narcisista por naturaleza—
se quedó mudo luego de mi nacimiento y hasta ahora arrastra un problema de
tartamudez, yo mismo le reclamé a mi madre: “¡por esa muchacha es que me
abandonaste!”, cuando nació mi hermana.
Tengo la fortuna de tener un hijo
despierto e inteligente, histriónico y extrovertido, fácil de querer por medio
mundo. Cuando Alfi comparta más tiempo con Claudio, legándole sus juguetes, sus
aficiones, sus revistas porno, y seguro será su consejero en sus cuitas
adolescentes, entonces comprenderá que su hermano será más de su propiedad que
de sus propios padres.
II. Pequeña instantánea de Alfi
La semana pasada, la profesora de Alfi le pidió a sus alumnos que ‘redacten’ una mini-biografía, encargo que por supuesto recayó en sus padres. Yo le dedique el siguiente autorrelato.
Mi nombre es Alfieri Díaz Paz y
esta es mi vida... Nací en un jueves sin aguacero, un 23 de marzo de 2006 a las
7:02 de la mañana en la clínica Virgen del Pilar, hoy clausurada por
problemas con la Sunat. Mi mamá se llama Claudia y mi papá Alfieri como yo,
ambos le debemos el nombre al papá de mi abuela, es decir a mi bisabuelo. En su
época habían poquísimos Alfieris en Trujillo... hoy también. A diferencia de mi
hermanito Claudio, quien acaba de nacer con bastante pelo, yo nací pelado y los
dientes me salieron a los cuatro meses. A los siete meses comencé a gatear y a
pasearme a toda velocidad en un andador amarillo. A los once meses ¡caminé!,
todo un récord en mi familia, según mis padres porque poseo un espíritu
temerario, imprudente y una pasión por la calle y los espacios abiertos —soy
bastante callejero—. No soy hiperactivo pero tampoco me gusta quedarme quieto.
A los catorce meses balbuceé mi primera palabra, “¡papá!”, aunque a mi mamá le
fastidia reconocerlo. En mi vocabulario primigenio ‘tití’ significaba carro y
‘pipo’ buses y camiones. Como mis abuelos me llamaban ‘Alfierito’ o
‘Alfiericito’ de bebito, cuando alguien me preguntaba mi nombre, yo respondía
que me llamaba ‘Pito’, por lo que hasta hoy mis padres me llaman así —además de
“¡Ven, huev...!”, “¡Obedece, caraj...!" y otras interjecciones del mismo
calibre—. Apenas cumplí el año, por presión de mi madre me matricularon en el
Jardín San José, experiencia que me hizo más sociable de lo que soy. Tres años
después, la paranoia de mi padre hizo que me cambiara a otro colegio, al San
Gerardo, considerando que el otro plantel no brindaba una forma adecuada de
evacuación. En ese colegio, ubicado en Santa Inés, acabé la Inicial y conocí no
el amor —según papá estoy muy pipiolo para esa cojudez— pero sí la ilusión a
través de los ojos chinitos de Ana Paula, una compañerita que prefería hacerle
ojitos a Benjamín, otro compañerito más alto y más fornido que yo (que soy una
joyita para comer alimentos nutritivos). Hace unas semanas empecé la Primaria
en el colegio Talentos de donde mis progenitores esperan no salga muy ‘lento’.
Mis aficiones son el Tae Kwon-Do —ya soy cinturón verde y según mi instructor,
el profesor Benítez de la Berendson, tengo buen patada—, los juegos en internet
—Social Empires, Club Penguin—, los dibujos animados —Ben 10, Star Wars: El
ataque de los clones, Scooby-Doo—, jugar con legos y Bey Blade y salir a la
calle a jugar fútbol o montar skateboard. Según mi papá soy hincha de Alianza
Lima, según mi abuelo Memo, de la U, para contentarlos a ambos digo que soy
hincha de los dos. Hace unos días nació Claudio, mi hermanito menor a quien yo
llamo el ‘Chiquitín’. Con su presencia, por fin mi familia está completa.
III. Anecdotario de Alfi
Todos los hijos nos regalan en sus primeros años un
sinnúmero de vivencias y anécdotas, pequeñas cosas que se quedan impregnadas en
nuestra memoria. Aquí una selección de las principales ocurrencias de Alfi en
su primera etapa.
“Papá, a dónde se van los ojos
cuando los cerramos”
(mi hijo me sorprende a los cuatro años con esta pregunta aparentemente absurda
pero hasta cierto punto filosófica. Lo más curioso es que no encuentro todavía
una respuesta satisfactoria).
“¡Abuelaaa! Ya sácame que tengo
el poto helado!”
(a los tres años, bañándose en la tina de mi mamá y el agua ya se había
enfriado).
“¡Quiero correr! ¡Agárrenme que
me voy!” (a los
tres años, al momento de sacarle los puntos de su pipí tras su circuncisión.
Decía por el nylon que le habían salido ‘espinas’ en la ‘parte íntima’ —palabras
que él utiliza para referirse a sus genitales, me imagino aprendidas en su
jardín de monjas—. Más dramático fueron los momentos previos a la cortada de
prepucio, cuando dijo: “Mamá, ¿qué me pasa?” y comenzó a desvanecerse por
efectos de la anestesia).
En el primer
año de Alfi en el San Gerardo, Hugo, mi vecino, era el encargado de llevarlo y
traerlo del colegio. Una tarde Hugo se distrae y casi embiste a un taxi cargado
de pasajeros. El taxista, enervado, comenzó a replicarle con dureza y Hugo,
avergonzado, soportó el berrinche en silencio. Alfieri, quien iba sentado en el
asiento del copiloto, no soportó más los improperios y asomándose por la
ventana del conductor lanzó una grosera y contundente: “¡Cállate, mierda!” que dejó al taxista sin palabras ante la
intervención del mozuelo. Una vez que el taxi salió de la escena, Alfi, con
cara de haber hecho una buena acción, dijo: “¿Viste, Hugo? ¡Ya te defendí!”
“¡Fue
la Virgen!” (a los tres años, Alfi se lanza una
flatulencia hedionda y ante mi pregunta de quien fue el pedorro, señaló un
cuadro de la Virgen que cuelga en su dormitorio, demostrando como su padre un
precoz espíritu sacrílego).
En una
oportunidad, mi madre le prohíbe a su nieto que salte sobre los muebles de su
sala. “¿Ves lo que hay en el techo? —dice la abuela, señalándole los
dicroicos—, esos son ojos que te miran y me cuentan si estás brincando o no”.
La abuela se retira y Alfi, haciendo caso omiso de la advertencia, vuelve a la
misma jarana, no cuenta que casi de inmediato mi madre iba a retornar rumbo a
la cocina por un vaso con agua. Sorprendido in fraganti, el mozo
responde mirando al techo: “¡Rayos,
era cierto! ¡Malditos ojos!”
“Papi,
yo no quiero un colegio donde queran que me quede quieto”
(a los cinco años, luego que mi querido San José Obrero rechazara su
ingreso por considerarlo muy inquieto... Veamos qué quejas me trae ahora que
está matriculado en el Talentos).
“¡Abuelooo...
ya me limpio el poto yo solo! ¿Ya me puedo casar?”
(a los cinco años, sentado en el guáter de la casa de mis suegros. Alfi
—ilusionado por Ana Paula— repetía una y otra vez que se quería matrimoniar con
ella, por lo que su abuelo Memo le dijo que primero aprendiera a limpiarse
bien el poto y luego pensara en casarse).
1 comentarios:
ta leeeendo el enano!!!!
ya me dieron ganas de conocerlo... si voy por trujillo city, ¿me dejas conocerlo? anda, no seas cobarde, di que siiiiiiiiiii!!!!
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