Existen dos formas de jugar al fútbol: atacar o defender. Atacan los equipos que tienen jugadores hábiles, idóneos, desequilibrantes, los que son dirigidos por entrenadores que les gusta el ‘jogo bonito’ —Didí dixit—; se defienden los que tienen un plantel tosco, limitado y de bajo presupuesto, los que son dirigidos por estrategas amarretes a los que les importa un pepino el espectáculo pues lo que prima para ellos es el resultado, un empate arañado o un triunfo suertudo de contragolpe.
El Chelsea de Di Matteo y Abramovich es un equipo que juega a la defensiva. Modernos herederos del Cerrojo de Rappan o del Cattenaccio de Herrera, apela, si es posible, a meter a los once jugadores bajo los tres palos y con ello han obtenido grandes resultados, entre ellos eliminar en las semifinales de la Champions al Barcelona, el mejor equipo del mundo, a pesar que en la presente temporada no hayan conseguido nada.
En la Final de la Champions League, fue el Bayern Múnich el equipo que hizo el gasto (o mejor dicho, se desgastaron) y consiguieron anotar, a los 37’ del segundo tiempo el 1-0 por intermedio de Müller —la revelación del Mundial de Sudáfrica— en un partido que pintaba para empate a cero. Sin embargo, y como les ocurriera en la Final de 1999 cuando el Manchester United les volteó el partido en los instantes finales, sorprendió que el equipo bávaro no supiera manejar el resultado y permitió que a los 44’ Drogba, sin ninguna dificultad, y con complicidad del arquero Neuer, marcase de cabeza el gol del empate, provocando que los fantasmas de la derrota se asomasen en el Allianz Arena.
La estocada contra el ánimo de los muniqueses llegó a los 5’ del primer tiempo suplementario cuando Drogba, protagonista en las dos áreas, comete un penal boludo a Ribbery —o quizá no tan boludo porque sacó al francés de la cancha— y Robben, aquel jugador egocéntrico que se lleva mal con sus compañeros de equipo, que cree que todo lo puede resolver con ímpetu (y acaba de perder su cuarta final en dos años en torneos distintos), tomó el balón y pateó no muy convencido, permitiendo que el gigante Cech, digno heredero de Planicka y Schroiff, demostrara una vez más por qué algunos lo consideran el mejor del mundo.
La ronda de penales empezó favorable para el Bayern. El español Matta falla el primer disparo para los 'blues'. Sin embargo, los germanos pierden su ventaja en la cuarta ronda cuando Olic la envía afuera. Entonces, la responsabilidad del último penal para los teutones recae en el eficiente, pero en ese momento nervioso, Schweinsteiger. El ejecutante apunta hacia el lado izquierdo, Cech intuye y se lanza hacia ese costado pero no la ataja. Para su suerte, el disparo choca en la base del parante y parece que le va a golpear en la espalda —como el disparo de Bellone en el Mundial de México— pero no, la pelota rebota en el área y el buen Schweinsteiger se derrumba, llorando amargamente como lo hizo Stielike en el Mundial de España.
El último penal de la ronda es resuelto por Drogba —qué pesado— con innegable calidad y permite que el cuadro londinense, un equipito que históricamente se acomodaba en la media tabla de la Premier League, que a mediados de los noventa cobró alguna notoriedad gracias a la presencia de Gullit y Vialli, pero que recién en 2003 alcanzó relevancia cuando fue adquirido por el millonario ruso Abramovich, se coronase campeón de Europa por primera vez.
Dato curioso es que en todas las finales de la Champions disputadas en Múnich, siempre se consagró a un nuevo club campeón: Nottigham Forest en 1979, Olympic de Marsella en 1993, Borussia Dortmund en 1997 y ahora los dirigidos por el bisoño Di Matteo, que posiblemente pase a estar entre los más cotizados en el balompié de primer nivel.
El título del Chelsea fue merecido —eso no se discute— pero fue feo. Defenderse con uñas y dientes desde el pitazo inicial puede ser válido para escuadras limitadas, como la Grecia que consiguió la Eurocopa de 2004, pero no un club cuya nómina está valorizada en la estrafalaria suma de dos mil millones de euros, el equipo más caro de la historia. Jugar así resulta bastante amarrete. Un equipo que cuesta tanto y luce tan poco, es una estafa para el fútbol.
El Chelsea de Di Matteo y Abramovich es un equipo que juega a la defensiva. Modernos herederos del Cerrojo de Rappan o del Cattenaccio de Herrera, apela, si es posible, a meter a los once jugadores bajo los tres palos y con ello han obtenido grandes resultados, entre ellos eliminar en las semifinales de la Champions al Barcelona, el mejor equipo del mundo, a pesar que en la presente temporada no hayan conseguido nada.
En la Final de la Champions League, fue el Bayern Múnich el equipo que hizo el gasto (o mejor dicho, se desgastaron) y consiguieron anotar, a los 37’ del segundo tiempo el 1-0 por intermedio de Müller —la revelación del Mundial de Sudáfrica— en un partido que pintaba para empate a cero. Sin embargo, y como les ocurriera en la Final de 1999 cuando el Manchester United les volteó el partido en los instantes finales, sorprendió que el equipo bávaro no supiera manejar el resultado y permitió que a los 44’ Drogba, sin ninguna dificultad, y con complicidad del arquero Neuer, marcase de cabeza el gol del empate, provocando que los fantasmas de la derrota se asomasen en el Allianz Arena.
La estocada contra el ánimo de los muniqueses llegó a los 5’ del primer tiempo suplementario cuando Drogba, protagonista en las dos áreas, comete un penal boludo a Ribbery —o quizá no tan boludo porque sacó al francés de la cancha— y Robben, aquel jugador egocéntrico que se lleva mal con sus compañeros de equipo, que cree que todo lo puede resolver con ímpetu (y acaba de perder su cuarta final en dos años en torneos distintos), tomó el balón y pateó no muy convencido, permitiendo que el gigante Cech, digno heredero de Planicka y Schroiff, demostrara una vez más por qué algunos lo consideran el mejor del mundo.
La ronda de penales empezó favorable para el Bayern. El español Matta falla el primer disparo para los 'blues'. Sin embargo, los germanos pierden su ventaja en la cuarta ronda cuando Olic la envía afuera. Entonces, la responsabilidad del último penal para los teutones recae en el eficiente, pero en ese momento nervioso, Schweinsteiger. El ejecutante apunta hacia el lado izquierdo, Cech intuye y se lanza hacia ese costado pero no la ataja. Para su suerte, el disparo choca en la base del parante y parece que le va a golpear en la espalda —como el disparo de Bellone en el Mundial de México— pero no, la pelota rebota en el área y el buen Schweinsteiger se derrumba, llorando amargamente como lo hizo Stielike en el Mundial de España.
El último penal de la ronda es resuelto por Drogba —qué pesado— con innegable calidad y permite que el cuadro londinense, un equipito que históricamente se acomodaba en la media tabla de la Premier League, que a mediados de los noventa cobró alguna notoriedad gracias a la presencia de Gullit y Vialli, pero que recién en 2003 alcanzó relevancia cuando fue adquirido por el millonario ruso Abramovich, se coronase campeón de Europa por primera vez.
Dato curioso es que en todas las finales de la Champions disputadas en Múnich, siempre se consagró a un nuevo club campeón: Nottigham Forest en 1979, Olympic de Marsella en 1993, Borussia Dortmund en 1997 y ahora los dirigidos por el bisoño Di Matteo, que posiblemente pase a estar entre los más cotizados en el balompié de primer nivel.
El título del Chelsea fue merecido —eso no se discute— pero fue feo. Defenderse con uñas y dientes desde el pitazo inicial puede ser válido para escuadras limitadas, como la Grecia que consiguió la Eurocopa de 2004, pero no un club cuya nómina está valorizada en la estrafalaria suma de dos mil millones de euros, el equipo más caro de la historia. Jugar así resulta bastante amarrete. Un equipo que cuesta tanto y luce tan poco, es una estafa para el fútbol.
1 comentarios:
Tras un año mediocre y triste en resultados por parte de nuestro balompié —los partidos de la selección, las eliminaciones tempranas en Libertadores y Sudamericana, el título de Cristal, etc.— Paolo Guerrero nos devuelve la alegría tras su magnífica performance con el Corinthians en el ultimo Mundial de Clubes donde anotó dos goles decisivos. La primera víctima fue el sorprendente Al Ahly de Egipto, quien resultó un hueso bastante duro de roer. De ahí nada menos que el encopetado Chelsea, el equipo cuya planilla está valorizada en dos mil millones de euros, el flamante campeón de la Champions League, aunque la ausencia de Drogba se hace sentir en su accionar. Los londinenses eran ampliamente favoritos y en el primer tiempo merecieron ponerse adelante en el marcador, pero el inspirado Cassio —una longaniza impresionante— sacó de todo, convirtiéndose en el héroe de la jornada. En el Segundo tiempo el ‘Timao’ emparejó las acciones y la figura del ‘Depredador’ comenzó a hacerse notoria. En el minuto 23, los brasileños realizan una notable jugada colectiva que desordena a la naturalmente eficiente defensa de los ‘blues’ y al propio Peter Cech —dizque el mejor portero del orbe— quien sale más de la cuenta. Como buen nueve, Guerrero se encuentra bien ubicado para aprovechar el rebote y direccionarla de un testazo entre tres zagueros parados bajo los tres palos. Un gol triunfal que significa para el Corinthians su Segundo título a nivel mundial, aunque el primero carezca de méritos porque se disputó en Brasil en 2000 casi de manera experimental y le devuelve a América del Sur un galardón que no obtenía desde el 2006 con el Internacional de Porto Alegre. El nombre de Paolo se suma al de un grupo selecto —y reducido— de peruanos. Juan Joya, ‘negro el once’, campeón intercontinental con Peñarol en 1961 y 1966, anotándole dos goles en la final frente a Benfica. Claudio Pizarro, campeón con el Bayern Munich en 2001 (pero el ‘Bombardero’ no mojó). Otros dos peruanos campeones intercontinentales fueron José Pereda en 2000 con Boca Juniors y Martín Hidalgo con el Internacional, estuvieron en la nómina pero no llegaron a jugar. Después de su notable participación en Japón —donde por vez primera vimos a un futbolista orgulloso de aparecer envuelto con la bandera del Perú—, no nos cabe duda que Guerrero volverá a un equipo grande de Europa donde tiene una deuda pendiente (nunca ha conseguido ningún lauro importante). La otra deuda, por supuesto, es la selección y la utopia esquiva de clasificar a un Mundial.
Publicar un comentario